sábado, 1 de noviembre de 2014

CAPITULO 26



Despierto al sentir unos labios presionarse con cuidado en mi frente, y fuerzo a mis ojos a abrirse.


El cielo justo encima de mí no una ilusión que haya imaginado durante toda la semana. El dormitorio de Pedro está en el piso más alto del edificio de apartamentos, y un tragaluz sobre la cama deja entrar el sol de la mañana. Se enrosca a través del reposa pies, brillante, pero aún no caliente.


La pared del fondo se inclina hacia abajo desde el techo de unos cinco metros, y a lo largo de la pared baja de su dormitorio hay dos puertas francesas que Pedro ha dejado abiertas, dan a un pequeño balcón. Una cálida brisa se mueve por la sala, llevando los sonidos de la calle.


Giro la cabeza, mi cuello tieso protesta.


—Hola. —Mi voz suena como un papel de lija frotado sobre metal.


Su sonrisa hace que mi pecho haga la cosa de revolotear, saltando.


—Me alegro de que la fiebre cediera.


Me quejo, cubriéndome los ojos con una mano temblorosa mientras el recuerdo de los últimos días vuelve a mí. Vomitar por todas partes, incluso sobre mí misma. Pedro llevándome a la ducha para limpiarme, y luego para tranquilizarme. —Oh, Dios mío —murmuro—. Y la mortificación se establece.


Se ríe en silencio en otro beso, esta vez a mi sien. —Me preocupé.Estabas muy enferma.


—¿Hay alguna superficie de tu apartamento que se mantuvo al margen de mi vómito?


Levanta el mentón, los ojos brillando con diversión, y asiente con la cabeza hacia la esquina. —Ahí, al otro lado de la habitación todo está limpio.


Cubro mi cara de nuevo, mis disculpas amortiguadas por mi mano.


Cerise —dice, extendiendo la mano para tocar mi rostro.
Instintivamente me encojo, sintiéndome repugnante. Inmediatamente quiero corregir el destello de dolor en sus ojos, pero se aclara antes de que esté segura de que estuvo realmente allí—. Hoy tengo que trabajar — dice—. Quiero explicarme, antes de irme.


—Está bien. —Esto suena amenazador, y me tomo un momento para bajar la mirada de su rostro. Lleva una camisa de vestir. Después de un rápido cálculo mental, me doy cuenta de que siente la necesidad de explicarse porque es sábado.


—Cuando corrí a la oficina el jueves para tomar algunos archivos para traer a casa, la socia principal con la que trabajo más cercanamente vio mi anillo de boda. Ella estaba... disgustada.


Mi estómago cae, y este es el momento en que la realidad de lo que estamos haciendo me golpea como una ola enorme. Si, me invitó a venir aquí, pero yo me estrellé directamente dentro de su vida. Una vez más, me recuerda lo poco que sé de él. —¿Están ustedes dos... involucrados?


Se congela, mirándome ligeramente horrorizado. —Oh, no. Dios, no.


—Sus ojos verdes se estrechan mientras me estudia—. ¿Crees que me habría acostado contigo, casado contigo, y te habría invitado aquí si tuviera una novia?


Mi risa al responder sale más como una tos. —Supongo que no, lo siento.


—He sido su pequeño esclavo estos últimos meses —explica—. Y ahora que estoy casado, está convencida de que perderé el enfoque.


Me estremezco. Lo que hemos hecho es tan imprudente. 


Tan estúpido. No sólo él está casado ahora, pronto también estará divorciado.


¿Por qué no se molestó en ocultar nuestro percance de Las Vegas en su trabajo? ¿Se acerca a cualquier cosa con precaución? —No necesito que cambies tu horario de trabajo mientras estoy aquí.


Ya está sacudiendo la cabeza. —Sólo tengo que trabajar este fin de semana. Esto estará bien. Superará su pánico. Creo que se acostumbró a tenerme en la oficina cuando quisiera.


Apuesto a que sí. Siento mi ceño profundizarse mientras lo observo, y no estoy tan débil si una ola caliente de celos no se desliza por mi torrente sanguíneo. Con la luz del sol filtrándose desde el techo, iluminando los ángulos agudos de su mandíbula y sus pómulos, estoy sorprendida de nuevo por lo increíble que es su rostro.


Continúa—: Ya casi termino con este enorme caso, y entonces tendré más flexibilidad. Siento no estar realmente aquí para tu primer fin de semana.


Dios, esto es tan, tan raro.


Hago un gesto con mi mano, restándole importancia, incapaz de decirle algo más que—: Por favor, no te preocupes. —Ha estado prácticamente sirviéndome desde que llegué, y la mortificación y la culpa se unen en una mezcla de ácido en mi estómago. Por lo que sé, ha visto lo suficiente de mí en mi peor momento para sacarlo de este juego que estamos jugando. No estaría sorprendida si, después de haberme recuperado totalmente, me sugiriera algunos hoteles donde podría encontrar apropiado pasar el resto de mi estancia.


Qué horrible comienzo para nuestro... lo que sea que esto es.


Dado que las oportunidades eventualmente podrían ser limitadas,cuando cruza la habitación, me lo como con una mirada ardiente. Es tan largo y delgado, pero musculoso. 


Los trajes se hicieron exactamente para su tipo de cuerpo. 


Su cabello castaño claro está peinado cuidadosamente
fuera de su cara, su cuello bronceado desaparece bajo el cuello de su camisa. Ya no se ve como el hombre casual y juguetón que conocí en Las Vegas; se parece a un joven abogado rudo y es eminentemente más follable. ¿Cómo es eso posible?


Me levanto sobre un codo, esperando recordar con nitidez lo que se siente pasar mi lengua por su barbilla y sobre su manzana de Adán. Quiero recordarlo desquiciado y desesperado, despeinado y sudoroso, así puedo disfrutar sabiendo que las mujeres que lo vean hoy sólo verán su lado completamente vestido y común.


Los pantalones son de un color azul profundo, la camisa de un blanco reluciente, y se pone frente a un espejo pequeño, anudando una hermosa corbata de seda azul con verde.


—Come algo hoy, ¿sí? —dice, alisando el frente con su mano antes de alcanzar una chaqueta azul de traje colgada en un pequeño perchero en la esquina.


Por una vez, quiero ser la mujer que se pone sobre sus rodillas, le hace señas a la cama, y finge que la corbata debe ser arreglada antes de usarla para tirar de él hacia la cama.


Desafortunadamente para este plan de seducción, yo ya estaba delgada, pero ahora me siento esquelética. Mis piernas están temblorosas y débiles cuando salgo de la cama. No sexi. Ni siquiera un poco. Y antes de que me dé un baño, antes de acercarme a un espejo, y definitivamente antes de intentar seducir a este ardiente esposo/extraño/tipo con el que me gustaría estar desnuda otra vez, necesito comer algo. Huelo pan, y fruta, y el dulce néctar de los dioses: no he tomado café en días.


Pedro retrocede, y sus ojos hacen un recorrido por mi cara y por todo mi cuerpo, oculto a la mitad del muslo debajo de una de sus camisetas. Al parecer, olvidé empacar un pijama. 
Confirma mi sospecha de que me luzco como un muerto apenas caliente cuando dice—: Hay comida en la cocina.


Asiento y me aferro a las solapas de su chaqueta, necesitando que se quede sólo un segundo más. Aparte de Pedro, no conozco a nadie aquí,y apenas he sido capaz de procesar mi decisión de abordar ese avión hace cuatro días. Me sorprende con una confusa mezcla de euforia y pánico. —Esta es la situación más extraña de mi vida.


Su risa es profunda, y se inclina por lo que retumba más allá de mi oído mientras besa mi cuello. —Lo sé. Es fácil de hacer, más difícil seguir adelante. Pero está bien, ¿de acuerdo, Paula?


Bueno, eso fue críptico.


Cuando lo dejo ir, se gira para poner su computadora en un maletín de mensajero de cuero. Lo sigo fuera de la habitación, congelándome mientras lo veo agarrar un casco de motocicleta de donde descansaba sobre una mesa cerca de la puerta.


—¿Conduces una motocicleta? —pregunto.


Su sonrisa se extiende desde un lado de su cara hacia el otro mientras asiente, lentamente. He visto cómo los autos pasan en esta ciudad. Realmente no estoy tan segura de que vaya a volver en una pieza.


—No pongas esa cara —dice, sus labios haciendo un puchero mientras habla en voz baja, y luego curvándose en una sonrisa quita bragas—. Una vez que montes conmigo, nunca te meterás en un coche de nuevo.


Nunca he estado sobre una moto en mi vida, nunca quise, y he renunciado a los vehículos de dos ruedas para siempre en general. Pero hubo algo en la forma en que lo dijo, la forma en que puso cómodamente el casco bajo el brazo y enganchó el maletín por encima del hombro, que me hace pensar que tal vez tiene razón. Con un guiño, se da vuelta y se va. La puerta se cierra con un silencioso clic mecánico.


Y eso es todo. He estado en una nube de gripe estomacal por varios días, y ahora que estoy mejor, Pedro se ha ido y no son ni siquiera las ocho de la mañana.

CAPITULO 25




La doctora es más joven de lo que esperaba: una mujer de unos treinta años con una sonrisa serena y una reconfortante habilidad con el contacto visual. Mientras una enfermera toma mis signos vitales, la doctora le habla a Pedro y, presumiblemente, él explica lo que está pasando conmigo. Puedo entender sólo cuando dice mi nombre, pero por lo demás tengo que confiar en que está transmitiendo todo con precisión. Me imagino que es algo así como: ―¡El sexo fue genial y luego nos casamos y ahora ella está aquí! ¡Ayúdeme! No dejará de vomitar, es increíblemente raro. Su nombre es PAULA CHAVES . ¿Hay un servicio por el cual enviamos chicas americanas rebeldes de regreso a Estados Unidos? ¡Merci8!‖


En cuanto a mí, la doctora me hace algunas preguntas básicas en un inglés incierto. —¿Cuáles son los síntomas?


—Fiebre —digo—. Y no puedo retener ningún alimento.


—¿Cuál es su más alta, eh… temperatura antes de venir aquí?


Me encojo de hombros, mirando a Pedro. Él dice—: Environ, ah, ¿trente-neuf? ¿Trente-neuf et demi?9 —Me río, no porque tenga alguna idea de lo que acaba de decir, sino porque todavía no tengo idea de cuál es mi temperatura.


—¿Es posible que estés embarazada?


—Mmm —digo, y ambos, Pedro y yo nos reímos—. No.


—¿Te importa si hacemos un examen y tomo un poco de sangre?


—¿Para ver si estoy embarazada?


—No —aclara con una sonrisa—. Para pruebas.


Me detengo en seco cuando dice esto, mi pulso late en una carrera de velocidad. —¿Cree que tengo algo para lo que se necesita una prueba de sangre?


Sacude la cabeza, sonriendo. —Lo siento, no, estoy pensando que sólo tienes un virus estomacal. La sangre es… ah… —Busca la palabra durante varios segundos antes de mirar a Pedro por ayuda—. ¿Çan’a aucun rapport?


—No tiene nada que ver —traduce—. Pensé… —empieza y luego le sonríe a la doctora. Miro boquiabierta esta versión tímida de Pedro—. Pensé que ya que ya estamos aquí, podemos hacer las pruebas estándar para, ah… sexualmente....


—Oh —murmuro, entendiendo—. Sí.


—¿Está bien? —pregunta él—. Hará mis pruebas al mismo tiempo.


No estoy segura de lo que me sorprende más: que parezca nervioso por mi respuesta o que le esté pidiendo al médico hacernos las pruebas de enfermedades de transmisión sexual en caso de que algún día deje de vomitar y, de hecho, tengamos sexo de nuevo. Asiento, aturdida, y extiendo mi brazo cuando la enfermera saca una tira de goma para atar abajo de mi bíceps. Si esto fuera cualquier otro día y yo no acabara de vomitar hasta la mitad de mi peso, estoy segura de que tendría algo inteligente que decir. 


¿Pero en este momento? Probablemente le habría prometido a ella mi primogénito si pudiera aliviar mi estómago sólo por diez benditos minutos.


—¿Está en control de natalidad o le gustaría empezar? —pregunta la doctora, parpadeando de su gráfica hacia mí.


—Píldora. —Puedo sentir a Pedro observándome de perfil y me pregunto si un rubor se ve en la piel tan verde como el mío.





8 Gracias.
9 Aproximadamente, ¿treinta y nueve? ¿Treinta y nueve y medio?