viernes, 7 de noviembre de 2014

CAPITULO 40





Incluso cuando me despierto sola un par de horas más tarde, recuerdo la forma en que susurraba contra mis hombros, y finalmente en mis oídos. Había rodado sobre mi espalda, con los ojos todavía cerrados mientras me envolvía a su alrededor en un abrazo somnoliento, con la tela de su áspero traje y la seda de su insinuante corbata arrastrándose entre mis pechos desnudos. Si hubiera estado más despierta, lo habría tirado, y observado mientras tocaba los moretones con las puntas de sus dedos
presionando mi piel.


Pedro me dejó el desayuno. Hay café y un cruasán envuelto
esperando en el mostrador, junto con un gorro de encaje que va con mi traje de sirvienta; una nueva lista de frases garabateadas descansa debajo de mi plato.


¿Qué hora es? Quelle heure est-il?

¿A qué hora cierran? A quelle heure fermez-vous?

Quítate la ropa, por favor. Déshabille-toi, síl te plaÎt.

Fóllame. Duro. Baise-moi. Plus fort.

Necesito un consolador grande, del mismo tamaño que el de mi esposo. Je voudrais le gros gode, celui qui se rapproche le plus de mon mari.


Ese fue el mejor orgasmo de mi vida. C’était le meilleur orgasme da ma vie.


Me voy a venir en tu boca, chica hermosa. Je vais jouir dans ta bouche, beauté.


Todavía estoy sonriendo cuando entro al baño y me ducho,
recuerdos de la noche anterior corriendo en una rueda dentro de mi cabeza. La presión del agua en el apartamento de Pedro es terrible y el agua apenas es tibia. Me recuerdo una vez más que no estoy en San Diego, donde la única persona con la que necesitaba batallar por agua caliente tan tarde en la mañana era con mi madre después de sus clases de yoga. Hay siete pisos de personas para tener en cuenta aquí, y hago una nota mental para levantarme más temprano mañana, y sacrificar una hora extra de sueño por una ducha caliente. Pero esa no es la única cosa que me perdería. Esos pocos y espontáneos momentos en la mañana, cuando Pedro cree que todavía estoy dormida podrían valer una ducha fría. Muchas de ellas.




*****



Gruesimone está afuera fumando un cigarrillo cuando camino más allá de la pastelería, hacia el metro. —Hoy ha sido una maldita pesadilla — dice, exhalando una nube de humo por la comisura de su boca—. Vendimos los bizcochitos que a todo el mundo le encanta y me derramé un maldito café encima. Al diablo con mi vida.


No estoy segura de por qué me siento con ella durante su descanso, escuchándola desahogarse sobre las dificultades de ser una pobre veinteañera en París, de cómo su novio parece no cerrar nunca el café antes de irse, o de cómo había dejado de fumar, pero que tenía que decidir entre los cigarrillos o matar a un cliente —su elección. No es muy agradable, con nadie, la verdad. Quizás es porque es americana, y es agradable tener conversaciones regulares con alguien que no es Pedro, y en un idioma que en realidad entiendo. O quizás en realidad estoy así de desesperada por el contacto humano exterior. Lo cual es… realmente deprimente.


Cuando termina su último cigarrillo y mi café hace tiempo se ha enfriado, me despido y me dirijo hacia el metro, y luego exploro tanto como puedo de Le Marais en una mañana.


Aquí se sitúan algunos de los edificios más antiguos de la ciudad, y se ha convertido en una colonia popular por las galerías de artes, los pequeños cafés, y las únicas y costosas boutiques. Lo que más me encanta son las angostas y serpenteantes calles, la forma en que pequeños jardines aparecen de la nada, suplicando por ser explorados, o simplemente porque me siente y vuele a través de una novela, que me pierda en la historia de alguien más.


Justo cuando mi estómago está gruñendo y estoy lista para el almuerzo, mi teléfono vibra en mi cartera. Todavía estoy sorprendida por la deliciosa sacudida en mi pecho cuando veo el nombre de Pedro y su rostro—su estúpida selfie con mejillas rosadas y una gran sonrisa— parpadeando
en mi pantalla.


¿Es afición lo que siento? Buen Dios, definitivamente estoy
aficionada, y cuando sea que está cerca, básicamente quiero acosarlo sexualmente. No es sólo porque sea hermoso, y encantador, es que es amable y atento, y que nunca se le ocurriría ser aprovechado o moralizante. Hay una inherente comodidad en él que es cautivadora, y no tengo ninguna duda de que deja un rastro de corazones rotos sin querer — de hombres y mujeres— a donde sea que va.


Estoy casi segura de que la mujer que tiene una tienda cerca de la esquina de nuestro apartamento está un poco enamorada de él. A decir verdad, estoy bastante segura de que casi todos a los que Pedro conoce están enamorados de él. ¿Y quién podría culparla? Una noche la vi decirle algo en francés, y luego detenerse, presionando sus arrugadas manos contra su rostro, como si le acabara de contar al niño lindo de su enamoramiento. Más tarde, mientras caminábamos por la acera comiendo nuestros gelatos, me explicó que le dijo lo mucho que se parecía al chico del que se enamoró en la universidad, y cómo pensaba en él por un momento todas las mañanas cuando se pasaba por su café.


—Me agradeció por hacerla sentirse como una colegiala de nuevo —me dijo un poco renuente y luego se giró hacia mí con una sonrisa coqueta—. Y que se alegraba de verme casado con una chica tan hermosa.


—Así que, básicamente pones a las señoras mayores un poco cachondas.


—En realidad sólo me preocupo por esta señorita. —Besó mi mejilla— Y no quiero ponerte cachonda. Te quiero desnuda y rogando venirte en mi boca.


Nunca antes había conocido a alguien que fuera una mezcla de sexualidad desvergonzada e inocencia fingida. Así que, es con una mezcla de excitación y miedo que leo su mensaje ahora, mientras atravieso la acera llena.


Lo de anoche fue divertido, dice.


Me muerdo el labio mientras contemplo mi respuesta. El que
entendiera lo que hacía, que jugara conmigo e incluso sugiriera que lo hiciéramos de nuevo, bueno…


Tomo una respiración profunda. Muy divertido, respondo.


¿Fue agradable salir de la rutina?


El sol está en lo alto y tiene que estar cerca de los treinta grados, pero con una oración se las arregló para hacer que la piel de gallina se desatara a lo largo de mis brazos y piernas, y que mis pezones se endurecieran. De alguna manera, hablar sobre ello de esta forma, reconociendo lo que hicimos, se siente tan sucio como ver ese pequeño traje colgando en el armario esta mañana, junto a la ropa que usa para trabajar todos los días.


, escribo, y si un mensaje pudiera llegar en un susurro, así es exactamente como este sonaría.


Hay una larga pausa antes de que comience a escribir nuevamente y me pregunto si es posible que esté tan nervioso como yo lo estoy ahora mismo. 


¿Crees que te gustaría hacerlo de nuevo?


Ni siquiera tengo que pensar en ello. .


Su respuesta llega lentamente; se siente como si estuviera
escribiendo por una eternidad. 


Ve a la estación de Madeleine, línea 14 hacia Chatelet. Camina hacia la 19 de Rue Beaubourg —hacia el Centro Georges Pompidou (El gran museo, no lo puedes pasar por alto). Toma las escaleras eléctricas hacia el piso de arriba. Espera en el bar del restaurante Georges a las 19h00 (7:00pm). Tiene la mejor vista.


Estoy lo suficientemente como cerca para caminar hasta allí, y una emoción vertiginosa se mueve lentamente por mi columna vertebral y se escurre como un cálido baño a lo largo de mi piel. De repente, mis extremidades se sienten pesadas, mi cuerpo ansía, y tengo que entrar en una alcoba en frente de una pequeña librería para recobrar la compostura. Me imagino que así es como se siente un velocista en esos últimos momentos antes de que el pistoletazo de salida suene en el aire.


No tengo ni idea de lo que Pedro está planeando, pero estoy lista para averiguarlo.

CAPITULO 39





No tengo que abrir los ojos para saber que todavía está oscuro afuera. La cama es un nido de cálidas mantas; las sábanas son suaves y huelen a Pedro y a detergente. Estoy tan cansada, flotando en ese lugar entre despierta y dormida, así que cuando las palabras comienzan a ser susurradas en mi oído suenan como burbujas levantándose desde debajo del agua.


—¿Estás frunciendo el ceño en sueños? —Cálidos labios se presionan en mi frente, la punta de un dedo suavizando la piel allí. Me besa una mejilla y luego la otra, rozando su nariz a lo largo de mi mandíbula en su camino hacia mi oído.


—Vi tus zapatos en la puerta —susurra—. ¿Ya has caminado todo París? Se ven casi gastados en las suelas.


Para ser sinceros, no está lejos de la verdad. París es un mapa interminable que parece desplegarse justo delante de mí. Alrededor de cada esquina está otra calle, otra estatua, otro edificio antiguo y más hermoso que nada que haya visto antes. Voy a un lugar y eso sólo me hace querer ver lo que está detrás de ese, y detrás de ese otro. Nunca he estado tan ansiosa de perderme en un lugar antes.


—Me encanta que estés intentando aprender de mi ciudad. Y que Dios ayude al pobre chico que te vea caminar en ese pequeño vestido veraniego que vi colgando en el baño. Tendrás admiradores siguiéndote a casa y me veré obligado a espantarlos.


Lo siento sonreír contra mi mejilla. La cama se mueve y su respiración alborota mi cabello. Mantengo mi expresión relajada, mis exhalaciones silenciosas, porque no quiero despertar nunca. No quiero que pare de hablarme de esta manera.


—Es sábado nuevamente… trataré de llegar a casa temprano esta noche. —Suspira, y escucho el cansancio en sus palabras. No estoy segura si he apreciado completamente lo difícil que esto debe ser para él, equilibrar lo que ve como su responsabilidad hacia mí y hacia su trabajo.


Me imagino que se debe de sentir como ser jalado en todas las direcciones.


—Te pedí que vinieras aquí y siempre estoy ausente. Nunca fue mi intención que fuera de esta manera. Yo sólo… no lo pensé. —Se ríe en mi cuello—. Todos los que conozco rodarían los ojos ante eso. Orlando, Fernando…
especialmente mi madre —dice con cariño—. Dicen que soy impulsivo. Pero quiero ser mejor. Quiero ser bueno para ti.


Casi gimo.


—¿No te despertarás, Cerise? ¿Para darme un beso de despedida con esa boca tuya? ¿Con esos labios que me meten en problemas? Estuve en una reunión ayer y cuando dijeron mi nombre no tenía ni idea de lo que hablaban. Todo lo que podía pensar era en la forma en que tus labios de cerezas se veían ensanchados alrededor de mi polla, y luego anoche… Oh. Las cosas que me imaginaré hoy. Vas hacer que me despidan y cuando estemos sin un céntimo en la calle, no tendrás a nadie a quien culpar sino a esa boca tuya.


Ya no puedo mantener una cara seria y me río.


—Finalmente —dice, gruñendo en mi cuello—. Comenzaba a contemplar prender la alarma de incendios.