martes, 11 de noviembre de 2014

CAPITULO 48




Un enorme agujero negro se abre dentro de mí, tragándose mis órganos en el más doloroso orden: primero los pulmones, luego el corazón, y después, cuando estoy segura de que me estoy ahogando, mi estómago se retira.


—Nunca a mi mujer —dice lentamente y después de una larga pausa, aparentemente ajeno a mi pánico. Cierro los ojos, mareada por el alivio. Aun así, mi corazón se siente como si regresara a mi cuerpo un poco marchito, latiendo débilmente al darse cuenta de que es más como su padre que como su madre cuando se trata de engañar—. Estoy intentando hacerlo mejor esta vez.


Pasan largos segundos antes de que pueda hablar, pero cuando lo hago, mis palabras salen chillonas, casi sin aliento. —Bueno, esto sin duda inclina la negociación a mi favor.


—Seguro que lo hace —susurra.


Mi voz se tambalea un poco. —Necesitaré los detalles, por supuesto.


Finalmente, una pequeña sonrisa insegura tira de la esquina de su boca. —Por supuesto. —Apoya la cabeza en el sofá, observándome con ojos cautelosos—. Conocí a una mujer de aquí —dice, agregando—: o más bien, cerca de aquí. De Orleans. —Se toma un pequeño descanso, cerrando los ojos. Puedo ver cómo el pulso le late en la garganta. A pesar de que su explicación es tan objetiva, tan individual, él parece tan estimulado.


¿Es sólo porque estoy usando lencería y él está completamente desnudo? ¿O está preocupado por mi reacción?


Coloco una mano en su pecho. —Cuéntame —susurro, la ansiedad enviando un estremecimiento a través de mis venas—. Quiero saberlo todo. —Quiero, y no quiero.


Bajo mi palma, se relaja. —Estaba en la facultad de derecho, y permanecimos juntos incluso en la distancia; ella estudiaba moda aquí. — Se aparta un poco y me mira antes de decir—: Puedo ser impulsivo con mis emociones, lo sé. Después del primer par de meses… sabía que éramos más amigos que amantes. Pero estaba convencido de que sería apasionado de nuevo una vez regresara aquí. Asumí que era la distancia lo que lo hacía tan poco emocionante. —Cada frase está compuesta cuidadosamente—. Estaba solo y… compartí mi cama dos veces. Minuit sigue sin saberlo.


Minuit… Busco entre mi limitado vocabulario, recordando después de un latido que significa ―medianoche. Me imagino a una belleza de pelo maravilloso, sus manos deslizándose sobre su pecho de la forma en que las mías lo hacen ahora, su culo presionado en sus muslos como el mío en este momento. Imagino su polla, dura por ella como lo está por mí ahora.


Me pregunto si sólo tendré temporalmente el lujo de su pasión antes de que se enfríe. Quiero apuñar mis celos con un instrumento puntiagudo.


—Me sentí obligado —repite, y finalmente me mira de nuevo—. Me esperó, así que regresé. Tomé este trabajo que odio, pero me equivoqué. No éramos felices, incluso cuando volví.


—¿Cuánto tiempo estuviste con ella?


Suspira. —Demasiado.


Ha estado aquí desde hace casi un año, y terminó la facultad de derecho justo antes de regresar. Demasiado no me dice mucho.


Pero es hora de volver a algo mejor que esto. El tema es pesado, un señuelo tambaleante en mi mente, empujando mis pensamientos bajo la superficie clara de nuestro juego y sacando algo triste y sombrío. No es quienes somos.


Estamos casados por el verano. Los matrimonios de verano no se meten en cosas pesadas. Además, estoy usando un traje del diablo y él está desnudo, por todos los cielos. ¿Cuán en serio nos podemos tomar ahora mismo?


Finjo tomar nota de algo en el portapapeles y luego le miro de nuevo. —Creo que tengo toda la información que necesito.


Se relaja por partes: sus piernas debajo de mí primero, luego su abdomen, hombros, y por último su expresión. Siento algo desatarse en mí cuando sonríe. —¿Así que está todo hablado, entonces?


Chasqueo los dedos, y asiento. —No puedo hacer que te salgas de ello con un ascenso, pero no creo que lo quisieras de todos modos.


—No si eso significa que tengo que quedarme mucho más tiempo — acuerda con una carcajada.


—Mañana Capitaux dejará caer el caso y todo el mundo sabrá que es porque encontraste el documento que limpia a Régal Biologiques de toda injusticia.


Exhala dramáticamente, secándose la frente. —Me has salvado.


—Así que es mi turno, entonces —le recuerdo—. Y es hora de reclamar mi pago. —Me inclino para chuparle el cuello—. Hmm, ¿te gustaría sentir mi mano o…


—Tu boca —interrumpe.


Con una sonrisa malvada, me aparto, sacudiendo la cabeza. 


—Esa no iba a ser una de las opciones.


Resopla impacientemente. Cada músculo se tensa urgentemente bajo mis manos vagantes una vez más y me burlo de él rasguñando las uñas cortas sobre su pecho.


—Entonces dime cuáles son mis opciones —gruñe.


—Mi mano, o tu mano —digo y presiono mis dedos en sus labios para evitar que responda demasiado rápido de nuevo—. Si eliges mi mano, es todo lo que obtendrás, y seguirás atado. Si escoges tu mano, por supuesto te desataré… pero también podrás verme usar mi mano sobre mí.


Sus ojos se agrandan como si no estuviera del todo seguro de quién soy de repente. Y, para ser honesta, tampoco lo estoy. Nunca he hecho esto en frente de nadie, pero las palabras simplemente flotaron fuera.


Y ciertamente sé qué va a elegir.


Se inclina, besándome dulcemente antes de responder. —Uso mi mano, usa la tuya.


No estoy segura de sí me siento aliviada o nerviosa mientras llego a su espalda y le libero las manos de la corbata alrededor de sus muñecas.


Más rápido de lo que esperaba, me agarra las caderas y me empuja más cerca, deslizando la húmeda tela de mi ropa interior sobre su polla, moliéndose en mí con un bajo gruñido. Sin pensarlo, igualo su movimiento, meciéndome y sintiendo la deliciosa presión de la dura línea que es él en mi clítoris. No me había dado cuenta de lo encendida que me encontraba estando tan cerca suyo durante tanto tiempo, simplemente escuchándole, jugando con él; pero puedo decirte que estoy empapada.


Y lo quiero. Quiero su grueso deslizamiento en mí, la forma en que mi cuerpo está tan lleno del suyo es la única sensación que puedo imaginarme recordar. Quiero escuchar su voz, alentando y urgente en mi oído, cayendo entre una mezcla rota de inglés y francés, y —finalmente— el ronco e ininteligible sonido de su placer.


Pero estoy al mando esta noche para bien o para mal, y ningún informe directo de Satanás dejaría que un hombre cambiara su plan, no importaba cuán caliente estuviera su piel, o lo sucio que suena cuando dice—: Puedo sentir tu necesidad por mí mojándome a través de la seda.


Bajándome de su regazo, retiro la tela roja por mis piernas,
pateándolas en su regazo. Se las acerca a la cara, observándome con los párpados pesados mientras me siento en la mesita de café. Miro cuando rodea su polla en un puño, y acaricia una vez, lentamente.


Se siente tan depravado hacer esto, pero me sorprende que no se sienta raro. Nunca he visto nada tan sexy como ver a Pedro tocándose a sí mismo. Finjo que está solo, pensando en mí. Finjo que estoy sola, pensando en él. Y, así, mis dedos se deslizan sobre mi piel y él comienza a acariciarse más fuerte, más rápido, su aliento saliendo en pequeños gruñidos.


—Muéstrame —susurra—. ¿Cómo te follas cuando estoy en el trabajo, pensando en ti?


Me tumbo, girando la cabeza para así seguir viéndole y comienzo a usar ambas manos. Quiere verme liberarme. Es de lo que se trata, después de todo: los disfraces, el acto. 


Es sobre dejarnos hacer lo que queramos.


Deslizo dos dedos dentro, y uso la otra mano para rodear el exterior… mi pulso viajando y corriendo locamente cuando gime, acelerando y gruñonamente diciéndome que quiere verme venir.


Es una pobre aproximación de sus dedos, e incluso una peor aproximación de su polla, pero con sus ojos en mí y el ritmo tirante de su puño sobre su longitud, siento el impulso de sangre hacia mis muslos y el pesado dolor entre mis piernas construyéndose y construyéndose hasta que me arqueo fuera de la mesa y me vengo con un grito agudo. 


Con un gemido de alivio, se deja ir después de mí. Me apoyo en un codo, mirando cómo se derrama en su mano y en el estómago.


En un pestañeo, Pedro está de pie y llevándome al suelo, cayendo sobre mí todavía lo suficientemente duro como para meterse dentro con un fuerte y constante empuje. Se cierne sobre mí, bloqueando incluso el minúsculo pedacito de luz de las pocas velas aún encendidas, estirándose para apartar el tirante del negligé por el hombro, dejando al descubierto uno de mis pechos.


—¿Te acabas de venir ahora mismo? —susurra en mi piel.


Asiento. Mi pulso apenas se desliza de vuelta a la normalidad, pero la sensación de él estirándome incluso ahora trae toda la sensación de vuelta a la superficie. Puedo sentir su orgasmo todavía húmedo en su estómago presionándose contra el mío, en su mano enroscada en mi cadera. Pero sentirle endureciéndose dentro de mí de nuevo me da una vertiginosa sensación de poder.


—Si yo hubiera sido Satanás esta noche… —comienza y luego se detiene, si aliento entrecortado tan cerca de mi oreja.


El aire entre nosotros parecer crecer completamente inmóvil.


—¿Qué, Pedro?


Sus labios encuentran mi oreja, mi cuello, y succionan suavemente antes de preguntar—: ¿Alguna vez has sido infiel?


—No. —Deslizando mis manos por su espalda, susurro—: Pero una vez disparé a un hombre en Reno sólo para verle morir.


Se ríe y siento mi cuerpo apretando el suyo mientras se alarga ligeramente, poniéndose incluso más duro.


Me retiro un poco para mirarle. —¿La idea de casarte con una asesina te enciende? Algo está mal contigo.


—Me encanta que me hagas reír —corrige—. Eso me pone. También tu cuerpo, y lo que hiciste esta noche.


Rodea mi otro pecho a través del negligé, pasando el pulgar de un lado a otro sobre la punta. Es lo suficientemente fuerte como para romperme por la mitad, pero la forma en que acaricia mi piel, es como si fuera demasiado valiosa para arriesgarse a herirla.


Pensé que sería la única en notar la nueva y fascinante oscilación de mis caderas, la pesadez de mis pechos, pero no. Pedro permanece en mis pechos, jugando y empujándolos. La cocina francesa ha sido buena para mi cuerpo… aunque tal vez me estoy complaciendo un poco más de lo que debería. No importa; amo la sensación de mis curvas. Ahora sólo necesito encontrar el secreto de las mujeres francesas para disfrutar la comida y seguir viéndose como si pudieran caber dentro de una pajita.


—Estas cuidando tu cuerpo. —Canturrea en mi pecho, su lengua deslizándose sobre mi clavícula—. Sabes que tu marido quiere más carne en ti. Me gustan tus caderas llenas. Me gusta ser capaz de exprimir tu culo en mis manos, sentir tus pechos moviéndose encima de mi cara cuando me estás follando.


¿Cómo hace eso? Su cabello cae sobre su ojo y se ve casi infantil, pero sus palabras son gruesas en mi piel. Su respiración, las yemas de sus dedos, acarician mis costillas, la curva baja de mis pechos, mi pezón.


Comienza a endurecerse dentro de mí, lentamente, sus labios yendo de mi cuello hasta mi oído. Mi cuerpo responde, tensándose y emocionándose, esperando el placer que sé que me hará explotar. Como si estuviera hecha de un millón de batientes alas.


—Esta noche, Cerise… gracias por querer salvarme. —Pone una ligera inflexión en la última parte de la palabra.


Me toma un latido para que mi cerebro procese la inflexión, pero entonces la adrenalina corre a través de mí tan rápido que mis dedos se enrojecen y mi pulso truena.


Ven a Francia para el verano.


Él sabía que en su vida no había espacio para esto pero no importó.


Intentaba salvarme primero.

CAPITULO 47



No tiene que decirme; puedo ver lo que le hace. Pero durante un latido del corazón, sé lo que está pidiendo. Es lo mismo que nuestra primera noche de juego de Sirvienta y Amo: Estimularme.


Sólo lo hace de manera diferente.


Llego entre mis piernas, paso mis dedos bajo el satén, y decido darle un poco de espectáculo: cierro los ojos, gimiendo en voz baja mientras me acaricio, balanceando las caderas. Pero cuando retiro mi mano, en vez de poner mis dedos en su boca, agarro su barbilla con mi mano desocupada y pinto una línea húmeda en su labio superior, justo debajo de la nariz.


Gime, y es un increíble, un sonido áspero, adolorido que quiero grabar y escuchar repetidamente mientras me deslizo hacia abajo sobre él y lo monto. Esta tan duro, su polla se arquea hasta el ombligo, la gruesa cresta casi presionando su ombligo. Una resbaladiza gota de humedad se forma en la apertura y se desliza, reluciendo, por su longitud.


Mi boca se hace agua, mi pecho se aprieta. No creo que mi juego vaya a ir muy rápido. Nunca se si eso es verdad, pero él se ve lo suficientemente duro para que sea incómodo.


—¿Quieres que ponga mi boca en ti antes de las preguntas? — susurro, rompiendo brevemente el papel. La tensión en su cuello y la expresión vulnerable en su cara me dan ganas de hacerme cargo de él.


—No —dice rápidamente, más rápido de lo que esperaba. Sus ojos están muy abiertos, los labios húmedos en donde los acaba de lamer, tratando de limpiar su piel de mi sabor—. Provócame.


Quitándome de su regazo, me paro, siendo tajante —pues, muy bien— me inclino sobre la mesa de café para recuperar el portapapeles y el lapicero. Le doy una visión amplia de mi trasero, mis muslos, y el tanga de seda roja. Detrás de mí, exhala una profunda y temblorosa respiración.


Giro hacia él, revisando mi corta lista. He escrito algunas cosas sólo para recordarme lo que quiero preguntarle porque en el calor del momento, sobre su regazo con él desnudo y mirándome como si estuviera apenas manteniendo sus manos atadas, soy propensa a olvidar.


Recostándome de vuelta, corro mi lapicero por la suave piel de su pecho y me muevo ligeramente sobre el grupo de músculos apretados de sus muslos. —Podemos comenzar con una fácil.


Asiente con la cabeza, mirando abiertamente a mis pechos. — D’accord. —Está bien.


—Si alguna vez has matado a alguien, realmente no vales mucho para mí, porque conseguiremos tu alma con el tiempo de todos modos.


Sonríe, relajándose un poco mientras el juego se devela. —Nunca he matado a alguien.


—¿Torturado?


Se ríe. —Me temo que soy el blanco en este momento, pero no.


Parpadeando hacia mi lista, digo—: Los pecados carnales pueden hacernos tambalear con bastante rapidez. —Miro hacia él y lamo mis labios—. Aquí es donde los hombres suelen perder la mayor parte del precio.


Asiente con la cabeza, mirándome fijamente, como si realmente tengo el poder de cambiar su destino esta noche.


—¿Avaricia? —pregunto.


Pedro suelta una risa silenciosa. —Soy abogado.


Asintiendo, pretendo tomar nota de esto. —Para una empresa que odia, pero que le paga sumas ridículas de dinero para representar a una corporación enorme demandando a otra. ¿Supongo que eso significa que además puedo anotarte por un poco de la gula, también?Su hoyuelo aparece provocativamente mientras ríe. —Supongo que tienes razón.


—¿Orgullo?


—¿Yo? —dice con una sonrisa ganadora—. Soy tan humilde hasta más no poder.


—De acuerdo. —Luchando contra mi propia sonrisa, miro hacia mi lista—. ¿Lujuria?


Eleva sus caderas, su polla es una fuerte presencia entre nosotros mientras observo su cara, esperando a que hable. 


Pero no contesta en voz alta.


Calor se extiende a lo largo de mi piel y su mirada es tan penetrante que, finalmente, tengo que apartar la mirada de su cara. —¿Envidia?


Le toma tanto tiempo contestar que levanto la mirada, buscando su expresión. Se pone extrañamente contemplativo, como si esto fuera un ejercicio serio. Y por primera vez me doy cuenta de que tal vez lo es. No podía simplemente preguntarle estas cosas como Pedro, sentada al otro lado de la mesa del comedor de Paula, aunque me gustaría. Nadie puede ser tan perfecto como parece, y parte de mí tiene que entender dónde está dañado, donde es más desagradable. De alguna manera es más fácil vestirse como una sierva de Satanás para averiguarlo.


—Siento envidia, sí —dice en voz baja.


—Necesito que me des más que eso. —Me inclino hacia delante, beso su mandíbula—. Envidioso de que…


—Nunca antes. Si algo soy, es que tiendo a ver lo positivo en todas partes. Fernando y Orlando… me exasperan a veces, diciéndome que soy impulsivo, o voluble. —Aparta sus ojos de los míos, mirando más allá del hombro a la habitación detrás de mí—. Pero ahora miro a mis mejores amigos y veo una cierta libertad que tienen… Quiero eso. Creo que debe ser envidia.


Esta pica. La picadura se convierte en una quemadura y se arrastra por mi garganta, cubriéndome la tráquea. Trago un par de veces antes de que sea capaz de decir—: Ya veo.


Inmediatamente, Pedro se da cuenta de lo que ha dicho, y se golpea la cabeza para que le vea. —No porque esté casado y ellos no — dice rápidamente. Sus ojos se mueven de un lado a otro, buscando comprensión en los míos—. No se trata de la anulación; no la quería, tampoco. Simplemente no era lo que te prometí.


—Vale.


—Envidio su situación de una forma diferente a lo que estás
pensando. —Deteniéndose, parece esperar a que mi expresión se suavice antes de que admita en voz baja—: No quería mudarme de nuevo a París. No por ese trabajo.


Entrecierro los ojos. —¿No?


—Me encanta la ciudad, es el centro de mi corazón, pero no quería regresar como lo hice. Fernando ama su ciudad natal; no la quiere dejar nunca.Orlando está abriendo una tienda en San Diego. Envidio lo felices que son estando exactamente donde quieren estar.


Demasiadas preguntas se posan en mi lengua, luchando por salir.


Finalmente, pregunto la última que hice anoche—: ¿Entonces por qué has regresado?


Me observa, sus ojos evaluándome. Por último, dice solamente—: Supongo que me sentí obligado.


Asumo que está hablando de la obligación del trabajo que habría sido una locura rechazar. Incluso si lo odia es una oportunidad única en la vida. —¿Dónde preferirías estar?


Su lengua sale, humedeciendo sus labios. —Me gustaría al menos tener la opción de seguir a mi esposa cuando ella se marche.


Mi corazón tartamudea. Decido pasar por alto la pereza y la ira, mucho más interesados en seguir con este tema. —¿Estás casado?


Asiente, pero su expresión no es juguetona. Ni siquiera un poquito. — Sí, estoy casado.


—¿Y dónde está tu mujer ahora mismo, mientras estoy sentada en tu regazo desnudo, vistiendo este pequeño pedazo de lencería?


—No está aquí —susurra conspirador.


—¿Haces un hábito de esto? —pregunto, con una sonrisa burlona.Quiero despejar la nube seria que está descendiendo—. ¿Dejar entrar a las mujeres mientras tu mujer está fuera? Es bueno que la hayas traído a colación, ya que la infidelidad es lo siguiente en mi lista.


Su cara cae y, oh mierda. He tocado un nervio. Cierro los ojos, recordando lo que me dijo de su padre, de cómo nunca le fue fiel a su madre, de cómo el desfile de mujeres a través de su casa fue finalmente suficiente para conducir a su madre a los Estados Unidos cuando Pedro era sólo un adolescente.


Comienzo a disculparme pero sus palabras llegan antes que las mías.


—He sido infiel.