viernes, 24 de octubre de 2014
CAPITULO 8
Después del paseo en ascensor más nauseabundo y ansioso en la historia, por fin estoy en la planta baja. Veo a los chicos en una cabina a través del restaurante, pero Helena y Lola no están con ellos. Están discutiendo de la misma manera en que ellos parecen discutir constantemente, cuando realmente parecen que están recostados juntos en un sofá. Gritan y gesticulan y se dan miradas exasperadas y luego ríen.
Ninguno de ellos parece estar recuperándose de una especie de ola de crímenes masivos y siento mis hombros relajarse un poco, bastante segura de que donde sea que estén Helena y Lorelei, están a salvo.
Congelada cerca de la entrada, ignoro la anfitriona alegre que me pregunta repetidamente si necesito una mesa para uno. Mi dolor de cabeza regresa y espero que algún día mis pies comiencen a moverse y ella desaparezca.
Pedro levanta la vista y me ve, y su sonrisa se desvanece
repentinamente antes de ser reemplazada por algo mucho más dulce que una sonrisa. Alivio. Él demuestra todo con tanta facilidad, quedándose al descubierto.
Fernando y Orlando se giran para mirar por encima del hombro y verme. Fernando dice algo que no puedo oír antes de golpear la mesa dos veces con los nudillos y alejarse de su silla.
Pedro se queda en la mesa mientras sus dos amigos caminan hacia mí.
—¿Don… dónde? —comienzo a decir, entonces hago una pausa, enderezo los hombros, y digo—: ¿Dónde están Helena y Lola?
Orlando levanta la barbilla hacia los ascensores en el pasillo. — Doomieendo. Taa ve en la doocha.
Entorno los ojos al australiano. —¿Eh?
—―Durmiendo —traduce Fernando con una carcajada—. ―Tal vez en la ducha —El acento no es tan grueso cuando no está con resaca—. Les diré que estás aquí.
Levanto mis cejas, expectante, preguntándome si hay alguna otra información que quieran compartir.
—¿Y? —pregunto, mirando progresivamente y de regreso entre ellos.
Las cejas de Fernando se juntan. —¿Y...?
—¿Todos nosotros nos casamos? —pregunto, esperando que me diga, Nop, es sólo un juego. ¡Ganamos estos caros anillos de oro jugando blackjack!
Pero asiente, luciendo mucho menos perturbado por este giro de los acontecimientos que yo. —Sip. Pero no te preocupes, lo arreglaremos. —Mira hacia atrás a la mesa y le da a Pedro una mirada significativa.
—¿Arreglarlo? —Repito, y oh, Dios mío, ¿es así como se siente un accidente cerebro-vascular?
Girando de nuevo hacia mí, Fernando levanta una mano, la apoya en mi hombro, y me da una dramática mirada compungida. Cuando miro hacia atrás a Pedro, puedo ver su mirada... ¿la de mi marido?... y sus ojos se iluminan con diversión.
—¿Sabes lo que es un Brony?
Parpadeo de nuevo a Fernando, no del todo segura de haberlo oído bien.
—¿Un… qué?
—Un Brony —repite—. Es un tipo que le gusta Mi Pequeño Pony.
—Sí, está bien. —¿Qué es...?
Se inclina, doblando las rodillas para nivelar su cara con la mía. —Te pregunto esto no porque el hombre con el que te casaste ayer por la noche en una borrachera sea un Brony, sino porque cree que toda la idea acerca de los Bronies es fantástica.
—No estoy segura de entenderte —le susurro. ¿Todavía estoy borracha? ¿Lo está él? ¿En qué clase de mundo entré esta mañana?
—Además, una vez tomó un baño en Jell-O porque alguien lo desafió a hacerlo y se sentía curioso —me dice Fernando—. A él le encanta abrir las botellas de vino con sólo un zapato y una pared. Y cuando se nos acabó el dinero en efectivo en Albuquerque y el restaurante no aceptaba tarjetas de crédito, pagó por la cena bailando al lado, en ese pequeño y deteriorado club de Strippers.
—Necesito café antes de que pueda entender una sola cosa de lo que me estás diciendo —digo.
Fernando me ignora. —Ganó cerca de setecientos dólares esa noche, pero ese no es el punto.
—¿Bien? —Miro hacia atrás, a Pedro de nuevo. No hay manera de que pueda oír lo que estamos diciendo, pero claramente conoce a estos chicos muy bien, por lo que no necesita hacerlo. Está riendo francamente.
—Mi punto es que mantengas todo esto en mente cuando hables con él. Mi punto es que Pedro termina un poco enamorado de todo lo que ve. —Cuando dice esto, mi pecho se aprieta inexplicablemente—. Es lo que me gusta de ese chico, pero toda su vida es básicamente... —Mira a Orlando para recibir orientación.
Orlando saca un palillo de dientes su boca. —¿Seeren deepia? —dice antes de deslizar el palillo en su boca de regreso.
—Serendipia1 —Fernando me da palmaditas en el hombro, como si hubiéramos arreglado las cosas aquí, como si esta conversación tuviera alguna maldita clase de sentido y camina a mí alrededor. Orlando asiente una vez, solemnemente. Las luces de neón titilan en el reflejo de sus gafas y tengo que parpadear, preguntándome si vomitar de nuevo sería preferible a la conversación que estoy segura está a punto de suceder. ¿De qué hablan? Apenas puedo recordar cómo caminar, ni hablar de encontrar la manera de hacer frente a la idea de que podría estar casada legalmente con un hombre que ama todo lo relacionado con la vida, incluyendo los Bronies.
Con un tirón nervioso en mi estómago me deslizo entre dos mesas y me acerco a la cabina donde Pedro está sonriéndome. En los muchos minutos que estuvimos separados —o los muchos minutos en los que he estado inconsciente— olvidé el efecto que me provoca cuando está cerca. Las terminaciones nerviosas parecen subir a la superficie de mi piel, anticipándose a sus manos.
—Buenos días —dice. Su voz es ronca y lenta. Tiene ojeras debajo de los ojos y su piel se ve un poco pálida. Teniendo en cuenta que claramente ha estado levantado más tiempo que yo, mirarlo no me hace confiar en que voy a sentirme mejor en un par de horas.
—Buenos días. —Me cierno en el borde de la mesa, no segura de estar lista para sentarme—. ¿De qué hablaba Fernando?
Agita la mano, descartándolo. —Te vi venir y te pedí un poco de jugo de naranja y lo que ustedes, los americanos llaman café.
—Gracias. —Cuando me siento, sorbo una respiración debido al dolor palpitante entre mis piernas, y la comprensión de nuestra noche salvaje de —y tal vez un poco rudo— sexo, que es como una tercera persona en la mesa. Me estremezco, con todo mi cuerpo contrayéndose por el dolor, y llamando la atención de Pedro. Se pone en marcha una reacción en cadena cómica: se sonroja y sus ojos caen a las marcas que ha dejado por todo mi cuello y pecho. Trato de cubrir mi garganta con manos temblorosas, deseando haber llevado una bufanda al desierto, en el verano, lo cual es ridículo, y empieza reír. Dejo caer mi cabeza sobre mis brazos cruzados sobre la mesa y gimo.
Nunca voy a beber de nuevo.
—Acerca de las marcas de mordidas... —comienza.
—Acerca de eso.
—Me pediste que te mordiera.
—¿Lo hice?
—Fuiste muy específica —dice con una sonrisa—. Y siendo el caballero que soy, felizmente me vi obligado a hacerlo.
—Oh.
—Aparentemente, tuvimos una noche salvaje.
Levanto la cabeza, dando gracias a la camarera cuando pone una jarra de café frente a mí. —Los detalles están regresando lentamente.
1-Serendipia es un descubrimiento o un hallazgo por accidente, por casualidad, inesperado y afortunado.
CAPITULO 7
Estoy temblando ¿Qué demonios significa que tengo un anillo que parece de bodas y por qué no puedo recordar lo que hicimos? La única cosa que recuerdo después de tirar de Pedro por el pasillo anoche es más alcohol, mucho más, y coqueteo.
Destellos de un paseo en limusina.
Helena gritando por la ventana y la sonrisa tonta de Pedro.
Creo que recuerdo haber visto a Lola besando a Orlando. El estallido de un flash de una cámara. Arrastrar a Pedro por del pasillo y sexo. Mucho sexo.
Corro al baño y pierdo el contenido de mi estómago. El alcohol que devuelvo es amargo, sabe a vergüenza y a un centenar de malas ideas vertidas por mi garganta.
.
Me lavo los dientes con el brazo débil, y agito la mano mientras le doy a mi reflejo la mirada más sucia que puedo manejar. Me veo como una mierda, tengo unos diecisiete chupones en el cuello y el pecho, y, voy a ser honesta, por el aspecto de mi boca, le chupé la polla por un largo rato la noche anterior.
Trago agua del grifo y tropiezo de vuelta a la habitación, sacando una camisa de la primera maleta con la que tropiezo. Apenas puedo caminar, derrumbándome en el suelo después de sólo unos treinta segundos de buscar mi teléfono. Cuando lo veo a través de la habitación, me arrastro hasta agarrarlo, sólo para darme cuenta que está completamente muerto y no tengo ni idea de dónde puse mi cargador.
Presionado la mejilla contra el piso, me rindo.
Eventualmente alguien encontrará mi cuerpo. ¿Cierto?
Realmente espero que esta historia sea divertida dentro de unos pocos años.
—¿Helena? —llamo, haciendo una mueca ante el sonido ronco de mi propia voz, y ante el olor a detergente y agua estancada que emana de la alfombra tan cerca de mi cara—. ¿Lola?
Pero la enorme suite está totalmente silenciosa. ¿Dónde demonios terminaron anoche? ¿Están bien? La imagen de Lola besando a Orlando regresa con más detalle: ambos de pie, frente a nosotros, bañados en luz fluorescente barata.
Santa mierda, ¿están casados, también?
Estoy casi segura de que voy a vomitar de nuevo.
Me tomo un momento para respirar por la nariz, exhalo por la boca, y mi cabeza se aclara un poco, lo suficiente para estar de pie, tomando un vaso de agua del grifo. Para no vomitar por todo el costoso lugar que el papá de Helena está pagando.
Devoro una barra energética y un plátano que encuentro en el minibar, y después bebo una lata entera de ginger ale en casi dos tragos.
Nunca voy a tener suficiente líquido nuevamente dentro de mi cuerpo, puedo sentirlo.
En la ducha, froto mi dolorida piel, me depilo y lavo, todo con las manos temblorosas por la resaca.
Paula, eres un desastre. Es por eso que eres una borracha.
La peor parte no es que me siento horrible o que es un lío lo que he hecho.
La peor parte es que quiero encontrarlo tanto como quiero
encontrar a Helena y Lola.
La peor parte es el pequeño bucle de ansiedad que siento al saber que es lunes y nos vamos hoy.
No, lo peor de todo es que soy una idiota.
Mientras me seco en la habitación y me pongo unos vaqueros y una camiseta sin mangas, miro hacia donde he dejado su nota sobre el colchón. Su ordenada caligrafía inclinada enfrenta el techo, y un delgado recuerdo empuja en mis pensamientos, de mi mano en el pecho vestido de Pedro, empujándolo fuera del baño y sentándome en la tapa del inodoro, con una pila de papel y un bolígrafo.
¿Para escribir una carta?
Creo... ¿Para... mí?
Pero no puedo encontrarla en ningún lugar; no bajo la enorme pila de mantas en el suelo, no en los cojines del sofá desordenados en la sala de estar, no en el cuarto de baño ni en cualquier lugar dentro del caos de la suite. Tiene que estar aquí. La única otra vez que me escribí una carta a mí misma, fue la única cosa que me guió a través del punto más difícil de mi vida.
Si existe una carta de ayer por la noche, tengo que encontrarla.
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