miércoles, 29 de octubre de 2014
CAPITULO 20
En la puerta, nuestro vuelo ya está siendo abordado, y tengo un momento de pánico pensando que tal vez él ya está en el avión cuando no puedo ubicarlo entre la masa de cabezas en fila dirigiéndose por la rampa. Busco salvajemente, autoconscientemente, y es una horrible sensación de ansiedad ahora que estoy aquí: diciéndole que cambié de opinión y quiero venir a Francia y…
Vivir con él.
Confiar en él.
Estar con él.
Requiere un tipo de valentía que simplemente no estoy segura de tener fuera de una habitación de hotel, donde todo es un juego temporal, o en un bar donde el licor me dejó encontrar el papel perfecto para interpretar toda la noche. Es posible que calcule mentalmente el peligro de estar relativamente borracha por la totalidad de las próximas semanas.
Una mano cálida se envuelve alrededor de mi hombro y me doy la vuelta, para mirar los amplios ojos verdes confusos de Pedro. Su boca se abre y se cierra un par de veces antes de sacudir su cabeza como si la estuviera despejando.
—¿Te dejaron venir aquí para decir adiós? —pregunta, pareciendo probar las palabras. Pero luego, mira más de cerca: Me he cambiado a unos pantalones blancos, una camiseta azul bajo una sudadera verde.
Tengo un equipaje de mano colgado encima de mi hombro, me he quedado sin aliento y llevo lo que sólo puedo imaginar es una mirada de pánico en mi rostro.
—Cambié de opinión. —Engancho mi bolso en mi hombro y observo su reacción: su sonrisa llega un poco demasiado lento para tranquilizarme inmediatamente.
Pero por lo menos sonríe, y parece genuina. Luego, me confunde aún más diciendo—: Creo que ahora no puedo estirarme y dormir en tu asiento.
No tengo ni idea de qué decir a eso, así que simplemente sonrió torpemente y bajo la mirada a mis pies. El asistente de la puerta llama a otra sección del avión para embarcar y el micrófono grazna bruscamente, lo que nos hace saltar a ambos.
Y entonces, parece que el mundo entero queda completamente en silencio.
—Mierda —susurro, mirando la manera en que vine. Es demasiado brillante, demasiado fuerte, demasiado lejos de Las Vegas o incluso la intimidad de su habitación de hotel en San Diego. ¿Qué diablos estoy haciendo?—. No tenía que venir. No…
Me hace callar, dando un paso más e inclinándose para besar mi mejilla. —Lo siento —dice cuidosamente, pasando de una mejilla a la otra—. De repente estoy muy nervioso. Eso no fue divertido. Estoy tan contento de que estés aquí.
Con una exhalación fuerte, me giro cuando presiona su mano en mi espalda baja, pero es como si nuestra burbuja climatizada hubiese sido perforada y hemos entrado tras bambalinas y las luces más deslumbrantes de la realidad.
Me presiona, sofocándome. Mis pies se sienten como si
estuvieran hechos de cemento mientras entrego mi boleto al asistente de la puerta, forzando una sonrisa nerviosa antes de subir la rampa.
Lo que conocemos son bares débilmente iluminados, bromas juguetonas, las sábanas limpias y nítidas de habitaciones de hotel. Lo que conocemos es la posibilidad no correspondida, la tentación de la idea. La fantasía. La aventura.
Pero cuando se elige la aventura, se convierte en la vida real.
CAPITULO 19
Ahora estoy segura de saber lo que quiere decir la frase ―piernas temblorosas porque estoy temiendo tener que salir de mi coche y utilizar mis piernas. He estado con tres personas además de Pedro, pero incluso con Lucas, el sexo nunca fue así. Sexo, donde es tan abierto y honesto que incluso después de que se termina y el calor se ha disipado y Pedro ya no está siquiera aquí a mi lado, lo habría dejado hacer cualquier cosa.
Me hace desear recordar mejor nuestra noche en Las Vegas. En ese momento tuvimos horas juntos, en lugar de unos pocos y miserables minutos esta noche. Porque de alguna manera, sabía que fue más honesto y libre y sin dudas que esto.
El fuerte golpe al cerrar mi puerta del coche resuena en nuestra tranquila calle suburbana. Mi casa se ve oscura, pero es demasiado pronto para que todos estén en la cama.
Con el clima caliente del verano, lo más probable es que mi familia esté en el patio trasero, con una cena tardía.
Pero una vez que estoy dentro, no escucho nada más que silencio.
La casa está a oscuras en todas partes: en la sala de estar, la habitación familiar, la cocina. El patio está tranquilo, cada habitación de arriba desierta. Mis pasos golpean silenciosamente en el azulejo español en el baño, pero se quedan en silencio mientras me muevo a lo largo del pasillo alfombrado. Por alguna razón, entro en cada habitación... sin encontrar a nadie. En los años desde que empecé la universidad, antes de mudar mis cosas de vuelta a mi antiguo dormitorio sólo unos días atrás, no he estado ni una vez sola en esta casa, y la comprensión me golpea como un empujón físico. Siempre hay alguien cuando estoy aquí: mi madre, mi padre, uno de mis hermanos. Cuán extraño es esto. Sin embargo, ahora me han dado algo de tranquilidad.
Se siente como un indulto. Y con esta libertad, una corriente de electricidad se enrolla a través de mí.
Podría irme sin tener que enfrentarme a mi padre.
Podría irme sin tener que explicar nada.
En un destello impulsivo y caliente, estoy segura de que esto es lo que quiero. Corro a mi habitación, encuentro mi pasaporte, me arranco el vestido y me pongo ropa limpia antes de cargar la maleta más grande del armario del pasillo. Meto todo lo que puedo encontrar en mi cómoda, y luego prácticamente limpio mi mostrador del baño con un movimiento de mi brazo en mi estuche de artículos de tocador. La maleta pesada golpea las escaleras detrás de mí y cae otra vez en el pasillo mientras empiezo a garabatear una nota para mi familia. Las mentiras salen y lucho para tratar de no decir demasiado, no sonar tan maníaca.
¡Tengo una oportunidad de ir a Francia por un par de semanas!
También un boleto gratis. Estaré con una amiga del papá de Helena. Es dueña de un pequeño negocio. Les contaré sobre esto más tarde, pero estoy bien. Llamaré.
Con amor,
Paula.
Significa la posibilidad de no volver a ver a Pedro.
Miro el reloj: sólo tengo cuarenta y cinco minutos hasta de que despegue el avión.
Arrastrando mi maleta hacia el coche, la lanzo Al maletero y corro al lado del conductor, le envío un mensaje de texto a Helena: Lo que sea que mi padre te pregunte sobre Francia, sólo di que sí.
A sólo tres cuadras de mi casa, puedo escuchar mi teléfono
zumbando en el asiento del pasajero, sin duda con su respuesta; Helena rara vez suelta su teléfono, pero no puedo mirar ahora. Sé lo que veré de todos modos, y no estoy segura de cuándo mi cerebro se calmará suficiente para responder su ¡¿QUÉ??
Su: ¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO?
Su: ¡¡LLÁMAME EN ESTE PUTO MOMENTO, PAULA CHAVES!!
Así que en su lugar, me estaciono; estoy siendo optimista y me coloco en el estacionamiento de larga estadía. Arrastro mi maleta en la terminal. Me registro, instando silenciosamente a que la mujer en el mostrador de boletos se mueva más rápido.
—Llegas muy apenas —dice con una mueca de desaprobación—. Puerta cuarenta y cuatro.
Asintiendo, coloco una mano nerviosa sobre el mostrador y
desaparezco rápidamente una vez que me entrega mi boleto, doblado cuidadosamente en un sobre de papel. La seguridad está muerta la noche de los martes, pero una vez que he terminado, el largo pasillo hasta la puerta al final se cierne delante de mí. Estoy corriendo demasiado rápido como para estar preocupada por la reacción de Pedro, pero la adrenalina no es suficiente para ahogar la protesta de mi fémur permanentemente débil mientras corro rápidamente.
CAPITULO 18
Niego con la cabeza, incapaz de encontrar las palabras, y gime por la frustración y el placer mientras lentamente se empuja dentro. Pierdo mi aliento, perdiendo mi capacidad de respirar o incluso de preocuparme que lo necesito, y levanto las piernas, queriéndolo más profundo, queriendo sentirlo entrar para siempre. Está pesado, grueso, tan duro que cuando sus caderas encuentran mis muslos me cierno al borde de la incomodidad. Es el único que me hace perder el aliento, haciéndome sentir como que no hay suficiente espacio en mi cuerpo para él y el aire al mismo tiempo, pero nada nunca se ha sentido tan bien.
Le diría que cambié de opinión, me iré con él, si pudiera encontrar las palabras, pero con los brazos apoyándose al lado de mi cabeza, empieza a moverse y es diferente a cualquier cosa. Es diferente a todo lo demás. El arrastre lento y sólido de él dentro de mí construye un dolor tan bueno que es suficiente para hacerme sentir un poco trastornada ante la idea de que la sensación terminará en algún momento.
Me está dando un suave calentamiento, sus ojos en los míos mientras sale lentamente, más lentamente incluso empuja de nuevo, de vez en cuando se agacha para deslizar su boca sobre la mía. Pero cuando raspo mi lengua por sus dientes, y se sacude hacia adelante, agudo e inesperado, escucho mi propio jadeo apretado, y eso desencadena algo en él. Empieza a moverse, duro y sin problemas sobre mí, empujes perfectos curvando sus caderas.
Realmente no sé cuántas veces tuvimos sexo la otra noche, pero debe haber descubierto lo que necesito, y parece que le encanta verse a sí mismo dándomelo. Se empuja hacia arriba sobre sus manos, arrodillándose entre mis piernas abiertas, y ya sé que cuando me venga, será diferente a todo lo que he sentido antes. Puedo escuchar sus respiraciones salir en gruñidos y mis propias exhalaciones agudas. Puedo oír el golpeteo de la parte delantera de sus muslos contra el interior de los míos, y los golpes resbaladizos y suaves de él moviéndose dentro y fuera de mí.
No necesitaré sus dedos o los míos o un juguete. Nos adaptamos. Su piel deslizándose a través de mi clítoris una y otra, y otra vez.
Lola tenía razón cuando bromeó sobre cómo seríamos Pedro y yo: es el misionero, y hay contacto visual, pero no es precioso o de forma romántica como ella quería decir. No puedo imaginar no mirarlo. Sería como tratar de tener sexo sin tocar.
El placer sube por mis piernas como una enredadera,
construyéndose en un rubor que puedo sentir extendiéndose por mis mejillas, a través de mi pecho. Estoy aterrorizada porque perderé esta sensación, que estoy persiguiendo algo que en realidad no existe, pero se está moviendo más rápido y más fuerte, tan fuerte que tiene que sostener mis caderas con las manos para no empujarme fuera de la cama. Sus ojos se arrastran sobre mis labios jadeantes y mis pechos que rebotan con sus embestidas. La forma en que me folla hace que mi cuerpo se sienta voluptuoso por primera vez en mi vida.
Abro la boca para decirle que estoy cayendo y no sale nada, sólo un grito por más y sí, y esto y sí y sí. El sudor cae de su frente en mi pecho y rueda en mi cuello. Está trabajando muy duro, conteniéndose tanto, esperando, esperando, esperando por mí. Me encanta el control, el hambre y la determinación en su hermoso rostro y estoy al borde, justo ahí.
El calor se precipita a través de mi cuerpo una fracción de segundo antes de que caiga.
Lo ve pasar. Observa, su boca separada con alivio, con los ojos ardiendo en victoria. Mi orgasmo se estrella sobre mí con tanta fuerza, consumiéndome, ya no soy yo misma. Soy la salvaje jalándolo sobre mí, excitándome por él y agarrando su trasero para empujarlo más profundo.
Soy desesperación pura debajo de él, mendingando, mordiendo su hombro, extendiendo mis piernas tan abiertas como pueden.
El salvajismo lo enloquece. Puedo oír las sábanas saltando del colchón y sentirlas amontonándose detrás de mí mientras él las agarra para sostenerse, moviéndose con fuerza suficiente como para que el cabecero agriete las paredes.
—Oh —gime, el ritmo creciendo agotadoramente. Entierra su cara en mi cuello, gimiendo—: Aquí. Aquí. Aquí.
Y entonces, abre su boca en mi cuello, succionando y presionando, sacudiendo los hombros sobre mí cuando se viene. Deslizo mis manos sobre su espalda, disfrutando la definición agrupada de su postura tensa, la curva de su espalda mientras se queda tan profundamente como puede.
Me muevo debajo de él para sentir su piel en la mía, mi sudor mezclado con el suyo.
Se levanta sobre los codos y se cierne sobre mí, todavía latiendo dentro mientras presiona sus palmas en mi frente y las desliza sobre mi cabello.
—Es demasiado bueno —dice contra mis labios—. Es tan bueno, Cerise.
Y luego, se acerca entre nosotros para agarrar el condón, sacándolo y quitándoselo. Lo deja caer a ciegas en los alrededores de la mesita de noche y se derrumba a mi lado en el colchón, arrastrando su mano izquierda por su cara, su pecho sudoroso, donde la deja reposar sobre su corazón.
Soy incapaz de apartar la mirada de la banda de oro en su dedo anular. Su estómago se tensa con cada inhalación irregular, sacudiéndose con cada exhalación forzada.
—Por favor, Paula.
Hay una última negativa en mí, y la dejo salir. —No puedo.
Cierra los ojos y mi corazón se astilla, imaginando no volver a verlo.
—Si no hubiéramos estado borrachos y locos y terminando casados... ¿habrías venido conmigo a Francia? —pregunta—. ¿Sólo por la aventura?
—No sé. —Pero la respuesta es, que podría haberlo hecho.
No tengo que mudarme a Boston aún; planeo hacerlo, pronto, porque tengo que dejar mi apartamento del campus, pero no quiero regresar con mis padres por todo el verano.
Un verano en París después de la universidad es lo que una mujer de mi edad debería hacer. Con Pedro, sólo como un amante, tal vez incluso sólo como un compañero de piso, sería una aventura salvaje.
No tendría el mismo peso de mudarme con él durante el verano, como su esposa.
Sonríe, un poco triste, y me besa.
—Dime algo en francés. —Lo he escuchado decir cientos de cosas, mientras que está perdido en placer, pero esta es la primera vez que se lo he pedido, y no sé por qué lo hago.
Parece peligroso, con su boca, su voz, su acento como el chocolate caliente.
—¿Hablas algo de francés?
—¿Además de ―Cerise?
Sus ojos se posan en mis labios y sonríe. —Además de eso.
—Fromage. Château. Croissant3.
Repite ―croissant en voz baja riendo, y cuando lo dice, suena como una palabra completamente diferente. No sabría cómo deletrear la palabra que acaba de decir, pero me hace querer tirarlo encima de mí otra vez.
—Bueno, en ese caso, te puedo decir : Je n'ai plus désiré une femme comme je te désire depuis longtemps. Ça n’est peut-être même jamais arrivé.4—Se aleja, estudia mi reacción como si fuera capaz de descifrar una sola palabra—. Est- ce totalement fou? Je m'en fiche.5
Mi cerebro no puede traducir mágicamente las palabras, pero mi cuerpo parece saber que ha dicho algo tremendamente íntimo.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
Asiente. —Por supuesto.
—¿Por qué no simplemente lo anulas?
Tuerce la boca hacia un lado, la diversión llenando sus ojos. — Porque tú lo escribiste en nuestros votos matrimoniales. Ambos juramos seguir casados hasta el otoño.
Pasan varios segundos antes de que consiga superar el shock de eso.
Seguro era una pequeña mandona. —Pero no es un matrimonio real — digo en voz baja, y finjo que no veo cuando se estremece un poco—. De todos modos, ¿qué significan esos votos si planeamos romper todos los otros sobre ―hasta que la muerte nos separe?
Se gira y se sienta en el borde de la cama, de espaldas a mí. Se inclina, presionando las manos sobre su frente. —No sé. Trato de no romper promesas, supongo. Todo esto es muy raro para mí; por favor, no supongas que sé lo que estoy haciendo porque me estoy sosteniendo firme en este punto.
Me siento, gateo hacia él, y lo beso en el hombro. —Parece que tengo un matrimonio falso con un chico muy agradable.
Se ríe, pero luego se levanta, alejándose de mí otra vez.
Puedo sentir que necesita la distancia y oprime un pequeño dolor entre mis costillas.
Esto es todo. Aquí es cuando debería irme.
Se pone su ropa interior y se apoya en la puerta del armario,
mirándome mientras me visto. Subo las bragas por mis piernas, y todavía están húmedas de mí, también de su boca, aunque la humedad se siente fría ahora. Cambiando de parecer, los tiro en el suelo y me pongo el sujetador y mi vestido y me deslizo en mis sandalias.
Pedro sin decir palabra me da su teléfono y me mando un mensaje para que tenga mi número. Cuando se lo devuelvo, estamos parados, mirando a cualquier cosa menos al otro durante unos dolorosos latidos.
Alcanzo mi bolso, sacando goma de mascar, pero rápidamente se mueve hacia mí, deslizando sus manos por mi cuello hasta acunar mi rostro.
—No. —Se acerca, chupando mi boca de la forma en que parece que le gusta tanto—. Sabes a mí. Yo a ti. —Se inclina, lamiendo mi lengua, mis labios, mis dientes—. Me gusta tanto esto. Quédate así, sólo por un rato.
Su boca baja por mi cuello, mordisqueando mi clavícula, y en donde mis pezones se presionan debajo de mi vestido.
Chupa y lame, jalándolos en la boca hasta que se empapa la tela. Es negra, por lo que nadie más que nosotros lo sabrá, pero sentiré la presión fría de su beso después de
que salga de la habitación.
Quiero llevarnos de nuevo a la cama.
Pero permanece ahí, estudiando mi rostro por un momento.
—Se buena, Cerise.
Me pasa sólo ahora que estamos casados, y estaría engañando a mi marido si me acostara con alguien más este verano. Pero la idea de alguien más consiguiendo a este hombre hace que hierva de rabia en mi vientre. No me gusta la idea en absoluto, y me pregunto si ese es el mismo fuego que veo en su expresión.
—Tú también —le digo.
3 Queso. Castillo. Croissant.
4 Yo no he deseado a una mujer como te deseo a ti desde hace mucho tiempo.
5 Eso quizá jamás sucederá. ¿Es esto una locura? No me importa.
CAPITULO 17
Pedro abre la puerta y suelta una enorme sonrisa, que se desvanece poco a poco cuando ve que he venido con las manos vacías, sin maleta.
Nada más que mi pequeña bolsa cruzada sobre mi pecho.
—No puedo ir a Francia contigo —comienzo, mirándolo con los ojos muy abiertos. Mi pulso se siente como un pesado tambor en la garganta—.Pero tampoco quiero ir a casa.
Da un paso a un lado para dejarme pasar, dejo caer mi bolsa en el suelo y giro para verlo. Hay realmente una sola razón por la que estoy aquí, en esta habitación de hotel, y creo que los dos lo sabemos. Es fácil pretender ser la amante en una película, viniendo al hotel para una última noche juntos. No tengo que trabajar para ser valiente cuando es seguro así como es: él se va. Llega a ser casi como un juego. Una obra. Un papel.
No sé cuál Paula se está apoderando de mi cuerpo, pero estoy dejando fuera todo menos lo que se siente al estar tan cerca de este chico. Sólo tengo que dar un paso más y me encuentra a mitad del camino, deslizando ambas manos en mi pelo y cubriendo mi boca con la suya. Océano, verde y aun el olor persistente de mí en su ropa.
Su sabor, ah. Quiero sentirme tan llena de él que cualquier otro pensamiento se disuelve bajo el calor de ello. Quiero su boca en todas partes, succionándome como lo hace. Me encanta la forma en que ama mis labios, cómo, después de sólo una noche juntos, sus manos ya conocen mi piel.
Me lleva de espaldas hacia la cama, labios, lengua y dientes sobre mis mejillas, boca y mandíbula. Caigo hacia atrás cuando mis rodillas golpean la cama.
Jala el dobladillo de mi vestido y me desviste en un solo tirón decidido, luego se acerca detrás de mí, para liberar mi sujetador con un pequeño desliz de sus dedos. Me hace sentir como si fuera algo para revelar, algo para deleitarse.
Soy la recompensa al final de su truco de magia, expuesta por debajo de la capa de terciopelo. Sus ojos examinan mi piel y puedo ver su propia impaciencia: la camisa arrojada al otro lado de la habitación, dedos tirando de su cinturón, chasqueando la lengua en el aire, buscando mi sabor.
Pedro se da por vencido en desvestirse, en vez de eso se pone de rodillas en el suelo, entre mis muslos, abriéndome, besándome a través de la tela de mi ropa interior.
Mordisquea y tira, chupa y lame con impaciencia antes de deslizar el último artículo que queda de ropa por mis piernas.
Jadeo cuando se inclina hacia delante, cubriendo mi piel más sensible con una larga y lenta lamida. Su aliento se siente como pequeñas ráfagas de fuego cuando besa mi clítoris, mi hueso púbico, mi cadera.
Empujo hacia arriba, apoyándome sobre mis manos para mirarlo.
—Dime lo que necesitas —dice, su voz ronca contra mi cadera.
Con esto, recuerdo débilmente que me hizo venir con sus manos y cuerpo, pero no con su boca. Puedo sentir la necesidad de conquistar esto, y me pregunto cuánto tiempo trató antes de que me volviera impaciente, tirando de él hacia arriba y dentro de mí.
La verdad es que no estoy segura de lo que necesito. El sexo oral siempre ha sido una parada en el camino a otro lugar. Una manera de ponerme mojada, para hacer el circuito de mi cuerpo. Nunca algo terminado hasta que me sacuda, sude y maldiga.
—C–chupa —digo, adivinando.
Abre la boca, chupando perfectamente por un soplo de tiempo y luego demasiado. —No tan fuerte. —Cierro los ojos, encontrando el coraje para decirle—: Como me chupas el labio.
Es exactamente la instrucción que necesitaba y caigo hacia atrás contra el colchón sin pensar, mis piernas abiertas ampliamente, y con esto se vuelve salvaje. Las palmas firmemente plantadas en mis muslos internos para mantener mis piernas abiertas, sonidos presionando en mí, vibrando a
través de mí.
Una de sus manos me deja y lo puedo sentir moviéndose, puedo sentir el cambio de su brazo. Apoyándome en un codo, bajo la mirada y me doy cuenta que está tocándose, sus ojos en mí, febril.
—Déjame —le digo—. También quiero probarte.
No sé de donde vienen estas palabras; no soy yo misma en estos momentos. Tal vez nunca soy yo con él. Asiente, pero no deja de mover su mano. Me encanta. Me encanta que no es raro o tabú. Está perdido en mí, esta duro, está sucumbiendo en la necesidad de su propio placer, mientras me da el mío. Mientras besa, chupa y lame con tanta hambre desinhibida, temo que no seré capaz de llegar y su entusiasmo y esfuerzo serán en vano. Pero entonces, siento el apretado tirón, al borde de algo que crece más y más grande con cada respiración en mi piel. Enlazo mis manos en su pelo, me balanceo hacia arriba contra él.
—Oh, Dios.
Gime, su boca ansiosa, los ojos en mí, amplios y emocionados.
Disfruto el oleaje apretado de mis tendones, músculos, sangre corriendo tan acalorada y urgente en mis venas.
Puedo sentirlo construirse,extendiéndose y corriendo por mis extremidades, explotando entre mis piernas. Estoy jadeando, ronca y sin sentido, sin ofrecer palabras, sólo los
sonidos agudos. El eco de mi orgasmo repiquetea a nuestro alrededor mientras caigo de nuevo en la almohada.
Me siento drogada, y con esfuerzo lo alejo de donde sus labios presionan contra mi muslo para poder sentarme. Se tambalea, los pantalones deshechos y colgando bajos sobre sus caderas. Levanto la vista hacia él, y de la luz que sale del baño puedo ver cuán húmeda tiene la boca, de mí, como si hubiera estado cazando, como si me hubiera atrapado y devorado.
Pasa su antebrazo por toda su cara, se acerca más a la cama justo cuando me inclino hacia delante y lo tomo en mi boca.
Desesperado, clama—: Estoy cerca.
Es una advertencia. Puedo sentirlo en los empujes sobresalientes de sus caderas, la tensa hinchazón de la cabeza de su polla, la forma en que agarra mi cabeza como si quisiera retroceder, hacer que esto dure más tiempo, pero no puede. Folla mi boca, pareciendo saber ya que está bien, y después de sólo seis intensos golpes sobre mi lengua y dientes y labios, se mantiene quieto, en el fondo y viniéndose con un gemido ronco y bajo.
Alejo mi boca y pasa un dedo tembloroso a través de mi labio mientras trago.
—Tan bueno —exhala.
Caigo en la almohada y siento como mis músculos han sido
completamente silenciados tras el frenesí de mi entrada en la habitación.
Estoy pesada y entumecida, y aparte del pesado eco de placer entre mis piernas, lo único que puedo sentir es mi sonrisa.
La habitación se ha vuelto de color rosa con el sol del atardecer filtrándose por la ventana, y Pedro se cierne sobre mí apoyándose en sus brazos rígidos, respirando con dificultad. Siento su mirada sobre mi piel, quedándose en mis pechos, y sonríe al mismo tiempo que siento mis pezones tensarse.
—Dejé marcas sobre ti la otra noche. —Se inclina, soplando aire a través de un pico—. Lo siento.
Me río y tiro de su cabello juguetonamente. —No suenas apenado.
Me sonríe, y cuando retrocede para admirar su obra de nuevo, me rindo al instinto desconocido de cruzar los brazos sobre mi pecho. En danza, mi pequeño cuerpo era un beneficio; mis senos pequeños eran un impedimento ideal.
Pero en la piel desnuda y el mundo del sexo, no puedo
imaginar a mis copas 32B lograrlo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, tirando de mi antebrazo mientras se arranca los pantalones—. Es demasiado tarde para ser tímida conmigo ahora.
—Me siento muy pequeña.
Se ríe. —Eres muy pequeña, Cerise. Pero me gusta cada pequeño centímetro de ti. No he visto tu piel en horas. —Inclinándose, hace círculos sobre el pezón con la lengua—. Descubrí que tienes unos pechos sensibles.
Sospecho que tengo sensible todo cuando es él quien me toca.
Su palma se extiende por un pecho mientras chupa el otro y su lengua empieza a moverse en pequeños círculos apremiantes. Revive el delicioso latido entre mis piernas.
Creo que también lo sabe, porque la mano acunando mi pecho se desliza por encima de mis costillas, a través de mi estómago, por debajo de mi ombligo, y entre mis piernas, pero nunca detiene los círculos con su lengua.
Y luego, sus dedos están ahí, dos de ellos presionando, y está haciendo los mismos círculos con el mismo ritmo, y es como si una banda ajustada conectara entre el lugar donde está la lengua y los dedos, tirando más y más fuerte, más y más caliente. Estoy arqueándome en la cama y agarrando su cabeza, rogándole con una voz ronca por favor, por favor, por favor.
El mismo ritmo, ambos lugares, y me preocupa que me derrumbaré, me fundiré en la cama o simplemente me disolveré en la nada cuando zumba sobre mi pezón, sus dedos presionando más fuerte, y luego disminuye sólo el tiempo suficiente para preguntarme—: ¿No me dejarás oírte una vez más?
No sé si podría sobrevivir a esto. No puedo sobrevivir sin esto.
Con él, mis sonidos son roncos y libres, no parezco contener las palabras de placer, y es completamente sin pensar. Ofrezco todo y mis sonidos lo estimulan hasta que está chupando frenéticamente y estoy arqueándome en su mano, gritando...
Me vengo.
Me vengo.
Tres dedos se hunden en mí, el talón de su mano ahuecándome desde el exterior. Es un placer tan intenso que duele. O tal vez es saber lo fácil y lo bueno que es, y que tengo que o rendirme o hacer algo loco para mantenerlo. Mi orgasmo dura tanto tiempo que paso por estos dos escenarios en múltiples ocasiones durante el placer más intenso del mismo.
Dura el tiempo suficiente para que quite los labios de mi pecho y los mueva a mi rostro y me bese, absorbiendo todos mis sonidos en su boca.
Dura el tiempo suficiente como para que me diga que soy la cosa más hermosa que jamás haya visto.
Mi cuerpo se tranquiliza y sus besos disminuyen hasta que son sólo pequeños deslizamientos de sus labios sobre los míos. Yo sabía a él y él a mí.
Se inclina sobre un lado de la cama para sacar un condón del bolsillo de sus pantalones. —¿Estás muy dolorida? —pregunta, sosteniéndolo en alto al preguntar.
Estoy dolorida, pero no creo que pueda estar demasiado cansada para sentirlo. Necesito recordar exactamente como es. La esquirla esparcida de mi memoria no será suficiente si tengo que dejarlo ir esta noche. No respondo en voz alta, pero lo jalo sobre mí, doblando mis rodillas a sus costados.
Se arrodilla, sus cejas fruncidas mientras rueda el condón por su longitud. Quiero sacar mi teléfono, tomar fotografías de su cuerpo y su grave expresión concentrada. Necesito las fotos, así puedo decir: ¿Lo ves, Paula? Tenías razón sobre su piel. Es tan suave y perfecta como la recuerdas.
Quiero capturar de alguna manera la forma en que sus manos están temblando con urgencia.
Cuando termina, coloca una mano por mi cabeza y usa la otra para guiarse a mí. Al momento en que puedo sentir su pesada presión, se me ocurre que nunca me he sentido tan impaciente en mi vida. Mi cuerpo quiere devorar el suyo.
—Regresa conmigo —dice, apenas entrando, y retrocediendo otra vez. Una tortura—. Por favor, Paula. Sólo por el verano.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)