miércoles, 5 de noviembre de 2014
CAPITULO 36
Con esta pregunta contundente, mis ojos vuelan hacia él y mi corazón despega en una carrera de velocidad frenética.
—¿Qué?
—¿Servirme. La cena. Te hizo mojar?
—Yo… creo que sí.
—No te creo. —Sonríe, pero tiene una curva deliciosamente siniestra en ella—. Muéstrame.
Me inclino, colocando mi mano temblorosa en mi ropa interior. Estoy mojada. Vergonzosamente, sin motivo. Sin pensarlo, me acaricio mientras me observa, con los ojos cada vez más oscuros.
—Muéstrame.
Las palabras estallan algo dentro de mí y gimo, sacando mi mano.
Observa su recorrido entre mis piernas para estar justo en frente de su boca, la destreza visible en la tenue luz.
Rozo sus labios hasta que los abre y presiono dos dedos en su interior.
Su lengua es cálida y se envuelve alrededor de mis dedos; es una tortura — quiero sentir su boca entre mis piernas— y lo sabe. Me agarra por la muñeca, así que no puedo alejarme mientras chupa mi dedo, lamiéndolo como si fuera mi clítoris, burlándose de mí hasta que duele todo mi cuerpo.
Es el tipo de dolor que viene con placer sobre sus talones, con la promesa de más.
—Otra vez.
Gimo un poco, porque no quería sentir la presión de mi mano allí de nuevo sin alivio. No recuerdo la última vez que he querido tener sexo con tanta intensidad. Si es posible, estoy aún más empapada. Me deja deslizar mis dedos hacia atrás y hacia adelante más tiempo esta vez, el tiempo suficiente que puedo sentir mi orgasmo en la distancia, sabiendo lo mucho que mi cuerpo quiere liberarse.
—Detente —dice bruscamente, esta vez alcanza mi brazo y tira de mi mano. Chupa cada dedo a su vez, con los ojos fijos en los míos—. Súbete en la mesa.
Me muevo alrededor de él, empujando su plato del camino y
levantando mi trasero en la mesa, así estoy sentada frente a él y sus muslos sujetan los míos.
—Recuéstate —me dice.
Hago lo que dice, exhalando un suspiro tembloroso cuando sus manos recorren por mis piernas y hacia abajo de nuevo, antes de quitar mis elegantes y altísimos tacones negros.
Descansa mis pies sobre sus muslos y se inclina hacia adelante, besando el interior de mi rodilla.
La tela de sus pantalones de vestir es suave contra las plantas de mis pies, y su aliento se desliza por mi pierna, por encima de mi rodilla y a lo largo de mi muslo. Su cabello suave roza mi piel, sus manos se envuelven alrededor de las pantorrillas, estabilizando mis piernas.
Siento todo y es como si estuviera hecha de pura hambre.
Hace calor y el líquido, llena mis miembros y apisona mi paciencia. Tócame, grita mi cuerpo. Me retuerzo en la mesa y Pedro me detiene con una mano firme sobre mi abdomen.
—Quédate quieta —exhala una vez, un gran chorro de aire se inyecta directamente entre mis piernas.
—Por favor... —jadeo. Me encanta este lado de él, quiero más, quiero provocar el borde afilado en su tono, pero también quiero su satisfacción en mí. Estoy dividida entre tratar de petulancia y profundizar más y más en este fácil y obediente lugar.
―Por favor, ¿qué? —Besa la delicada piel justo al lado de la tela de mi ropa interior con volantes—. ¿Por favor, que te recompense por estar siendo tan buena criada?
Abro la boca, pero sólo sale un sonido bajo y suplicante cuando él olfatea en mi coño bajo la tela, presionando, besando, mostrando los dientes y deslizándolos sobre mis labios, mi pubis, hasta mi cadera.
—¿O ―por favor, que te castigue por ser tan malvada, colocando tus manos en mis ventanas?
Ambas. Sí. Por favor.
Estoy increíblemente mojada, las caderas empujan hacia arriba y pequeños ruidos escapan de mi garganta cada vez que siento la caliente presión de su aliento en mi piel.
—Tócame —le ruego—. Quiero tu boca sobre mí.
Enganchando un dedo debajo de la tela, mueve a un lado mi ropa interior mojada, lamiéndome directamente en un arrastre largo y firme de su lengua. Jadeo, arqueándome debajo de él.
Abre la boca, chupando, caliente y…
Bueno.
Dios.
Tan bueno.
Lamiéndome con la lengua aplanada, sus dedos presionan contra mí y se enroscan. Se aleja con un gruñido tranquilo y me dice—: Mírame. —Las próximas dos palabras son dichas sobre la delicada piel de mi clítoris—:Mírame besarte.
Su demanda es más una amenaza preventiva que una un orden porque no podría apartar los ojos de su posesión de mi cuerpo, incluso si quisiera.
—Sabes como el océano —gime, chupando, jalándome con los labios y la lengua. La sensación es demasiado intensa para ser llamada placer. Es algo más grande, apartando todas mis inhibiciones, por lo que me siento fuerte y lo bastante audaz para empujar mi codo, pasando la otra mano por su pelo para guiarlo suavemente mientras ruedo mis caderas.
Parece imposible que pueda sentir más, pero cuando se da cuenta que estoy cerca, comienza a gemir en mi contra, estimulando con la vibración de su voz, el empuje sólido de dos dedos y el deslizar húmedo de su lengua alrededor y alrededor y alrededor…
Me siento un poco mareada antes de caer, flotando, sacudida dichosamente por los espasmos que se sienten tan bien entre la fina línea que bordea el dolor y el placer.
Es un orgasmo tan intenso que mis piernas quieren presionarse juntas y mis caderas se arquean sobre la mesa.
Pero él me mantiene abierta, con los dedos bombeando entre mis piernas hasta que estoy sin aliento, blanda, luchando para sentarme y traerlo hacia mí.
Él se tambalea sobre sus pies, presionando su brazo sobre su boca. —Así es como suenas cuando te vienes.
Su pelo es un desastre por mis manos, sus labios hinchados por chuparme tan a fondo. —Te voy a llevar a mi cama —dice, empujando su silla hacia atrás y fuera del camino. Me tiende una mano y me ayuda a bajar de la mesa con las piernas temblorosas. Mientras camina, se afloja la corbata, se desabrocha la camisa, se saca sus zapatos. En el momento en que llegamos a su habitación, empuja sus pantalones por las piernas y hace gestos para que me siente en el borde de la cama.
En dos pasos, está frente a mí, con la mano enroscada alrededor de la base de su pene mientras la sostiene hacia mí, diciendo solamente—: Chupa.
Cuando él se inclina, mis dientes se aprietan con lo mucho que quiero saborearlo. La almohada en la que duermo todas las noches no tiene nada de su esencia. Es el sudor limpio, pasto y agua salada. Su olor es comestible y es difícil no describir cómo se siente cuando envuelvo mi mano alrededor de su eje. Es como acero en mi palma, su cuerpo tan asombrosamente apretado que no sé cuánto tiempo más puede esperar.
Lo lamo y luego otra vez, arriba y abajo de su longitud hasta que está lisa y húmeda, y se desliza fácilmente en mi boca.
Estoy temblando;salvaje por su sabor a tierra y la forma en que se cierne sobre mí. Nunca antes ha sido tan fuerte, casi salvaje por la forma en que sus manos se deslizan en mi pelo, guiándome con cuidado al principio y luego empujándolo, así puede empujar profundamente, una vez con un gemido aliviado e irregular. Por otra parte, es silencioso, sus dedos aprietan contra mi cuero cabelludo dejándome tomarlo de nuevo, sólo de vez en cuando empuja profundo. En mi boca, él se siente tan hinchado como mis labios maltratados, gordos y necesitados de ser devorado. Y lo devoro. Nunca me ha gustado hacer esto tanto como me gusta con él, su eje grueso y piel suave estirada sobre la punta llena de sangre. Hundo mi lengua alrededor de la cresta y la succiono, con ganas de más.
Libera un sonido salvaje y ronco antes de retroceder, envolviendo un puño alrededor de su pene. —Desnúdate.
Me levanto con las piernas temblorosas, sacando las medias, quitándome la falda, el corpiño, y finalmente, la ropa interior con volantes.
Me mira, con los ojos oscuros impacientes y gruñe. —Allonge-toi. —Levanta la barbilla, repitiendo en voz baja en español—: Acuéstate.
Rápidamente, corro más arriba en la cama, los ojos muy abiertos y clavados en él cuando me acuesto y abro las piernas. Quiero sentirlo. Sólo a él. En este momento, puedo verlo en sus ojos, sabe que le daré algo, le daré todo. Se tambalea hacia adelante, apoyando una mano en mi muslo interno y entrando en un único empuje largo.
Todo el aire me deja durante unos segundos abrumadores y no puedo recuperarlo. Trato de recordar cómo inhalar y luego exhalar, trato de recordarme que su pene no está realmente sacándome todo el aire, sólo se siente de esa manera. Se me había olvidado lo que se siente tenerlo dentro de mí de esta manera: confiado, al mando. Pero la sensación de su calor, nada entre nosotros… se roba mi aire, mis pensamientos, mi claridad.
No se mueve por una eternidad, sólo baja la mirada y los ojos se mueven sobre cada centímetro de mí que puede ver desde su posición.
Está tan duro que debe estar al borde y puedo sentir la sacudida de su mano agarrando la sábana cerca de mi cabeza.
—¿Necesitas que te lo recuerde? —susurra.
Asiento frenéticamente, con las manos agarrando sus costados a medida que mis caderas se mueven hacia arriba, con hambre. Él se aleja lentamente y siento que mis uñas se clavan en su piel, incluso antes de darme cuenta de lo que hago. Él silba, empujando de nuevo en mí con un gruñido bajo.
Y luego se vuelva a salir otra vez y luego se impulsa hacia adelante, duro y tormentoso, su ritmo casi castigador.
Castigándome por la huella de la mano, castigándonos por la distancia que se interpuso entre nosotros.
Castigándome por haber olvidado que el sexo con nosotros es así y no hay nada mejor. Se inclina sobre mí, su piel frotándome donde lo necesito, el sudor moja su frente y la suave extensión de su pecho. Me pego a él, lamiendo su clavícula, su cuello, llevando su cabeza a la mía para sentir el profundo retumbar de su placer en contra de mis dientes, mis labios, mi lengua.
Mis muslos tiemblan, el placer escala, y necesito más y más de él, mis dedos tiran desesperadamente de sus caderas, mis palabras mendigan y son ininteligibles. Siento la liberación retorciéndose en mí, más y más fuerte hasta que sucede, exploto de par en par en una sacudida, apretando las pestañas por la sensación y arqueándome de la cama, gritando su nombre una y otra vez.
Se empuja en sus manos, viéndome venirme debajo de él y por medio de la niebla de mi orgasmo, lo veo impulsándose.
Sus estocadas son largas y duras, nuestra piel golpea junta en un sonido crudo que me pone más salvaje, hace que me pregunte si de verdad estoy a punto de venir tan pronto.
—¡Ah! —grito—. Yo…
—Muéstrame —gruñe, dejando caer una mano entre nosotros, acariciando mi clítoris en pequeños círculos perfectos.
Me impulso de la cama, todo mi cuerpo apretándose en un segundo orgasmo tan fuerte que mi visión se torna borrosa.
El cuello de Pedro se contrae y se tensa, con los dientes apretados y los ojos estrechos, susurra—: Joder —antes de que sus caderas se vuelvan brutales, golpeando fuertemente contra mis muslos. Se derrumba encima de mí y puedo sentir la forma en que se retuerce en el interior, la forma en que se estremece bajo mis manos.
Dejo escapar un suspiro tembloroso, enrollando mis piernas alrededor de sus caderas cuando empieza a retroceder. —No —le digo en la piel de su cuello—. Quédate.
Se inclina, su boca yendo a mi pecho, chupando, pasando la lengua por mi cuello a mi mandíbula mientras sus caderas se mecen lentamente hacia atrás y adelante.
Parece insaciable y aunque sé que ya se ha venido, no siento que hayamos terminado. Una vez que su boca se
encuentra con la mía, estoy perdida de nuevo, perdida en el deslizar húmedo de su lengua, el lento empuje de él dentro y fuera de mí. Se siente como si pasara sólo un segundo para que su cuerpo se relaje antes de que lo sienta agitarse de nuevo, endureciéndose más hasta que se mueve en
serio, dando largos empujes con todo su cuerpo pegado al mío.
Esta vez es lento y me besa cada segundo, profundo y buscando, dejándome escuchar la agonía y el placer de nuestros cuerpos tan a fondo que me hace delirar.
CAPITULO 35
Llego a casa, aliviada de que Pedro todavía no está aquí.
Dejo caer una bolsa de comida para llevar en el mostrador de la cocina, me muevo a la habitación y saco el traje de la bolsa de ropa. Cuando lo sostengo en frente de mí, siento la primera punzada de incertidumbre. La vendedora midió mi busto, cintura y caderas para poder calcular mi talla. Pero la cosita en mis manos no parece que se ajustara.
De hecho, se ajusta, pero no se ve nada grande una vez está puesto. El corpiño y la falda son de satín rosa, cubierto de delicado encaje negro. La parte superior empuja mis pechos juntos y, dándome el escote que no creo haber tenido antes. Las ondas de la falda¸ terminan muchos centímetros por encima de las rodillas. Cuando me agacho, se supone que las bragas de encaje negro deben mostrarse. Ato el delantal pequeño, fijo el gorrito en la cabeza, y tiro de las largas medias negras, enderezando los lazos rosas en mis rodillas. Una vez que me meto en los tacones de punta y mantengo mi plumero, me siento sexy y ridícula, si la combinación es posible. Mi mente se balancea entre las dos. No es que no me veo bien en el disfraz, es que no puedo imaginar lo que Pedro honestamente pensará cuando llegue a casa para esto.
Pero para mí no es suficiente sólo un disfraz. Los disfraces en si no hacen el show. Necesito una trama, una historia para contar. Tengo la sensación de que esta noche tenemos que perdernos en otra realidad, una en donde el estrés de su trabajo no se cierne sobre sus horas de luz del día, y una en el que no me sienta como que él ofreció una aventura a una chica quien dejo su chispa en Estados Unidos.
Podría ser la buena dama que ha hecho su trabajo a la perfección y que merece recompensa. La idea de que Pedro me dé las gracias, me recompensa, hace que mi piel tararee con sonrojo. El problema es que el apartamento de Pedro es impecable. No hay nada que pueda hacer para que se vea mejor, y no se dará cuenta de cuál es el papel que se supone tiene que jugar.
Eso significa que necesito meterme en problemas.
Miro a mí alrededor, preguntándome qué puedo estropear, qué notara inmediatamente. No quiero dejar comida en el mostrador en caso de que este plan tenga éxito y terminemos en la cama toda la noche. Mis ojos se mueven a través del apartamento, se detienen en la pared de las ventanas y se quedan fijos allí.
Incluso con sólo la luz de las farolas que vienen a través del cristal, puedo ver cómo brilla, impecable.
Sé que va a estar aquí en cualquier momento. Oigo el rechinar del ascensor, el tintineo metálico de las puertas al cerrarse. Cierro los ojos y presiono las palmas planas contra la ventana, ensuciándola. Cuando retrocedo, dos manchas largas quedan detrás.
Su llave encaja en la cerradura, crujiendo mientras la gira.
La puerta se abre con el tranquilo desliz de la madera en la madera y me muevo a la entrada, con la espalda recta y las manos entrelazadas alrededor del plumero en frente de mí.
Pedro deja caer sus llaves en la mesa, coloca su casco por debajo de ellas y luego levanta la mirada, abriendo mucho los ojos.
—Vaya. Hola. —Aprieta su agarre en los dos sobres en su mano.
—Bienvenido a casa, Sr. Alfonso—digo, la voz se quiebra en su nombre. Le voy a dar cinco minutos. Si no parece querer jugar, no va a ser el fin del mundo.
No lo será.
Sus ojos se mueven primero al pequeño, gorro de volantes fijado en mi cabello y luego hacia abajo, viajando como siempre lo hacen sobre mis labios antes de deslizarse por mi cuello, mis pechos, mi cintura, mis caderas, mis muslos. Sus ojos van a mis zapatos y sus labios se abren ligeramente.
—Pensé que podrías querer ver la casa antes de irme esta noche — le digo más fuerte. Estoy alentada por el rubor en sus mejillas, el calor en sus ojos verdes cuando vuelve la mirada a mi cara.
—La casa se ve bien —dice con voz casi inaudible por lo ronco de la misma. Ni siquiera ha mirado más allá de mí a la habitación contigua, así que al menos sé que hasta ahora está jugando conmigo.
Doy un paso a un lado, curvando mis manos en puños para que mis dedos no tiemblen cuando empieza el juego de verdad. —Siéntete libre de revisar todo.
Mi corazón late tan fuerte que juro que puedo sentir mi cuello moverse. Su mirada instintivamente se mueve más allá de mí a la ventana justo detrás, con el ceño enfurruñado.
—¿Paula?
Me muevo a su lado, reprimiendo mi sonrisa emocionada. —¿Sí, Sr.Alfonso?
—Hiciste… —Me mira, buscando, y luego apunta a la ventana, con los sobres en la mano. Le avergüenza que haya descubierto esta compulsión. Está tratando de entender lo que pasa y los segundos pasan, dolorosamente lentos.
Es un juego. Juega. Juega.
—¿Dejé escapar alguna mancha? —pregunto.
Sus ojos se estrechan, sacudiendo la cabeza un poco hacia atrás cuando entiende y el cosquilleo nervioso en mi estómago se convierte en un rollo tambaleante. No tengo ni idea si he cometido un enorme error al tratar de hacer esto.
Debo parecer una lunática.
Pero entonces recuerdo a Pedro en el pasillo en bóxer, coqueteando.
Recuerdo su voz caliente en mi oído, sigilosamente en mí y en Fernando sigilosamente sobre él, casi tirando de sus pantalones alrededor de sus tobillos. Recuerdo lo que Fernando me dijo sobre Bronies y serendipity. Sé que en su interior, detrás de todo el estrés del trabajo, Pedro se apunta para algo de diversión.
Mierda. Espero que se anime para esto. No quiero estar equivocada.
Estar equivocada me va a enviar de vuelta a los años oscuros de silencio incómodo.
Se da vuelta lentamente, llevando una de sus sonrisas fáciles que no he visto en días. Me mira otra vez, desde la cima de mi cabeza a mis tacones diminutos y peligrosos. Su mirada fija es tangible, un roce de calor a través de mi piel. —¿Esto es lo que necesitas? —susurra.
Después de un momento, asiento. —Creo que sí.
Resuena una cacofonía de bocinas desde la calle y Pedro espera hasta que el apartamento esté silencioso otra vez antes de hablar.
—Oh sí —dice lentamente—. Faltó un lugar.
Junto mis cejas en una mueca falsa de preocupación y mi boca forma una suave, redonda ―O.
Con una mueca dramática se da la vuelta, pisando fuerte a la cocina y sacando una botella sin etiqueta. Puedo oler el vinagre y me pregunto si tiene su propia receta de limpieza para cristales. Sus dedos me rozan cuando me tiende la botella. —Lo puedes arreglar antes de irte.
Siento que mis hombros se enderezan con confianza mientras me sigue a la ventana, viendo como rocío un poco sobre las huellas. Hay un zumbido fuerte en mis venas, una sensación de poder que no esperaba.
Está haciendo lo que quiero hacer y aunque me da un paño para limpiar la ventana, es porque lo he orquestado. Está jugando conmigo.
—Una vez más. Sin dejar ninguna raya.
Cuando termino, brilla, impecable y detrás de mí exhala lentamente.
—Una disculpa parece apropiada, ¿no?
Cuando me doy la vuelta para verlo a la cara, se ve tan
sinceramente descontento que mi pulso se dispara en la garganta — caliente y emocionada— y espeto—: Lo siento. Yo…
Me alcanza, sus ojos brillando mientras traza su pulgar por mi labio inferior para calmarme. —Bueno. —Parpadeando hacia la cocina, inhala lentamente, oliendo el pollo asado y pregunta—: ¿Hiciste la cena?
—Ordené… —me detuve, parpadeando—. Sí. Cociné tu cena.
—Me gustaría un poco. —Con una pequeña sonrisa, da la vuelta y camina por la habitación hacia la mesa, sentándose e inclinándose en la silla. Oigo el rasgón de papel mientras abre el correo que había estado sosteniendo y una larga, silenciosa exhalación mientras lo coloca sobre la mesa al lado de él. Ni siquiera se gira para mirarme.
Santa mierda, es bueno en esto.
Me muevo a la cocina, sacando la comida del contenedor y arreglo tan cuidadosamente como puedo en un plato para él entre miradas robadas en su dirección. Todavía está esperando y leyendo su correo, pacientemente, completamente en el personaje mientras me espera —a su criada— para que le sirva su cena. Hasta ahora, todo bien. Coloco una botella de vino en la mesa, saco el corcho y lo sirvo una copa. El rojo brilla decadente, subiendo por los laterales mientras se balancea en mi mano.
Tomo el plato y le llevo su comida, poniendo el plato con un golpe tranquilo.
—Gracias —dice.
—De nada.
Revoloteo por un momento, mirando fijamente su correo creo que me deja verlo. La coloca boca arriba sobre la mesa y en lo primero que mi mirada se engancha es en su nombre en la parte superior y luego la larga lista de marcas de verificación bajo la columna de Negatif para todas las enfermedades de transmisión sexual que nos pusimos a prueba.
Y luego veo el sobre sin abrir al lado suyo, que está dirigido a mi persona.
—¿Es este mi pago? —le pregunto. Espero hasta que asiente antes de deslizarlo sobre la mesa. Abriéndola rápidamente, escaneo la carta y sonrío. Lista para empezar.
No me pregunta lo que dice la mía y no me molesto en decirle. En cambio, me paro a un lado y justo detrás de él, mi corazón baila desenfrenadamente en mi pecho cuando lo veo cavar en su cena. No pregunta si he comido, ni me ofrece nada.
Pero hay algo acerca de este juego, un papel de suave dominación para él, que hace que mi estómago palpite y mi piel tararee con calidez.
Me gusta verlo comer. Se inclina sobre su plato y sus hombros se flexionan, los músculos de su espalda están definidos y visibles a través su camisa lila.
¿Qué vamos a hacer cuando termine? ¿Vamos a seguir jugando?
¿O va a dejar de actuar, tirarme en la habitación y tocarme? Quiero las dos opciones —especialmente lo quiero sobre todo ahora que sé que voy a sentir cada centímetro de su piel— pero quiero seguir jugando.
Parece beber su vino rápidamente, lavando cada bocado con tragos largos. Al principio, me pregunto si está nervioso y apenas lo esconde bien. Pero cuando pone su copa sobre la mesa y gesticula para que lo vuelva a llenar, se me ocurre que simplemente se pregunta hasta dónde le serviré.
Cuando traigo la botella y vuelvo a llenar su copa, dice sólo un tranquilo—: Merci —y luego regresa a su comida.
El silencio es inquietante y tiene que ser intencional. Pedro puede ser un adicto al trabajo, pero cuando está en casa, el apartamento no está siempre tranquilo. Canta, parlotea, hace de todo un tambor con sus dedos. Me doy cuenta de que tengo razón —es intencional— cuando traga un bocado y dice—: Habla conmigo. Dime algo mientras como.
Me está probando otra vez, pero a diferencia de rellenar su vino, sabe que esto es más que un desafío.
—Tuve un buen día en el trabajo —le digo. Tararea mientras mastica, mirándome por encima del hombro. Es la primera vez que atrapo un atisbo de duda en sus ojos, como si quisiera que sea capaz de decirle todo lo que he hecho hoy, y con la verdad, pero no puedo, mientras estemos jugando.
—Limpié por un tiempo, cerca de la Orsay... luego, cerca de la Madeleine —le respondo con una sonrisa, disfrutando de nuestro código.
Vuelve a su comida y a su silencio.
Tengo la sensación de que estoy destinada a seguir hablando, pero no tengo ni idea de qué decir. Por último, le susurro—: En el sobre... mi sueldo se ve bien.
Hace una pausa por un momento, pero es lo suficientemente largo para que me dé cuenta de la forma en que su aliento se acelera. Mi pulso aumenta en la garganta cuando se limpia cuidadosamente su boca y pone la servilleta al lado de su plato y puedo sentirlo a través de la longitud de mis brazos, en el fondo de mi vientre. Retrocede de la mesa, pero no se levanta. —Bien.
Alcanzo su plato vacío pero me detiene con la mano en mi brazo. — Si eres mi criada permanente, debes saber que nunca pasaré por alto las ventanas.
Parpadeo, tratando de descifrar este código. Se lame los labios, esperando a que diga algo.
—Entiendo.
Una pequeña sonrisa juguetona se burla en la esquina de su boca. —¿Sí?
Cerrando los ojos, lo admito—: No.
Siento su dedo dirigiéndose por el interior de la pierna, desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Cada sensación es tan afilada como un cuchillo.
—Entonces deja que te ayude a entender —susurra—. Me gusta que arregles tu error. Me gusta que me sirvieras la cena. Me gusta que te pusieras tu uniforme.
Me gusta que quisieras jugar, quiere decir y me lo dice con su lengua humedeciendo sus labios y sus ojos barriendo por encima de mi cuerpo.
Entenderé la próxima vez, está diciendo.
—Oh —exhalo, abriendo los ojos—. Podría no olvidar nunca la ventana. Tal vez algunas noches olvidaré otras cosas.
Su sonrisa aparece y desaparece tan pronto como lo puede
controlar. —Está bien. Pero los uniformes, en general, son apreciados.
Algo dentro de mi pecho se desenreda, como si viera esta
confirmación de que entiende esto de mí. Pedro se siente cómodo en su piel, un retrato de facilidad. Al menos bailando, nunca he sido esa chica.
Pero me hace sentir segura explorando todas las maneras en que puedo luchar con mi manera de salir de mi propia cabeza.
—¿Servirme la cena te hizo mojar?
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