miércoles, 22 de octubre de 2014

CAPITULO 4



Helena pide patatas antes de echar su chupito en su vaso de cerveza y beberlo. Pasa su antebrazo a través de su boca y me mira.


Debo estar boquiabierta, porque me pregunta—: ¿Qué? ¿Debería actuar con más clase?


Me encojo de hombros, revuelvo mi pajita en el hielo de mi vaso.


Después de un masaje y un tratamiento facial por la mañana, una tarde en la piscina, seguido de unos cócteles, estamos más que un poco achispadas. Además, incluso después de mezclar su cerveza con un chupito, Helena se ve con clase. Podía saltar en un contenedor lleno de bolas de plástico en área de juegos de McDonald y saldría viéndose toda fresca.


—¿Por qué molestarse? —pregunto—. Tenemos el resto de nuestras vidas para ser sofisticadas, pero sólo un fin de semana en Las Vegas.


Ella escucha lo que digo, lo considera antes de asentir con firmeza y hacerle señas al camarero. —Quiero dos chupitos más y lo que sea esa monstruosidad que mi amiga está bebiendo —apunta a Lola, quien está lamiendo la crema batida del borde de una horrible copa con luz LED.


Frunce el ceño antes de sacudir la cabeza y dice—: Dos tragos de whisky y una Puta en un Trampolín viniendo.


Helena me da su mejor cara sorprendida, pero apenas tengo tiempo de registrarla antes de sentir a alguien apretándose contra mí por detrás en el abarrotado bar. Grandes manos agarran mis caderas sólo una fracción de segundo antes de que un—: Aquí estas —Sea susurrado cerca —y directamente— a mi oído.



Me sobresalto, girando y saltando lejos con un grito ahogado.


Pedro.


Mi oído se siente húmedo y cálido, pero cuando lo miro, veo el mismo brillo juguetón en sus ojos que tenía anoche. Él es el tipo que va a hacer un baile ridículo de robot para hacerte reír, que va a lamerte la punta de la nariz, hacer el tonto para conseguir una sonrisa. Estoy segura de que si tratara de luchar con él en el suelo, me dejaría ganar. Y disfrutaría de cada minuto.


—¿Demasiado cerca? —pregunta—. Iba a lo seductor, pero sutil.


—No estoy segura de sí podrías haber estado más cerca —admito,luchando contra una sonrisa mientras froto mi oído—. Estabas prácticamente dentro de mi cabeza.


—Él sería un ninja horrible —dice uno de los chicos que esta con él.


—Orlando, Fernando —dice Pedro, primero apuntando a un amigo alto con el pelo marrón y desordenado con brillantes ojos azules detrás de las gafas de montura gruesa, y luego al chico que habló, con el pelo castaño muy corto, ojos oscuros a contraluz y lo que yo sólo puedo imaginar es una sonrisa permanente de engreído. Pedro me mira—. Y señores, esta es Cerise. Todavía estoy esperando a que me dé su verdadero nombre — se inclina un poco, diciendo—: tendrá que rendirse en algún momento.


—Soy Paula —digo, ignorando su insinuación. Sus ojos viajan por mi rostro y se quedan en mis labios. Es precisamente la mirada que me daría si estuviéramos a punto de besarnos, pero está demasiado lejos. Se inclina hacia adelante y se siente como ver a un avión volando a tres metros del suelo a kilómetros, nunca acercándose—. Es bueno ponerle una cara a todos los gritos de hombres —digo para romper la espesa tensión sexual, mirando a Orlando y Fernando, a continuación, veo a mis amigas con los ojos abiertos a mi lado—. Ellas son Lorelei y Helena.


Intercambian saludos de mano, pero siguen estando
sospechosamente tranquilas. No soy la que por lo general hace las presentaciones. Normalmente soy yo la que está tirando de Helena de vuelta mientras ella liga con alguien a minutos de haberlo conocido, mientras que Lola considera golpear a cualquier hombre que se atreva a hablarnos. 


Puede que estén demasiado aturdidas como para responder.


—¿Has estado buscándonos? —pregunto.


Pedro se encoge de hombros. —Es posible que hayamos ido a un par de lugares diferentes sólo para echar un vistazo.


Detrás de él, Orlando —el de las gafas— levanta siete dedos y me río.


—¿A un par?


—No más de tres —dice Pedro, guiñando un ojo.


Diviso un movimiento justo detrás de él y antes de que tenga la oportunidad de decir algo, Fernando da un paso adelante, intentando jalar los pantalones de Pedro hacia abajo. Pedro ni siquiera parpadea, pero en su lugar me pregunta—: ¿Qué estás bebiendo? —Y simplemente agarra la cintura del pantalón, sin verse siquiera un poco sorprendido o molesto.


Como si yo no hubiera visto una considerable porción de unos bóxeres grises.


Como si yo no hubiera mirado directamente hacia el distinguible bulto de algodón.


¿Es esto lo que hacen los chicos?


—Es bueno verte en ropa interior otra vez —digo, tratando de contener mi sonrisa.


—Casi —aclara—. Por lo menos mis pantalones se quedaron esta vez.


Echo un vistazo hacia abajo, deseando poder conseguir otro vistazo de sus muslos tonificados. —Eso es discutible.


—La última vez que Fernando hizo eso, mis pantalones no se quedaron en su lugar. Le gané su turno de manejar en carretera de esta semana y ha estado tratando de cobrárselo desde entonces —Se detiene, sus cejas elevándose y parece que apenas escuchó lo que dije. Se inclina un poco, preguntando en voz baja, suave—: ¿estas coqueteando conmigo?


—No —Trago bajo la presión de su inquebrantable atención—.¿Quizás?


—Tal vez si mis pantalones bajan, el vestido debería subir —susurra y ninguna frase nunca ha sonado tan sucia—, para nivelar el juego.


—Ella es demasiado buena para ti —dice Fernando detrás de él. 


Pedro se echa hacia atrás, poniendo una mano en el rostro de Fernando y empujándolo hacia atrás. Él asiente a mi bebida, preguntándome sin palabras que había en mi copa ahora vacía.


Lo miro atentamente, sintiendo la extraña calidez de familiaridad propagándose a través de mí. Así que esto es como la química se siente.


Lo he sentido con otros artistas, pero ese tipo de conexión es diferente de eso. Por lo general, la química entre los bailarines se difunde fuera del escenario, o lo forzamos en la vida real. Aquí con Pedro, creo que podríamos cargar grandes aparatos con la energía que se mueve entre nosotros.


Toma mi vaso y dice—: Ahora vuelvo —antes de mirar hacia Lola mientras ella da un paso lejos de los demás. Está mirando Pedro como un halcón, con los brazos cruzados sobre el pecho y su rostro de madre a la máxima potencia—, con tu bebida —dice con humor—, cara, con alcohol rebajado, probablemente con un poco de fruta cuestionable. Nada alterado por mí, te lo prometo. ¿Quieres venir conmigo?


—No, pero te estaré vigilando —dice ella.


Él le da sus más encantadora sonrisa antes de volverse hacia mí. — ¿Algo en particular que desees?


—Sorpréndeme —digo.

CAPITULO 3



No esperaba encontrarlo sin camisa, vistiendo unos bóxeres negros que colgaban tan bajo en su estómago bronceado, que yo podía ver un rastro de vello más abajo.


No esperaba que sonriera al verme. Y definitivamente no esperaba ese acento cuando dijo—: Te conozco.


—No, no me conoces —digo, completamente brusca, aunque un poco sin aliento. Nunca tartamudeo delante de mis amigos o familia y sólo en raras ocasiones me siento cómoda frente a extraños. Pero en este momento mi rostro se siente caliente, los brazos y las piernas con la piel de gallina, así que no tengo idea de qué hacer para hablar correctamente.


Increíblemente, su sonrisa crece, mi rubor aumenta cuando sale al escenario su hoyuelo, y abre más la puerta, dando un paso hacia mí.


Incluso es más atractivo de lo que parecía desde el otro extremo del bar, y la realidad de él inmediatamente me tensa. Su presencia es tan grande que doy un paso atrás como si hubiera sido empujada. Él tiene su postura relajada, manteniendo contacto visual y sonriendo mientras se inclina más cerca, juguetonamente me estudia.


Debía ser un artista, he visto cómo actúan antes. Puede parecer como cualquier otra persona, pero tiene esa cualidad elusiva que obliga a cada par de ojos a seguirle la pista en su interpretación, por muy pequeño que sea su papel. Es algo más que carisma —es un magnetismo que no puede ser enseñado o practicado. Solo estoy a dos metros de distancia de él… y no soporto más.


—Yo sí te conozco —dice ladeando un poco su cabeza—. Nos conocimos antes. Solo que no intercambiamos nombres aún. —Mi mente intenta reconocer su acento antes de que me golpee la comprensión. Él es francés. El imbécil es francés. Sin embargo, es interesante. Su acento es suave, débil. En vez de hablar arrastrando las palabras juntas, cuidadosamente separa cada una.


Entrecierro mis ojos, forzándolos a concentrarse en su rostro. No es fácil. Su pecho es liso y bronceado, y tiene los pezones más perfectos que he visto, pequeños y planos. Es masculino, y lo suficiente alto como para montar un caballo. 


Puedo sentir el calor irradiando de su piel. Encima de todo eso, no está usando nada más que ropa interior y parece
completamente cómodo.


—Están haciendo demasiado escandalo —digo, recordando las horas de ruido que me trajeron aquí en primer lugar—. Creo que me gustabas mucho más en un bar lleno de gente que en una habitación cruzando el pasillo.


—Pero, ¿cara a cara es mejor, no? —Su voz hace que la piel de gallina recorra mis brazos. Cuando no respondo, se vuelve y mira por encima de sus hombro, y luego de nuevo a mí—. Siento que hayamos sido tan ruidosos. Culpo a Fernando. Es canadiense, así que seguramente entiendes que es un salvaje. Y Orlando es australiano. Horriblemente incivilizado.


—¿Un canadiense, un australiano y un francés están de fiesta en una habitación de hotel? —pregunto, luchando contra una sonrisa a pesar de mi buen juicio. Estoy tratando de recordar la regla sobre lo que se debe o no hacer cuando caes dentro de arenas movedizas, porque así es exactamente como me siento. Hundiéndome, siendo tragada por algo más grande que yo.


—Igual que el comienzo de un chiste —concuerda, asintiendo. Sus ojos verdes brillan y tiene razón: cara a cara es infinitamente mejor que a través de un pasillo, o incluso a través de una escura habitación llena de gente—. Ven a unirte a nosotros.


Nada nunca había sonado tan peligroso y tentador al mismo tiempo.


Sus ojos caen a mi boca, donde permanecen antes de escanear mi cuerpo. A pesar de lo que acaba de ofrecer, camina por el pasillo y cierra la puerta tras de él. Ahora sólo estamos él y yo, y su pecho desnudo y…
guau, piernas fuertes y el potencial riesgo de tener sexo alucinante en el pasillo.


Espera, ¿qué?


Y ahora también recuerdo que estoy solo en mis pequeños
pantalones cortos para dormir y una blusa de tirantes con estampado de cerditos. Soy consciente de pronto de la luz brillante en el pasillo y siento mis dedos moverse hacia abajo, instintivamente tratando de cubrir mi cicatriz. 


Normalmente estoy bien con mi cuerpo —soy una mujer que
naturalmente siempre querrá cambiar pequeñas cosas de ella— pero mi cicatriz es diferente. No solo es por cómo se ve —aunque para ser honesta, Helena aun hace una mueca de simpatía cada vez que la ve— es por lo que representa: la pérdida de mi beca para la Escuela de Ballet Joffrey, la muerte de mis sueños.


Pero la forma en que me mira me hace sentir desnuda —
muy desnuda— y debajo del algodón de mi blusa, mis pezones se aprietan.


Lo nota y da otro paso más, trayendo con él su calor y el aroma a jabón, y repentinamente estoy segura que definitivamente no notó lo que hay en mi pierna. Ni siquiera parece haberla visto, o si lo hizo, le gusto lo suficiente como para ignorar lo que esta cicatriz dice. Dice trauma, dolor. 


Pero sus ojos sólo dicen sí, por favor, hagamos travesuras. Y que a él le gustaría ver más.


La chica tímida en mi interior cruza los brazos sobre su pecho, tratando de regresarme a la seguridad de mi habitación. Pero sus ojos me están consumiendo.


—No estaba seguro de si volvería a verte. —Su voz se ha vuelto más ronca, haciéndome desear que me diga cosas sucias mientras gruñe en mi cuello. Mi pulso es un tambor latiendo frenético. Me pregunto si lo puede ver—. Estuve buscándote.


Estuvo buscándome.


Me sorprende que mi voz salga tan clara cuando digo—: Nos marchamos casi inmediatamente después que te vi.


Su lengua se desliza hacia afuera, y mira mi boca. —¿Por qué no vienes… dentro? —Hay tantas promesas no dichas en esas cinco palabras.


Se siente como un extraño ofreciendo el dulce más delicioso del planeta.


—Voy a irme a dormir. —Me las arreglo finalmente para decir, poniendo mi mano como barrera para que no se acerque más—. Y ustedes deberían ser más silenciosos o enviaré a Helena a visitarlos. Y si eso no funciona, enviaré a Lola, y terminarás suplicándole y sangrando que deje de darte una paliza.


Se ríe. —Realmente me gustas.


—Buenas noches. —Me dirijo de vuelta a nuestra puerta con mis piernas débiles.


—Soy Pedro.


Lo ignoro mientras deslizo mi llave en la cerradura.


—¡Espera! Solo quiero saber tu nombre.


Lo miro sobre encima de mi hombro. Aun sonríe. En serio, había un niño en mi clase de tercer grado con un hoyuelo, y no me había sentir así. Este chico debería venir con una etiqueta de advertencia. —Detengan su ruido y te lo diré mañana.


Da un paso hacia adelante, con los pies descalzos sobre la alfombra y sus ojos me siguen por el pasillo, dice—: ¿Eso significa que tenemos una cita?


—No.


—¿En serio no me dirás tu nombre? ¿Por favor?


—Mañana.


—Entonces, solo te llamaré Cerise.


Grito—: Está bien para mí. —Mientras entro en mi habitación. Por lo que sé, pudo haberme llamado remilgada, mojigata o pijama de cerdos.


Pero de alguna manera, la forma en la que ronroneó la palabra me hizo pensar que era algo completamente distinto.


Mientras me subo de nuevo a la cama, busco en mi
teléfono. Cerise significa ―cereza. Por supuesto que sí. No estoy segura de cómo sentirme si me lo dijo por algo que no sea a el color de mi esmalte de uñas.


Las chicas están dormidas, pero yo no. A pesar de que el ruido al otro lado del pasillo se ha detenido y todo parece silencioso en nuestra suite, estoy caliente y enrojecida, y deseando haber tenido las agallas para quedarme en el pasillo solo un poco más.

CAPITULO 2



Nos estacionamos en el hotel, y Lola y yo saltamos del auto,
sosteniendo nuestros simples bolsos y luciendo como si acabáramos de emerger de una tormenta de polvo. Me siento asquerosa y sucia. Sólo Helena se ve como si perteneciera aquí, saliendo del viejo Chevy como si estuviera saliendo de un auto negro de lujo de ciudad, de alguna manera presentable y rodando una maleta brillante detrás de ella.


Una vez que estamos arriba, nos quedamos sin habla, incluso Helena —claramente esta es la forma sorprendida de su silencio. Sólo hay un par de habitaciones en el piso y nuestra Suite Sky es enorme.


El padre de Helena, un importante cineasta, nos la reservó como un regalo de graduación. Pensamos que íbamos a tener una habitación de hotel estándar de Las Vegas, un poco de champú complementario, tal vez nos alocaríamos y asaltaríamos el minibar, cargándolo a su tarjeta.


¡Chocolates Snicker y mini vodkas para todos!


No esperábamos esto. En la entrada (hay una entrada), hay un canasto de frutas y una botella complementaria de champaña con una nota. Dice que tenemos un mayordomo de marcación rápida, una masajista que viene a la habitación cuando lo necesitemos, y el papá de Helena está más que feliz de proporcionarnos servicio a la habitación ilimitado. Si Alexander Vega no fuera el papá de mi mejor amiga y felizmente casado, podría ofrecerle actos sexuales para agradecerle.


Recuérdenme no decirle eso a Helena.


Crecí usando casi nada frente a cientos de personas donde podía pretender ser alguien más. Así que incluso con una larga e irregular cicatriz en mi pierna, estoy decididamente más cómoda en uno de los vestidos que Helena escogió para nosotras que Lola. Ella ni siquiera se pondrá el suyo.


—Es tu regalo de graduación —dice Helena—. ¿Cómo te habrías sentido si yo rechazara el diario que me diste?


Lola se ríe, lanzándole una almohada desde el otro lado de la habitación. —Si te hubiera pedido qué arrancaras las páginas e hicieras un vestido que apenas cubre tu trasero, sí, habrías sido libre de rechazar el regalo.


Tiro del dobladillo de mi vestido, silenciosamente poniéndome del lado de Lola y deseando que fuera un poco más largo. Raramente muestro tanto muslo.


—Paula está usando el suyo —señala Helena, y yo gruño.


—Paula creció usando leotardos; es de tamaño tipo bolsillo y construida como una gacela —razona Lola—. ¿Además? Estoy segura de que si miro lo suficiente podría ver su vagina. Si soy tres centímetros más alta de lo que ella es, prácticamente serás capaz de ver mi canal de parto en ese vestido.


—Eres tan terca.


—Tú eres tan zorra.


Las escucho discutir desde donde estoy de pie cerca de la ventana, observando a los peatones caminar por la avenida principal, formando lo que parece ser un montón de puntos coloridos desde nuestro cuadragésimo quinto piso. No estoy segura de porque Lola continúa luchando contra esto. 


Todas sabemos que es solo cuestión de tiempo para
que ceda, porque Helena es un enorme dolor en el culo y siempre se sale con la suya. Suena extraño decir que siempre amé eso de ella, porque sabe lo que quiere y va tras ello. Lola es parecida de muchas maneras, pero es un poco más sutil que Helena en su técnica.


Lola gime, pero como era de esperar, finalmente admite la derrota. Es lo suficiente lista para saber que pelea una batalla perdida, y solo le toma un par de minutos deslizarse dentro de su vestido y ponerse sus zapatos antes de que nos dirijamos escaleras abajo.




***



Ha sido un largo día. Hemos terminado con la universidad, quitado el polvo de las preocupaciones de nuestros cuerpos, y Helena ama ordenarnos bebidas. ¿Algo más que eso? Ama observar a todo el mundo beber las bebidas que ordenó. Para cuando son cerca de las nueve y media, he decidido que nuestro nivel de ebriedad es suficiente: estamos arrastrando algunas palabras, pero al menos podemos caminar. No puedo recordar cuando fue la última vez que vi a Lola y Helena reírse por nada.


Las mejillas de Lola están descansando sobre sus brazos cruzados y sus hombros se sacuden de la risa. La cabeza de Helena está echada hacia atrás y el sonido de sus carcajadas se eleva sobre el estruendoso ruido de la música del bar.


Y es cuando su cabeza está echada hacia atrás cuando me
encuentro con los ojos de un hombre al otro extremo de la concurrida habitación. No puedo reconocer todas sus facciones en la oscuridad del bar, pero es un par de años más mayor que nosotras y es alto, con el cabello castaño claro y oscuras cejas sobre unos traviesos ojos. Nos está observando y sonriendo como si no necesitara participar en nuestra diversión; simplemente queriendo apreciarla. Dos chicos están con él, hablando y señalando algo en la esquina, pero no aparta la mirada cuando nuestros ojos se encuentran. En todo caso, su sonrisa se hace más grande.


No puedo apartar la mirada tampoco, y la sensación es
desorientadora porque normalmente cuando se trata de extraños soy muy buena mirando hacia otro lado. Mi corazón salta dentro de mi pecho, recordándome que se supone que debo sentirme incómoda por eso, que debería concentrarme en mi bebida en su lugar. No soy buena haciendo contacto visual. Tampoco soy normalmente buena conversando. De hecho, los únicos músculos que nunca parecí realmente dominar fueron los del habla.


Pero por alguna razón —vamos a culpar al alcohol— no pude apartar mis ojos del sexy hombre a través del bar, mis labios formaron la palabra—: Hola.


Me regresa el saludo antes de tirar entre sus dientes una de la esquina de sus labios, y guau, él debía hacer eso todos los días a cada persona que acaba de conocer. Tiene un hoyuelo y me tranquilizo pensando que es sólo la iluminación y las sombras porque no hay manera en el infierno que algo tan simple pueda ser tan adorable.


Siento algo extraño sucediendo en mi interior y me pregunto si esto es a lo que la gente se refiere cuando dicen que se derriten, porque definitivamente me estoy sintiendo menos firme. Hay un aleteo distinto al interés revoloteando por debajo de mi cintura, y buen Dios, si su simple sonrisa puede lograr hacerme sentir eso, no quiero imaginar lo que su…


Helena toma mi brazo antes de que pueda terminar ese
pensamiento, sacándome de mi cuidadoso estudio de su rostro entre una multitud de cuerpos bailando al ritmo de sensual música saliendo de los altavoces. Un hombre como él me saca de mi zona de confort, así que reprimo mis ganas de seguir haciendo contacto visual y me concentro en algo más.


Debíamos estar cediendo a Las Vegas, ya que después de bailar y beber regresamos a nuestra habitación antes de la medianoche, las tres desgastadas por la ceremonia de graduación en el sol, conducir y el alcohol en nuestro sistema subiendo rápidamente sin suficiente comida.


A pesar de que nuestra suite tiene más espacio del que necesitamos, y a pesar de que hay dos dormitorios, estamos amontonadas en solo uno.


Lola y Helena están fuera del juego en unos cuantos minutos, y el familiar murmullo de Helena comienza. Lola es casi sorprendentemente silenciosa y quieta. Se cubre completamente entre las mantas, recuerdo haberme preguntando cuando éramos más jóvenes si ella se fugaba de nuestras pijamadas. Hay momentos donde seriamente considero si debo comprobar su pulso.


Pero al otro lado del pasillo, una fiesta apenas comienza.


La pesada música hace que la elegante araña de techo que
cuelga sobre mí se balancee. Las voces masculinas retumban a través del espacio vacío que separa las habitaciones; están gritando y riendo, teniendo su propia fiesta masculina. Una pelota golpea una pared a la distancia, y aunque solo puedo identificar algunas voces entre mezcladas, hacen el suficiente ruido para que yo no pueda creer que toda su suite este llena de chicos ebrios pasando un fin de semana en las Vegas.


A las dos de la mañana sigo en lo mismo: mirando fijamente el techo, sintiéndome más despierta que soñolienta. Cuando llegan las tres, estoy tan irritada como para convertirme en la única aguafiestas en Las Vegas por no tener unas horas de sueño antes de que tengamos nuestras citas en el spa temprano.


Me deslizo fuera de la cama, siendo silenciosa para no despertar a mis amigas, luego me rio por mi absurda cautela. Si han dormido aun sobre toda la bulla al otro lado del pasillo, no se despertarán por mis pisadas sobre el piso alfombrado, agarro la llave de la habitación y salgo fuera de nuestra suite.


Toco con mi puño su puerta y espero, mi pecho pesado con
irritación. El ruido apenas disminuye y no estoy segura de sí siquiera ellos pueden escuchar que tocan a la puerta. 


Levantando ambos puños, lo intento de nuevo. No quiero ser esa persona —la que se molesta porque otros se divierten en Las Vegas— pero mi siguiente llamada será a la seguridad del hotel.


Esta vez la música muere y pasos al otro lado comienzan a acercarse a la puerta.


Quizás esperaba a alguien mayor, banqueros pálidos de mediana edad que visitaban la ciudad para desenfrenarse o una habitación llena de imbéciles chicos de fraternidad con bebidas por doquier y bebiendo del ombligo de una desnudista. Pero lo que no me esperaba era a él, el chico al otro lado del bar.

CAPITULO 1



PAULA



El día en que nos graduamos oficialmente de la universidad no fue para nada como lo presentan en las películas. Lanzo mi birrete en el aire y cae golpeando a alguien en la frente. 


El orador principal pierde sus notas con una ráfaga de viento y decide improvisar, ofreciendo un discurso de
apertura no inspirador sobre la tarea de convertir los errores en ladrillos para un brillante futuro, completo con incómodas historias acerca de su reciente divorcio. Nadie en las películas se ve como si fueran a morir de insolación en su vestido de poliéster… Le pagaría a alguien para quemar todas las películas que me arruinaron hoy.


Pero aun así, se las arregla para ser un día perfecto.


Porque mierda, acabamos.


Afuera del restaurante después del almuerzo, Lorelei —o Lola para los pocos que logran entrar en su círculo íntimo— saca las llaves de su bolso y las sacude hacia mí con un meneo de celebración. Su papá la besa en la frente y trata de fingir que no está un poco sentimental. La familia completa de Helena forma un círculo a su alrededor, abrazándose y hablando entre todos, reviviendo el Top de los Diez Momentos de Cuando Helena Caminó por el Escenario y se Graduó de la Universidad antes tirar de mí hacia el círculo y hacer los mismas comentarios sobre mis quince segundos de fama. Cuando me sueltan, sonrío, mirándolos terminar su dulce ritual familiar.


Llámame en cuanto llegues allí.


Usa la tarjeta de crédito, Helena. No, la American Express. 


Está bien, cariño, este es tu regalo de graduación.


Te amo, Lola. Conduce con cuidado.


Nos despojamos de nuestros vestidos sofocantes, subimos al viejo apaleador Chevy de Lola, y escapamos hacia San Diego en una nube de gases del escape y silbidos vertiginosos, hacia la música, alcohol y locura que nos espera este fin de semana. Helena pone la lista de reproducción que hizo para el viaje —Britney Spears en nuestro primer concierto cuando teníamos ocho años. La completamente inapropiada canción de 50 Cent que de alguna forma nuestra clase negoció para que fuera el tema de nuestro baile de primer año. El himno de heavy metal que Lola jura es la mejor canción sexual, y cerca de otras cincuenta que de alguna manera construyen nuestra historia. Helena sube el estéreo lo suficientemente alto para que todas gritemos-cantemos sobre el caliente aire polvoriento que entra a través de las cuatro ventanas.


Lola aparta su largo cabello oscuro fuera de su cuello y me da la banda elástica, rogándome que lo ate por ella.


—Dios, ¿por qué está tan malditamente caliente? —grita desde el asiento del conductor.


—Porque manejamos por el desierto a cien kilómetros por hora en un Chevy de los ochenta sin aire acondicionado —responde Helena, abanicándose con un programa de la ceremonia—. ¿Recuérdame de nuevo por qué no trajimos mi auto?


—¿Porque huele a bronceador barato mezclado con olores de dudosa procedencia? —respondo y chillo cuando ella se abalanza sobre mí desde el asiento delantero.


—Vamos en mi auto —nos recuerda Lola mientras baja le volumen a Eminem—, porque casi chocaste el tuyo contra un poste telefónico tratando de apartar un insecto de tu asiento. No confío en tu juicio tras el volante.


—Era una araña —discute Helena—. Y enorme. Con tenazas.


—¿Una araña con tenazas?


—Pude haber muerto, Lola.


—Sí, pudiste. En un accidente automovilístico.


Una vez que he terminado con el cabello de Lola, me recuesto de nuevo y siento que soy capaz de exhalar por primera vez en semanas, riendo con mis dos personas favoritas en el mundo. El calor le ha robado todos los bits de energía a mi cuerpo, pero se siente bien sólo dejarse llevar, cerrar los ojos, y derretirme en el asiento mientras el viento azota mi cabello, muy fuerte para incluso pensar. Tres maravillosas semanas quedan por delante antes de mudarme al otro lado del país, y por primera vez en mucho tiempo, no tengo absolutamente nada que necesite hacer.


—Que amable de tus padres quedarse a almorzar —dice Lola con su tono cuidadoso y firme, encontrando mi mirada en el espejo retrovisor.


—Sí —Me encojo de hombros, agachándome para buscar en mi bolso un pedazo de goma de mascar o un caramelo, o lo que sea que me mantenga ocupada lo suficiente para no tratar de justificar la rápida salida de mis padres hoy.


Helena gira su cabeza para mirarme. —¿Pensé que iban a almorzar con todos?


—Supongo que no —digo simplemente.


Ella gira completamente en su asiento, frente a mí sin quitarse el cinturón de seguridad. —Bueno, ¿qué dijo David antes de que se fueran?


Parpadeo, mirando hacia el escenario plano que pasaba. 


Helena nunca soñaría en llamar a su padre —o incluso al de Lola— por su nombre.


Pero siempre, desde que puedo recordar, para ella mi padre es simplemente David —dicho con tanto desprecio como puede reunir. —Dijo que estaba orgulloso de mí y que me ama. Que lamentaba no decirlo lo suficiente.


Puedo sentir su sorpresa en el silencio de contestación. 


Helena sólo está en silencio cuando está sorprendida o enojada.


—Y —añado, aunque sé que este es el punto en el que debería callarme—, ahora puedo perseguir una carrera real y contribuir significativamente a la sociedad.


No presiones al oso, Paula, pienso.


—Jesús —dice—. Es como si le encantara golpearte justo donde duele. Ese hombre se educó en cómo ser un idiota.


Esto nos hace reír a todas, y parece que estamos de acuerdo en cambiar de tema porque, en serio, ¿qué más podemos decir? Mi papá es un poco idiota, e incluso lograr entrometerse cuando se trata de las decisiones de mi vida parece que no cambia eso.


El tránsito es ligero y la ciudad se levanta de la tierra plana, un racimo enredado de luces brillantes en el atardecer que se desvanece.


Con cada kilómetro el aire se hace más fresco, y siento un rebote de energía en el auto cuando Helena se sienta derecha y coloca una nueva lista de reproducción para nuestro tramo final. En el asiento trasero, me muevo, bailando, cantando junto con la canción de pop pegadiza.


—¿Están mis chicas listas para ponerse un poco salvajes? —pregunta, tirando de la visera del pasajero para colocarse lápiz labial en el diminuto y resquebrajado espejo.


—Nop. —Lola entra en la carretera East Flamingo. Justo más allá, el Strip de Las Vegas se extendía brillantemente, una alfombra de luces y cláxones escandalosos ante nosotras—. ¿Pero por ti? Tomaré tragos asquerosos y bailaré con cuestionables hombres sobrios.


Asiento, envolviendo mis brazos alrededor de Helena desde atrás y apretándola. Ella finge que se ahoga, pero coloca su mano sobre la mía para que no pueda escaparme. Nadie rechaza los abrazos menos convincentemente que Helena.


—Las amo, psicópatas —digo, y aunque con otra persona las palabras se perderían en el viento y el polvo de la calle que soplaban dentro del auto, Helena se inclina para besar mi mano y Lola me mira para sonreírme. Es como si ellas estuvieran programadas para ignorar mis largas pausas y sacar a mi voz del caos.


—Tienes que prometerme algo, Paula—dice Lola—. ¿Estás
escuchando?


—No quieres que huya y me convierta en una desnudista, ¿no?


—Lamentablemente, no.


Hemos estado planeando este viaje por meses —una última
aventura antes de que la madurez de la vida y la responsabilidad nos alcance. Estoy lista para lo que sea que ella tenga para mí. Estiro mi cuello, tomo una respiración profunda, pretendo crujir mis nudillos. —Qué mal.
Puedo manejar un tubo de una manera que ni imaginas. Pero está bien,suéltalo.


—Deja todo lo demás atrás en San Diego esta noche —dice—. No te preocupes por tu papá o cuál admiradora que Lucas se está cogiendo este fin de semana.


Mi estómago se sacude ligeramente ante la mención de mi ex, incluso a pesar de que terminamos en buenos términos casi hace dos años.


Es sólo que Lucas fue mi primera vez, y yo fui la suya, y aprendimos todo juntos. Siento como que debo ganar regalías sobre su actual desfile de conquistas.


Lola continúa—: No pienses sobre mudarte a Boston. No pienses en nada más que el hecho de que terminamos la universidad ¡La universidad, Paula! Lo hicimos. Sólo coloca el resto en una caja con candados y lánzala bajo la cama.


—Me gusta esta conversación de lanzar y camas —dice Helena.


Bajo otras circunstancias, esto me habría hecho reír. Pero por más deliberado que pudo haber sido, la mención de Lola de Boston acaba de borrar la pequeña ventana de espacio libre de ansiedad que de alguna manera había manejado encontrar. Inmediatamente se empequeñece cualquier molestia que sentí sobre el tema de la salida temprana de mi papá de la ceremonia más grande de mi vida, o Lucas y su lado puto recién descubierto. Tengo una creciente oleada de pánico sobre el futuro, y ahora que nos hemos graduado, es imposible ignorarlo más. Cada vez que pienso sobre lo que viene, mi estómago da un vuelco, se enciende, se carboniza. La sensación ocurre tanto últimamente que siento que debería darle un nombre.


En tres semanas me voy a Boston, a la escuela de negocios para variar, y tan lejos de mis sueños de infancia como pude haber imaginado.


Tendré suficiente tiempo para encontrar un apartamento y un trabajo que pague mis cuentas y acomodar mi horario de clases en otoño cuando finalmente haga lo que mi padre siempre ha querido y me una al río de tipos de negocios que hacen cosas de negocios. Incluso va a pagar por mi apartamento, felizmente.


—Dos habitaciones —insistió él, magnánimamente—. Así tu madre, yo y los chicos podemos visitarte.


—¿Paula? —preguntó Lola.


—De acuerdo —digo y asiento, preguntándome cuándo, de las tres, yo me convertí en la persona con más equipaje. El papá de Lola es un veterano de guerra. Los padres de Helena son Hollywood. Yo sólo soy la chica de La Jolla que solía bailar—. Lo voy a lanzar bajo la cama. —Decir las palabras en voz alta parece poner más peso tras ellas—. Lo pondré en una caja junto con los temibles juguetes sexuales de Helena.


Helena me lanza un beso atrevido y Lola asiente, decidida. 


Lola sabe mejor que cualquiera de nosotras sobre estrés y responsabilidad, pero si ella puede dejarlo de lado por el fin de semana, yo también puedo.