martes, 11 de noviembre de 2014
CAPITULO 47
No tiene que decirme; puedo ver lo que le hace. Pero durante un latido del corazón, sé lo que está pidiendo. Es lo mismo que nuestra primera noche de juego de Sirvienta y Amo: Estimularme.
Sólo lo hace de manera diferente.
Llego entre mis piernas, paso mis dedos bajo el satén, y decido darle un poco de espectáculo: cierro los ojos, gimiendo en voz baja mientras me acaricio, balanceando las caderas. Pero cuando retiro mi mano, en vez de poner mis dedos en su boca, agarro su barbilla con mi mano desocupada y pinto una línea húmeda en su labio superior, justo debajo de la nariz.
Gime, y es un increíble, un sonido áspero, adolorido que quiero grabar y escuchar repetidamente mientras me deslizo hacia abajo sobre él y lo monto. Esta tan duro, su polla se arquea hasta el ombligo, la gruesa cresta casi presionando su ombligo. Una resbaladiza gota de humedad se forma en la apertura y se desliza, reluciendo, por su longitud.
Mi boca se hace agua, mi pecho se aprieta. No creo que mi juego vaya a ir muy rápido. Nunca se si eso es verdad, pero él se ve lo suficientemente duro para que sea incómodo.
—¿Quieres que ponga mi boca en ti antes de las preguntas? — susurro, rompiendo brevemente el papel. La tensión en su cuello y la expresión vulnerable en su cara me dan ganas de hacerme cargo de él.
—No —dice rápidamente, más rápido de lo que esperaba. Sus ojos están muy abiertos, los labios húmedos en donde los acaba de lamer, tratando de limpiar su piel de mi sabor—. Provócame.
Quitándome de su regazo, me paro, siendo tajante —pues, muy bien— me inclino sobre la mesa de café para recuperar el portapapeles y el lapicero. Le doy una visión amplia de mi trasero, mis muslos, y el tanga de seda roja. Detrás de mí, exhala una profunda y temblorosa respiración.
Giro hacia él, revisando mi corta lista. He escrito algunas cosas sólo para recordarme lo que quiero preguntarle porque en el calor del momento, sobre su regazo con él desnudo y mirándome como si estuviera apenas manteniendo sus manos atadas, soy propensa a olvidar.
Recostándome de vuelta, corro mi lapicero por la suave piel de su pecho y me muevo ligeramente sobre el grupo de músculos apretados de sus muslos. —Podemos comenzar con una fácil.
Asiente con la cabeza, mirando abiertamente a mis pechos. — D’accord. —Está bien.
—Si alguna vez has matado a alguien, realmente no vales mucho para mí, porque conseguiremos tu alma con el tiempo de todos modos.
Sonríe, relajándose un poco mientras el juego se devela. —Nunca he matado a alguien.
—¿Torturado?
Se ríe. —Me temo que soy el blanco en este momento, pero no.
Parpadeando hacia mi lista, digo—: Los pecados carnales pueden hacernos tambalear con bastante rapidez. —Miro hacia él y lamo mis labios—. Aquí es donde los hombres suelen perder la mayor parte del precio.
Asiente con la cabeza, mirándome fijamente, como si realmente tengo el poder de cambiar su destino esta noche.
—¿Avaricia? —pregunto.
Pedro suelta una risa silenciosa. —Soy abogado.
Asintiendo, pretendo tomar nota de esto. —Para una empresa que odia, pero que le paga sumas ridículas de dinero para representar a una corporación enorme demandando a otra. ¿Supongo que eso significa que además puedo anotarte por un poco de la gula, también?Su hoyuelo aparece provocativamente mientras ríe. —Supongo que tienes razón.
—¿Orgullo?
—¿Yo? —dice con una sonrisa ganadora—. Soy tan humilde hasta más no poder.
—De acuerdo. —Luchando contra mi propia sonrisa, miro hacia mi lista—. ¿Lujuria?
Eleva sus caderas, su polla es una fuerte presencia entre nosotros mientras observo su cara, esperando a que hable.
Pero no contesta en voz alta.
Calor se extiende a lo largo de mi piel y su mirada es tan penetrante que, finalmente, tengo que apartar la mirada de su cara. —¿Envidia?
Le toma tanto tiempo contestar que levanto la mirada, buscando su expresión. Se pone extrañamente contemplativo, como si esto fuera un ejercicio serio. Y por primera vez me doy cuenta de que tal vez lo es. No podía simplemente preguntarle estas cosas como Pedro, sentada al otro lado de la mesa del comedor de Paula, aunque me gustaría. Nadie puede ser tan perfecto como parece, y parte de mí tiene que entender dónde está dañado, donde es más desagradable. De alguna manera es más fácil vestirse como una sierva de Satanás para averiguarlo.
—Siento envidia, sí —dice en voz baja.
—Necesito que me des más que eso. —Me inclino hacia delante, beso su mandíbula—. Envidioso de que…
—Nunca antes. Si algo soy, es que tiendo a ver lo positivo en todas partes. Fernando y Orlando… me exasperan a veces, diciéndome que soy impulsivo, o voluble. —Aparta sus ojos de los míos, mirando más allá del hombro a la habitación detrás de mí—. Pero ahora miro a mis mejores amigos y veo una cierta libertad que tienen… Quiero eso. Creo que debe ser envidia.
Esta pica. La picadura se convierte en una quemadura y se arrastra por mi garganta, cubriéndome la tráquea. Trago un par de veces antes de que sea capaz de decir—: Ya veo.
Inmediatamente, Pedro se da cuenta de lo que ha dicho, y se golpea la cabeza para que le vea. —No porque esté casado y ellos no — dice rápidamente. Sus ojos se mueven de un lado a otro, buscando comprensión en los míos—. No se trata de la anulación; no la quería, tampoco. Simplemente no era lo que te prometí.
—Vale.
—Envidio su situación de una forma diferente a lo que estás
pensando. —Deteniéndose, parece esperar a que mi expresión se suavice antes de que admita en voz baja—: No quería mudarme de nuevo a París. No por ese trabajo.
Entrecierro los ojos. —¿No?
—Me encanta la ciudad, es el centro de mi corazón, pero no quería regresar como lo hice. Fernando ama su ciudad natal; no la quiere dejar nunca.Orlando está abriendo una tienda en San Diego. Envidio lo felices que son estando exactamente donde quieren estar.
Demasiadas preguntas se posan en mi lengua, luchando por salir.
Finalmente, pregunto la última que hice anoche—: ¿Entonces por qué has regresado?
Me observa, sus ojos evaluándome. Por último, dice solamente—: Supongo que me sentí obligado.
Asumo que está hablando de la obligación del trabajo que habría sido una locura rechazar. Incluso si lo odia es una oportunidad única en la vida. —¿Dónde preferirías estar?
Su lengua sale, humedeciendo sus labios. —Me gustaría al menos tener la opción de seguir a mi esposa cuando ella se marche.
Mi corazón tartamudea. Decido pasar por alto la pereza y la ira, mucho más interesados en seguir con este tema. —¿Estás casado?
Asiente, pero su expresión no es juguetona. Ni siquiera un poquito. — Sí, estoy casado.
—¿Y dónde está tu mujer ahora mismo, mientras estoy sentada en tu regazo desnudo, vistiendo este pequeño pedazo de lencería?
—No está aquí —susurra conspirador.
—¿Haces un hábito de esto? —pregunto, con una sonrisa burlona.Quiero despejar la nube seria que está descendiendo—. ¿Dejar entrar a las mujeres mientras tu mujer está fuera? Es bueno que la hayas traído a colación, ya que la infidelidad es lo siguiente en mi lista.
Su cara cae y, oh mierda. He tocado un nervio. Cierro los ojos, recordando lo que me dijo de su padre, de cómo nunca le fue fiel a su madre, de cómo el desfile de mujeres a través de su casa fue finalmente suficiente para conducir a su madre a los Estados Unidos cuando Pedro era sólo un adolescente.
Comienzo a disculparme pero sus palabras llegan antes que las mías.
—He sido infiel.
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