miércoles, 12 de noviembre de 2014
CAPITULO 52
No es que ya no pensase en Pedro una cantidad de tiempo
considerable, pero después de anoche no he podido parar de pensar en él. Mientras estoy sentada en el exterior del café, la tarde siguiente con Simone, estoy tentada de ver si puedo lograr que haga novillos conmigo mañana, o tal vez que se pase y verlo esta noche, para variar. Ser una eterna turista solitaria está haciéndose aburrido, pero mantenerme ocupada es una alternativa mucho mejor que estar sola con mis pensamientos todo el día, con el ruidoso tic tac del reloj marcando la cuenta regresiva en el fondo de mi mente.
—Hoy fue tan malditamente largo —se queja, dejando las llaves en el bolso antes de escarbar en él. Busca su infaltable cigarrillo de vapor, supongo. Estar con Gruesimone es un consuelo paradójico, es tan desagradable, pero me hace amar a Helena y a Lola incluso más, y verlas es la única cosa que estoy deseando cuando regrese a casa. Simone se detiene, sus ojos se iluminan cuando encuentra el conocido cilindro oscuro en uno de los compartimientos interiores.
—Mierda, al fin —dice, y lo lleva a su boca antes de fruncir el ceño—. Maldición. Coño. A la mierda, ¿dónde están mis cigarrillos?
Nunca me he sentido más holgazana en mi vida, pero ni siquiera me importa. Cada vez que considero organizarme para regresar a casa, mi mente se aleja, distraída por la hermosa y vibrante vida justo delante de mí. La vida es mucho mejor donde puedo fingir que el dinero no tiene fin, donde no necesito de verdad ir al colegio, y es fácil silenciar las voces insistentes en el fondo de mi mente diciéndome que necesito ser un miembro productivo de la sociedad.
Solo un par de días más, me sigo diciendo. Me preocuparé por ello en un par de días más.
Gruesimone toma un arrugado paquete de cigarrillos y un
encendedor plateado de su bolso. Lo enciende a mi lado, gimiendo mientras inhala como si ese cigarrillo fuera mejor que pastel de chocolate y todos los orgasmos combinados. Por un momento, realmente considero comenzar a fumar.
Toma otra larga calada, la punta ardiendo naranja en la tenue luz.
—¿Entonces cuando te vas de nuevo? ¿En tres semanas? Juro por Dios que quiero tu vida. Vivir en París solo para tonterías y diversión por un verano completo.
Sonrió y miro más allá de ella mientras me inclino hacia atrás, apenas capaz de ver su rostro a través de la columna de humo amargo. Trato de vocalizar las palabras solo para medir, para ver si todavía se escuchan con el mismo sentimiento de pánico—: Comienzo la escuela de Negocios en el otoño. —Cierro mis ojos por un momento y respiro. Sí, se oyen así.
Postes de luz saltan a la vida por toda la calle, rayos de luz bañan las aceras. Por encima del hombro de Simone, veo un forma familiar aparecer: alta y delgada, caderas estrechas contradichas por hombros amplios y fuertes. Por un momento me acuerdo de la noche pasada, mis manos agarrando su estrecha cintura mientras se movía sobre mí, su dulce expresión cuando preguntó si podía ser suave. De hecho envuelvo los dedos alrededor de la mesa para tranquilizarme.
Pedro levanta la mirada cuando se acerca a la esquina,
apresurando el paso cuando me ve.
—Hola —dice, inclinándose y posando un largo beso en cada una de mis mejillas. Demonios, amo Francia.
Inconsciente a los ojos amplios de Simone o a su expresión boquiabierta, se retira lo suficiente para sonreír antes de besarme de nuevo, esta vez en la boca.
—Saliste temprano —murmuro en otro beso.
—Me es más difícil trabajar hasta tarde estos días —dice con una pequeña sonrisa—. Me pregunto por qué.
Me encojo, riendo.
—¿Puedo llevarte a cenar? —pregunta, poniéndome de pie y entrelazando los dedos con los míos.
—Hola —dice Simone, acompañada por el sonido de sus tacones de aguja moviéndose en la acerca, y finalmente, la mira.
—Soy Pedro —Le da el habitual beso en cada mejilla, y estoy más que un poco complacida de ver su expresión hecha polvo cuando se aleja rápidamente.
—Pedro es mi esposo —añado, recompensada con una sonrisa en el rostro de Pedro que podría encender cada semáforo en Rue St. Honoré—.Esta es Simone.
—Esposo —repite, y parpadea rápidamente como si estuviera mirándome por primera vez. Sus ojos regresan a Pedro, recorriéndolo casi descaradamente con la mirada.
Está evidentemente impresionada. Con una sacudida de cabeza, se cuelga su gran bolso sobre su hombro, antes
de decir algo acerca de una fiesta a la que llegará tarde y arroja un bien hecho en mi dirección.
—Fue agradable —dice Pedro, observándola macharse.
—No lo es, realmente —digo, con una carcajada—. Pero algo me dice que podría serlo ahora.
Después de solo unas pocas cuadras de caminar en un agradable silencio, giramos en una calle que es estrecha incluso para los estándares de Paris. Como la mayoría de los restaurantes en este vecindario, la parte delantera de la tienda es angosta y está resguardada por un gran toldo naranja y marrón, la palabra Ripaille escrita en él. Es todo paneles de color pastel, pizarras garabateadas con el especial del día, y una larga y delgada ventana que arroja sombras intermitentes en las empedradas calles de afuera.
Pedro sostiene la puerta abierta para mí y lo sigo dentro,
rápidamente nos recibe un hombre alto y muy delgado con una sonrisa de bienvenida. El restaurante es pequeño pero acogedor, y tiene aroma a menta, a ajo y a algo oscuro y delicioso que no puedo identificar inmediatamente. Un puñado de pequeñas mesas y sillas llena la sola habitación.
—Bonsoir. Une table pour deux?28 —dice el hombre, buscando en una pila de menús.
—Oui29 —digo, y atrapo la sonrisa orgullosa de Pedro, un hoyuelo profundo presente en respuesta. Nos conduce a una mesa cerca de la parte trasera y Pedro espera que tome asiento antes de hacerlo él—. Merci.
Aparentemente mi comprensión de dos de las palabras más básicas en francés es increíble porque, asumiendo que tengo fluidez, el mesero se zambulle en el especial del día.
Pedro llama mi atención y le doy un pequeño, apenas perceptible sacudón de cabeza, más que feliz de escuchar mientras me lo explique después. Pedro le hace un par de preguntas, y observo en silencio, preguntándome si escucharlo hablar, observar sus ademanes, o demonios, hacer casi cualquiera cosa, jamás dejarán de estar enlistados con alguna de las cosas más sexys que he visto
nunca.
Jesús, estoy hasta el cuello.
Cuando el mesero se marcha, Pedro se inclina sobre la mesa, señalando los diferentes puntos con sus grandes y agraciadas manos, y tengo que parpadear varias veces y recordarme de prestar atención.
Los menús siempre han sido la cosa más difícil de manejar para mí.
Hay un par de cosas que son de ayuda: boeuf/res, veau/cocina, carnard/pato, y poisson es pescado (no estoy ni un poco avergonzada de decir que sabía esa por ver incontables veces La Sirenita), pero como se preparan las cosas o los nombres de varias salsas o vegetales son todavía cosas con las que necesito ayuda en la mayoría de los restaurantes.
—El especial es sopa de langostino, lo que es… —Se detiene, frunce el ceño, y levanta la mirada hacia el cielo raso—. Uhh… ¿Son crustáceos?
Sonrío. Solo el Señor sabe por qué encuentro su rostro confundido tan adorable. —¿Langosta?
—Sí, langosta —dice, con un asentimiento de satisfacción—. Sopa de langosta con menta, servida con una pequeña pizza al lado. Muy crujiente con langosta y tomates secos. También hay le boeuf…
—La sopa —decido.
—¿No quieres escuchar los otros?
—¿Crees que hay algo mejor que sopa con pizza y langosta? —Me detengo, comenzando a comprender—. ¿A menos que eso signifique que no puedes besarme?
—Está bien —dice, sacudiendo su mano—. Todavía puedo besarte sin sentido.
—Entonces eso es. Sopa.
—Perfecto. Creo que tomaré el pescado —dice.
El mesero regresa y ambos, él y Pedro escuchan pacientemente mientras insisto en ordenar mi propia cena, y un plato simple de vegetales a la vinagreta. Con una sonrisa que no logra esconder, Pedro ordena su comida y una copa de vino para cada uno y se sienta de nuevo, extendiendo un brazo sobre el respaldo de la silla vacía a su lado.
—Mira, ni siquiera me necesitas —dice.
—¡Por favor! ¿De qué otro modo sabría cómo preguntar por el consolador grande? Quiero decir, esa es una diferencia realmente importante.
Pedro vocifera una carcajada, sus ojos se amplían con sorpresa, sus manos vuelvan a su boca para sofocar el sonido. Un par de los otros comensales se giran en nuestra dirección, pero a nadie parece haberle importado su arrebato.
—Eres una mala influencia —dice una vez tranquilo, y busca su copa de vino.
—¿Yo? No soy la que dejó la traducción de consolador en una nota una mañana, el que esté libre de pecado, Hoyuelos.
—Pero si encontraste la tienda de disfraces —dice por encima de la copa—. Y debo decir que te lo debo eternamente por eso.
Siento mi rostro encenderse bajo su mirada, bajo el significado implícito de sus palabras. —Cierto —admito en un susurro.
Nuestra comida llega y más allá del ocasional gemido de
satisfacción o intento de soportar a los niños del chef, estamos mayormente en silencio mientras comemos.
Los platos vacíos son retirados y Ansel ordena postre para que lo compartamos: fondant au chocolat —lo que se parece mucho a una versión elegante del pastel lava de chocolate que comimos en casa— servido cálido con helado de vainilla y pimienta. Pedro gime en su cucharilla.
—Es un poco obsceno observarte comer eso —digo. Al otro lado de la mesa, cierra sus ojos haciendo sonidos de satisfacción con la cucharilla en la boca.
—Es mi favorito —dice—. A pesar de que no es tan bueno como que mi madre me hace cuando la visito.
—Siempre olvido que dijiste que fue a la escuela culinaria. De hecho no puedo pensar en un postre que mi mama no comprara de la tienda. Es lo que me gusta llamar domestica-ligera.
—Un día cuando te visite en Boston conduciremos a su pastelería en Bridgeport y te hará cualquiera cosa que quieras.
Prácticamente puedo escuchar los conocidos sonidos de un freno chillando en nuestros pensamientos. Una barrera diferente se acaba de levantar en la conversación, y se mantiene ahí, parpadeando odiosamente e incapaz de ser ignorada.
—¿Tienes dos semanas más aquí? —pregunta—. ¿Tres?
La frase podrías pedirme que me quedara estalla en mi cabeza antes de que pueda detenerla porque esa es —no— realmente es la peor idea, alguna vez.
Mantengo la cabeza gacha, los ojos en el plato entre nosotros, revolviendo salsa de chocolate en un charco de helado de vainilla derretido. —Creo que probablemente deba irme en dos. Necesito encontrar un apartamento, registrarme para las clases… —Llamar a mi padre, pienso. Encontrar un trabajo. Construir una vida. Hacer amigos.
Decidir lo que quiero hacer con mi título. Tratar de encontrar una manera de ser feliz con esta decisión. Contar los segundos hasta que vengas a verme.
—Aunque no quieres hacerlo.
—No —digo inexpresivamente—. No quiero pasar los próximos dos años de mi vida en la escuela para poder ir a una oficina que odio con persona que preferirían estar en cualquier lugar menos en donde están y mirar las cuatro paredes de la sala de conferencias algún día.
—Esa fue una descripción bastante profunda —señala—. Pero creo que tu impresión de la escuela de negocios es tal vez un poco… errónea.No tienes que terminar en esa vida si no quieres escogerla.
Bajo mi cucharilla y me recuesto en la silla. —Viví con el hombre de negocios más dedicado del mundo toda mi vida, y he conocido a todos sus colegas y a la mayoría de los colegas de ellos. Estoy aterrada de convertirme en lo que son.
La factura llega y Pedro la alcanza, casi golpeando mi mano. Le frunzo el ceño —puedo llevar a mi… esposo a cenar— pero me ignora, continuando donde lo dejó.
—No cada hombre o mujer de negocios es como tu padre.
Simplemente creo que tal vez deberías… considerar otros usos para tu
título. No tienes que seguir su camino.
El camino a casa es silencioso, y sé que es porque no he respondido a lo que ha dicho y no quiere presionarme. No está equivocado; las personas utilizan el diploma de negocios para toda clase de cosas interesantes. El problema es que todavía no sé lo que es interesante para mí.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —pregunto.
Hace un sonido, bajando la mirada en mi dirección.
—Aceptaste el trabajo en la firma a pesar de que no es realmente lo que quieres hacer.
Asintiendo, espera a que termine.
—En realidad no te gusta tu trabajo.
—No.
—¿Entonces cuál es tu trabajo soñado?
—Enseñar —dice, encogiéndose—. Creo que leyes corporativas es fascinante. Pienso que leyes en general es fascinante. Como organizamos la moral y la vaga nube de la ética en reglas, y especialmente como construimos estas cosas cuando nuevas tecnologías aparecen. Pero no seré un buen profesor a menos de que haya practicado, y después de esta posición, podré encontrar un puesto en alguna facultad cercana en cualquier lugar.
Pedro sostiene mi mano durante el par de cuadras hasta nuestro apartamento, deteniéndose una o dos veces para llevar mis dedos a sus labios y besarlos. Los focos de una vespa en movimiento ilumina el oro de su alianza de bodas, y siento mi estómago contraerse, un sentimiento de temor asentándose pesadamente ahí. No es que no quiera quedarme en París —amo este lugar— pero no puedo negar que extraño la familiaridad de mi hogar, hablar con las personas en un idioma que entiendo, mis amigos, el océano. Sin embargo estoy comenzando a darme cuenta de que tampoco quiero dejarlo.
Insiste en que entremos en el pequeño puesto de la esquina por un café. Me he ido acostumbrando a los que los europeos llaman café — intenso, pequeñas porciones del espresso más delicioso— y además de Pedro, estoy segura de que esta la única cosa que más extrañaré de la ciudad.
Nos sentamos en una pequeña mesa en el exterior y debajo de las estrellas. Pedro desliza su silla tan cerca de la mía que su brazo no tiene otro lugar para apoyarse más que en mi hombros.
—¿Quieres conocer a un par de mis amigos esta semana? — pregunta.
Lo miro sorprendida. —¿Qué?
—Christophe y Marie, dos de mis amigos más antiguos, harán una cena de celebración por su nueva promoción. Ella trabaja para una de las firmas más grandes de mi edificio, y pensé que tal vez te gustaría venir. Les encantaría conocer a mi esposa.
—Suena bien. —Asiento, sonriendo—. He estado esperando conocer a algunos de tus amigos.
—Me doy cuenta de que debería haber hecho esto antes pero… admito que fui egoísta. Tenemos tan poco tiempo juntos y no quería compartirlo con nadie más.
—Has estado trabajando —digo en un suspiro, cuando básicamente repite mi conversación con Helena.
Alcanza mi mano, besa la parte posterior de mis nudillos, mi anillo, antes de girar los dedos en los míos. —Quiero exhibirte.
De acuerdo. Conocer a sus amigos. Ser presentada como su esposa.
Esta es la vida real. Esto es lo que las parejas casadas hacen. —De acuerdo —digo de forma poco convincente—. Suena divertido.
Sonríe y se inclina hacia adelante, dejando un beso en mis labios. — Gracias, Sra. Alfonso. —Y guau, el hoyuelo, también. Estoy frita.
La camarera se detiene en nuestra mesa y me recuesto en mi asiento mientras Pedro ordena nuestro café. Hay un grupo de chicas jóvenes —alrededor de ocho o nueve años— bailándole a un hombre que toca su guitarra afuera. Sus risas revolotean entre los estrechos edificios, por encima del sonido de los coches ocasionales o de la fuente salpicando en el otro lado de la calle.
Una de ellas gira y pierde el equilibrio, aterrizando justo sobre la pequeña mesa en la que estamos sentados.
—¿Estás bien? —le pregunto, agachándome para ayudarla.
—Oui —dice, sacudiendo la suciedad de la parte delante de su vestido a cuadros. Su amiga cruza hasta nosotros, y a pesar de que no estoy segura de lo que dice, la manera en que extiende sus brazos hacia los lados, y habla en un tono de reprimenda, creo que le está diciendo que hizo su giro mal.
—¿Estás tratando de girar? —pregunto, pero no responde,
solamente me observa con una expresión confundida—. Pirouette?
Con eso comprende. —Oui —dice, con emoción—. Pirouette. Tourner.
—Girar —ofrece Pedro.
Endereza sus brazos a su lado, apuntando a sus pies, y gira, tan rápido que casi se cae de nuevo.
—Guau —digo, ambos riéndonos mientras la atrapo—. Tal vez si tu… um. —Enderezándome, palmeo mi estómago—. Ténsalo.
Me giro en dirección a Pedro, quien traduce. —Contracte tes
abdominaux30. —La pequeñita hace una cara de concentración, una que solo puedo imaginar que significa que está contrayendo los músculos de su estómago.
Más de las chicas se han reunido para escuchar y entonces me tomo un segundo, moviéndolas de modo que tendrán mayor espacio. — Cuarta posición —digo, elevando cuatro dedos. Señalo mi pie izquierdo hacia afuera, el derecho justo a su lado y detrás—. Brazos arriba, uno al costado, uno al frente. Bien. Ahora ¿plié31? ¿Inclinarse? —Cada una se inclina las rodillas y asiento, sutilmente guiando su postura—. ¡Sí! ¡Bien! — Señalo a mis ojos y luego a un punto en la distancia, parcialmente consciente de la traducción de Pedro detrás de mí.
—Tienen que focalizar. Encontrar un lugar y no alejar la mirada. De modo que cuando giren… —Me enderezo, inclino las rodillas, y luego empujo hacia arriba sobre la planta del pie antes de girar, aterrizando en plié—, regresen a donde comenzaron. —Es un movimiento tan familiar, uno que no he sentido a mi cuerpo hacer por tanto tiempo que casi extraño el sonido de celebración, el más fuerte viniendo de Pedro. Las chicas están prácticamente atolondradas y haciendo giros, animándose una a la otra y pidiéndome ayuda.
Se está haciendo tarde y finalmente, las chicas tienen que irse. Pedro toma mi mano, sonriendo, y miro por encima de mi hombro mientras nos alejamos. Podría haberlas observado toda la noche.
—Eso fue divertido —dice.
Le miro, aun sonriendo. —¿Qué parte?
—Verte bailar así.
—Eso fue una vez, Pedro.
—Podría ser la única cosa más sexy que he visto nunca. Eso es lo que deberías estar haciendo.
Suspiro. —Pedro…
—Algunas personas van a la escuela de negocios y actúan en salas de cine o restaurantes. Algunos son dueños de su propia panadería, o de su estudio de baile.
—Tú no, también. —He oído esto antes, de Lorelei, de toda la familia de Helena—. No sé nada sobre eso.acabamos de venir. —Discrepo respetuosamente.
—Esas cosas cuestan dinero. Odio gastar el dinero de mi padre.
—¿Entonces porque aceptas su dinero si lo odias? —pregunta.
Le lanzo la misma pregunta. —¿No aceptas tú dinero de tu padre?
—Sí —admite—. Pero decidí hace mucho que es la única cosa buena que tiene. Y hace unos años, cuando tenía tu edad, no quería que mi madre se sintiera como si necesitara mantenerme.
—No tengo suficiente dinero para vivir en Boston sin su ayuda —le digo—. Y supongo que en cierto modo… me siento como si me debiera esto, ya que al final estoy haciendo lo que él quiere.
—Pero si estuvieras haciendo lo que tú quieres…
—No es lo que quiero.
Nos hace detenernos y levanta una mano, ni siquiera perturbado en lo más mínimo por el peso de esta conversación. —Lo sé. Y no me emociona realmente la idea de que me dejes pronto. Pero dejando eso de lado, si fueras a la escuela e hicieras algo de lo que tú quieres hacer con ello, harías la decisión tuya, no de él.
Suspiro, mirando de regreso la calle.
—Sólo porque no puedas bailar profesionalmente no significa que tengas que dejar de bailar para ganarte la vida. Encuentra el punto en la distancia y no mires a otro lado, ¿no es eso lo que les dijiste a las chicas? ¿Cuál es tu ―punto? ¿Encontrar una forma de mantener el baile en tu vida?
Parpadeo, de vuelta a la manzana donde las niñas aún están girando y riéndose. Su punto es enseñar la ley. No le ha quitado los ojos de encima a su punto desde que empezó.
—Vale, entonces. —Parece tomar mi silencio como un acuerdo pasivo—. ¿Entrenas para ser maestro? ¿O aprendes para manejar tu propio negocio? Son dos caminos diferentes.
La idea de tener un estudio de baile hace que una reacción en guerra estalle en mi vientre: euforia, y temor. Apenas puedo imaginarme nada más divertido, pero nada cortaría la relación con mi familia más a fondo que eso.
—Pedro —digo, negando—. Incluso si quisiera mi propio estudio, sigue siendo sobre cómo empezar. Iba a pagarme mi apartamento durante dos años mientras obtuviera mi título. Ahora no me habla y no hay forma de hacerle subir a bordo con ese plan. Hay algo en el baile para él… Es como si no le gustara en un nivel visceral. Me estoy dando cuenta de que, haga lo que haga, tendré que hacerlo funcionar sin su ayuda. —Cierro los ojos y trago con dificultad. Me he tomado unas vacaciones tan profundas de la realidad de mi futuro que ya estoy exhausta después de sólo esta pequeña discusión—. Me alegra haber venido. En algunos aspectos es la mejor decisión que he tomado. Pero hace las cosas más complicadas en otros, también.
Se aparta, me estudia. Me encanta el Pedro juguetón, el que me guiña un ojo a través del cuarto sin razón, o le habla cariñosamente a mis muslos y pechos. Pero creo que podría amar a este Pedro, el único que parece realmente querer lo mejor para mí, el que es con certeza lo suficientemente valiente por los dos. —Estás casada, ¿no? —pregunta—.
¿Tienes un marido?
—Sí.
—Un marido que tiene una buena vida ahora.
Me encojo de hombros y aparto la vista. Hablar de dinero es
sumamente incómodo.
Tan juguetón y tontorrón como puede ser a veces, no hay nada más que sinceridad en su voz cuando pregunta—: ¿Entonces por qué necesitarías depender de tu padre para hacer lo que tú quieres?
28 Buenas noches. ¿Una mesa para dos?
29 Sí.
30 Contrae tus abdominales
31 Posición de ballet. Se hacen en la barra en las cinco posiciones de pies. De pie
coloca las piernas rectas, las caderas y hombros equilibrados y el cuerpo erguido.
CAPITULO 51
Me quedo dormida esperando por él cuando la puerta se cierra de golpe, el pomo golpeando el yeso de la pared justo al otro lado de la habitación. Sorprendida, me reacomodo, empujando mi faldita por mis piernas, froto mis ojos mientras Pedro irrumpe en la habitación.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —ruge.
Me muevo a la cabecera de la cama, desorientada y con el
corazón palpitando mientras mi cerebro se pone al día con la adrenalina que corre por mis venas. —Yo… me dijiste que no fuera ninguna parte.
Camina sigilosamente hacia mí, parándose en el lado de la cama y aflojando la corbata con un tirón impaciente—. Entraste en mi casa.
—La puerta estaba abierta.
—Y te metiste a mi cama.
—Yo… —Lo miro, con los ojos muy abiertos. Se ve realmente molesto, pero luego se inclina hacia adelante, recordándome que todo es un juego, pasando suavemente su pulgar por mi labio inferior.
—Paula, rompiste aproximadamente cien reglas universitarias y varias leyes esta noche. Podrían haberte arrestado.
Me pongo sobre mis rodillas, deslizando mis manos por su pecho—.No sé cómo más obtener su atención.
Cierra los ojos, moviendo los dedos a mi mandíbula, bajo el cuello hasta mis hombros desnudos. Estoy usando nada más que una falda corta y ropa interior abajo, y sus palmas se deslizan sobre mis pechos antes de que retire sus manos, formando puños apretados.
—¿No crees que te noto en clase? —gruñe—. ¿En frente con tus ojos puesto en mí toda la hora, tus labios tan carnosos y rojos que todo lo que puedo pensar es en cómo se sentirían en mi lengua, mi cuello, mi pene?
Lamo mis labios, muerdo el inferior. —Puedo mostrarte.
Vacila, entrecerrando los ojos. —Me despedirían.
—Prometo que no le diré a nadie.
Su conflicto se siente tan genuino: cierra los ojos, aprieta la
mandíbula. Cuando se abren de nuevo, se inclina y dice—: Si piensas que con esto te estoy premiado por irrumpir en mi casa…
—No lo hago… —Pero ve la mentira en mi cara. Consigo todo lo que quiero y mi sonrisa oscura lo hace gruñir, ahueca mis pechos otra vez con manos ásperas.
Mi piel se levanta para encontrarse con su toque, y en el interior, los músculos y mis órganos vitales se tuercen como si estuviera retorciéndose, empujando el calor por mi pecho, en mi vientre donde se reúne abajo, entre mis piernas. Lo deseo tanto que me siento inquieta e insistente, esta necesidad elemental arañando en mi garganta. Hundo mis manos en su pelo, sujetándolo a mí y apenas dejándolo alejar un suspiro de mi piel.
Pero todo es un engaño. Saca mis manos fácilmente, inclinándose hacia atrás para mirarme con un fuego convincente en sus ojos.
—Tenía mucho trabajo en mi escritorio cuando llamaste con tu pequeño show antes.
—Lo siento —le susurro. Estar cerca de él me hace líquido, mis entrañas se arrastran y funden.
Sus ojos parpadean cerrados, fosas nasales dilatadas. —¿Qué crees que le hizo a mi concentración, sabiendo que estabas aquí, pensando en mí, tocando la piel que podría ser mía para tocar?
Sus ojos están fijos en los míos, y para resaltar su punto, desliza una mano áspera en mi ropa interior, dos dedos buscando, sumergiéndolos dentro y encontrándome empapada.
—¿Quién te puso mojada?
No respondo. Cierro los ojos, empujando su mano antes de alcanzar a agarrar su muñeca y follar sus dedos si no se movía. Estoy ardiendo, en todas partes y sobre todo aquí, ahogándome con una necesidad arañando de venirme, de que él me haga venir.
Con un tirón de su brazo retira sus dedos de mí y los empuja a mi boca, presionando mi sabor en mi lengua. Su mano agarra mi mandíbula, sus dedos presionando en el hueco de mis mejillas para mantener mi boca abierta.
—¿Quién. Te. Puso. Mojada?
—Tú. —Me las arreglo a decir con sus dedos intrusivos y se retira,tirando de mi labio inferior con un dedo índice, un dedo pulgar—. Pensaba en ti todo el día. No sólo cuando me llamaste. —Miro fijamente a sus ojos, tan llenos de ira y lujuria que me quita el aliento. Se ablandan a medida que continúo sosteniendo su mirada, y puedo sentir que los dos tartamudeamos en nuestros roles. Quiero fundirme con él, sentir su peso caliente sobre mí—. Pienso en ti todo el día.
Puede ver la verdad en mi expresión y sus ojos caen a mis labios, sus manos extendidas suavemente por mis costados. —¿En serio?
—Y no me importan las reglas —le digo—. O que tienes un montón de trabajo. Quiero que lo ignores.
Su mandíbula se tensa.
Digo—: Te deseo. El semestre va a terminar pronto.
—Paula… —Puedo ver el conflicto en sus ojos, y ¿lo siente también?
¿Este anhelo tan enorme que empuja todo lo demás dentro de mi pecho a un rincón? Nuestro tiempo juntos ya casi termina, también. ¿Cómo voy a estar lejos de él en sólo un par de semanas?
¿Qué vamos a hacer?
Mi corazón da una vuelta, golpeando tan fuerte que ya no es un ritmo seguro. Platillos chocando y el profundo pulso pesado del tambor golpeando debajo de mis costillas. Sé lo que es este sentimiento. Él necesita saber.
¿Pero es demasiado pronto? He estado aquí apenas un mes—. Pedro… Yo…
Sus labios chocan sobre los míos, su lengua empujando abre mi boca, degustando, rodando contra mis dientes. Presiono hacia arriba, con hambre del sabor de él, a hombre, océano y calor.
—No digas eso —dice en mi boca, de alguna manera sabiendo que iba a poner algo sincero e intenso ahí. Retrocediendo, busca mis ojos frenéticamente, suplicando—. No puedo jugar duro si dices esto esta noche. ¿D' Accord?
Asiento urgentemente y sus pupilas se dilatan, una gota de tinta en el verde y realmente puedo ver su pulso levantarse.
Es mío. Lo es.
Pero, ¿por cuánto tiempo? La entrometida pregunta me hace desesperada, agarrándolo y necesitándolo profundamente en cada parte de mí, sabiendo que en realidad no puede dejarme sin aliento, pero ofreciéndoselo de todos modos en pequeñas ráfagas, constantes.
Da un paso más cerca, y aunque su agarre en mi cabello no
disminuye, ávidamente agarro su camisa, tirando de ella sin sus pantalones. Con dedos temblorosos, saco cada botón y una vez que se expone su torso suave, cálido, oigo mi gemido febril y mis manos se deslizan hacia arriba a través de su piel, frenética. ¿Cómo se sentiría, me imagino, desearlo tanto como lo hago y no tenerlo? ¿Y luego solo esta noche —una sola, peligrosa noche— me dejaría tocarlo, saborearlo,follarlo?
Yo sería salvaje. Insaciable.
Gruñe cuando paso demasiado tiempo pasando mis manos hacia arriba y sobre su pecho, mis uñas rasguñando sobre sus pezones pequeños, planos, acariciando la línea burlona de pelo que desciende por debajo de su ombligo y en sus pantalones. Con impaciencia, tira de mi cabello, empujando sus caderas hacia delante, y gruñe su aprobación cuando
desabrocho rápidamente el cinturón, la cremallera, y bajo los pantalones por sus muslos para que pueda liberar su polla.
Oh.
Se adentra en frente de mí, gruesa y caliente; cuando la alcanzo, es de acero en mi palma. Uso ambas manos, agarrando y deslizándome por su longitud, queriendo que él suelte mi pelo para que pueda doblarme y chuparle con tanta hambre como siento.
Exhala un gemido fuerte mientras lo bombeo en mi puño y luego se inclina hacia abajo, tomando mi boca en un brutal, beso imponente. Su boca chupa la mía, empujando mis labios a separarse mientras el puño se aprieta en mi cabello. Desliza su lengua dentro, empujando profundo, jodiéndome con un ritmo inconfundible.
No voy a ser amable, me dice. Ni siquiera voy a intentarlo.
Excitación se extiende a través de mí y me libero de su agarre, con la intención de lamerlo hasta que se venga, pero con un gruñido de maldición que me hace retroceder en la cama, se inclina para recuperar la corbata para que la pueda envolver alrededor de mis muñecas y asegurarlo a la cabecera.
—Tu cuerpo es para mí placer —me dice, con los ojos oscuros—. Estás en mi casa, cosita. Voy a tomar lo que quiera.
Lanza sus pantalones y se sube encima de mí, tirando de mi ropa interior por mis piernas y empujando mi falda hasta las caderas. Con las manos apoyadas en mis muslos, extiende mis piernas, se inclina hacia adelante, y bruscamente se sumerge en mí.
Es un alivio tan grande que me hace gritar; nunca antes me había sentido tan llena de él. Hambrienta y satisfecha, queriendo que se quede así para siempre. Pero no se queda profundamente dentro de mí por mucho tiempo. Se retira y luego golpea hacia adelante, agarrando la cabecera para hacer palanca y follándome tan duro que cada penetrada hace que mis dientes traqueteen, fuerza el aire de mis pulmones.
Es salvaje y frenético, su cuerpo sobre el mío, mis piernas sujetadas alrededor de la cintura tan apretadas que me pregunto si le duele. Quiero hacerle daño, de una manera oscura y enferma. Quiero sacar cada sensación a la superficie, que sienta todo a la vez: la lujuria, el dolor, la necesidad y el alivio y, sí, incluso el amor que estoy sintiendo.
—Quería terminar las cosas esta noche —sisea, colocando sus manos alrededor de mis muslos. Bombea con fuerza y rapidez, follándome tan bruscamente; sudor se escurre en su sien y se posa en mi pecho. Su ira es aterradora, emocionante, perfecta—. En cambio tengo que volver a casa y hacer frente a una estudiante traviesa. —Sus caderas están bombeando y bombeando en mí, gime, con los ojos cada vez más pesados. Sus manos grandes y ásperas alcanzan mis pechos, y desliza su pulgar por mi pezón.
—Por favor, hazme venir —le susurro, francamente.
Quiero dejar de jugar.
Quiero jugar siempre.
Quiero su aprobación, quiero su ira. Quiero el fuerte golpe de su mano por mi pecho sólo unos segundos antes de que se libere. Me conoce.
—Por favor —se lo ruego—. Seré buena.
—Los malos alumnos no obtienen placer. Voy a venirme y venirme, y me podrás ver en su lugar.
Se mueve con tanta fuerza que la cama está temblando, gimiendo debajo de nosotros. Nunca hemos sido tan duros.
Los vecinos deben poder escuchar, y cierro los ojos, saboreando el conocimiento de que mi marido está completamente atendido en la cama. Le daré cualquier cosa.
—Mírame venir —susurra, moviéndose en mí y agarrando su polla. Su mano desciende arriba y abajo de su longitud y maldice, sus ojos en mí.
El primer pulso de su liberación me chorrea por la mejilla, y luego mi cuello, mis pechos. Nunca seré capaz de imaginar un sonido más sexy que el profundo gemido que hace cuando se viene, la forma en que gruñe mi nombre, la forma en que me mira. Se inclina, sudoroso y sin aliento; sus ojos se mueven por mi cara y abajo, inspeccionando cómo me ha decorado.
Subo mi cuerpo por lo que sus caderas están al nivel de mi cara, presiona su polla a mis labios, en silencio pidiendo. —Lámelo hasta limpiarlo.
Abro la boca y lamo alrededor de la punta, y luego chupo abajo, a lo largo de la piel suave como el terciopelo.
—Pedro—susurro cuando me alejo, queriendo estar con nosotros ahora. Deseándolo.
Alivio llena sus ojos y dirige su dedo por mi labio inferior—. ¿Te gusta esto? —murmura—. Me encanta.
—Sí.
Se aleja, inclinándose para besar mi frente mientras desata
cuidadosamente mis manos. —Attends —susurra. Espera…
Pedro vuelve con un paño húmedo, limpiando mi mejilla, mi cuello, mis pechos. Lo tira a la papelera en la esquina antes de besarme suavemente.
—¿Fue eso bueno, Cerise? —susurra, chupando mi labio inferior, su lengua explorando suavemente en mi boca. Gime silenciosamente, dedos danzando sobre la curva de mi pecho—. Fue perfecto. Me encanta estar contigo de esa manera. —Su boca se mueve sobre mi mejilla, mi oído, y
pregunta—: Pero, ¿puedo ser suave ahora?
Asiento, ahuecando su rostro. Me destroza con su juego, con su mando que tan fácilmente se derrite en adoración. Cierro mis ojos, hundiendo las manos en su cabello mientras besa mi cuello, chupando mis pechos, mi ombligo, separando mis piernas con las manos.
Estoy adolorida de su trato duro de hace sólo unos minutos, pero tiene cuidado ahora, sopla una suave corriente de aire a través de mí, susurrando—: Déjame verte.
Agachándose, besa mi clítoris, lame lentamente alrededor.
—Me encanta probarte, ¿te das cuenta?
Enrollo mis manos en puños alrededor de la funda de almohada.
—Creo que este dulzor es sólo para mí. Finjo que tu deseo nunca se ha parecido a esto. —Moja un dedo dentro y lo lleva a mis labios—. Para todos los demás nunca fue tan suave y dulce. Dime que es verdad.
Le dejo deslizar su dedo dentro y chupo, queriendo hacer que esta noche dure por días. Soy salvaje para él, esperando que se quede aquí conmigo. Con la esperanza de que no se retire a la oficina y trabaje hasta el amanecer.
—¿No es perfecto? —pregunta, mirándome chupar—. Nunca me ha gustado el sabor de una mujer tanto como amo el tuyo. —Sube por mi cuerpo, chupando mis labios, mi lengua. Esta duro de nuevo, o tal vez todavía esta duro, y se restriega contra mi muslo—. Lo ansío. Te deseo. Soy demasiado salvaje para ti. Te deseo demasiado, creo.
Niego con la cabeza, con ganas de decirle que me podría querer más y ser más salvaje, pero las palabras se atascan en mi garganta cuando lleva los labios a mi coño, lamiendo y chupando tan expertamente que me arqueo fuera de la cama, lanzando un grito.
—¿Te gusta? —ronronea.
—Sí. —Mis caderas presionan desde el colchón, ávidas por sus dedos, también.
—Me gustaría ser tu esclavo —susurra, deslizando dos dedos dentro de mí—. Dame solamente esto, tu boca y tus palabras tranquilas y sería tu esclavo, Cerise.
No sé cómo paso, o cuándo exactamente, pero sabe cómo leer mi cuerpo, sabe mis reacciones. Se burla de mí, tirando de cada sensación más tiempo y con más fuerza, haciéndome esperar el orgasmo que he querido por lo que empieza a parecerse a días. Con su lengua, sus labios, sus dedos, y sus palabras me lleva al borde una y otra vez hasta que me retuerzo debajo de él, sudando, rogando por él.
Y justo cuando creo que finalmente me hará venir, se retira en su lugar, limpiándose la boca con el antebrazo mientras sube por encima de mí.
Me alzo sobre mis codos, mis ojos desorbitados. —Pedro…
—Shh, tengo que estar adentro cuando te vengas. —Con manos rápidas, me rueda sobre mi estómago, extiende mis piernas, y se desliza tan profundamente que jadeo, apretando la funda de almohada en mis puños. Su gemido vibra a través de mis huesos, a lo largo de mi piel, y siento el zumbido continuo de esto a medida que comienza a moverse, su pecho presionando a mi espalda, aliento caliente en mi oído.
—Estoy perdido en ti.
Jadeo, asintiendo frenéticamente. —Yo también.
Su mano se desliza por debajo de mí y empuja, dando vueltas contra mi clítoris. Estoy allí.
Allí mismo.
Allí mismo.
Y estallo como una bomba en el segundo que presiona sus labios en mi oído y susurra—: ¿Lo que sientes, Cerise? Yo también lo siento. Joder, Paula, siento todo por ti.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)