miércoles, 19 de noviembre de 2014
CAPITULO 66
De alguna manera nos las arreglamos para volver a mi apartamento con la ropa todavía puesta. Ruego que no despertemos a Julianne mientras tropezamos, besándonos, hasta el camino de entrada y luego golpeamos un lado del garaje, donde Pedro desliza sus manos por debajo de mi vestido y debajo de mi ropa interior, rogándome que lo deje sentirme. Sus dedos son cálidos y exigentes, haciendo a un lado el encaje endeble y deslizándolo hacia atrás y hacia adelante sobre mi piel.
—Te sientes irreal —susurra—. Te necesito desnuda. Necesito verte.
—Entonces llévame arriba.
Nos tropezamos y estrellamos mientras hacemos nuestro camino por las escaleras de madera hacia mi apartamento, golpeándonos contra la puerta mientras él besa mi cuello, sus manos agarrando, hambrientas, mi culo, jalándome hacia él.
—Pedro—me río, empujando débilmente su pecho para poder sacar las llaves de mi bolso.
Una vez dentro, no me molesto en encender las luces, ya que no estoy dispuesta a alejar mis manos de su cuerpo, ni siquiera el tiempo suficiente para encontrar el interruptor.
Escucho mis llaves cayendo, seguido de mi bolso y el abrigo, y entonces somos nosotros dos en la oscuridad. Se inclina, envolviendo los brazos alrededor de mi cintura,
levantándome hacia su boca.
—Me gusta tu casa —dice Pedro sonriendo en el beso.
Asiento contra él, sacando la camisa de la cintura de sus pantalones.
—¿Te gustaría un tour?
Se ríe cuando mi frustración crece mientras mis dedos se enredan con su camisa en la oscuridad. ¿Por qué hay tantos malditos botones?
—Este tour incluye la cama, ¿no? —dice y golpea con suavidad mis manos, por lo que hace mi trabajo más fácil y rápidamente.
—Y la mesa. Y el sofá —digo, distraída por los kilómetros de una piel suave y perfecta de repente delante de mí—. Tal vez el suelo. Y la ducha.
Sólo han pasado unos días desde que me tocó, pero se siente como un año y mis palmas se deslizan por su pecho, mis uñas curvándose a lo largo de las líneas torneadas de su estómago. El sonido que hace cuando me inclino hacia delante y beso su esternón es algo entre un gruñido y un
gemido necesitado.
Desliza mi malla desde mis hombros, empujándola por mis brazos hasta que mis manos están atrapadas a mis costados. —Vamos a empezar con el dormitorio. Podemos hacer el recorrido más tarde.
—Tenemos doce horas para matar —digo. Toma mi labio inferior entre sus dientes y gimo, habiéndolo echado mucho de menos, es como si la banda alrededor de mi pecho se hubiera roto y puedo respirar, lleno y profundamente.
La cama es la cosa más grande en el apartamento e incluso en la oscuridad, él la encuentra fácilmente.
Retrocede hacia colchón, besándome todo el camino y se sienta, moviéndome para llevarme entre sus piernas abiertas. Sus manos son suaves en la piel en la parte posterior de mis muslos, de arriba a abajo hasta que sus dedos alcanzan el dobladillo de mi ropa interior. La farola de la calle lanza un cono débil de luz a través de una pared y sólo puedo distinguir su rostro, sus hombros. Sus pantalones están abiertos y su polla ya está dura, la punta asomando por encima de la cinturilla de sus calzoncillos, su longitud pulsa plana contra su estómago.
Él me jala hacia adelante y siento el calor de su boca en mi cuello.
—Doce horas no es suficiente —dice, empujando las palabras en mi piel.
Lamiendo una línea entre mis pechos, chupa mi pezón a través del encaje de mi sujetador. Me esfuerzo por liberar mis manos y se apiada de mí, empujando mi ropa por mi cuerpo y dejando que se apile a mis pies.
Finalmente, siendo capaz de moverme, empujo mis dedos en su pelo y es como lo recordaba —sus sonidos, su olor, la forma en la que mi piel destella caliente cuando chupa la piel debajo de mi clavícula— ¿cómo creí que podría vivir un día sin esto?
—Quiero quitarte esto —dice Pedro, llevando las manos detrás de mí para desabrochar los diminutos ganchos de mi sujetador. Sus manos pasan por los tirantes, moviéndolos en dirección opuesta, mientras bajan por mis hombros, sus manos deslizándose a lo largo de mis hombros y luego por mis pechos, ahuecándolos. Inclinándose hacia adelante, palmea uno y besa el otro.
Hace un pequeño sonido de aprobación y mueve una mano por encima de mi culo. —Y éstas. Quítatelas. —Su boca se cierra sobre un pezón y su lengua gira en el pico.
Este es el punto en el que habría tenido que desaparecer en el interior de la otra persona, para calmarme con los disfraces y ficción. Pero en este momento, la única persona que quiero ser es yo.
—Tú también —digo—. Quítate los calzoncillos. —Veo con hambre desenfrenada como se levanta y se quita el resto de su ropa.
Pedro no me mete prisa, sólo recuesta su largo cuerpo en la
cabecera de la cama, se acuesta y espera hasta que deslizo mis dedos por debajo del elástico y empujo mis bragas bajo mis caderas. Sin decir una palabra él se toca, agarrando su polla por la base y acariciándola lentamente.
Subo a la cama, cerniéndome sobre él con mis muslos a
ahorcajadas a cada lado de su cadera. Libera su polla, y esta sobresale hacia arriba, con fuerza contra su estómago, sus ojos muy abiertos y centrados en el espacio cada vez menor entre nuestros cuerpos. Con manos impacientes, agarra mis caderas, levantándome más y colocándome por encima de él.
Su mandíbula se flexiona, su cuello se arquea hacia atrás en la almohada y gruñe un—: Tócame.
Paso las manos por su pecho y más abajo, deslizando mis dedos por su longitud y acunando sus bolas, su cadera.
Hay algo tan sucio por estar encima de él de esta manera.
Estoy desnuda para él, expuesta. No puedo esconder mi cara en su cuello y desaparecer bajo su peso y la comodidad de su cuerpo.
Esto es nuevo para nosotros, al verlo aquí en mi apartamento y en mi cama, con su pelo hecho un lío en el centro de mi almohada. Sus ojos están vidriosos, sus labios de color rojo por mis besos, y me hace posesiva de una manera que nunca había sentido antes.
—Estás tan caliente —dice, alcanzando entre mis piernas—. Tan lista para mí. —Sus dedos se deslizan fácilmente por mi piel, explorando, antes de agarrar su polla y moverse contra mí. No puedo apartar la mirada de su rostro, de su concentración enfocada donde nuestros cuerpos se tocan y es como si el aire haya sido aspirado e incinerado con un solo suspiro.
Empuja hacia adelante con cada pequeña flexión de las caderas, más cerca, más cerca, hasta que está allí, por fin, presionando dentro de mí. Me hundo en él lentamente, respirando tan fuerte y rápido, y no puedo cerrar los ojos porque su expresión es irreal: los ojos cerrados, los labios
abiertos, sus mejillas con manchas de color rojo mientras jadea debajo de mí, abrumado.
Estoy demasiado llena y le doy a mi cuerpo un segundo para acostumbrarse a la sensación de tenerlo tan profundo.
Pero no es lo que quiero; no quiero estar quieta. Quiero sentir su roce y sus manos ásperas.
Quiero sentirlo toda la noche.
Empiezo con un balanceo suave sobre él, perdida en sus reacciones tanto como parece perdido en la sensación de mí. Sus manos aprietan mis caderas, sujetándolas, pero dejándome conducir y finalmente abre los ojos, mira mi cara y sonríe, mostrando la esencia más pura de Pedro: ojos brillantes, hoyuelo juguetón y su dulce boca sucia.
—Dame un pequeño espectáculo, Cerise. Rómpeme.
Con una sonrisa, levanto mi cuerpo y me deslizo hacia abajo, y luego un poco más rápido y más rápido, hipnotizada por la pequeña arruga entre sus cejas mientras mira mi rostro concentrado.
Cambia el ángulo de sus caderas, satisfecho cuando me quedo sin aliento y lleva su mano entre nosotros para tocarme, acariciarme, tranzándome y en voz baja le susurro más rápido y más duro.
—Déjame escuchar la follada —gruñe, empujando contra mí—. Deja salir a mi pequeña salvaje.
Observa con gran atención como comienzo a correrme y me
susurra—: Oh, Paula, eso es.
Mis manos se plantan en su pecho, mis ojos se enfocan en sus labios entreabiertos y le ruego—: Por favor, oh, por favor. —Siento que mi cabeza comienza a caer de nuevo cuando aumenta el placer—. Ya casi. Ya casi.
Él me da una pequeña inclinación de cabeza, una pequeña sonrisa, y presiona sus dedos con más fuerza contra mí, viendo como me destruye por la pura sensación, yendo sobre él y, finalmente, cierro los ojos frente a la intensidad de los suyos, el plateado, cegándose de liberación mientras
me derrumbo contra su pecho.
El mundo se inclina, las sábanas suaves están en mi espalda y siento su mano entre mis piernas, tocándome antes de guiarse a sí mismo hacia mi interior y luego moviéndose encima de mí —con largas, seguras caricias— su pecho presionando el mío. Él es cálido y su boca se mueve por encima de mi cuello, hacia mi boca, donde chupa y saborea, gruñendo maldiciones bajas y palabras como: mojada y córrete y piel dulcemente húmeda y más profundo, tan profundo, tan profundo.
Deslizo las manos por su espalda, agarrando su culo y saboreando el agrupamiento del músculo en mis manos mientras se mueve, doblándose en mí y moviéndose más duro cuando abro mis piernas más ampliamente, enterrando las uñas en su piel. Animándome debajo de él, sintiendo otro orgasmo tomar forma en los bordes.
Suspiro su nombre y él acelera a medida que mira mi cara, gruñendo un silencioso—: Sí. Joder.
Su frente está sudorosa, sus ojos en mis pechos, mis labios y entonces empuja su cuerpo, alejándose lo suficiente para ver por dónde están unidos nuestros cuerpos. Está húmedo por mí, tan duro en todas partes: sus músculos tensos y listos para tomarme, a punto de explotar. Esta siempre ha sido nuestra mejor posición, la fricción, el ajuste de su cuerpo contra el mío y haciendo círculos con sus caderas, mirando entre nuestros cuerpos y luego a mi cara, volviendo y arremetiendo otra vez, finalmente exhalando una ráfaga de aire mientras susurro—: Oh.
Se queja de alivio cuando empujo mi cabeza en la almohada, salvaje debajo suyo y seguido de un grito agudo.
—Estoy cerca —gruñe, arqueando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos—. Oh, Dios, Paula.
Se desploma sobre mí, sus caderas girando tan salvaje y profundo contra mí que estamos casi pegados a la cabecera de la cama, con las manos en puños, encrespándose alrededor de la almohada al lado de mi cabeza. Grita mientras se corre; el sonido hace eco en el techo y las paredes aún vacías y silenciosas.
Mis sentidos vuelven a mí de una vez: primero la sensación de tenerlo dentro de mí, el peso de su cuerpo, caliente y resbaladizo por el sudor. Mi propio cuerpo es blando, pesado.
Oigo el sonido de su respiración trabajosa en mi oído, su silencioso—: te amo.
Después de eso puedo saborear y oler la sal de su piel cuando beso su cuello y empiezo a distinguir la forma de sus hombros por encima de mí, el lento balanceo mientras comienza a moverse de nuevo, sólo sintiendo.
Sacude el pelo de mi cara y me mira. —Quiero fingir —dice.
—¿Fingir?
—Sí.
Se empuja para estar por encima de mí y recorro con mis manos su pecho sudoroso, tocando donde él desaparece en mi interior. Un temblor se mueve por mi columna vertebral y siento el calor de su mirada, el peso de su atención presionando mientras escanea mi rostro, analizando mi expresión.
—¿Fingir qué? —pregunto.
—Que ya han pasado seis meses —sus dedos peinan mi cabello, alisando los mechones húmedos de mi frente—, y que vivo aquí. Quiero fingir que he terminado con el caso y estamos juntos. Permanentemente.
—Está bien. —Levanto el brazo y empujo su cara contra la mía.
—Y tal vez que tienes un traje de cabaretera y finalmente has aprendido a hacer malabares. —Me besa y luego se aleja, frunciendo el ceño en una expresión de seriedad fingida—. No tienes miedo a las alturas, ¿verdad?
—¿Esa es tu fantasía?
Inclina la cabeza, su sonrisa un poco traviesa. —Sin duda, es una de ellas.
—¿Y las otras? —pregunto. Me pondría cualquier cosa para él, pero sé que podría ser yo misma, con la misma facilidad.
Quiero pasar cada noche amándolo tanto como lo hago en este momento.
Por enésima vez me pregunto si las palabras que no he dicho se escriben encima de mi cabeza, porque su sonrisa se ensancha, alcanzando sus ojos de esa manera que succiona el aire directamente de mis pulmones.
—Supongo que tendrás que esperar y ver.
Fin
CAPITULO 65
Pedro se pone de nuevo su camisa de vestir mientras habla sobre su vuelo, la extraña sensación de irse después del trabajo y llegar aquí al amanecer, y luego tener que esperar todo el día para verme… todo tipo de pequeños detalles que bordean las orillas del más grande ¿Ahora qué?
Lo miro a hurtadillas mientras conduzco. Con el cielo oscurecido tras él, se ve innegablemente brillante y hermoso en su camisa abotonada color lavanda y pantalones delgados color carbón. Aunque estoy claramente viviendo de una clase de danza, no voy a molestarme en cambiarme.
Si regresamos a mi casa, no hay duda de que nos quedaríamos ahí y necesito ver a mis chicas, agradecerles.
Y tal vez más importante, dejar que él les agradezca.
Me deslizo en algunos pisos más funcionales y lo llevo directamente a encontrarnos con Helena y Lola en el Bar Dynamite, llevándolo a través de la multitud, sonriendo enormemente por la persona que está conmigo, mi marido, mi Pedro. Están sentadas en un curvado reservado, bebiendo bebidas y Lola me ve antes que Helena. Maldita sea si sus ojos no se llenan de lágrimas inmediatamente.
—No. —La señalo, riendo. A pesar de su aspecto rudo, es una sentimental—. No vamos a hacer eso.
Se ríe, moviendo la cabeza y las limpia, y entonces todo es una extraña confusión de saludos, mis chicas favoritas y mi marido abrazándose unos a otros como si fueran los mejores amigos, cuando ni siquiera se han visto durante un largo tiempo. Pero en cierto modo, es verdad. Lo amo, así que ellas también. Las amo, así que él también. Saca dos barras de chocolate del bolsillo de la chaqueta que cuelga de su brazo y le da una a Helena y otra a Lola. —Por ayudarme. Las conseguí en el aeropuerto, así que no se emocionen.
Ambas las toman. Helena mira su barra de chocolate y después a él.
—Si ella no te folla esta noche, yo lo haré.
Su sonrojo, su hoyuelo, una risa tranquila y sus dientes apretando su labio de nuevo y estoy perdida. Jodidamente mátame.
—Eso no es un problema —digo mientras lanzo su chaqueta sobre el asiento y lo arrastro, con los ojos abiertos y sonriendo, conmigo hacia la pista de baile. Sinceramente, no me importa qué canción suena, no va a dejar mi lado en ningún momento esta noche. Doy un paso hacia sus brazos y me presiono contra él.
—¿Estamos bailando de nuevo?
—Va a haber mucho más baile —digo—. Puedes haber notado que estoy tomando tu consejo.
—Estoy tan orgulloso de ti —susurra. Apoya su frente contra la mía antes de retroceder y mirarme a los ojos—. Diste a entender que esta noche me vas a follar. —Su sonrisa se hace más grande mientras su mano serpentea alrededor de mi cintura.
—Juega bien tus cartas.
—Me olvidé de mis cartas —su sonrisa se marchita de manera dramática—, pero, traje mi pene.
—Voy a tratar de no romperlo esta vez.
—De hecho, creo que deberías tratarlo con más dureza.
El bajo sacude el piso y hemos estado medio gritando esta
conversación juguetona, pero el estado de ánimo se desliza lejos, enfriándose entre nosotros y el momento se pone un poco pesado.
Siempre hemos sido mejores en el coqueteo, mejores en joder, pero hemos tenido que fingir ser otra persona para abrirnos sinceramente.
—Habla conmigo —dice, inclinándose para susurrar las palabras en mi oído—. Dime lo que pasó esa mañana que te fuiste.
—En cierto modo me sentí como si tuviera que dar un paso adelante y hacer frente a lo que viniera después —digo en voz baja, pero él todavía está cerca, inclinado y sé que me escuchó—. Fue una mierda que no me hablarás de Perry, pero en realidad eso sólo me dio el empujón que necesitaba.
—Lo siento, Cerise.
Mi pecho se tensa cuando me llama por mi apodo y recorro con mis manos, arriba y abajo, su pecho. —Si vamos a tratar de hacer esto, necesito saber que me hablarás de las cosas.
—Lo prometo. Lo haré.
—Lo siento por irme de la manera en la que lo hice.
Me da un destello de sus hoyuelos por un corto segundo. —
Muéstrame que todavía usas mi anillo y estás perdonada.
Sostengo mi mano izquierda en alto y lo mira fijamente durante un latido antes de inclinarse para besar el anillo de oro fino. Nos balanceamos un poco, sin movernos mucho, mientras a nuestro alrededor las personas rebotan, se sacuden y bailan en la pista. Apoyo la cabeza en su pecho y cierro los ojos, respirando en cada parte de él. —De todos modos, hemos terminado con todo eso. Es tu turno de balbucear esta noche.
Con una leve sonrisa, se inclina, besando primero mi mejilla derecha y luego la izquierda. Y luego toca sus labios con los míos durante varios, perfectos y largos, segundos. —Mi color favorito es el verde —dice en contra de mi boca y me río. Sus manos se deslizan por mis costados, sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura mientras se inclina hacía mi, besando un camino hasta mi cuello—. Me rompí el brazo cuando tenía siete años tratando de montar un monopatín.
Me encanta la primavera, odio el invierno. El nombre de mi mejor amigo de la infancia era Augusto y su hermana mayor era Catherine. Ella fue mi primer beso, cuando tenía once años y ella doce, en la despensa de la casa de mi padre.
Mis dedos se deslizan por su pecho hasta la garganta y abrazo su cuello.
—Mi mayor trauma fue cuando mi madre se fue a Estados Unidos, pero por lo demás —y a pesar de que mi padre es un tirano— mi infancia fue bastante agradable. Era muy malo para las matemáticas en la escuela. Perdí mi virginidad con una chica llamada Noémi cuando tenía catorce años. —Me besa la mejilla—. La última mujer con la que tuve relación fue con mi esposa, Paula Chaves —Besa la punta de mi nariz—. Mi comida favorita es el pan, sé que suena terriblemente aburrido.
Y no me gustan los frutos secos.
Me río, acercándolo por un verdadero beso —por fin— y Oh. Mi. Dios. Su boca es cálida, ya acostumbrada a la mía. Sus labios son a la vez suaves y dominantes. Siento su necesidad apenas contenida de tocar, saborear y follar y sus manos se deslizan hacia mi culo, tirando mis caderas hacia él. Su lengua apenas toca la mía y los dos gemimos, separándonos y respirando con dificultad.
—No estoy seguro de haber hecho que una mujer se corriera con mi boca antes de que te conocieras —admite—. Quiero besarte allí. Y me encanta tu culo, es perfecto. —Con esto, siento su longitud contra mi estómago mientras sus manos me aprietan—. Me gusta todo tipo de posiciones contigo, pero prefiero estar arriba. Haces que el misionero se sienta sucio por la manera en que me agarras y te mueves debajo de mí.
Mierda. Me retuerzo en sus brazos. —Pedro.
—Sé el sonido exacto que haces cuando te corres, nunca podrías fingir conmigo. —Sonríe, y agrega—: Una vez más.
—Dime lo cotidiano —ruego—, esto me está matando.
—Odio matar a las arañas, porque creo que son increíbles, pero voy a hacerlo por ti si les tienes miedo. Odio ser el copiloto en el coche porque prefiero conducir. —Besa un camino hacia mi oído, susurrando—: Podemos vivir en San Diego, pero quiero al menos pasar los veranos en Francia. Y tal vez mi madre se mudará aquí cuando sea mayor.
Mi pecho duele casi con la fuerza de cada latido del corazón. —Está bien. —Sonríe y toco su hoyuelo con la punta de mi dedo—. ¿De verdad vas a mudarte aquí?
—Creo que en febrero —dice encogiéndose de hombros. Como si fuera tan fácil. Como si fuera un hecho.
Me siento aliviada y estoy rota. Me marea que lo tenga todo tan fácilmente resuelto, pero es julio. Febrero está tan lejos. —Eso me parece mucho tiempo.
—Voy a visitarte en septiembre. Octubre. Noviembre. Diciembre. Enero...
—¿Cuánto tiempo te vas a quedar? —¿Por qué todavía no le había preguntado eso? De repente temo su respuesta.
—Sólo hasta mañana. —Mi estómago cae y me siento de repente hueca—. Puedo quedarme hasta el lunes —dice—, pero necesito estar en el trabajo a primera hora para una audiencia.
No hay tiempo suficiente. Ya le estoy tirando a través de la multitud, de nuevo hacia la mesa.
—Chicas…
—Lo sé, Terroncito de azúcar —dice Helena asintiendo—. Tienes doce horas. No tengo idea de lo que hacen en este lugar. Váyanse.
Así que no sólo sabían que iba a venir, sino que sabían cuando se iba. Han hablado sobre absolutamente todo.
Diablos, amo a mis amigas.
Beso a Helena y a Lola, y empujo nuestro camino hacia la salida delantera.
martes, 18 de noviembre de 2014
CAPITULO 63
Conducir al estudio esa tarde es definitivamente raro.
Esperaba sentirme nerviosa y nostálgica, pero me doy cuenta casi tan pronto como estoy en la carretera que a pesar de que he hecho este camino cientos y cientos de veces, mamá me acompañaba en cada viaje. En realidad, nunca he estado tras el volante en este viaje en particular.
Se desenrolla algo en mí, toma el control de un curso por el que he avanzado tan pasivamente por tanto tiempo. La calle del modesto centro comercial aparece justo después de la concurrida intersección en Linda Vista y Morena, y después de que estaciono, me toma unos minutos el procesar lo diferente que se ve. Hay un nuevo lugar brillante de yogur helado, un restaurant de emparedados. El gran espacio en que solía estar un restaurant chino es ahora un estudio de karate. Pero, escondido justo en el centro de la fila y actualizado con un nuevo cartel y exterior de ladrillo liso, está el estudio de Tina. Me esfuerzo por disminuir la grandiosa tensión en mi garganta y los nervios sacudiéndose en mi estómago. Estoy tan feliz de ver este lugar, sin importar lo diferente que se ve y también un poco
con el corazón roto porque no volverá a ser lo que era para mí.
Me siento mareada con las emociones, el alivio y la tristeza, y tanto de todo, pero no quiero a mamá o Helena o a Lola en estos momentos.
Quiero a Pedro.
Busco a tientas mi teléfono dentro de mi bolso. El aire caliente afuera parece presionarme como una muralla, pero lo ignoro, mis manos se sacuden mientras tecleo mi contraseña y encuentro la foto de Pedro en mi lista de favoritos.
Con respiraciones tan pesadas que en realidad me preocupo que pueda tener alguna especie de ataque de asma, escribo las palabras que sé que él ha estado esperando, las palabras que debía haber escrito el día que me fui: Me gustas, y presiono enviar. Siento haberme ido de la forma en que lo hice, agrego apresuradamente. Quiero que estemos juntos. Sé que es tarde allá, pero ¿puedo llamarte? Voy a llamar.
Dios, mi corazón late tan fuerte que puedo escuchar el zumbido de la sangre en mis oídos. Las manos me tiemblan y tengo que darme un momento, inclinarme contra mi coche para sostenerme. Cuando al fin estoy lista, abro mis contactos de nuevo y presiono su nombre. Toma un segundo conectar, antes de que el sonido del timbre aparezca en la línea.
Suena, y suena, y al final va al buzón de voz. Cuelgo sin dejar un mensaje. Sé que es mitad de la noche ahí, pero si su teléfono está encendido, que claramente lo está y él quisiera hablar conmigo, contestaría. Empujo hacia abajo el hilo de la inquietud y cierro los ojos, tratando de encontrar consuelo en lo bien que se siente siquiera admitirme a mí y a él que no estoy lista para que esto termine.
Abriendo la puerta del estudio, veo a Tina de pie dentro y sé por su expresión, mandíbula apretada, lágrimas agrupadas en sus párpados inferiores, que me ha estado observando desde que salí de mi carro.
Se ve mayor, como esperaba, pero también igual se serena y delicada como siempre, con su cabello canoso recogido en un moño apretado, su rostro desnudo de cualquier maquillaje excepto por su emblemático bálsamo labial rojo cereza. Su uniforme es el mismo: apretada camiseta de tirantes negra, pantalones de yoga negros, zapatillas de ballet. Un millón de recuerdos están envueltos en esta mujer.
Tina me jala en un abrazo y tiembla contra mí.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Consiguiéndolo.
Alejándose, me mira, con sus ojos azules muy abiertos. —Entonces, cuéntame.
No he visto a Tina en cuatro años, así que sólo puedo asumir que se refiere a cuéntamelo todo. Inicialmente, después de que me dieron de alta del hospital, vino a la casa de visita al menos una vez a la semana.
Pero, comencé a excusarme de por qué necesitaba estar fuera de la casa, o en el piso de arriba con mi puerta cerrada. Eventualmente, dejó de venir.
Aun así, sé que no necesito disculparme por la distancia. En cambio, le doy la versión más abreviada de los pasados cuatro años, terminando con Las Vegas, y Pedro, y mi nuevo plan. Cada vez la historia se vuelve más fácil, lo juro.
Quiero tanto este trabajo. Lo necesito para saber que estoy bien, que realmente estoy bien, así que me aseguro de sonar fuerte y calmada.
Estoy orgullosa de que mi voz no vacile ni una vez.
Sonríe cuando termino y admite—: Que te unas aquí es un sueño.
—Lo sé.
—Voy a hacer una pequeña observación antes de que nos
metamos de lleno en esto. Quiero estar segura de que recuerdas nuestra filosofía y que tus pies recuerdan qué hacer.
Mencionó una entrevista informal en el teléfono, pero no una sesión de instrucción real, por lo que mi corazón inmediatamente se pone a golpear rápidamente contra mi esternón.
Puedes hacerlo, Paula. Viviste y respiraste esto.
Nos movemos por el corto pasillo, pasando el estudio más amplio reservado para su clase de adolescentes y al estudio pequeño al final, usado para lecciones privadas y su clase de principiantes. Me sonrío, expectante de ver una línea de pequeñas niñas esperándome en leotardos negros, medias rosas y pequeñas zapatillas.
Cada cabeza gira a nosotras cuando la puerta se abre y mi
respiración sale de mi cuerpo en una exhalación aguda.
Seis niñas están alineadas en la clase, tres a cada lado de un hombre alto en el medio, con unos ojos verdes brillantes llenos de esperanza y travesuras cuando encuentran los míos.
Pedro.
¿Pedro?
¿Qué dem…?
Si él está aquí, entonces ya se encontraba en este edificio hace sólo media hora cuando llamé. ¿Vio que llamé? ¿Ha visto mis mensajes de texto?
Lleva puesta una camiseta negra ajustada que se aferra a los músculos de su pecho y un pantalón de vestir gris carbón. Sus pies están desnudos, sus hombros cuadrados al igual que las niñas a su costado, muchas de las cuales roban miradas y apenas suprimen risitas.
Lola y Helena lo enviaron aquí, estoy segura de ello.
Abro la boca para hablar, pero soy inmediatamente cortada por Tina, quien, con una sonrisa de complicidad, me pasa, con la barbilla en alto mientras anuncia a la clase—: Clase, esta es Mademoiselle Chaves, y…
—En realidad es Madama Alfonso —corrijo rápidamente y giro bruscamente hacia Pedro cuando lo escucho hacer un involuntario sonido de sorpresa.
La sonrisa de Tina es radiante. —Perdóneme. Madama Alfonso es una nueva instructora aquí y los dirigirá en sus estiramientos y su primera rutina. Clase, por favor ¿le dan la bienvenida a nuestra nueva profesora?
Seis niñas y una voz profunda cantan al unísono—: Hola, Madame Alfonso.
Me muerdo el labio, reprimiendo una risa. Encuentro sus ojos de nuevo y en un instante sé que leyó mis mensajes y que está frenando su propia emoción por estar aquí, por escuchar referirme como su esposa. Se ve cansado, pero aliviado y tenemos una conversación completa con sólo esa mirada. Me toma todas mis fuerzas no ir hacia él y ser envuelta en esos grandes y fuertes brazos.
Pero como si leyera mi mente, Tina se aclara la garganta
significativamente y parpadeo, enderezándome cuando respondo—: Hola, chicas. Y Monsieur Alfonso.
Unas risitas estallan pero son rápidamente aplastadas con una mirada penetrante de Tina. —También tenemos una visita hoy, como claramente lo han notado. Monsieur Alfonso está decidiendo si le gustaría inscribirse en la academia. Por favor, hagan todo lo posible por tener una buena conducta y muéstrenle cómo nos comportamos en el escenario.
Para mi absoluta diversión, Pedro se ve listo para meterse de lleno en el mundo de ser una pequeña bailarina. Tina retrocede contra la pared y la conozco lo suficientemente bien para saber que esto no es para nada una prueba; es sólo una sorpresa para mí. Podría reír por si fuera poco y les digo que empiecen sus estiramientos mientras hablo con Pedro. Pero él parece listo para la acción y quiero que ella vea que puedo hacer esto, incluso con la distracción más grande y más hermosa en el mundo justo enfrente de mí.
—Vamos a empezar con algo de estiramiento. —Pongo algo de música tranquila y le indico a las chicas que deben hacer lo que yo hago: sentada en el piso con mis piernas estiradas frente a mí. Me doblo, extendiendo los brazos hasta que las manos están en mis pies, diciéndoles—: Si esto duele, entonces doblen un poco sus piernas. ¿Quién puede contar quince por mí?
Todos son tímidos. Todos, excepto Pedro. Y por supuesto, cuenta tranquilamente en francés—: Un… deux… trois… —mientras las chicas lo miran y se contonean en el suelo.
Continuamos con los estiramientos: el estiramiento en barra en la barra de ballet más baja, el jazz split que hace que las niñas chillen y se tambaleen. Practicamos unas cuantas piruetas —aunque viva cien años, nunca dejaré de reírme ante la imagen de Pedro haciendo una pirueta— y les muestro un estiramiento de piernas extendidas, con mi pierna presionada plana contra una muralla. (Es posible que haga esto puramente para el beneficio de Pedro, pero nunca lo admitiré) Las chicas lo intentan, se ríen un poco más y unas cuantas se vuelven lo bastante valientes para empezar a mostrarle a Pedro qué hacer: cómo mantener los brazos y luego cómo hacer algunos de sus saltos y giros.
Cuando la clase toma un giro caótico y fuerte, Tina interviene, aplaudiendo y abrazándome. —Me encargaré desde aquí. Creo que tienes algo más de lo que encargarte. Te veré aquí el lunes en la tarde a las cinco.
—Te quiero tanto —digo, lanzando los brazos a su alrededor.
—También te quiero, cariño —dice—. Ahora, ve a decirle eso a él.
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