jueves, 23 de octubre de 2014

CAPITULO 6



—¿Por qué me llama ―Cereza? —Parpadeo a mi reflejo en el espejo—. ¿Cree que soy virgen?


—Estoy bastante segura de que se refiere a tu boca de mamada —dice Helena, guiñando un ojo—. Y si se me permite, me gustaría sugerir que folles a ese chico francés hasta el cansancio esta noche. ¿No es su acento la cosa más caliente que hayas escuchado?


Lorelei ya está meneando su cabeza. —No estoy segura de que Paula sea la mejor para tener una aventura de una noche.


Termino de arrastrar la varita de mi brillo de labios a través de mi boca, presiono mis labios juntos. —¿Qué significa eso? —No había planeado tener una aventura de una noche con Pedro. Había planeado mirarlo toda la noche y luego ir a la cama sola, donde habría fantaseado que era otra persona y él me enseñaba los pormenores del sexo. Pero tan pronto como Lola dice eso, siento un tirón rebelde en mis costillas.


Helena me estudia por un segundo. —Creo que tiene razón. Eres un poco dura de complacer —explica.


—¿En serio, Helena? —preguntó—. ¿Puedes decir eso sin tu expresión hipócrita?


Los ojos de Lola están igualmente amplios con incredulidad cuando se vuelve hacia mí. —Eso no es lo que quise decir.


—Oh, yo soy definitivamente imposible de complacer —admite Helena—. Me encanta ver a los hombres intentarlo conmigo. Pero a Paula le toma al menos dos semanas antes de conversar sin una gruesa capa de incomodidad.


—No esta noche, no está —murmura Lola.


Meto mi brillo de labios en mi pequeña cartera y doy a Helena un vistazo. —Tal vez me gusta ir lento y obtener más de lo que la gente rara necesita tener para conversar sin parar. Tú eres a la que le gusta follar de golpe, y eso está bien. No juzgo.


—Bueno —continúa Helena como si no hubiera hablado—. Pedro es adorable y estoy bastante segura por la forma en que te mira fijamente, que no necesita que hables mucho.


Lorelei suspira. —Parece muy dulce y están obviamente ambos colados el uno en el otro, y ¿qué va a pasar? —Mete todo de nuevo en su bolso y se gira para apoyarse en los sumideros y enfrentarnos—. Él vive en Francia, ella se está mudando a Boston, que está sólo ligeramente más cerca de Francia que San Diego. Si tienes sexo con Pedro —me dice—, será misionero con toneladas de conversación y suave contacto visual. Eso no es sexo de una sola noche.


—Ustedes me están volviendo loca —les digo.


—Entonces puede simplemente insistir en el perrito, ¿cuál es el problema? —pregunta Helena, perpleja.


Ya que evidentemente no me necesitan para esta conversación, hago mi salida del cuarto de baño y regreso a la barra, dejándolas decidir el resto de mi noche, sin mí.




*****



Al principio, es como si nuestros amigos metafóricamente se
evaporasen en el fondo a medida que ellos, también, se sienten más cómodos (o borrachos) juntos y su risa me dice que ya no están escuchando todo lo que estamos diciendo. 


Finalmente se dirigen a las mesas de blackjack en las afueras del bar, dejándonos a solas sólo después de dar sus significativas miradas de ten cuidado para mí, y de no seas insistente para Pedro.


Termina su copa y deja el vaso vacío sobre la barra. —¿Qué es lo que más te gusta de bailar?


Me siento valiente, ya sea por la ginebra o Pedro, no me importa.


Tomo su mano y lo pongo en pie. Da un paso lejos de la barra y camina a mi lado.


—Perderme en ello —digo, apoyándome en él—. Ser alguien más. — Así podría fingir ser alguien, pienso, en su cuerpo, haciendo cosas que tal vez no haría con el mío si lo pensaba demasiado. Como conducir a Pedro por un oscuro pasillo —lo que, aunque podría haber necesitado tomar una respiración profunda y contar hasta diez primero, hago.


Cuando rodeamos la esquina y nos detenemos, tararea, y presiono mis labios, amando como el sonido hace que mis pulmones se contraigan.


No debería ser posible para mis piernas, pulmones y cerebro dejar de trabajar todos al mismo tiempo.


—Podrías pretender que este es un escenario —dice en voz baja, apoyando la mano en la pared junto a mi cabeza—. Podrías pretender ser alguien más. Podrías fingir ser la chica que me arrastró hasta aquí porque quería besarme.


Trago, formando las palabras con cuidado en mi cabeza. —
Entonces, ¿quién serás tú esta noche?


—El tipo que se consigue a la chica que desea y no tiene un montón de pendientes que solucionar cuando vuelva a casa.


No aparta la mirada, así que yo tampoco puedo apartarla, a pesar de que mis rodillas quieren desplomarse. Podría besarme en este mismo segundo, y no sería lo suficientemente pronto.


—¿Por qué me trajiste aquí? ¿Lejos de todo el mundo? —pregunta, la sonrisa desapareciendo lentamente.


Miro más allá de él, por encima de su hombro al club, donde está sólo ligeramente más claro que donde estamos parados.


Cuando no contesto, se inclina para atrapar mi mirada. —¿Estoy haciendo demasiadas preguntas?


—Siempre me toma un tiempo juntar las palabras —digo—. No es por ti.


—No, no. Miénteme —dice, acercándose, su sonrisa de infarto regresando—. Permíteme creer que cuando estamos solos puedo dejarte sin palabras.


Y aun así, espera que yo encuentre las palabras que quiero decir en respuesta. Pero la verdad es que, incluso con un plato lleno de palabras para elegir, no estoy segura de que tendría sentido si le dijera por qué lo quería aquí, lejos de la seguridad de mis amigos, que siempre son capaces de traducir mis expresiones en oraciones, o por lo menos cambiar el tema por mí.


No estoy nerviosa o intimidada. Simplemente no sé cómo caer en el papel que quiero interpretar: coqueta, abierta, valiente. ¿Qué hay en la química de otra persona que te hace sentir más o menos atraída por ellos?


Con Pedro, siento que mi corazón está persiguiendo al suyo. Quiero dejar mis huellas por todo su cuello y sus labios. Quiero chupar su piel para ver si es tan cálida como parece, y decidir si me gusta lo que estaba bebiendo al probarlo en su lengua. Quiero tener toda una conversación con él en la que yo no dude o luche un segundo por formar una palabra, y luego quiero llevarlo de regreso a la habitación conmigo y no utilizar ninguna palabra en absoluto.


—Pregúntame de nuevo —le digo.


Sus cejas se juntan por un instante antes de que entienda. 


—¿Por qué me has traído aquí?


Esta vez ni siquiera pienso antes de hablar—: Quiero tener una vida diferente esta noche.


Sus labios se presionan un poco mientras piensa, y no puedo dejar de parpadear delante de ellos. —¿Conmigo, Cerise?


Asiento. —Sé lo que significa eso, sabes. Significa cereza.
Pervertido.


Sus ojos brillan con diversión. —Así es.


—Y estoy segura que has adivinado que no soy virgen.


Sacude con la cabeza. —¿Has visto tu boca? Nunca he visto labios tan carnosos y rojos.


Inconscientemente, tiro de mi labio inferior con mi boca,
chupándolo.Sus ojos se hacen pesados y se inclina más cerca. —Me gusta cuando haces eso. Quiero un turno.


Mi voz es nerviosa y agitada cuando susurro—: Son sólo labios.


—No son sólo labios. Y, por favor —bromea, y está tan cerca que puedo oler su colonia. Huele a aire fresco, como verde, fuerte y relajante a la vez, algo que nunca he olido a un hombre antes—. ¿Usas lápiz labial rojo para que los hombres no noten tu boca? Seguro que sabes lo que soñamos haciendo a una boca como esa.


No cierro los ojos cuando se inclina y toma mi labio inferior entre los suyos, pero él sí. Sus ojos se cierran, y cada uno de mis sentidos recoge el ronco sonido que hace: me gusta eso, sentirlo, oírlo, ver la forma en que se estremece contra mí.


Se pasa su lengua por mi labio, chupa suavemente, y luego se retira.


Me doy cuenta de que no era realmente un beso. Era más una probada.


Y, obviamente, él está de acuerdo—: No sabes a cereza.


—¿Cuál es mi sabor?


Se encoge de hombros, pensativamente frunce los labios. 


—Soy incapaz de pensar en una buena palabra. Dulce. Como una mujer y aún una chica, también.


Su mano aún está plantada cerca de mi cabeza, pero la otra juega con el dobladillo de mi chaqueta de punto. Me doy cuenta de que si quiero vivir una vida diferente tengo que hacerlo. No puedo pasar de puntillas por el borde del acantilado. Tengo que saltar. Tengo que averiguar qué tipo de chica haría lo que quiero hacer con él, y pretender que soy ella. Ella es la única en el escenario. Paula mira desde la audiencia.


Pongo los dedos al final de mi vestido, y luego debajo.


Ya no está mirando mi boca; estamos mirándonos directamente a los ojos cuando arrastro sus dedos por el interior de mi muslo. Se siente tan aislado aquí —más oscuro y tranquilo— pero a la vuelta de la esquina, la barra hace eco las voces de borrachos, una baja y pesada canción pop.


Estamos ocultos pero cualquiera podría encontrarnos si así lo desean. Sin mayor insistencia mía, desliza un nudillo por debajo de la tela de mi ropa interior. Mis ojos ruedan cerrados y mi cabeza cae hacia atrás contra la pared detrás de mí mientras suavemente se desliza hacia atrás y adelante sobre mi carne más sensible.


No sé lo que he hecho, ni por qué, y de repente me consumo con reacciones contradictorias. Quiero que me toque —por Dios quiero que me toque— pero estoy mortificada, también. He estado con otros dos chicos desde Lucas, pero siempre hubo más preliminares: besos, y el habitual avance del tanteo de arriba a abajo. Tener a Pedro cerca de mí me ha reducido a un charco de deseo.


—No estoy seguro de quién está más sorprendido de lo que acabas de hacer —dice antes de besar mi cuello—. Tú o yo.


Saca su dedo lejos, pero casi de inmediato regresa en un ángulo mejor, esta vez deslizando su mano entera en la parte delantera de mi ropa interior. Contengo la respiración mientras me acaricia suavemente con dos dedos. Es cuidadoso, pero confiado.


—Toutes les choses Que j'ai envie de te faire...


Me trago un gemido, susurrando—: ¿Qué dijiste?


—Sólo pensando en todas las cosas que quiero hacerte. —Besa mi mandíbula—. ¿Quieres que me detenga?


—No —digo, y luego el pánico me ahoga—. Sí. —Se congela e inmediatamente extraño el ritmo de sus anchos dedos—. No. No te detengas.


Con una risa ronca, se inclina a besar mi cuello, y mis ojos ruedan cerrados cuando comienza a moverse de nuevo.




*****



Me toma una eternidad abrir los ojos; me duele la cabeza. 


Todo mi cuerpo duele. Aprieto mis manos firmemente en mis sienes, las palmas planas como si, al hacerlo, puedo mantener mi cabeza junta. Debe estar en pedazos. Es la única cosa que podría explicar el dolor.


La habitación está oscura, pero sé de alguna manera que detrás de las pesadas cortinas del hotel el sol de verano de Nevada es cegador.


Incluso si durmiera por una semana, creo que necesitaría dos más.


La noche vuelve a mí en pequeños y caóticos estallidos. 


Bebiendo.


Pedro. Tirando de él por el pasillo y sintiendo su lengua en la mía. Y luego, hablando. Hablando tanto. Destellos de piel desnuda, el movimiento y las relajadas secuelas de una noche de orgasmos, uno tras otro.


Me estremezco, las náuseas me recorren.


Moverse es una tortura. Me siento magullada y exhausta, y eso me distrae lo suficiente como para que inicialmente no me dé cuenta de que estoy completamente desnuda. Y sola. Tengo delicados puntos de dolor en mis costillas, mi cuello, mis brazos. Cuando me las arreglo para sentarme, veo que la mayoría de la ropa de cama está en el piso, pero estoy en el colchón desnudo, como si hubiera sido arrancada del caos e intencionalmente puesta aquí.


Cerca de mi cadera desnuda está un pedazo de papel, doblado cuidadosamente por la mitad. La escritura es clara, y de alguna manera fácilmente reconocible como extranjera. 


Mi mano tiembla mientras leo rápidamente la nota.



Paula:
Traté de despertarte, pero después de fracasar decidí dejarte dormir.
Creo que sólo dormimos dos horas al menos. Voy a la ducha y luego estaré
la planta baja desayunando en el restaurante enfrente del ascensor. Por
favor, encuéntrame.
Pedro.


Empiezo a temblar y no puedo parar. No es sólo la furiosa resaca o la constatación de que pasé una noche con un desconocido y no recuerdo mucho de eso. No es sólo el estado de la habitación: una lámpara está rota, el espejo está manchado con cientos de huellas de manos, el piso está lleno de ropa y almohadas y —gracias Dios— envolturas de condones.


No es la mortificación por la oscura mancha de una botella de soda sobre la alfombra de la habitación. No son las delicadas contusiones que veo en mis costillas o el dolor persistente entre mis piernas.


Estoy temblando por la delgada banda de oro en mi dedo anular izquierdo.

CAPITULO 5




Después camina unos metros más lejos para conseguir la atención del camarero, las chicas me dan una exagerada mirada de ¿qué demonios? y me encojo de nuevo porque, en realidad, ¿qué puedo decir?


La historia se presenta justo en frente de ellas. Un chico caliente y sus amigos calientes nos encontraron en un club, y dicho tío bueno me está comprando una bebida.


Lola, Helena, y los amigos de Pedro conversan educadamente pero apenas pueden escucharlos, gracias a la música en auge y a los latidos de mi corazón golpeando en mis oídos. Trato de no mirar hacia la barra donde Pedro se ha metido entre unos cuerpos, pero en mi visión periférica puedo ver su cabeza por encima de la mayoría de los demás, y su cuerpo largo y esbelto inclinándose hacia adelante para darle su orden al camarero.


Él vuelve unos minutos después con un nuevo vaso lleno de hielo, limones y líquido transparente, ofreciéndomelo con una sonrisa dulce. — Gin tonic, ¿verdad?


—Estaba esperando que me consiguieras algo arriesgado. Algo en una piña o con chispas.


—Olí tu vaso —dice, encogiéndose de hombros—. Quería
mantenerlo con la misma bebida. Además —Hace un gesto hacía mi cuerpo—, tienes toda esta cosa de chica flapper con el vestido corto y el… —Dibuja un círculo en el aire con su dedo índice cerca de mi cabeza—, flequillo con tu cabello negro y recto. Y esos labios rojos. Te miro y pienso en ginebra —Se detiene, rascándose la barbilla, y añade—: en realidad, te miro y pienso en… 


Riendo, levanto mi mano para detenerlo allí. —No tengo ni idea de qué hacer contigo.


—Tengo algunas sugerencias.


—Estoy segura de que sí.


—¿Te gustaría escucharlas? —dice, sonriéndome firmemente.


Tomo una respiración profunda para calmarme, bastante segura de que estoy en camino de perder mi cabeza con él. —Que si me cuentas algo de ustedes. ¿Todos viven en Estados Unidos?


—No. Nos conocimos hace unos años haciendo un programa de voluntariado aquí, yendo en bici de una ciudad a otra, construyendo viviendas de bajos ingresos de aquí por allá. Lo hicimos después de la universidad hace unos años y trabajamos desde Florida hasta Arizona.


Lo miro más de cerca ahora. No había pensado mucho en quién es, ni lo que hace, pero esto es mucho más interesante que un grupo de gilipollas extranjeros malgastando el dinero en una suite de Las Vegas. E ir en bicicleta de estado a estado, sin duda explica los muslos musculosos.


—Eso no es en absoluto lo que esperaba que dijeras.


—Éramos cuatro, llegamos a ser muy unidos. Fernando, Orlando, Perry y yo.
Este año hemos hecho una reunión para volver a montar, pero sólo desde Austin hasta aquí. Somos hombres viejos ahora.


Miro a mi alrededor por la estancia y luego levanto mis cejas hacia él de manera significativa. —¿Dónde está?


Pero Pedro sólo se encoge de hombros. —Sólo nosotros tres esta vez.


—Suena increíble.


Bebiendo, asiente. —Fue increíble. Me da miedo volver a casa el martes.


—¿Dónde está exactamente casa? ¿Francia?


Él sonríe. —Sí.


—Volver a Francia. Qué lata —digo secamente.


—Deberías venir a París conmigo.


—Ja. Claro.


Me estudia durante mucho rato. —Lo digo en serio.


—Oh, estoy segura de que lo haces.


Toma un sorbo de su copa de nuevo, con las cejas levantadas. — Puedes ser la mujer más hermosa que he visto en mi vida. Sospecho que también eres la más inteligente —Se inclina un poco, susurrando—:¿Puedes hacer malabares?


Riendo, le digo—: No.


—Es una pena. —Forma una sonrisa en mi boca—. Bueno, tengo que permanecer en Francia por otros seis meses más o menos. Tendrás que vivir allí conmigo por un tiempo antes de poder comprar una casa en Estados Unidos. Puedo enseñarte entonces.


—Ni siquiera sé tú apellido —digo, riendo más duro ahora—. No podemos estar discutiendo sobre una lección de malabares y el vivir juntos aun.


—Mi apellido es Alfonso. Mi padre es francés. Mi madre es estadounidense.Tendrás que aprenderlo —dice, mientras un hoyuelo aparece—, vas a tener que firmar con tu nuevo nombre los cheques bancarios después de todo.


Por último, tengo que mirar hacia otro lado. Tengo que tomar un descanso de su sonrisa y este nivel de coqueteo. 


Necesito oxígeno. Pero cuando miro a mi derecha, me encuentro con los ojos abiertos de mis amigas a mi lado.


Me aclaro la garganta, determinada a no ser auto-consciente de lo mucho que me estoy divirtiendo y cuan cómoda me siento con todos estos sentimientos. —¿Qué? —pregunto, dándole a Lola mi cara de no sobre actúes.


Vuelve su atención a Pedro —Conseguiste hablar con ella.


Puedo sentir su sorpresa, y no quiero que me consuma. Si pienso demasiado sobre lo fácil que es estar con él, voy a rebotar y entrar en pánico.


—¿Ella? —pregunta, señalándome con el pulgar—. No se calla, ¿verdad?


Helena y Lola se ríen, pero es una risa de seh, tú estás loco. Lola me tira un poco hacia un lado, poniendo una mano sobre mi hombro. —Tú.


—¿Yo qué?


—Estás teniendo un momento de amor instantáneo —sisea—. Me está volviendo loca. ¿Están tus bragas todavía debajo de tu vestido? —se inclina dramáticamente como si quisiera comprobarlo.


—Nos conocimos anoche —susurro, tirando de ella hacia atrás y tratando de conseguir que baje la voz, porque a pesar de que dio un paso atrás, no nos hemos movido tan lejos. Los tres hombres están escuchando nuestro intercambio.


—¿Lo conociste y no nos lo dijiste?


—Dios, Madre Santa. Estábamos ocupadas esta mañana y me olvidé, ¿de acuerdo? Anoche estaban de fiesta en el pasillo. Los habrías escuchado, también, si no hubieras bebido el suficiente vodka como para matar a un caballo. Me acerqué y les pedí que se callaran.


—No, esa no fue la primera vez que nos vimos —Interviene Pedro sobre mi hombro—. Nos conocimos antes.


—No. No lo hicimos —insisto, diciéndole con mi expresión que se calle. Él no sabe sobre el lado protector de Lola, pero yo sí.


—Pero fue la primera vez que vio a Pedro en ropa interior —añade Fernando, amablemente—, él la invitó a pasar.


Sus cejas desaparecen debajo de la línea del cabello. —Oh, Dios mío. ¿Estoy borracha? ¿Qué hay en esta cosa? —pregunta, mirando su desagradable copa de luz.


—Oh, Dios, para —digo, mi irritación creciendo—. No entré en su habitación. No tome el caramelo que me ofrecía el fantástico desconocido a pesar de que realmente quería porque hola, míralo — agrego, sólo dándole una mirada irritada más—, deberías verlo sin camisa.


Pedro se balancea sobre sus talones, sorbiendo su bebida. 


—Por favor, continúen como si no estuviera aquí. Esto es fantástico.


Por último —por suerte— Lola parece dejar el tema de lado. 


Nos unimos dando un paso atrás al pequeño semicírculo que los chicos han hecho, y bebemos nuestros cócteles en un silencio poco natural.


Ya sea ignorando o siendo ajeno a la incomodidad, Pedro abre la boca. —Entonces, ¿qué están celebrando este fin de semana?


Él no sólo habla las palabras, hace morritos, pronunciando cada palabra para formar un pequeño beso. Nunca antes había tenido una urgencia tal de tocar la boca de alguien con mis dedos. Mientras Helena explica por qué estamos en Las Vegas, bebiendo chupitos y usando los vestidos más atrevidos del mundo, mis ojos se mueven por su barbilla, sobre sus mejillas. De cerca puedo ver que tiene la piel perfecta. No sólo clara, sino lisa y uniforme. Sólo sus mejillas son ligeramente rojizas, un chico de rubor constante. Lo hace ver más joven de lo que creo que es. En el escenario, él permanecería intacto. Sin panqueque, sin barra de labios. Su nariz es afilada, ojos perfectamente espaciados y de un casi intimidante verde. Me imagino que sería capaz de ver el color desde la parte trasera de un teatro. No hay manera de que pueda ser tan perfecto como parece.


—¿Qué haces cuando no estás montando en bicicleta o haciendo juegos de malabares? —pregunto, y todo el mundo se vuelve hacia mí al unísono. Siento mi pulso estallar en mi garganta, pero fuerzo mis ojos a aferrarse a Pedro esperando su respuesta.


Él planta sus codos en la barra junto a él y me da toda con su atención. —Soy abogado.


Mi fantasía se marchita inmediatamente. Mi padre estaría
encantado de saber que estoy conversando con un abogado. —Oh.


Su risa es áspera. —Siento decepcionarte.


—Nunca he conocido a un abogado antes de que no fuera viejo y lascivo —admito, ignorando las miradas que Helena y Lola le están dando a mi perfil. A este punto, sé que están contando las palabras que he dicho en los últimos diez minutos. Estoy rompiendo un récord personal ahora.


—¿Ayudaría si dijera que trabajo para una organización no
lucrativa?


—En realidad no.


—Bueno. En ese caso, te diré la verdad: trabajo para la mayor firma corporativa, la más despiadada en París. Tengo un horario horrible, realmente. Es por eso que debes venir a París. Me gustaría una razón para volver a casa temprano del trabajo.


Intento no lucir afectada por esto, pero me está mirando.


Prácticamente puedo sentir su sonrisa. Comienza como un pequeño tirón en la esquina de su boca y crece mientras más tiempo finjo. —Así que te dije acerca de mí, ¿Qué hay de ti? ¿De dónde eres, Cerise?


—Te dije mi nombre; no tienes que seguir llamándome así.


—¿Qué pasa si quiero?


Es muy difícil concentrarse cuando está sonriendo de esa manera. — No estoy segura de que debo decirte de dónde soy. Eres un extraño, podría ser peligroso y eso.


—Te puedo dar mi pasaporte. ¿Eso ayuda?


—Tal vez.


—Podemos llamar a mi mamá —dice, y mete la mano en su bolsillo trasero por su teléfono—. Ella es estadounidense, se llevarían fantásticamente. Me dice todo el tiempo el dulce chico que soy. He oído eso mucho, en realidad.


—Estoy segura que sí —digo, y sinceramente, creo que realmente me dejaría llamar a su madre—. Soy de California.


—¿Sólo California? No soy americano, pero he oído que es un estado bastante grande.


Lo miro con los ojos entrecerrados antes de finalmente añadir—: San Diego.


Sonríe como si hubiera ganado algo, como si yo hubiera envuelto esta pequeña pieza de información toda reluciente y brillante y la dejé caer en su regazo. —Ah. ¿Y qué haces ahí en San Diego? Tu amiga dijo que estás aquí para celebrar la graduación. ¿Qué sigue?


—Uh... la escuela de negocios. La Universidad de Boston —digo, y me pregunto si esa respuesta alguna vez dejará de sonar rígida y oxidada a mis propios oídos, como si estuviera leyendo un guión.


Aparentemente, también suena de esa manera para él, porque por primera vez, su sonrisa se desvanece. —No me hubiera imaginado eso.


Echo un vistazo a la barra y, sin pensar, bebo el resto de mi bebida. El alcohol quema pero siento el calor filtrase en mis extremidades. Las palabras que quiero decir burbujean en mi garganta. —Solía bailar. Ballet.—Es la primera vez que he dicho esas palabras a alguien.


Sus cejas se levantan, sus ojos moviéndose primero por encima de mi cara, luego arrastrándose por mi cuerpo. —Eso lo puedo ver.


Helena entrecierra los ojos hacia mí, y luego mira a Pedro. —Ustedes dos son tan jodidamente lindos.


—Es repugnante —concuerda Fernando por lo bajo.


Sus ojos se encuentran y se miran fijamente. Hay algún tipo de silenciosa conexión allí, como si estuvieran en el mismo equipo —ellos contra nosotros— cada uno tratando de ver cuál puede molestar más a su amigo. Y aquí es cuando sé que estamos a sólo una hora y media de Helena montando a Fernando a lo vaquera inversa en el suelo en alguna parte.


Lola pilla mi mirada y sé que estamos pensando exactamente lo mismo.


Como se predijo, Helena levanta su vaso de chupito en dirección de Fernando. En el proceso, gran parte de ello se derrama por el borde y sobre su piel. Como la mujer con clase que es, se inclina, arrastrando la lengua por el dorso de su mano antes de decir a nadie en particular—:
Probablemente voy a follármelo esta noche.


Fernando sonríe, inclinándose más cerca de ella y susurrándole algo al oído. No tengo ni idea de lo que acaba de decirle, pero estoy segura de que nunca he visto a Helena ruborizarse así. Extiende la mano, jugueteando con su pendiente. A mi lado, Lorelei gime.


Si Helena te mira a los ojos mientras se quita sus pendientes, estás a punto de ser follado o asesinado. 


Cuando Fernando sonríe, me doy cuenta de que ya ha descubierto esta regla y sabe que va a ser lo primero.


—Helena —advierto.


Es evidente que Lola no puede aguantar más, porque agarra la mano de Helena para levantarla y sacarla de su silla. —Reunión en el baño de mujeres.