Soy vagamente consciente de un puño golpeando fuertemente la puerta y me incorporo, desorientada. A mi lado, Pedro se pone derecho de golpe, mirándome con los ojos muy abiertos antes de lanzar las sábanas, ponerse los bóxers y salir corriendo de la habitación. Escucho su voz hablando con quien sea que esté ahí, gruesa con sueño y tan profunda.
Nunca lo había escuchado sonar severo antes. Debe de haber salido al pasillo y cerrado la puerta detrás de él, porque su voz desaparece después de un pesado clic. Trato de mantenerme despierta. Trato de esperarlo y asegurarme que todo está bien y decirle lo mucho que disfruto su voz. Pero debo estar más cansada de lo que creía y es el último pensamiento aturdido que tengo antes de que mis ojos se cierren de nuevo.
*****
Siento la ráfaga de aire debajo de las sábanas y pasa por mi piel a medida que Pedro sube de nuevo a la cama. Huele a él, como a césped, como a sal y especias. Ruedo para colocarme a su lado, mi mente todavía nublada y llena de imágenes de sueños acalorados... y tan pronto como su piel fría toca la mía, llamaradas deseosas se asientan en mi estómago. Lo quiero con una especie de anhelo instintivo apenas despierto. El reloj junto a la cama me dice que son casi las cuatro de la mañana.
Su corazón late con fuerza bajo mi palma, el pecho liso, duro y desnudo, pero atrapa mi mano errante con la suya, manteniéndola quieta, así que no puedo deslizarla hacia su estómago y más abajo.
—Paula —dice en voz baja.
Poco a poco recuerdo que tuvo que ir a la puerta. —¿Todo está bien?
Exhala con lentitud, obviamente tratando de calmarse, y siento más que ver su asentimiento en la oscuridad. El tragaluz sobre la cama deja entrar un brillante trozo de la luz de la luna, pero se corta a través de nuestros pies, iluminando solamente el borde de la cama.
Presiono mi cuerpo junto a su costado, deslizando mi pierna sobre la suya. Los músculos de sus cuádriceps están definidos y firmes bajo la piel suave y cálida, y me detengo cuando he llegado a su cadera, jadeando un poco cuando se arquea hacia mí y gime. Aún lleva sólo bóxers, pero debajo de mi muslo, se encuentra casi completamente duro.
Bajo mi palma, su corazón vuelve lentamente a la normalidad.
No puedo estar tan cerca de él, incluso media dormida, y no querer sentir más. Quiero las sábanas fuera y sus bóxers abajo. Quiero el calor de sus caderas presionando las mías.
Mientras murmullo en voz baja contra su piel y me muevo contra él, medio consciente, medio instinto, pasan varios
latidos largos antes de sentir que su cuerpo se revuelve por completo.
Pero lo hace, y con otro gemido silencioso, se gira para encararme, bajando sus bóxers por sus caderas sólo lo suficiente para que pueda liberar su erección.
—J’ai envie de toi16 —dice en mi cabello y frota la punta de su pene sobre mí, probando, antes de empujarse dentro con un agudo sonido de hambre—. Siempre te quiero.
Es sexo sin palabras ni pretensiones, sólo los dos trabajando para llegar al mismo lugar. Mis movimientos son lentos, llenos de perezosa somnolencia y esa valentía de plena noche que me hace rodar encima de él, descansando mi cabeza en su hombro al tiempo que me deslizo a lo largo de su longitud. Sus movimientos también son lentos, pero porque está siendo intencionalmente suave y cuidadoso conmigo.
Por lo normal es mucho más hablador. Quizá es por lo tarde, pero no me puedo sacudir la sensación de que está trabajando para sacarse del pasillo y regresar a la habitación.
Pero entonces, las manos de Pedro vagan por mis costados,
agarrándome de las caderas, y cualquier inquietud se disuelve, sustituido por un creciente y hormigueante placer.
—Follas tan bien —gruñe, alzando sus caderas en mí, encontrándose con mis movimientos a medio camino. Ya no es soñoliento y relajado. Estoy cerca, él está cerca, y persigo el sonido de su orgasmo tanto como puedo sentir el placer deslizándose por mis piernas y mi columna. Estoy tan llena de él, tan llena de sensaciones, es todo lo que soy: cristalina y caliente,hambrienta y salvaje.
Me empuja, así que me encuentro sentada derecha, sus manos sacudiendo mis caderas adelante y atrás sobre él, instándome a montarlo duro a medida que se empuja más profundo y más fuerte dentro de mí.
—Fóllame —gruñe, alcanzando con una mano mi pecho para sujetarlo toscamente—. Fóllame duro.
Y lo hago. Encuentro apoyo con mis manos sobre su pecho y me dejo ir, deslizándome sobre él una y otra vez. Nunca he sido tan salvaje arriba, nunca me llegué a mover tan rápido. La fricción entre nosotros es increíble, resbaladiza y brutal, y con un agudo gemido comienzo a venirme, mis uñas clavándose bruscamente en su piel, y sonidos tensos y desesperados salen de mis labios.
Quiero...
Tanto...
Venirme tan...
Duro, ah...
Oh, Dios mío.
Mi incoherencia saca un gruñido salvaje de su garganta y se sienta, sus dedos sujetándome las caderas y sus dientes presionados contra mi clavícula en lo que empuja duro en mi interior, viniéndose con un grito ronco después de una brutal estocada final.
Sus brazos forman una banda apretada alrededor de mi cintura en tanto presiona su rostro en mi cuello, recuperando el aliento. Me siento mareada, mis piernas ya duelen. No parece que quiera dejarme ir, pero necesito cambiar de posición, y cuidadosamente me levanto y me deslizo a su lado en la cama. Sin hablar, gira hacia mí, jalando mi pierna sobre su cadera y lentamente meciendo su pene aun duro a lo largo de mi clítoris mientras besa mi barbilla, mis mejillas, mis labios.
—Quiero más —admite en la habitación oscura—. No siento haber terminado.
Me agacho, lo vuelvo a deslizar cuidadosamente dentro de mí. No durará mucho, pero hay algo sobre sentirlo así, apenas balanceándose, sin espacio entre nosotros, el negro de la noche extendido sobre la cama como una sábana de terciopelo, que hace que mis huesos duelan con lo intenso que es entre nosotros.
—Sólo quiero hacerte el amor todo el día —dice contra mi boca y se coloca sobre mí—. No quiero pensar en el trabajo o amigos o incluso en comer. Sólo quiero existir sobre ti.
Con esto, recuerdo querer preguntarle qué ocurrió en la puerta. —¿Estás bien?
—Sí. Sólo quiero quedarme dormido en tu interior. Tal vez nuestros cuerpos hagan el amor otra vez mientras nuestros cerebros duermen.
—No, quiero decir —comienzo, con cuidado—, ¿quién estaba en la puerta?
Se queda quieto. —Perry.
Perry. El amigo que no fue a Las Vegas con el resto de ellos. —¿Qué quería?
Titubea, besándome el cuello. Finalmente, dice—: No lo sé. ¿A mitad de la noche? No lo sé.
16 Te deseo.