lunes, 17 de noviembre de 2014
CAPITULO 62
Le había prometido a Lola y Helena que podían venir tan pronto como me mudara, pero después de desempacar, estoy exhausta y no quiero nada más que dormir.
En la cama, sostengo mi teléfono tan fuerte en mi mano que puedo sentir mi palma resbaladiza y lucho por no releer cada uno de los constantes mensajes de Pedro por centésima vez. El único que llegó desde que desempaqué dice: Si fuera a ti, ¿me verías?
Me río, porque a pesar de todo, no es como si pudiera decidir dejar de amarlo; jamás me negaría a verlo. Ni siquiera me atrevo a quitarme el anillo de bodas.
Mirando mi teléfono, abro la ventana de texto y respondo por
primera vez desde que lo dejé durmiendo en el apartamento. Estoy en San Diego, sana y salva. Por supuesto que te vería, pero no vengas hasta que convenga para el caso. Has trabajado muy duro. Releo lo que he escrito y luego agrego: No voy a ninguna parte.
Excepto de vuelta a los Estados Unidos, mientras tú dormías, pienso.
Responde inmediatamente. ¡Por fin! Paula, ¿por qué te fuiste sin despertarme? He estado enloqueciendo.
Y luego otro: No puedo dormir. Te extraño.
Cierro los ojos, sin notar hasta ahora lo mucho que necesitaba escuchar eso. La sensación se aprieta en mi pecho, una cuerda envuelta alrededor de mis pulmones, golpeándolos. Mi cuidadosa mente me dice que sólo diga gracias, pero en su lugar escribo rápidamente: Yo también, y lanzo mi teléfono lejos, en la cama antes de que pueda decir más.
Lo extraño tanto que siento que estoy atada en un corsé, incapaz de inhalar el aire suficiente para mis pulmones.
Para el momento en que lo recojo otra vez, es la mañana siguiente y me he perdido sus tres textos siguientes: Te amo. Y luego: Por favor, dime que no he arruinado esto.
Y luego: Por favor, Paula. Di algo.
Ahí es cuando me desmorono por segunda vez, porque por la hora sé que lo escribió en su oficina, en el trabajo. Puedo imaginármelo mirando su teléfono, incapaz de concentrarse o hacer algo hasta que le conteste.
Pero no lo hice. Me acurruqué en una bola y me dormí, necesitando apagarme como si me hubiese desconectado.
Agarro el teléfono de nuevo y aunque son las siete de la mañana, Lola contesta en el primer tono.
Sólo cerca de una hora más tarde abro la puerta y corro a una masa de brazos y pelo salvaje.
—Deja de acapararla —dice una voz sobre el hombro de Helena y siento otro par de brazos.
Nunca siquiera sabrías que han pasado dos meses por la manera en que empiezo a sollozar sobre el hombro de Lola, aferrándome a ambas como si pudieran alejarse flotando.
—Las extrañé mucho —digo—. Nunca se irán. Va a ser pequeño pero podemos hacer que funcione. Estuve en Europa. Puedo seguir con esto ahora.
Tropezamos en mi pequeña sala de estar, un desastre de risas y lágrimas, y cierro la puerta detrás de nosotras.
Me giro para encontrar a Helena observándome, evaluándome.
—¿Qué? —pregunto, mirando mis pantalones de yoga y camiseta.
Me doy cuenta que no parezco lista para la alfombra roja, pero su inspección se siente un poco innecesaria—. Más despacio, Clinton Kelly. He estado desempacando y luego durmiendo.
—Te ves diferente —dice.
—¿Diferente?
—Sí. Más sexy. La vida matrimonial fue buena para ti.
Ruedo los ojos. —Asumo que te refieres a mi pancita. Tengo una nueva y enfermiza relación con pain au chocolat.
—No —dice, acercándose a examinar mi rostro—. Te ves… ¿más suave? Pero en el buen sentido. Femenina. Y me gusta el cabello un poco más largo.
—Y el bronceado —añade Lola, dejándose caer en el sofá—. Te ves bien. También tus pechos.
Me río, apretándome en el asiento junto a ella. —Esto es lo que Francia te dará sin un trabajo y con una pastelería en la esquina.
Todas nos quedamos en silencio y después de lo que se siente como una eternidad de silencio, me doy cuenta de que soy yo la que tiene que abordar el hecho de que estuve en Francia y ahora estoy aquí.
—Me siento un ser humano horrible por cómo me fui.
Lola me pincha con su mirada. —No lo eres.
—Podrías estar en desacuerdo cuando lo explique.
La mano de Helena ya está elevada en el aire. —No es necesario.
Sabemos lo que pasó, no gracias a ti, idiota retenedora de información.
Por supuesto que han escuchado toda la historia. Más precisamente, Lola lo escuchó de Orlando, quien lo escuchó de Fernando, quien tuvo la suerte de llamar a Pedro sólo una hora después de que se despertó para encontrar que su esposa y todas sus pertenencias se habían ido. Para ser un montón de chicos, son terriblemente chismosos.
Nos entendemos en una fácil abreviatura que hemos desarrollado en los últimos casi veinte años y es mucho más fácil derramar todo por segunda vez desde que volví.
—Él lo jodió —me asegura Helena una vez que llego a la parte donde nos dirigimos juntos a la fiesta—. Todos lo saben. Al parecer, Fernando y Orlando habían estado diciéndole que te dijera sobre la situación hace semanas.
Perry lo llama todo el tiempo, le manda mensajes constantemente, y llama a Fernando y Orlando para hablar de ello sin parar. Su ruptura no pareció sorprender a nadie más que a ella, e incluso eso parece ser un debate.
Supongo que a Pedro le preocupaba espantarte y está contando los días hasta que pueda regresar aquí. Por todo lo que he oído, él está completamente y locamente enamorado de ti.
—Pero todos coincidimos en que debería habértelo dicho —dice Lola—. Suena como si estuvieras cegada.
—Sí —digo—. La primera vez que me lleva a una fiesta, esta
agradable chica empezó a hablar conmigo y luego su rostro se derritió y se convirtió en un demonio vengador. —Apoyo la cabeza en el hombro de Lola—. Y sabía que él tuvo una novia por un tiempo largo, así que no sé por qué era tal salto decirme que fue Perry y que vivió con ella, e incluso estuvieron comprometidos. Tal vez habría sido extraño, pero lo hizo más raro de lo que era este gran secreto. Además, ¿seis años con alguien a quien no amas de esa manera? Eso parece demente.
Lola se queda tranquila y luego murmura—: Lo sé.
Odio la pequeña punzada de deslealtad que siento cuando lo critico de esta manera. Pedro fue formado por su experiencia de crecer en la extraña y posesiva relación llena de traición que tenían sus padres. Estoy segura que la lealtad y fidelidad significa más para él que el amor romántico, o al menos pensó eso. Me pregunto, también, cómo gran parte de su tiempo con Perry estuvo a punto de demostrar que no es tan voluble como su padre. Estoy segura que permanecer casada conmigo es al menos algo sobre eso —sin importar cuánto insistí en primer lugar.
Necesito decidir si estoy bien con ambos, probarse algo a sí mismo y amarme.
—¿Cómo está? —pregunta Helena.
Me encojo de hombros y me distraigo jugando con los extremos del cabello de Lola. —Bien —digo—. Trabajando.
—Eso no es lo que estoy preguntando.
—Bueno, por todo el juego del teléfono, probablemente saben más que yo. —Desviándolo, pregunto—: ¿Cómo está Fernando?
Helena se encoge de hombros. —No lo sé. Bien, supongo.
—¿Qué quieres decir con que no lo sabes? ¿No acabas de verlo?
Se ríe y hace diminutas comillas en el aire mientras repite la
palabra verlo en voz baja. —Te puedo asegurar que no fui a Canadá por la brillante personalidad de Fernando o sus habilidades de conversación.
—Así que fuiste allá por sexo.
—Síp.
—¿Y fue lo suficientemente bueno para volver?
—No sé. Si soy honesta, no me gusta tanto. Definitivamente es más bonito cuando no habla.
—Eres un trol.
—Me encanta que actúes como si estuvieras sorprendida. ¿Fernando y yo? No hay nada.
—Está bien, Paula, suficiente evasión —dice Lola en voz baja—. ¿Qué pasa después?
Suspirando, le digo honestamente—: No lo sé. Es decir, esto es lo que se supone que tengo que hacer, ¿no? ¿Universidad? ¿Averiguar lo que quiero hacer con mi vida? Lo irresponsable fue ir a Francia en primer lugar.
Lo maduro fue volver a casa. Así que, ¿por qué siento que todo es al revés?
—Oh, no lo sé —tatarea Helena—. ¿Tal vez porque suena como se estuvieran averiguando un nuevo plan, juntos?
Asiento. Es cierto. —Me sentí muy segura con él. ¿Cómo si mi cerebro no lo supo siempre pero mi cuerpo sí? No sabía su color favorito o lo que quería ser cuando tenía diez, pero nada de eso importaba. Y las cosas tontas que sabía sobre Lucas, la lista gigante de cosas en mi cabeza que pensé que nos hacían compatibles… parece tan ridículo cuando lo
comparo con mis sentimientos por Pedro.
—Si pudieras borrar esto único de su tiempo juntos, ¿seguirías con él?
Ni siquiera tengo que pensar en ello. —Absolutamente.
—Mira, te vi perder lo más importante en tu vida y no había nada que yo o alguien más pudiera hacer para mejorarlo. No podíamos regresar en el tiempo. No podíamos arreglar tu pierna. No podíamos hacerlo así tú podrías bailar de nuevo —dice Helena, su voz inusualmente temblorosa—. Pero puedo decirte que no seas una idiota. El amor es jodidamente difícil de encontrar, Paula. No lo pierdas a causa de algunas estúpidas líneas en un mapa.
—Por favor, deja de ser coherente —digo—. Mi vida es lo
suficientemente confusa ahora mismo sin que la empeores.
—Y si sé algo de ti, estoy bastante segura de que ya has llegado a la misma conclusión. Sólo necesitabas a alguien más inteligente que lo dijera primero. Quiero decir, no le estoy restando importancia a lo que hizo, fue un movimiento de mierda. Sólo estoy haciendo de abogado del diablo.
Cierro los ojos y me encojo de hombros.
—Entonces, hablamos de la gran palabra con A35, ¿no?
—¿Lesbianas? —digo, inexpresiva.
Me nivela con una mirada. Helena volviéndose seria al hablar sobre sus sentimientos no es alguien con el que deseas perder el tiempo. —A lo que me refiero —dice, ignorándome—, es que esto no se trata de follar al dulce y sucio chico francés.
—Nunca fue sobre follar al chico francés —le replico—. Creo que eso es lo que te asustó.
—Porque es grande —dice y luego choca los cinco conmigo
mientras todos gritamos—: ¡Eso es lo que ella dijo!
Pero entonces, su expresión es sobria de nuevo. —Incluso cuando Lucas se fue —continua—, sabía que estarías bien. Le dije a Lola: ―Ahora es difícil, pero dale cinco semanas. Se recuperará. Esto es… diferente.
—Es casi ridículo cuán diferente es.
—Entonces… ¿qué? —Cuando todavía no tengo ni idea de lo que pregunta, continúa—: ¿Me pediste que le contara a mi papá sobre la anulación, pero es eso lo que quieres? ¿Están hablando en serio? Y no te encojas de hombros de nuevo o saltaré por ese sofá y te golpearé.
Me estremezco y me encojo de hombros. —Nos escribimos mensajes de texto.
—¿Estás en la secundaria? —pregunta Helena, golpeando con fuerza mi mano—. ¿Por qué no lo llamas?
Riendo, les digo—: No me siento lista para escuchar su voz. Apenas me estoy instalando. Probablemente tome el siguiente avión a Paris si lo escucho decir mi nombre. —Sentándome y girando para poder verlas, añado—: Además, Pedro está ascendiendo y yo estaba como un hámster corriendo en una rueda. Necesito ponerme las pilas para que si él viene aquí, no sienta que tiene que hacerse cargo de mí. —Dejo de hablar y levanto la vista para verlas observándome, con expresiones neutras—. Necesitaba madurar y de alguna manera, Pedro al ser un idiota me sacó
del nido. Me entusiasmó a volver a la universidad. Sólo deseo no haber salido loca.
—No seas demasiado dura contigo —dice Lola—. Simplemente estoy tan feliz de que estés aquí.
—Dios, también yo —dice Helena—. Perdía una buena cantidad de sueño con todas tus llamadas telefónicas en mitad de la noche.
Le lanzo una almohada. —Ja. Ja.
—Y, ¿qué hay de un trabajo? Sabes que mi papá te contrataría para sentarte y lucir bonita en una de sus oficinas. ¿Quieres confundir a algunos ejecutivos de mediana edad por el verano?
—En realidad, tengo un trabajo.
—¡Eso es genial! —Lola me agarra la mano.
Siempre la más escéptica, Helena sigue mirándome. —¿Dónde?
—Mi viejo estudio —digo. Y eso es todo lo que tengo que decir, en verdad, porque apenas un instante ha pasado antes de que Lola y Helena estén en mi regazo.
.
—Estoy tan orgullosa de ti —susurra Lola, con los brazos envueltos firmemente alrededor de mis hombros.
—Hemos extrañado verte bailar. Mierda, creo que podría llorar — añade Helena.
Me río, con poco entusiasmo tratando de alejarlas. —No será lo mismo, chicas. Yo…
—Para nosotras lo será —dice Lola, alejándose sólo lo suficiente para encontrar mi mirada.
—Está bien, está bien —dice Helena y se pone de pie para
mirarnos—. Suficiente de este asunto sentimental. Vamos a conseguir algo para comer y luego nos vamos de compras.
—Vayan ustedes. Yo me dirijo al estudio en un rato para hablar con Tina. Necesito una ducha.
Lola y Helena intercambian una mirada. —Bien, pero después de que termines, vamos a salir. Yo invito —dice Lola—. Una pequeña bienvenida para nuestro terroncito de azúcar.
Mi teléfono vibra en la mesa y Helena lo alcanza, apartándome con sus largos y glamorosos brazos. —Oh, ¿y Paula?
—¿Sí? —digo, tratando de rodearla.
—Contesta el maldito teléfono cuando él te llama o llámalo tú.
Tienes diez mensajes de voz y ni hablemos de tus mensajes de texto. No tiene que ser hoy, ni siquiera tiene que ser mañana, pero deja de ser una cobarde. Puedes ir a la universidad y trabajar, y pretender que no estás casada, pero no puedes hacernos creer que no estás completamente enamorada de este chico.
CAPITULO 61
Julianne es una diosa porque llama antes de las ocho en la mañana.
Con el cambio de hora, estaba despierta antes de las cinco y he estado paseando por la pequeña habitación del motel como una loca, rezando porque todo funcione y no tenga que pasar otro día buscando apartamentos.
—¿Hola? —respondo, el teléfono agitándose en mi temblorosa mano.
Puedo escuchar la sonrisa en su voz. —¿Lista para mudarte?
Le doy mi más agradecido —y entusiasta— sí, y luego miro alrededor de la sucia habitación después de colgar y me río.
Estoy lista para mudarme a un apartamento a diez minutos de la casa de mis padres y casi no tengo nada para llevar conmigo.
Pero antes de que pueda irme, hay una llamada más que necesito hacer. Por mucho que mi padre se negó a reconocer mi pasión por la danza, o incluso a ser amable sobre ello, hay una persona que estuvo en cada recital de danza, que me llevó a todos los ensayos y actuaciones, y cosió a mano mis trajes. Me puso maquillaje cuando era pequeña y me miró hacerlo por mí misma cuando crecí y era obstinadamente independiente. Lloró durante mis solos y se levantó para animarme. Estoy horrorizada al darme cuenta recién ahora que mamá resistió la desaprobación de mi padre por años mientras yo bailaba y la resistió porque era lo que yo quería hacer. Estuvo allí cuando me mudé a la habitación del hospital por un mes y me llevó en silencio, cuando estaba deprimida y adormecida, a los dormitorios en UCSD.
No fui la única que perdió un sueño después de mi accidente. De cualquier persona en mi vida, mi madre entenderá la elección que estoy haciendo.
Puedo oír la sorpresa en su voz cuando contesta. —¿Paula?
—Hola, mamá. —Aprieto los ojos, abrumada por una emoción que no estoy segura que será muy buena para la articulación. Mi familia no discute sentimientos y el único modo que aprendí fue a través de amenaza de tortura por parte de Helena. Pero ser consciente de la fuerza de mi mamá durante mi infancia y lo que hizo para ayudarme a perseguir mi sueño es probablemente uno que debería haber tenido hace mucho tiempo—. Estoy en casa. —Hago una pausa y agrego—: No me voy a Boston.
Mi mamá es una llorona tranquila; todo en ella es tranquilo. Pero conozco el ritmo de sus pequeños jadeos tan bien como conozco el olor de su perfume.
Le doy la dirección de mi apartamento, le digo que me voy a mudar hoy y que se lo contaré todo si viene a verme. No necesito mis cosas, no necesito su dinero. Sólo necesito a mi mamá.
*****
estamos juntas, siempre siento que la gente piensa que soy la versión de Marty McFly que viajó de los ochenta hasta la actualidad. Tenemos la misma figura, ojos marrones idénticos, piel aceitunada y oscuro cabello liso.
Pero cuando sale de su enorme Lexus a la acera y la veo por primera vez en más de un mes, tengo la sensación de que estoy mirando mi reflejo en una especie de ―casa de los espejos. Se ve igual que siempre —no es que sea exactamente un progreso. Su resignación, su vida acomodada, pude haber sido yo. Papá nunca quiso que ella trabajara fuera de casa. Él nunca tuvo mucho interés en sus gustos: jardinería, cerámica, vivir más ecológicamente. Ama a mi padre, pero se ha resignado a una relación que no le da nada en absoluto.
Se siente pequeña en mis brazos cuando la abrazo, pero cuando retrocedo y espero ver preocupación o duda —¡no debería estar confraternizando con el enemigo, David se pondrá furioso!— sólo veo una enorme sonrisa.
—Te ves increíble —dice, tirando mis brazos a un lado para llevarme.
Esto… está bien, me sorprende un poco. Me duché bajo el hilillo de la ducha del motel, no tengo maquillaje y probablemente realizaría actos sexuales salvajes por acceso a una lavadora. La imagen mental que tengo de mí cae en algún lugar entre un albergue para desamparados y zombis.
—¿Gracias?
—Gracias a Dios no te vas a Boston.
Y con eso, se gira, abre la parte trasera de su camioneta y saca una caja gigante con una facilidad sorprendente. —Traje tus libros, el resto de tu ropa. Cuando tu padre se calme, puedes venir a recoger todo lo que me faltó. —Mira mi expresión sorprendida por un latido antes de asentir al auto—. Agarra una caja y muéstrame tu lugar.
Con cada paso que subimos a mi pequeño apartamento sobre el garaje, una epifanía me golpea directamente en el estómago.
Mi mamá necesita un propósito tanto como cualquiera de nosotros.
Ese propósito solía ser yo.
A Pedro le asustaba enfrentar su pasado tanto como a mí el futuro.
Abro la puerta principal, la caja gigante casi volteándose de mis brazos al suelo y de alguna manera me las arreglo para llegar a la mesa del comedor. Mamá pone la caja de mi ropa en el sofá y mira alrededor.
—Es pequeño, pero muy lindo, Lollipop.
Creo que no me llama así desde que tenía quince. —De hecho, me encanta.
—Puedo traerte algunas fotografías del estudio de Lana, ¿si quieres un poco de arte?
La sangre zumba en mis venas. Este es el por qué vine a casa. Mi familia. Mis amigos. Una vida que quiero hacer aquí. —Está bien.
Sin mucho más preámbulo, se sienta y me mira fijamente. — Entonces.
—Entonces.
Su atención va a mi mano izquierda, colgando inmóvil a mi lado y ahora me doy cuenta que sigo usando mi anillo de bodas. Ni siquiera luce un poco sorprendida. —¿Cómo fue París?
Con una respiración profunda, me siento a su lado en el sofá y descargo todo en un derrame de palabras. Le cuento de la suite en Las Vegas, cómo sentí que era mi último hurra de ese tipo de cosas, la última diversión que tendría hasta cierto punto indeterminado cuando despertaría y mágicamente me daría cuenta que quería ser como mi padre. Le cuento sobre conocer a Pedro, su rayo de sol y cómo sentí que esa noche casi me confesaba a él.
Descargándome. Desahogándome.
Le cuento del matrimonio. Me salto cien por ciento la parte del sexo.
Le cuento sobre escapar de mi vida para ir a París, la perfección de la ciudad y cómo se sintió al principio despertar y darme cuenta que me casé con un completo extraño. Pero también, que eso desapareció y lo que vino en su lugar fue una relación de la que estoy segura que no quiero renunciar.
Otra vez, me salto cada detalle de la parte del sexo.
Es difícil explicar la historia de Perry, porque incluso mientras comienzo, tiene que sentir que es la razón por la que me fui. Así que cuando llego a la parte de la fiesta y ser acorralada por la Bestia, casi me siento como una idiota por no haberlo visto venir a un kilómetro de distancia.
Pero mamá no lo hace. Sigue jadeando y es esa pequeña reacción la que libera la avalancha de lágrimas, porque todo este tiempo me pregunté qué tan idiota soy. ¿Soy una idiota menor, que debería haberse quedado para discutir a fondo con el hombre vivo más caliente? ¿O soy una enorme idiota por dejar algo que alguien más consideraría minúsculo?
El problema de estar en el ojo del huracán es que no tienes idea de cuán grande es.
—Cariño —dice mamá y no le sigue nada más. No importa.
La palabra solitaria tiene un millón de otras que comunican simpatía y una especie de feroz protección de mamá-osa.
Pero también: preocupación por Pedro, ya que lo pinté con exactitud, creo. Es bueno y cariñoso. Y le gusto.
—Cariño —repite en voz baja.
Otra epifanía me golpea: no estoy tranquila porque tartamudeo.
Estoy tranquila porque soy como mi madre.
—Muy bien, entonces. —Pongo mis rodillas en mi pecho—. Hay más.Y es por eso que estoy aquí, en lugar de Boston. —Le cuento de caminar por la ciudad con Pedro y nuestras conversaciones sobre la universidad, y mi vida, y lo que quiero hacer. Le digo que él fue quien me convenció — incluso si no lo sabe— de mudarme a casa y volver a mi antiguo estudio de danza en la noche para enseñar y asistir a la escuela aquí durante el día, así estoy tan preparada como pueda para dirigir mi propio negocio algún día. Para enseñarles a los niños a moverse y bailar lo que quieran sus cuerpos. Le aseguro que el profesor Chatterjee ha accedido a admitirme en el programa de Máster en Administración de Empresas en la UCSD, en mi antiguo departamento.
Después de ingresar todo, mamá se recuesta y me estudia por un momento. —¿Cuándo creciste, Lollipop?
—Cuando lo conocí. —Uy. Puñalada en el estómago. Y mamá también lo puede ver. Pone su mano sobre la mía, por encima de mi rodilla.
—Él parece… bueno.
—Es bueno —susurro—. Aparte del secreto sobre la Bestia, es increíble. —Hago una pausa y luego agrego—: ¿Papá me va a rechazar para siempre?
—Tu padre es difícil, lo sé, pero también es inteligente. Quería que consiguieras tu MAE para tener opciones, no para que fueras exactamente como él. La cosa es, cariño, que nunca tendrías que usarlo para hacer lo que quería. Incluso él lo sabe, sin importar cuánta presión ponga sobre ti para seguir su camino. —Levantándose, mi mamá se dirige a la puerta y se detiene por un instante mientras me doy cuenta plenamente que no conozco muy bien a mi papá—. Ayúdame a traer el último par de cajas y luego me voy a casa. Ven a cenar la próxima semana. Ahora mismo tienes
otras cosas que arreglar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)