Espero hasta que termina de cepillarse los dientes y deslizarse en la cama vistiendo sólo su bóxer, antes de ir al baño después de él. —Ya voy.
Me cepillo los dientes, lavo mi cara y le digo a mi reflejo que deje de pensar demasiado en todo. Si el hombre quiere sexo, dale sexo. Quiero sexo. ¡Vamos a tener sexo! En silencio me dirijo hacia la oscuridad. Mi estómago está cálido, el espacio entre mis piernas punzante y listo y eso es todo, creo. Aquí es cuando comienza la diversión, cuando puedo disfrutar de él, de esta ciudad y de este pequeño fragmento de vida donde no tengo a nadie más por el que preocuparme, sólo él y yo.
La luna ilumina un camino desde el pequeño cuarto de baño hasta los pies de la cama. Salgo del baño y camino hacia allí para poder meterme a la cama junto a él. Es cálido y su jabón y loción de afeitar activan inmediatamente el hambre que he echado de menos desde hace días, esa necesidad desesperada por la urgencia que apodera sus manos, sentirlo besándome y moviéndose sobre mí. Pero incluso cuando deslizo mi mano hasta su estómago y sobre su pecho, se queda quieto, sus extremidades pesadas a mi lado.
La primera vez que abro la boca no sale nada, pero la segunda vez me las arreglo para susurrar—: ¿Quieres tener sexo? —Me estremezco ante las palabras duras, susurradas libres de matices o de seducción.
No responde y me desplazo más cerca, el corazón desbocado mientras me acurruco en torno a su cuerpo duro y caliente. Está profundamente dormido, sus respiraciones sólidas y constantes.
******
Otra vez se levanta antes que yo, esta vez viste un traje oscuro y una camisa negra. Parece listo para una sesión fotográfica: fotografías en blanco y negro tomadas por sorpresa en la esquina de la calle, la mandíbula fuerte tallada en una sombra en el cielo detrás de él. Se inclina
sobre mí, a punto de darme un beso casto en los labios cuando mis ojos se abren.
Se dirige desde mi boca a mi frente y mi estómago se hunde cuando me doy cuenta que es lunes y de nuevo, va a estar trabajando todo el día.
—Siento lo de anoche —dice en voz baja en mi oído.
Cuando se echa hacia atrás, su mirada parpadea y se centra más bien en mis labios.
Tuve sueños, sin embargo, sueños sexys, y no estoy lista para que se vaya. Aún puedo imaginar la sensación de sus manos y labios, y su voz ronca después de horas y horas debajo de mí. El sueño todavía nubla mis pensamientos, por lo que me hace lo suficientemente valiente para actuar. Sin pensarlo jalo su brazo y lo pongo debajo de las sábanas
conmigo.
—Soñaba contigo —le susurro, sonriendo adormilada.
—Paula…
En un primer momento está inseguro de lo que hago y noto cuando entiende mientras arrastro su mano debajo de mis costillas, por encima de mi ombligo. Sus labios se abren, sus ojos se hacen pesados. Pedro toca mis caderas hasta la mitad con su mano, deslizando sus dedos entre mis piernas y probándome.
—Paula —se queja con una expresión que no puedo leer.
Una parte es anhelo y otra parte algo que se parece más a la ansiedad. A la orilla, la conciencia se escurre dentro.
Oh mierda.
Su chaqueta de traje se dobla sobre su otro brazo y la bolsa de su ordenador portátil cuelga de su hombro. Estaba apurado por irse.
—Oh. —El rubor de vergüenza se arrastra hasta mi cuello. Empujando su mano de mi cuerpo, comienzo—: Yo no…
—No te detengas —dice, apretando la mandíbula.
—Pero te vas…
—Paula, por favor —dice, con una voz tan baja y suave que gotea sobre mí como la miel caliente—. Quiero esto.
Su brazo tiembla, sus ojos se cierran y dejo que los míos hagan lo mismo antes de estar completamente despierta, antes de perder los nervios. ¿Qué pensaba en Las Vegas?
Que quería una vida diferente.
Quería ser valiente. No era valiente, pero fingí serlo.
Con los ojos cerrados, puedo fingir más. Soy la bomba de sexo que no se preocupa por su trabajo. Soy la esposa insaciable. Soy la única que él quiere.
Estoy empapada e hinchada y es irreal el ruido que hace cuando desliza los dedos en mí: un profundo gemido sordo. Podría venirme con apenas una exhalación a través de mi piel. Estoy tan excitada y cuando parece querer explorarme, tomarme el pelo, me levanto entre sus dedos, buscando. Me da dos, empujando directamente dentro de mí y agarro su
antebrazo, meciéndome hacia arriba, jodiendo su dedo. No puedo detenerme el tiempo suficiente para preocuparme lo desesperada que parezco.
El calor trepa por mi piel y pretendo que es el calor de los reflectores.
—Oh, déjame ver —susurra—. Libéralo.
—Ahh —jadeo. Mi orgasmo toma forma alrededor de los bordes, la sensación cristaliza y luego construye, arrastrándose desde donde su pulgar ahora circula frenéticamente contra mi piel hasta que mi orgasmo me golpea. Agarrando su brazo con las dos manos, gimo, ondulando alrededor de sus dedos. Mis piernas, brazos y columna se sienten fluidos, llenos de calor líquido y fundido mientras el alivio inunda mi torrente sanguíneo.
Abro los ojos. Pedro se mantiene quieto y luego saca lentamente los dedos de mí, deslizando su mano de debajo de las sábanas. Me mira mientras la conciencia finalmente empuja el sueño por completo a un lado. Con la otra mano, engancha la bolsa más alto en su hombro. La habitación parece marcar la tranquilidad y a pesar de que trato de
encontrar mi confianza fingida, puedo sentir mi pecho, mi cuello y mi cara entrando en calor.
—Lo siento, yo…
Me calla con sus dedos húmedos pegados a mi boca. —No lo hagas —gruñe—. No te retractes.
Atrapa sus dedos con sus labios al presionarlos sobre los míos y luego desliza su lengua a través de sus dedos, a través de mi boca, saboreándome y liberando una dulce exhalación de alivio. Cuando se aleja lo suficiente para centrarme en sus ojos, están llenos de determinación. —Esta noche volveré a casa temprano.
Pedro se ha ido cuando me despierto y la única prueba que tengo de que regresó es una nota en la almohada diciéndome que estuvo en casa durante un par de horas y durmió en el sofá para no despertarme.
Juro que puedo sentir algo romperse dentro de mí. Me fui a la cama en una de sus camisetas limpias y nada más. Los nuevos esposos no duermen en el sofá. Los nuevos esposos no se preocupan por despertar a su nueva y desempleada, esposa turista en mitad de la noche.
Ni siquiera recuerdo si me beso la frente de nuevo antes de irse, pero una gran parte de mí quiere enviarle un mensaje y preguntarle, porque empiezo a pensar que la respuesta a esa pregunta me va a decir si debería quedarme o reservar el vuelo de mi viaje de regreso a casa.
Es fácil distraerme y llenar mi segundo día sola en París: deambulo por las exposiciones y jardines en el Museo Rodin y luego enfrento las interminables colas en la Torre Eiffel… pero la espera vale la pena. La vista desde la cima es irreal.
París es impresionante a nivel de calle y cientos de pisos de altura.
La noche del domingo en el apartamento, Lola es mi compañía. Está sentada en su sofá en su casa en San Diego y se recupera de cualquier virus que ambas tenemos y responde a mis textos con una velocidad tranquilizadora.
Le digo: Creo que lamenta traerme de vuelta con él.
Eso es una locura, responde. Parece que el trabajo es una mierda para él en estos momentos. Sí, se casó contigo, pero no sabe si va a durar y también tiene que hacerse cargo del trabajo.
Honestamente, Lola, me siento como una gorrona, pero, ¡todavía no quiero irme! Está ciudad es ahhh-grandiosa. ¿Debo permanecer en un hotel, qué piensas?
Estás siendo sensible.
Durmió en el SOFÁ.
¿Tal vez estaba enfermo?
Intento recordar si oí algo. No lo oí.
¿Tal vez todavía piensa que es la semana del tiburón?
Siento mis cejas elevarse. No había pensado en eso. Quizás Lola tiene razón y Pedro cree que todavía tengo mi periodo. ¿Tal vez tengo que ser quien inicie algunas cosas de tipo sexual?
Está bien, esa es una buena teoría.
Pruébalo, responde.
Olvida lo de la camisa. Esta noche voy a dormir desnuda, sin mantas.
*****
Me despierto y miro el reloj. Son casi las dos y media de la mañana y de inmediato tengo la sensación de que todavía no está en casa. Todas las luces del apartamento están apagadas y a mi lado, la cama está vacía y fría.
Pero entonces oigo un susurro, una cremallera, un gemido ahogado procedente de la otra habitación.
Salgo de la cama, me pongo una de sus camisetas que ha dejado en el cesto de la ropa sucia y que huele tan intensamente a él que, por un segundo, tengo que parar, cerrar los ojos y encontrar mi equilibrio.
Cuando entro en la sala de estar y miro hacia la cocina, lo veo.
Está inclinado, con una mano apoyada en el mostrador. Su camisa desabrochada, la corbata colgando alrededor de su cuello y los pantalones empujados hacia debajo de sus caderas mientras su otra mano vuela sobre su polla.
Estoy fascinada al ver el gran erotismo de Pedro dándose placer con la tenue luz que entra por la ventana. Su brazo se mueve rápidamente, con el codo doblado y a través de su camisa puedo ver la tensión de los músculos de su espalda, la forma en que sus caderas comienzan a moverse con su mano. Doy un paso adelante, queriendo ver mejor y mi pie se engancha con una mesa que chirría. El sonido cruje a través de la habitación y él se congela, levantando la cabeza para mirar por encima de su hombro.
Cuando sus ojos se encuentran con los míos, destellan con
mortificación antes de enfriarse lentamente en la derrota.
Aleja su mano y baja la cabeza, dejando la barbilla en su pecho.
Me acerco lentamente, sin estar segura de sí me quiere o quiere algo más que yo. ¿Por qué si no iba a estar aquí haciendo esto, cuando me tenía desnuda en su cama?
—Espero no haberte despertado —susurra. Con la luz entrando por la ventana, puedo ver la línea clara de su mandíbula, la suave extensión de su cuello. Sus pantalones están colgados bajo en sus caderas con su camisa desabrochada. Quiero saborear su piel, sentir la suave línea de pelo que viaja abajo en su ombligo.
—Lo hiciste, pero ojalá me hubieses despertado y si querías… — Quería decir, ―si me querías pero de nuevo, no estoy segura de que es lo que él quería—. Si necesitabas… algo.
Dios, ¿podría ser menos fluida?
—Es muy tarde, Cerise. Entré, empecé a desvestirme. Te vi desnuda en mi cama —dice, con la mirada fija en mis labios—. No quería despertarte.
Asiento. —Supuse que me verías desnuda en tu cama.
Exhala lentamente por la nariz. —No estaba seguro…
Antes de que termine la frase, ya estoy bajando sobre mis rodillas en la oscuridad, moviendo su mano para poder lamerlo, volver a traer su necesidad a la vida. Mi corazón late con tanta fuerza y estoy tan nerviosa que puedo ver mi mano temblorosa cuando lo toco, pero a la mierda. Me digo que estoy canalizando a Helena, diosa del sexo seguro.
Me digo que no tengo nada que perder. —Me fui a la cama desnuda a propósito.
—No quiero que te sientas obligada a estar conmigo de esta forma —grazna.
Levanto la vista hacia él, estupefacta. ¿Qué pasó con el chico deliciosamente agresivo que conocí hace sólo una semana? —No me siento obligada. Sólo estás ocupado…
Sonríe, agarrando su base y dibujando una línea húmeda a través de mis labios con la gota de humedad que aparece en su punta. —Creo que tal vez ambos estamos siendo demasiado tentativos.
Lo lamo, jugando un poco, burlándome. Estoy ávida de los sonidos jadeantes que hace, los gruñidos impacientes ásperos cuando casi lo tomo dentro y entonces lo aparto, lo beso y juego un poco más.
—Pensaba en ti —admite en voz baja, viéndome dibujar una línea húmeda larga desde la base hasta la punta con mi lengua—. Apenas puedo pensar en otra cosa más.
Esta admisión desenrolla algo que se volvió apretado y tenso en mis entrañas, haciéndome notar lo ansiosa que he estado por esto cuando lo dice.
Me siento como si me hubiera derretido. Me pone ansiosa darle placer, chuparlo más, envolverlo con las vibraciones de mi voz mientras gimo.
Verlo así, impaciente, aliviado por mi toque, hace que sea más fácil para mí seguir jugando, seguir siendo esta valiente, seductora y descarada. Echándome hacia atrás, pregunto—: En tu mente, ¿qué hacíamos?
—Esto —dice, inclinando la cabeza mientras desliza una mano en mi pelo, anclándome. Me preparo para sentir la invasión completa de él en mi boca, sólo un segundo antes de que empuje en profundidad—. Jodiendo estos labios.
Su cabeza cae hacia atrás y cierra los ojos, sus caderas meciéndose delante de mi cara. —C’est tellement bon, j’en rêve depuis des jours…13 — Con evidente esfuerzo, se endereza inclinándose un poco, cada vez más áspero—. Traga —susurra—. Quiero sentirte tragando. —Hace una pausa para que pueda hacer lo que pide y gime con voz ronca mientras lo jalo más profundo en mi garganta con el movimiento.
—¿Vas a tragar cuando me venga? ¿Vas a hacer un pequeño sonido de hambre cuando lo sientas? —pregunta, mirándome fijamente.
Asiento. Por él, lo haré. Quiero cualquier cosa que él me dará; quiero darle lo mismo. Es la única ancla que tengo a este lugar, e incluso si este matrimonio es sólo fingido, quiero esa sensación de nuevo, cuando era simple y fácil entre nosotros como esa noche en San Diego y la anterior a esa, aunque todo lo que recuerdo son pequeños fragmentos, destellos de piel y sonidos de placer.
Durante varios minutos se mueve, regalándome sus tranquilos gruñidos, murmurando que soy hermosa, dándome cada centímetro por mi lengua antes de entrar casi completamente y señalar con su puño la longitud, la corona de su polla, golpeando contra mis labios y lengua.
Es así como se viene, desordenadamente, derramándose en mi boca, en mi barbilla. Es intencional, tiene que serlo y sé que estoy en lo cierto cuando levanto la mirada y veo sus ojos oscurecerse ante la visión de su orgasmo en mi piel y mi lengua se desliza hacia fuera por instinto. Da un paso atrás, pasando su pulgar sobre mi labio inferior antes de inclinarse para ayudarme a levantarme. Con una toalla húmeda, me limpia suavemente y luego retrocede, preparándose para ponerse sobre sus rodillas, pero se tambalea un poco y cuando la lámpara coge su perfil,
noto que está a punto de caerse por agotamiento. Casi no durmió en días.
—Déjame hacerte sentir bien ahora —dice, en lugar de llevarme al dormitorio.
Lo detengo con mi mano en su codo. —Espera.
—¿Qué? —pregunta y mis pensamientos viajan al borde áspero de su voz, la frustración latente que nunca antes le he escuchado.
—Pedro, son casi las tres de la mañana. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste?
Su expresión es ilegible en la sombra, pero no es tan oscuro para no poder ver cómo sus hombros parecen demasiado pesados para su cuerpo, de lo cansado que parece. —¿No quieres que te toque? ¿Me vengo en tus labios y estás lista para dormir?
Niego con la cabeza y no me resisto cuando me alcanza y desliza su mano por debajo de su camisa, hasta mi muslo.
Me toca con los dedos y gruñe. Estoy empapada y ahora lo sabe. Con un silbido silencioso comienza a mover su mano, doblándose para chupar mi cuello.
—Déjame probar esto —gruñe, su cálido aliento en mi piel, sus dedos deslizándose fácilmente sobre mi clítoris antes de empujarse hacia abajo y dentro de mí—. Ha pasado una semana, Paula. Quiero mi rostro cubierto de ti.
Estoy temblando en sus brazos por lo mucho que lo quiero.
Sus dedos se sienten como el cielo, su aliento caliente en mi cuello, sus besos me succionan y son urgentes en mi cuello. ¿Qué hay de otros quince minutos de sueño perdido? —Está bien —susurro.
13 Se siente tan bien. De día sueño…