domingo, 2 de noviembre de 2014

CAPITULO 27




Fuera del dormitorio, se extiende ante mí una cocina continua, sala de estar y comedor. Todo se siente tan europeo. El mobiliario es escaso, un sofá de cuero negro, dos modernas sillas rojas sin posa brazos, una pequeña mesa de café. En el otro lado de la habitación, hay una mesa de comedor con cuatro sillas a juego. Las paredes tienen una mezcla ecléctica de fotografías enmarcadas y pinturas de colores. Para un piso de soltero, el apartamento es impresionante.


El espacio es abierto, pero no es muy grande, y el mismo techo inclinado está presente aquí. Pero en lugar de puertas francesas, la pared del fondo está llena de ventanas. 


Camino hacia la más cercana, presiono las manos en el cristal, y miro hacia abajo. En la calle, veo a Pedro subirse a
una moto de un negro brillante, se pone el casco, patea la moto en marcha, y se aparta de la acera. Incluso desde este punto de vista, se ve ridículamente caliente. Espero hasta que ya no lo puedo ver en el tráfico antes de apartar la mirada.


Mi respiración se atrapa y cierro los ojos, hundiéndome un poco. No es la memoria residual de las náuseas o incluso el hambre que me hace sentir un poco mareada. Es el hecho de que yo estoy aquí, y no puedo simplemente caminar unas pocas cuadras y llegar a casa. No puedo sólo tomar el teléfono y revisar que todo esté bien con una llamada rápida a mi familia. No puedo encontrar un apartamento o un trabajo en Boston mientras estoy viviendo en París.


No puedo llamar a mis mejores amigos.


Encuentro mi bolso a través del cuarto y frenéticamente revuelvo dentro por mi teléfono. Pegada a la pantalla hay una nota adhesiva con la escritura pulcra de Pedro diciéndome que me ha puesto en su plan de celular internacional. Realmente me hace reír, quizás un poco maniática por el alivio, porque realmente el pensamiento envió a mi corazón al modo de pánico: ¿Cómo voy a llamar a mis amigas desde Francia? Quiero decir, es el indicativo de mis absurdas prioridades. ¿A quién le importa si no hablo francés, estoy casada, tendré que echar mano a mis ahorros, y mi extraño marido parece trabajar constantemente? Por lo menos no le cobrarán a mi primogénito los minutos de AT&T10.


Vago por el apartamento mientras el teléfono de Helena suena a miles de kilómetros de distancia a través de la línea. 


En la cocina, veo que Pedro me ha dejado el desayuno: un baguette fresco, mantequilla,mermelada y fruta. Una jarra de café situada en la estufa. Es un santo, y merece algún tipo de premio ridículo por los últimos días. Tal vez sólo una oferta constante de mamadas y cerveza. Estuvo pidiendo disculpas por trabajar, cuando realmente yo debería disculparme por hacerlo limpiar mi vómito e ir a comprarme tampones.


El recuerdo persistente es tan horrible que estoy bastante segura de que nunca podré dejar que me vea desnuda otra vez sin querer vomitar.


El teléfono suena y suena. Hago un cálculo borroso, sabiendo sólo que cuando es media mañana aquí, debe ser muy tarde allá. Por último, Helena responde con sólo un gemido.


—Tengo la historia más vergonzosa en la historia de las historias embarazosas —le digo.


—Es media noche aquí, Paula.


—¿Quieres o no escuchar la mayor humillación de mi vida?


La oigo sentarse, aclarándose la garganta. —¿Sólo darte cuenta de que aún estás casada?


Hago una pausa, el peso del pánico se establece un poco más a cada minuto. —Es peor.


—¿Y que volaste a París para ser el juguete sexual de este tipo durante todo el verano?


Me río. Ya quisiera. —Sí, vamos a discutir la locura de todo esto, pero primero, tengo que decirte sobre mi viaje aquí. Es tan malo, quiero que alguien drogue mi café para poder olvidar.


—Podría ponerle un poco de ginebra —bromea, y me río antes de que se me revuelva el estómago por las náuseas.


—Tuve mi periodo en el avión —susurro.


—¡Oh, no! —dice con sarcasmo—. No eso.


—Pero no tenía nada conmigo, Helena. Y llevaba pantalones blancos. En cualquier otro momento diría, ―Si, estoy menstruando.¿Pero esto? Nos acabamos de conocer, y puedo pensar en unas mil quinientas conversaciones que preferiría tener con un caliente semi-desconocido que no sea: ―Acabo de comenzar mi período y me siento como una idiota, así que permíteme simplemente atar mi sudadera alrededor de mi cintura para no ser muy obvia sobre lo que está pasando. Además, tú siendo un chico, me doy cuenta de que es poco probable pero, ¿tendrás algún tampón de sobra?


Esto parece tocar fondo, porque ella cae en silencio por un instante antes de decir un silencioso: —Oh.


Asiento, mi estómago se retuerce, y me tambaleo entre los recuerdos que quedan. —Y aparte de todo eso, estuve vomitando casi todo gracias a una gripe estomacal..


—Lola también la tiene —dice a través de un bostezo.


—Eso explica algunas cosas —digo—. Vomité en el avión. Al bajar del avión. En la terminal…


—¿Estás bien? —La preocupación se eleva en su voz, y puedo decir que está a unos cinco minutos de reservar un vuelo y venir hasta mí.


—Estoy bien ahora —aseguro—, pero volvimos a su apartamento después de este viaje en taxi que fue... —Cierro los ojos cuando el piso se hunde frente a mí con el recuerdo—. Juro que el loco Broc como niño podría ser un mejor conductor. Y tan pronto como llegamos aquí, vomité en el bote de los paraguas de Pedro.


Parece perder el más importante punto de la información aquí cuando pregunta: —¿Tiene un bote para sus paraguas? ¿Los hombres hacen eso?


—Tal vez lo puso ahí para que sus invitados vomiten —sugiero—. He estado enferma desde la noche del martes, y estoy bastante segura de que me ha visto vomitar unas setecientas veces. Tuvo que ayudarme a ducharme. Dos veces. Y no del tipo sexi.


—Uff.


—Sí.


—Por cierto, puedes darme las gracias por cubrirte con tu papá — dice, y casi pude oír el veneno en su voz—. Llamó, y le confirmé todo sobre tu pequeña historia mientras arrancaba todos y cada uno de los cabellos de mi muñeco vudú de Dave Holland. Estás en París trabajando como becaria para uno de los colegas financieros de películas de mi padre. Pero hazte la tonta cuando llegues a casa con el patrón de calvicie masculina de tu padre.


—Uf, lo siento por eso. —La idea de hablar con mi padre en este momento me hace sentir enferma otra vez—. También habló con Pedro. En realidad, ―gritó sería una descripción más exacta. Aunque eso ni siquiera pareció perturbar a Pedro.


Se ríe, y el sonido familiar me hace extrañarla mientras aprieto mis costillas dolorosamente. —Paula, tendrás que mantener tu juego en orden para regresar a ser sexi.


—Lo sé. No puedo imaginar que quiera tocarme de nuevo. 
Yo no quiero tocarme de nuevo. Incluso ese enorme juguete sexual con pilas súper poderosas que me regalaste para mi vigésimo primer cumpleaños, probablemente tampoco quiera tocarme otra vez.


Pero el humor se evapora y el miedo regresa, rugiendo por mis venas, con el corazón desbocado y las extremidades temblando. No he inclinado mi mundo. Yo misma me he impulsado hacia una nueva órbita.


—¿Helena? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Fue este un terrible error?


Pasa un largo tiempo antes de que ella conteste, y ruego porque no se haya dormido en el otro extremo de la línea. 


Sin embargo, cuando habla, su voz está más despierta, más fuerte y reflexiva... justo en la forma en la que la necesito. —Es gracioso que me estés preguntando esto ahora, Paula. Y lo que es más divertido, es que tú te estés preguntando si es un error, y estoy aquí mentalmente chocando los cinco contigo por todo el lugar.


—¿Qué? —pregunto, deslizándome sobre el sofá.


—Cuando no quisiste anular el estúpido matrimonio de mierda, me enojé. Cuando te pusiste toda tonta por Pedro, pensé que habías perdido la cabeza y que estarías mejor enrollándote con él durante un par de noches. Pero luego te fuiste a París por el verano. No haces locuras,Paula, así que sólo asumí que te llenaste de agallas, y lo estás demostrando. —Hace una pausa y agrega—: Supongo que te diviertes con él.


—Lo hago —admito—. O, lo hice. Antes del sangrado en los aviones y los vómitos en los botes.


—Has encontrado tu aventura, y vas a perseguirla —dice, y oigo crujir las sabanas en el fondo, los sonidos familiares de Helena acurrucándose sobre su costado en la cama—. ¿Y por qué no? Estoy súper orgullosa de ti, y espero que tengas el momento de tu vida ahí afuera.


—Estoy aterrorizada —admito en voz baja.


Me recuerda que tengo ahorros, me recuerda que tengo veintitrés.


Me recuerda que no hay nada que tenga que hacer aquí aparte de disfrutar de mí misma, por primera vez en… la historia.


—En realidad no tiene que ser todo sobre el jodido Pedro todo el verano —dice—. Quiero decir que totalmente podría, pero hay más que hacer que preocuparse por lo que él está pensando. Sal de la casa. Come algunos macarons11. Bebe un poco de vino, sólo no ahora porque está oficialmente prohibido vomitar hasta septiembre. Ve y abastécete de experiencias.


—No sé por dónde empezar —admito, mirando por la ventana. Más allá de nuestra calle, el mundo exterior es una intrusión casi cegadora de verdes y azules. Puedo ver por millas: una catedral, una colina, la parte superior de un edificio del que sé que he visto en fotos. Tejados hechos de baldosas y cobre, oro dorado y piedra. Incluso desde la ventana del pequeño apartamento de Pedro, estoy convencida de que acabo de entrar en la ciudad más bella del mundo.


—¿Hoy? —dice, pensando—. Es sábado en junio, por lo que las multitudes serán ridículas; sáltate el Louvre y la Torre Eiffel. Ve a los Jardines de Luxemburgo. —Bosteza ruidosamente—. Infórmame mañana. Volveré a dormir.


Ella cuelga.


10 Compañía estadounidense de telecomunicaciones.
11 Pastelitos franceses hechos de clara de huevo, almendra molida, y azúcar.

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