jueves, 6 de noviembre de 2014
CAPITULO 37
Se sale de mí, gimiendo de alivio. Me acurruco contra él, mi corazón todavía acelerado, nuestra piel húmeda de sudor.
—Ah —susurra, besando la cima de mi cabeza—. Ahí está.
Beso su garganta, la lengua deslizándose sobre el hueco donde me pruebo la débil sal de su sudor y el mío.
—Gracias por esto —dice—. Me encanta que lo hayas hecho esta noche.
Mi mano se desplaza hasta su estómago, por el pecho y cierro los ojos mientras pregunto—: Háblame de la ventana. A mi lado se congela por un instante, antes de exhalar un suspiro largo y lento.
—Es complicado, tal vez.
—No tengo que ir a ningún lugar —le digo, sonriendo en la
oscuridad.
Sus labios se presionan a mi sien antes de que diga—: Mi madre, como ya he dicho, es americana. —Levanto la mirada a su cara desde donde descanso en su pecho, pero es difícil distinguir sus rasgos en la oscuridad—. Se trasladó a Francia cuando acababa de salir de la escuela secundaria y trabajó como empleada doméstica.
—Oh —le digo, riendo—. Tal vez mi elección de vestuario fue un poco rara para ti.
Gruñe, haciéndome cosquillas en un lado. —Te aseguro que esta noche no me hiciste pensar en mi madre en absoluto. —Después de que me calmé a su lado, dice—: Su primer trabajo fue en una casa muy lujosa de un hombre de negocios llamado Carlos Alfonso.
—Tu padre —supongo.
Asiente. —Mi madre es una mujer maravillosa. Cuidadosa, fastidiosa.Me imagino que era un ama de casa perfecta. Supongo que tengo esas tendencias de ella, pero también mi padre. Requería que la casa estuviera impecable. Le obsesionaba. No quería que dejara una marca en ningún lugar. Ni en espejos o ventanas. Ni una miga en la cocina. Los niños no eran para ser vistos ni escuchados. —Hace una pausa y cuando habla, su voz es más suave—. Tal vez nuestros padres no son muy agradables, ¿pero se llevarían bien?
Aguanto la respiración, sin querer moverme o parpadear o hacer algo para romper este momento. Cada palabra se siente como un regalo y estoy muy hambrienta de cada pequeño pedazo de su historia. — ¿Quiero saber más sobre ellos?
Él me acerca más, deslizando sus manos en mi pelo por la nuca. — Comenzaron a tener un romance cuando mi madre sólo tenía veinte años, y mi padre cuarenta y cuatro. De lo que mi madre me ha dicho, era muy apasionado. La consumía. Ella no planeó quedarse en Francia durante mucho tiempo, pero se enamoró de Carlos y creo que nunca se ha recuperado.
—¿Recuperado?
—Mi padre es un idiota —dice, riendo un poco secamente—.
Controlador. Obsesivo por la casa, como ya he mencionado. Cuando envejeció, sólo empeoró. Pero creo que debe tener cierto carisma, un encanto que la hizo quedarse. —Sonrío en la oscuridad cuando dice esto, a sabiendas de que puede ser un hombre mejor, pero sin duda tiene el encanto de su padre—. Durante este tiempo que él y mi madre estuvieron juntos, él estaba casado con otra mujer. Vivió en Inglaterra, pero mi padre se negó a salir de su casa a vivir con ella y mi madre no sabía que existía esta mujer. Cuando mamá quedó embarazada de mí, mi padre quería que ella permaneciera en el servicio y no permitió que le dijera a nadie que era su hijo. —Se ríe un poco—. Todo el mundo lo sabía de todos modos y por supuesto a los tres o cuatro años, yo era exactamente como él. Con el tiempo, la esposa se enteró. Se divorció de mi padre, pero él no eligió casarse con mi madre.
Siento mi pecho apretarse. —Oh.
—La amaba —dice en voz baja y estoy obsesionada con la forma en que habla. Su español perfecto, pero su acento elevando las palabras, por lo que su “l” sale casi inaudible, su ―r” siempre es ligeramente gutural. Se las arregla para sonar tan pulido y crudo—. La quería a su manera extraña y se aseguró de proveer siempre por nosotros, incluso insistiendo en pagar cuando mi madre quería ir a la escuela culinaria. Pero él no es un hombre que ama con gran generosidad; es egoísta y no quería que mi madre lo dejara, aunque tenía muchas otras mujeres en esos años. Estaban en la casa o en su trabajo. Era muy infiel, aun cuando era posesivo y loco por mi madre. Le dijo que la amaba como ningún otro. Él esperaba que ella comprendiera que su apetito por otras mujeres no eran personales en su contra. Pero, por supuesto, ella nunca fue a dormir con otro hombre.
—Guau —le digo en voz baja. En serio, no me imagino saber mucho sobre el matrimonio de mis padres. El de ellos se siente como decolorado, un paisaje estéril comparado con esto.
—Exactamente. Así que, cuando mi abuela se enfermó, mi madre tuvo la oportunidad de salir de Francia, para ir a casa en Connecticut y quedarse con ella hasta que murió.
—¿Qué edad tenías cuando se fue?
Traga, diciendo—: Dieciséis. Viví con mi padre hasta que empecé la universidad.
—¿Tu madre volvió?
Puedo sentir cómo niega con la cabeza a mi lado. —No. Creo que irse fue muy difícil para ella, pero una vez que se hubo ido, sabía que era lo correcto. Abrió una panadería, compró una casa. Ella quería que yo terminara la escuela aquí, con mis amigos, pero sé que estar tan lejos la consumía. Es por eso que vine a los Estados a la facultad de derecho. Tal vez volvería aquí si se lo pedía, ¿pero no pude, no?
Cuando asiento, continúa—: Fui a Vanderbilt, que no está tan cerca de ella, pero mucho más cerca de Francia. —Gira la cabeza, hacia atrás para poder mirarme—. Tengo la intención de vivir allí algún día. En los Estados. Ella no tiene a nadie más.
Asiento, metiendo la cara en el hueco de su cuello e invadiéndome un alivio tan grande que me siento mareada.
—¿Te quedarás conmigo? —pregunta en voz baja—. ¿Hasta que necesites estar en Boston?
—Sí. Si es lo que quieres.
Responde con un beso que profundiza y la sensación de sus manos en mi pelo y su gemido en mi lengua llena mi cabeza con una emoción que se siente un poco desesperado. En un instante, estoy aterrorizada de tener verdaderos e intensos sentimientos por él, de tener que poner fin a este juego de matrimonio en algún momento, de volver a la vida real y tratar de conseguir más de él. Pero lo aparto a un lado, porque se siente demasiado bueno para dejar que el momento arruine cualquier rincón. Sus besos son lentos y dóciles hasta que sólo presiona su sonrisa a la mía.
—Bien —dice.
Es suficiente por ahora. Puedo sentir el peso del sueño detrás de mis ojos, en mis pensamientos. Mi cuerpo está dolorido y se siente perfectamente utilizado. En sólo segundos, oigo el ritmo lento y constante de su respiración al dormir.
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