miércoles, 19 de noviembre de 2014

CAPITULO 65



Pedro se pone de nuevo su camisa de vestir mientras habla sobre su vuelo, la extraña sensación de irse después del trabajo y llegar aquí al amanecer, y luego tener que esperar todo el día para verme… todo tipo de pequeños detalles que bordean las orillas del más grande ¿Ahora qué?


Lo miro a hurtadillas mientras conduzco. Con el cielo oscurecido tras él, se ve innegablemente brillante y hermoso en su camisa abotonada color lavanda y pantalones delgados color carbón. Aunque estoy claramente viviendo de una clase de danza, no voy a molestarme en cambiarme. 


Si regresamos a mi casa, no hay duda de que nos quedaríamos ahí y necesito ver a mis chicas, agradecerles. 


Y tal vez más importante, dejar que él les agradezca.


Me deslizo en algunos pisos más funcionales y lo llevo directamente a encontrarnos con Helena y Lola en el Bar Dynamite, llevándolo a través de la multitud, sonriendo enormemente por la persona que está conmigo, mi marido, mi Pedro. Están sentadas en un curvado reservado, bebiendo bebidas y Lola me ve antes que Helena. Maldita sea si sus ojos no se llenan de lágrimas inmediatamente.


—No. —La señalo, riendo. A pesar de su aspecto rudo, es una sentimental—. No vamos a hacer eso.


Se ríe, moviendo la cabeza y las limpia, y entonces todo es una extraña confusión de saludos, mis chicas favoritas y mi marido abrazándose unos a otros como si fueran los mejores amigos, cuando ni siquiera se han visto durante un largo tiempo. Pero en cierto modo, es verdad. Lo amo, así que ellas también. Las amo, así que él también. Saca dos barras de chocolate del bolsillo de la chaqueta que cuelga de su brazo y le da una a Helena y otra a Lola. —Por ayudarme. Las conseguí en el aeropuerto, así que no se emocionen.


Ambas las toman. Helena mira su barra de chocolate y después a él.


—Si ella no te folla esta noche, yo lo haré.


Su sonrojo, su hoyuelo, una risa tranquila y sus dientes apretando su labio de nuevo y estoy perdida. Jodidamente mátame.


—Eso no es un problema —digo mientras lanzo su chaqueta sobre el asiento y lo arrastro, con los ojos abiertos y sonriendo, conmigo hacia la pista de baile. Sinceramente, no me importa qué canción suena, no va a dejar mi lado en ningún momento esta noche. Doy un paso hacia sus brazos y me presiono contra él.


—¿Estamos bailando de nuevo?


—Va a haber mucho más baile —digo—. Puedes haber notado que estoy tomando tu consejo.


—Estoy tan orgulloso de ti —susurra. Apoya su frente contra la mía antes de retroceder y mirarme a los ojos—. Diste a entender que esta noche me vas a follar. —Su sonrisa se hace más grande mientras su mano serpentea alrededor de mi cintura.


—Juega bien tus cartas.


—Me olvidé de mis cartas —su sonrisa se marchita de manera dramática—, pero, traje mi pene.


—Voy a tratar de no romperlo esta vez.


—De hecho, creo que deberías tratarlo con más dureza.


El bajo sacude el piso y hemos estado medio gritando esta
conversación juguetona, pero el estado de ánimo se desliza lejos, enfriándose entre nosotros y el momento se pone un poco pesado.


Siempre hemos sido mejores en el coqueteo, mejores en joder, pero hemos tenido que fingir ser otra persona para abrirnos sinceramente.


—Habla conmigo —dice, inclinándose para susurrar las palabras en mi oído—. Dime lo que pasó esa mañana que te fuiste.


—En cierto modo me sentí como si tuviera que dar un paso adelante y hacer frente a lo que viniera después —digo en voz baja, pero él todavía está cerca, inclinado y sé que me escuchó—. Fue una mierda que no me hablarás de Perry, pero en realidad eso sólo me dio el empujón que necesitaba.


—Lo siento, Cerise.


Mi pecho se tensa cuando me llama por mi apodo y recorro con mis manos, arriba y abajo, su pecho. —Si vamos a tratar de hacer esto, necesito saber que me hablarás de las cosas.


—Lo prometo. Lo haré.


—Lo siento por irme de la manera en la que lo hice.


Me da un destello de sus hoyuelos por un corto segundo. —
Muéstrame que todavía usas mi anillo y estás perdonada.


Sostengo mi mano izquierda en alto y lo mira fijamente durante un latido antes de inclinarse para besar el anillo de oro fino. Nos balanceamos un poco, sin movernos mucho, mientras a nuestro alrededor las personas rebotan, se sacuden y bailan en la pista. Apoyo la cabeza en su pecho y cierro los ojos, respirando en cada parte de él. —De todos modos, hemos terminado con todo eso. Es tu turno de balbucear esta noche.


Con una leve sonrisa, se inclina, besando primero mi mejilla derecha y luego la izquierda. Y luego toca sus labios con los míos durante varios, perfectos y largos, segundos. —Mi color favorito es el verde —dice en contra de mi boca y me río. Sus manos se deslizan por mis costados, sus brazos se envuelven alrededor de mi cintura mientras se inclina hacía mi, besando un camino hasta mi cuello—. Me rompí el brazo cuando tenía siete años tratando de montar un monopatín. 
Me encanta la primavera, odio el invierno. El nombre de mi mejor amigo de la infancia era Augusto y su hermana mayor era Catherine. Ella fue mi primer beso, cuando tenía once años y ella doce, en la despensa de la casa de mi padre.


Mis dedos se deslizan por su pecho hasta la garganta y abrazo su cuello.


—Mi mayor trauma fue cuando mi madre se fue a Estados Unidos, pero por lo demás —y a pesar de que mi padre es un tirano— mi infancia fue bastante agradable. Era muy malo para las matemáticas en la escuela. Perdí mi virginidad con una chica llamada Noémi cuando tenía catorce años. —Me besa la mejilla—. La última mujer con la que tuve relación fue con mi esposa, Paula Chaves —Besa la punta de mi nariz—. Mi comida favorita es el pan, sé que suena terriblemente aburrido.
Y no me gustan los frutos secos.


Me río, acercándolo por un verdadero beso —por fin— y Oh. Mi. Dios. Su boca es cálida, ya acostumbrada a la mía. Sus labios son a la vez suaves y dominantes. Siento su necesidad apenas contenida de tocar, saborear y follar y sus manos se deslizan hacia mi culo, tirando mis caderas hacia él. Su lengua apenas toca la mía y los dos gemimos, separándonos y respirando con dificultad.


—No estoy seguro de haber hecho que una mujer se corriera con mi boca antes de que te conocieras —admite—. Quiero besarte allí. Y me encanta tu culo, es perfecto. —Con esto, siento su longitud contra mi estómago mientras sus manos me aprietan—. Me gusta todo tipo de posiciones contigo, pero prefiero estar arriba. Haces que el misionero se sienta sucio por la manera en que me agarras y te mueves debajo de mí.



Mierda. Me retuerzo en sus brazos. —Pedro.


—Sé el sonido exacto que haces cuando te corres, nunca podrías fingir conmigo. —Sonríe, y agrega—: Una vez más.


—Dime lo cotidiano —ruego—, esto me está matando.


—Odio matar a las arañas, porque creo que son increíbles, pero voy a hacerlo por ti si les tienes miedo. Odio ser el copiloto en el coche porque prefiero conducir. —Besa un camino hacia mi oído, susurrando—: Podemos vivir en San Diego, pero quiero al menos pasar los veranos en Francia. Y tal vez mi madre se mudará aquí cuando sea mayor.


Mi pecho duele casi con la fuerza de cada latido del corazón. —Está bien. —Sonríe y toco su hoyuelo con la punta de mi dedo—. ¿De verdad vas a mudarte aquí?


—Creo que en febrero —dice encogiéndose de hombros. Como si fuera tan fácil. Como si fuera un hecho.


Me siento aliviada y estoy rota. Me marea que lo tenga todo tan fácilmente resuelto, pero es julio. Febrero está tan lejos. —Eso me parece mucho tiempo.


—Voy a visitarte en septiembre. Octubre. Noviembre. Diciembre. Enero...


—¿Cuánto tiempo te vas a quedar? —¿Por qué todavía no le había preguntado eso? De repente temo su respuesta.


—Sólo hasta mañana. —Mi estómago cae y me siento de repente hueca—. Puedo quedarme hasta el lunes —dice—, pero necesito estar en el trabajo a primera hora para una audiencia.


No hay tiempo suficiente. Ya le estoy tirando a través de la multitud, de nuevo hacia la mesa.


—Chicas…


—Lo sé, Terroncito de azúcar —dice Helena asintiendo—. Tienes doce horas. No tengo idea de lo que hacen en este lugar. Váyanse.


Así que no sólo sabían que iba a venir, sino que sabían cuando se iba. Han hablado sobre absolutamente todo.


 Diablos, amo a mis amigas.


Beso a Helena y a Lola, y empujo nuestro camino hacia la salida delantera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario