Julianne es una diosa porque llama antes de las ocho en la mañana.
Con el cambio de hora, estaba despierta antes de las cinco y he estado paseando por la pequeña habitación del motel como una loca, rezando porque todo funcione y no tenga que pasar otro día buscando apartamentos.
—¿Hola? —respondo, el teléfono agitándose en mi temblorosa mano.
Puedo escuchar la sonrisa en su voz. —¿Lista para mudarte?
Le doy mi más agradecido —y entusiasta— sí, y luego miro alrededor de la sucia habitación después de colgar y me río.
Estoy lista para mudarme a un apartamento a diez minutos de la casa de mis padres y casi no tengo nada para llevar conmigo.
Pero antes de que pueda irme, hay una llamada más que necesito hacer. Por mucho que mi padre se negó a reconocer mi pasión por la danza, o incluso a ser amable sobre ello, hay una persona que estuvo en cada recital de danza, que me llevó a todos los ensayos y actuaciones, y cosió a mano mis trajes. Me puso maquillaje cuando era pequeña y me miró hacerlo por mí misma cuando crecí y era obstinadamente independiente. Lloró durante mis solos y se levantó para animarme. Estoy horrorizada al darme cuenta recién ahora que mamá resistió la desaprobación de mi padre por años mientras yo bailaba y la resistió porque era lo que yo quería hacer. Estuvo allí cuando me mudé a la habitación del hospital por un mes y me llevó en silencio, cuando estaba deprimida y adormecida, a los dormitorios en UCSD.
No fui la única que perdió un sueño después de mi accidente. De cualquier persona en mi vida, mi madre entenderá la elección que estoy haciendo.
Puedo oír la sorpresa en su voz cuando contesta. —¿Paula?
—Hola, mamá. —Aprieto los ojos, abrumada por una emoción que no estoy segura que será muy buena para la articulación. Mi familia no discute sentimientos y el único modo que aprendí fue a través de amenaza de tortura por parte de Helena. Pero ser consciente de la fuerza de mi mamá durante mi infancia y lo que hizo para ayudarme a perseguir mi sueño es probablemente uno que debería haber tenido hace mucho tiempo—. Estoy en casa. —Hago una pausa y agrego—: No me voy a Boston.
Mi mamá es una llorona tranquila; todo en ella es tranquilo. Pero conozco el ritmo de sus pequeños jadeos tan bien como conozco el olor de su perfume.
Le doy la dirección de mi apartamento, le digo que me voy a mudar hoy y que se lo contaré todo si viene a verme. No necesito mis cosas, no necesito su dinero. Sólo necesito a mi mamá.
*****
estamos juntas, siempre siento que la gente piensa que soy la versión de Marty McFly que viajó de los ochenta hasta la actualidad. Tenemos la misma figura, ojos marrones idénticos, piel aceitunada y oscuro cabello liso.
Pero cuando sale de su enorme Lexus a la acera y la veo por primera vez en más de un mes, tengo la sensación de que estoy mirando mi reflejo en una especie de ―casa de los espejos. Se ve igual que siempre —no es que sea exactamente un progreso. Su resignación, su vida acomodada, pude haber sido yo. Papá nunca quiso que ella trabajara fuera de casa. Él nunca tuvo mucho interés en sus gustos: jardinería, cerámica, vivir más ecológicamente. Ama a mi padre, pero se ha resignado a una relación que no le da nada en absoluto.
Se siente pequeña en mis brazos cuando la abrazo, pero cuando retrocedo y espero ver preocupación o duda —¡no debería estar confraternizando con el enemigo, David se pondrá furioso!— sólo veo una enorme sonrisa.
—Te ves increíble —dice, tirando mis brazos a un lado para llevarme.
Esto… está bien, me sorprende un poco. Me duché bajo el hilillo de la ducha del motel, no tengo maquillaje y probablemente realizaría actos sexuales salvajes por acceso a una lavadora. La imagen mental que tengo de mí cae en algún lugar entre un albergue para desamparados y zombis.
—¿Gracias?
—Gracias a Dios no te vas a Boston.
Y con eso, se gira, abre la parte trasera de su camioneta y saca una caja gigante con una facilidad sorprendente. —Traje tus libros, el resto de tu ropa. Cuando tu padre se calme, puedes venir a recoger todo lo que me faltó. —Mira mi expresión sorprendida por un latido antes de asentir al auto—. Agarra una caja y muéstrame tu lugar.
Con cada paso que subimos a mi pequeño apartamento sobre el garaje, una epifanía me golpea directamente en el estómago.
Mi mamá necesita un propósito tanto como cualquiera de nosotros.
Ese propósito solía ser yo.
A Pedro le asustaba enfrentar su pasado tanto como a mí el futuro.
Abro la puerta principal, la caja gigante casi volteándose de mis brazos al suelo y de alguna manera me las arreglo para llegar a la mesa del comedor. Mamá pone la caja de mi ropa en el sofá y mira alrededor.
—Es pequeño, pero muy lindo, Lollipop.
Creo que no me llama así desde que tenía quince. —De hecho, me encanta.
—Puedo traerte algunas fotografías del estudio de Lana, ¿si quieres un poco de arte?
La sangre zumba en mis venas. Este es el por qué vine a casa. Mi familia. Mis amigos. Una vida que quiero hacer aquí. —Está bien.
Sin mucho más preámbulo, se sienta y me mira fijamente. — Entonces.
—Entonces.
Su atención va a mi mano izquierda, colgando inmóvil a mi lado y ahora me doy cuenta que sigo usando mi anillo de bodas. Ni siquiera luce un poco sorprendida. —¿Cómo fue París?
Con una respiración profunda, me siento a su lado en el sofá y descargo todo en un derrame de palabras. Le cuento de la suite en Las Vegas, cómo sentí que era mi último hurra de ese tipo de cosas, la última diversión que tendría hasta cierto punto indeterminado cuando despertaría y mágicamente me daría cuenta que quería ser como mi padre. Le cuento sobre conocer a Pedro, su rayo de sol y cómo sentí que esa noche casi me confesaba a él.
Descargándome. Desahogándome.
Le cuento del matrimonio. Me salto cien por ciento la parte del sexo.
Le cuento sobre escapar de mi vida para ir a París, la perfección de la ciudad y cómo se sintió al principio despertar y darme cuenta que me casé con un completo extraño. Pero también, que eso desapareció y lo que vino en su lugar fue una relación de la que estoy segura que no quiero renunciar.
Otra vez, me salto cada detalle de la parte del sexo.
Es difícil explicar la historia de Perry, porque incluso mientras comienzo, tiene que sentir que es la razón por la que me fui. Así que cuando llego a la parte de la fiesta y ser acorralada por la Bestia, casi me siento como una idiota por no haberlo visto venir a un kilómetro de distancia.
Pero mamá no lo hace. Sigue jadeando y es esa pequeña reacción la que libera la avalancha de lágrimas, porque todo este tiempo me pregunté qué tan idiota soy. ¿Soy una idiota menor, que debería haberse quedado para discutir a fondo con el hombre vivo más caliente? ¿O soy una enorme idiota por dejar algo que alguien más consideraría minúsculo?
El problema de estar en el ojo del huracán es que no tienes idea de cuán grande es.
—Cariño —dice mamá y no le sigue nada más. No importa.
La palabra solitaria tiene un millón de otras que comunican simpatía y una especie de feroz protección de mamá-osa.
Pero también: preocupación por Pedro, ya que lo pinté con exactitud, creo. Es bueno y cariñoso. Y le gusto.
—Cariño —repite en voz baja.
Otra epifanía me golpea: no estoy tranquila porque tartamudeo.
Estoy tranquila porque soy como mi madre.
—Muy bien, entonces. —Pongo mis rodillas en mi pecho—. Hay más.Y es por eso que estoy aquí, en lugar de Boston. —Le cuento de caminar por la ciudad con Pedro y nuestras conversaciones sobre la universidad, y mi vida, y lo que quiero hacer. Le digo que él fue quien me convenció — incluso si no lo sabe— de mudarme a casa y volver a mi antiguo estudio de danza en la noche para enseñar y asistir a la escuela aquí durante el día, así estoy tan preparada como pueda para dirigir mi propio negocio algún día. Para enseñarles a los niños a moverse y bailar lo que quieran sus cuerpos. Le aseguro que el profesor Chatterjee ha accedido a admitirme en el programa de Máster en Administración de Empresas en la UCSD, en mi antiguo departamento.
Después de ingresar todo, mamá se recuesta y me estudia por un momento. —¿Cuándo creciste, Lollipop?
—Cuando lo conocí. —Uy. Puñalada en el estómago. Y mamá también lo puede ver. Pone su mano sobre la mía, por encima de mi rodilla.
—Él parece… bueno.
—Es bueno —susurro—. Aparte del secreto sobre la Bestia, es increíble. —Hago una pausa y luego agrego—: ¿Papá me va a rechazar para siempre?
—Tu padre es difícil, lo sé, pero también es inteligente. Quería que consiguieras tu MAE para tener opciones, no para que fueras exactamente como él. La cosa es, cariño, que nunca tendrías que usarlo para hacer lo que quería. Incluso él lo sabe, sin importar cuánta presión ponga sobre ti para seguir su camino. —Levantándose, mi mamá se dirige a la puerta y se detiene por un instante mientras me doy cuenta plenamente que no conozco muy bien a mi papá—. Ayúdame a traer el último par de cajas y luego me voy a casa. Ven a cenar la próxima semana. Ahora mismo tienes
otras cosas que arreglar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario