martes, 18 de noviembre de 2014
CAPITULO 63
Conducir al estudio esa tarde es definitivamente raro.
Esperaba sentirme nerviosa y nostálgica, pero me doy cuenta casi tan pronto como estoy en la carretera que a pesar de que he hecho este camino cientos y cientos de veces, mamá me acompañaba en cada viaje. En realidad, nunca he estado tras el volante en este viaje en particular.
Se desenrolla algo en mí, toma el control de un curso por el que he avanzado tan pasivamente por tanto tiempo. La calle del modesto centro comercial aparece justo después de la concurrida intersección en Linda Vista y Morena, y después de que estaciono, me toma unos minutos el procesar lo diferente que se ve. Hay un nuevo lugar brillante de yogur helado, un restaurant de emparedados. El gran espacio en que solía estar un restaurant chino es ahora un estudio de karate. Pero, escondido justo en el centro de la fila y actualizado con un nuevo cartel y exterior de ladrillo liso, está el estudio de Tina. Me esfuerzo por disminuir la grandiosa tensión en mi garganta y los nervios sacudiéndose en mi estómago. Estoy tan feliz de ver este lugar, sin importar lo diferente que se ve y también un poco
con el corazón roto porque no volverá a ser lo que era para mí.
Me siento mareada con las emociones, el alivio y la tristeza, y tanto de todo, pero no quiero a mamá o Helena o a Lola en estos momentos.
Quiero a Pedro.
Busco a tientas mi teléfono dentro de mi bolso. El aire caliente afuera parece presionarme como una muralla, pero lo ignoro, mis manos se sacuden mientras tecleo mi contraseña y encuentro la foto de Pedro en mi lista de favoritos.
Con respiraciones tan pesadas que en realidad me preocupo que pueda tener alguna especie de ataque de asma, escribo las palabras que sé que él ha estado esperando, las palabras que debía haber escrito el día que me fui: Me gustas, y presiono enviar. Siento haberme ido de la forma en que lo hice, agrego apresuradamente. Quiero que estemos juntos. Sé que es tarde allá, pero ¿puedo llamarte? Voy a llamar.
Dios, mi corazón late tan fuerte que puedo escuchar el zumbido de la sangre en mis oídos. Las manos me tiemblan y tengo que darme un momento, inclinarme contra mi coche para sostenerme. Cuando al fin estoy lista, abro mis contactos de nuevo y presiono su nombre. Toma un segundo conectar, antes de que el sonido del timbre aparezca en la línea.
Suena, y suena, y al final va al buzón de voz. Cuelgo sin dejar un mensaje. Sé que es mitad de la noche ahí, pero si su teléfono está encendido, que claramente lo está y él quisiera hablar conmigo, contestaría. Empujo hacia abajo el hilo de la inquietud y cierro los ojos, tratando de encontrar consuelo en lo bien que se siente siquiera admitirme a mí y a él que no estoy lista para que esto termine.
Abriendo la puerta del estudio, veo a Tina de pie dentro y sé por su expresión, mandíbula apretada, lágrimas agrupadas en sus párpados inferiores, que me ha estado observando desde que salí de mi carro.
Se ve mayor, como esperaba, pero también igual se serena y delicada como siempre, con su cabello canoso recogido en un moño apretado, su rostro desnudo de cualquier maquillaje excepto por su emblemático bálsamo labial rojo cereza. Su uniforme es el mismo: apretada camiseta de tirantes negra, pantalones de yoga negros, zapatillas de ballet. Un millón de recuerdos están envueltos en esta mujer.
Tina me jala en un abrazo y tiembla contra mí.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Consiguiéndolo.
Alejándose, me mira, con sus ojos azules muy abiertos. —Entonces, cuéntame.
No he visto a Tina en cuatro años, así que sólo puedo asumir que se refiere a cuéntamelo todo. Inicialmente, después de que me dieron de alta del hospital, vino a la casa de visita al menos una vez a la semana.
Pero, comencé a excusarme de por qué necesitaba estar fuera de la casa, o en el piso de arriba con mi puerta cerrada. Eventualmente, dejó de venir.
Aun así, sé que no necesito disculparme por la distancia. En cambio, le doy la versión más abreviada de los pasados cuatro años, terminando con Las Vegas, y Pedro, y mi nuevo plan. Cada vez la historia se vuelve más fácil, lo juro.
Quiero tanto este trabajo. Lo necesito para saber que estoy bien, que realmente estoy bien, así que me aseguro de sonar fuerte y calmada.
Estoy orgullosa de que mi voz no vacile ni una vez.
Sonríe cuando termino y admite—: Que te unas aquí es un sueño.
—Lo sé.
—Voy a hacer una pequeña observación antes de que nos
metamos de lleno en esto. Quiero estar segura de que recuerdas nuestra filosofía y que tus pies recuerdan qué hacer.
Mencionó una entrevista informal en el teléfono, pero no una sesión de instrucción real, por lo que mi corazón inmediatamente se pone a golpear rápidamente contra mi esternón.
Puedes hacerlo, Paula. Viviste y respiraste esto.
Nos movemos por el corto pasillo, pasando el estudio más amplio reservado para su clase de adolescentes y al estudio pequeño al final, usado para lecciones privadas y su clase de principiantes. Me sonrío, expectante de ver una línea de pequeñas niñas esperándome en leotardos negros, medias rosas y pequeñas zapatillas.
Cada cabeza gira a nosotras cuando la puerta se abre y mi
respiración sale de mi cuerpo en una exhalación aguda.
Seis niñas están alineadas en la clase, tres a cada lado de un hombre alto en el medio, con unos ojos verdes brillantes llenos de esperanza y travesuras cuando encuentran los míos.
Pedro.
¿Pedro?
¿Qué dem…?
Si él está aquí, entonces ya se encontraba en este edificio hace sólo media hora cuando llamé. ¿Vio que llamé? ¿Ha visto mis mensajes de texto?
Lleva puesta una camiseta negra ajustada que se aferra a los músculos de su pecho y un pantalón de vestir gris carbón. Sus pies están desnudos, sus hombros cuadrados al igual que las niñas a su costado, muchas de las cuales roban miradas y apenas suprimen risitas.
Lola y Helena lo enviaron aquí, estoy segura de ello.
Abro la boca para hablar, pero soy inmediatamente cortada por Tina, quien, con una sonrisa de complicidad, me pasa, con la barbilla en alto mientras anuncia a la clase—: Clase, esta es Mademoiselle Chaves, y…
—En realidad es Madama Alfonso —corrijo rápidamente y giro bruscamente hacia Pedro cuando lo escucho hacer un involuntario sonido de sorpresa.
La sonrisa de Tina es radiante. —Perdóneme. Madama Alfonso es una nueva instructora aquí y los dirigirá en sus estiramientos y su primera rutina. Clase, por favor ¿le dan la bienvenida a nuestra nueva profesora?
Seis niñas y una voz profunda cantan al unísono—: Hola, Madame Alfonso.
Me muerdo el labio, reprimiendo una risa. Encuentro sus ojos de nuevo y en un instante sé que leyó mis mensajes y que está frenando su propia emoción por estar aquí, por escuchar referirme como su esposa. Se ve cansado, pero aliviado y tenemos una conversación completa con sólo esa mirada. Me toma todas mis fuerzas no ir hacia él y ser envuelta en esos grandes y fuertes brazos.
Pero como si leyera mi mente, Tina se aclara la garganta
significativamente y parpadeo, enderezándome cuando respondo—: Hola, chicas. Y Monsieur Alfonso.
Unas risitas estallan pero son rápidamente aplastadas con una mirada penetrante de Tina. —También tenemos una visita hoy, como claramente lo han notado. Monsieur Alfonso está decidiendo si le gustaría inscribirse en la academia. Por favor, hagan todo lo posible por tener una buena conducta y muéstrenle cómo nos comportamos en el escenario.
Para mi absoluta diversión, Pedro se ve listo para meterse de lleno en el mundo de ser una pequeña bailarina. Tina retrocede contra la pared y la conozco lo suficientemente bien para saber que esto no es para nada una prueba; es sólo una sorpresa para mí. Podría reír por si fuera poco y les digo que empiecen sus estiramientos mientras hablo con Pedro. Pero él parece listo para la acción y quiero que ella vea que puedo hacer esto, incluso con la distracción más grande y más hermosa en el mundo justo enfrente de mí.
—Vamos a empezar con algo de estiramiento. —Pongo algo de música tranquila y le indico a las chicas que deben hacer lo que yo hago: sentada en el piso con mis piernas estiradas frente a mí. Me doblo, extendiendo los brazos hasta que las manos están en mis pies, diciéndoles—: Si esto duele, entonces doblen un poco sus piernas. ¿Quién puede contar quince por mí?
Todos son tímidos. Todos, excepto Pedro. Y por supuesto, cuenta tranquilamente en francés—: Un… deux… trois… —mientras las chicas lo miran y se contonean en el suelo.
Continuamos con los estiramientos: el estiramiento en barra en la barra de ballet más baja, el jazz split que hace que las niñas chillen y se tambaleen. Practicamos unas cuantas piruetas —aunque viva cien años, nunca dejaré de reírme ante la imagen de Pedro haciendo una pirueta— y les muestro un estiramiento de piernas extendidas, con mi pierna presionada plana contra una muralla. (Es posible que haga esto puramente para el beneficio de Pedro, pero nunca lo admitiré) Las chicas lo intentan, se ríen un poco más y unas cuantas se vuelven lo bastante valientes para empezar a mostrarle a Pedro qué hacer: cómo mantener los brazos y luego cómo hacer algunos de sus saltos y giros.
Cuando la clase toma un giro caótico y fuerte, Tina interviene, aplaudiendo y abrazándome. —Me encargaré desde aquí. Creo que tienes algo más de lo que encargarte. Te veré aquí el lunes en la tarde a las cinco.
—Te quiero tanto —digo, lanzando los brazos a su alrededor.
—También te quiero, cariño —dice—. Ahora, ve a decirle eso a él.
CAPITULO 64
Pedro y yo salimos del salón y nos deslizamos en silencio por el pasillo.
Mi corazón late con tanta fuerza, que parece desdibujar mi visión con cada pesado pulso. Puedo sentir su calor al moverse detrás de mí, pero estamos en silencio. Fuera del estudio y más allá de mi sorpresa inicial, estoy muy abrumada que al principio, ni siquiera sé cómo empezar.
Una briza caliente nos rodea cuando abrimos la puerta al exterior y Pedro me mira detenidamente, esperando mi señal.
—Cerise… —empieza y luego da un suspiro tembloroso.
Cuando encuentra mis ojos de nuevo, siento el peso de cada momento cronometrado de silencio. Su mandíbula se flexiona mientras nos miramos, y cuando traga, el hoyuelo aparece en su mejilla.
—Hola —digo, mi voz es tensa y sin aliento.
Da un paso hacia la acera pero aún parece alzarse sobre mí. —Me llamaste justo antes de que llegaras.
—Llamé desde el estacionamiento. Era mucho para procesar, estar aquí… No respondiste.
—No se permiten los teléfonos en el estudio —responde con una dulce sonrisa—. Pero vi la luz de la llamada en mi pantalla.
—¿Viniste directo desde el trabajo? —pregunto, levantando la barbilla para indicar su pantalón de vestir.
Asiente. Hay al menos rastrojo digno de un día ensombreciendo su mandíbula. La imagen de él al dejar el trabajo y dirigirse directo al aeropuerto —a mí— apenas teniendo el tiempo suficiente para arrojar unas pocas cosas en un bolsito es suficiente para debilitar mis rodillas.
—Por favor, no estés enojada —dice—. Lola llamó para contarme que te encontrabas aquí. Yo estaba de camino para encontrarlas a las tres en la cena. También, Helena mencionó que me quebraría las piernas junto con otros apéndices sobresalientes si no te trataba como te mereces.
—No estoy enojada. —Sacudo la cabeza, intentando aclararla—.Sólo… no puedo creer que en realidad estés aquí.
—¿Pensaste que simplemente me quedaría ahí y fijaría algún punto al azar en el futuro? No podía estar tan lejos de ti.
—Bueno… me alegro.
Puedo decir que él quiere preguntar, Entonces, ¿por qué te fuiste así? ¿Por qué al menos no me dijiste adiós? Pero no lo hace. Y también le doy un gran punto por eso. Porque a pesar de que mi entrada y salida de Francia fueron impulsivas, las dos veces él fue la razón: una feliz, la otra un corazón roto. Al menos, parece saberlo. En cambio, me mira, con sus ojos demorándose en mis piernas visibles bajo mis medias color piel, por debajo de mi falda corta de baile.
—Te ves hermosa —dice—. De hecho, te ves tan hermosa que estoy un poco perdido con las palabras.
Me siento tan aliviada que me tiro hacia delante. Me acurruca y su rostro está en mi cuello. Sus brazos parecen suficientemente grandes para envolver varias veces mi cintura. Puedo sentir su aliento en mi piel y la forma en que se sacude contra mí y cuando digo—: Esto se siente tan bien —sólo asiente y nuestro abrazo parece no terminar nunca.
Sus labios encuentran mi cuello, mi mandíbula y chupa y
mordisquea. Su aliento es cálido y mentolado, y susurra en francés algunas palabras que no puedo traducir, pero no necesito hacerlo.
Escucho amor y vida y mía y lo siento, y entonces sus manos acunan mi rostro y su boca está en la mía, con los ojos amplios y dedos temblorosos en mi mandíbula. Es un beso casto, sin lengua, nada profundo, pero la forma en que tiemblo contra él parece prometerle que hay mucho más, porque se aleja y luce victorioso.
—Vamos, entonces —dice, un hoyuelo profundo—. Déjame
agradecerles a tus chicas.
Muero de hambre por él, porque estemos solos, pero de alguna manera estoy aún más emocionada de tenerlo aquí, con mis amigos, así.
Tomando su brazo, lo jalo a mi coche.
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