sábado, 25 de octubre de 2014
CAPITULO 9
Y lo están haciendo, finalmente: la forma en que nos estrellamos en la habitación del hotel, riendo y cayendo al suelo justo en la puerta de entrada. Él rodó sobre mí juguetonamente para comprobar si tenía raspaduras, besando a lo largo de mi cuello, mi espalda, la parte trasera de mis muslos. Me desnudó con los dedos, dientes y palabras, besando mi piel. Mucho menos ingeniosamente lo desnudé, impacientemente, casi rasgando la camisa de su cuerpo.
Cuando levanto la mirada y me encuentro con sus ojos, se frota la parte posterior de su cuello, sonriendo y disculpándose. —Si lo que siento hoy es una indicación, nosotros, ah... nos tomamos un largo tiempo.
Siento el calor de mi cara, al mismo tiempo que mi estómago se retuerce. Esta no es la primera vez que escucho ese pequeño comentario.
—Lo siento, mi cuerpo es algo... difícil de complacer. Lucas solía trabajar una eternidad para conseguir que acabara y las primeras veces que estuvimos juntos, a veces sólo fingiría que me venía para que no sintiera que había fracasado.
Oh, Dios mío qué he hecho ¿acabo de decir todo eso en voz alta?
Pedro arruga la nariz con una expresión que no he visto en él aún y que es el retrato de adorable confusión. —¿Qué? No eres un robot, a veces se necesita tiempo. Disfruté bastante encontrando la manera de darte placer. —Luego hace una mueca, luciendo aún más compungido—. Temo que él que se tomó una eternidad fui yo. Había bebido un montón.Además... ambos queríamos más después de cada vez... siento como si hubiera hecho un millón de abdominales.
Y tan pronto como lo dice, sé que tiene razón. Incluso ahora, mi cuerpo se siente como un instrumento que fue perfectamente tocado durante horas la noche anterior, y me parece haber conseguido mi deseo: Anoche tuve una vida diferente. Tuve la vida de una mujer con un amante salvaje, atento. Por debajo de la bruma de mi resaca, me siento estirada y trabajada, es el tipo de satisfacción que parece llegar al centro de mis huesos y la parte más profunda de mi cerebro.
Recuerdo ser cargada al sofá en el salón, más tarde, cuando Pedro terminó lo que empezó en el pasillo de la sala de estar. La sensación de sus manos mientras empujaba mi ropa interior a un lado, deslizando sus dedos una y otra vez sobre mi piel sensible, caliente.
—Eres tan suave —me dijo en un beso—. Estás suave y húmeda y me preocupa sentirme demasiado salvaje para este pequeño y dulce cuerpo.—Sacudió su mano y se ralentizó, tirando de mi ropa interior todo el camino por mis piernas, quitándola y tirándola al suelo—. Primero haré que te sientas bien. Porque una vez que entre en ti, sé que me voy a perder a mí mismo —dijo, riendo, haciendo cosquillas a mis caderas, mordisqueando mi mandíbula mientras su mano se deslizaba por mi estómago, y de nuevo entre mis piernas—. Dime cuando se siente bien.
Lo dije casi inmediatamente, cuando presionó sus dedos contra mi clítoris, deslizándolos una y otra vez hasta que empecé a temblar, rogar, y alcancé sus pantalones. Los empujé con torpeza, sin desabotonarlos, queriendo sólo sentir la fuerte pulsación de él en mi mano.
Me estremezco cuando mi cuerpo recuerda el primer orgasmo y cómo él no se detuvo, provocándome otro, antes de que lo alejara y saliera de la cama para yo así tomarlo en mi boca.
Pero no recuerdo cómo terminó. Creo que se vino. De repente me consumió el pánico. —En la sala de estar, ¿lo hiciste...?
Sus ojos se abren brevemente antes de iluminarse divertidos. —¿Qué crees?
Es mi turno para arrugar la nariz. —¿Creo que sí?
Se inclina hacia delante, apoyando el puño en su mentón.
—¿Qué recuerdas?
Oh, el pequeño hijo de puta. —Sabes lo que pasó.
—¿Tal vez lo olvidé? Tal vez quiero escuchar que me lo digas.
Cierro los ojos y recuerdo cómo se sentía la alfombra en mis rodillas desnudas, la forma en que inicialmente tuve problemas para acostumbrarme a la gran sensación de tenerlo en mi boca, sus manos en mi pelo, sus muslos temblando contra mis palmas.
Cuando levanto la vista y todavía me está mirando, recuerdo
exactamente cómo se veía su cara la primera vez que se vino contra mi lengua.
Alcanzando mi café, lo levanto a mis labios y tomo un gigante e hirviente trago.
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