viernes, 7 de noviembre de 2014
CAPITULO 39
No tengo que abrir los ojos para saber que todavía está oscuro afuera. La cama es un nido de cálidas mantas; las sábanas son suaves y huelen a Pedro y a detergente. Estoy tan cansada, flotando en ese lugar entre despierta y dormida, así que cuando las palabras comienzan a ser susurradas en mi oído suenan como burbujas levantándose desde debajo del agua.
—¿Estás frunciendo el ceño en sueños? —Cálidos labios se presionan en mi frente, la punta de un dedo suavizando la piel allí. Me besa una mejilla y luego la otra, rozando su nariz a lo largo de mi mandíbula en su camino hacia mi oído.
—Vi tus zapatos en la puerta —susurra—. ¿Ya has caminado todo París? Se ven casi gastados en las suelas.
Para ser sinceros, no está lejos de la verdad. París es un mapa interminable que parece desplegarse justo delante de mí. Alrededor de cada esquina está otra calle, otra estatua, otro edificio antiguo y más hermoso que nada que haya visto antes. Voy a un lugar y eso sólo me hace querer ver lo que está detrás de ese, y detrás de ese otro. Nunca he estado tan ansiosa de perderme en un lugar antes.
—Me encanta que estés intentando aprender de mi ciudad. Y que Dios ayude al pobre chico que te vea caminar en ese pequeño vestido veraniego que vi colgando en el baño. Tendrás admiradores siguiéndote a casa y me veré obligado a espantarlos.
Lo siento sonreír contra mi mejilla. La cama se mueve y su respiración alborota mi cabello. Mantengo mi expresión relajada, mis exhalaciones silenciosas, porque no quiero despertar nunca. No quiero que pare de hablarme de esta manera.
—Es sábado nuevamente… trataré de llegar a casa temprano esta noche. —Suspira, y escucho el cansancio en sus palabras. No estoy segura si he apreciado completamente lo difícil que esto debe ser para él, equilibrar lo que ve como su responsabilidad hacia mí y hacia su trabajo.
Me imagino que se debe de sentir como ser jalado en todas las direcciones.
—Te pedí que vinieras aquí y siempre estoy ausente. Nunca fue mi intención que fuera de esta manera. Yo sólo… no lo pensé. —Se ríe en mi cuello—. Todos los que conozco rodarían los ojos ante eso. Orlando, Fernando…
especialmente mi madre —dice con cariño—. Dicen que soy impulsivo. Pero quiero ser mejor. Quiero ser bueno para ti.
Casi gimo.
—¿No te despertarás, Cerise? ¿Para darme un beso de despedida con esa boca tuya? ¿Con esos labios que me meten en problemas? Estuve en una reunión ayer y cuando dijeron mi nombre no tenía ni idea de lo que hablaban. Todo lo que podía pensar era en la forma en que tus labios de cerezas se veían ensanchados alrededor de mi polla, y luego anoche… Oh. Las cosas que me imaginaré hoy. Vas hacer que me despidan y cuando estemos sin un céntimo en la calle, no tendrás a nadie a quien culpar sino a esa boca tuya.
Ya no puedo mantener una cara seria y me río.
—Finalmente —dice, gruñendo en mi cuello—. Comenzaba a contemplar prender la alarma de incendios.
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