Pedro se ha ido cuando me despierto y la única prueba que tengo de que regresó es una nota en la almohada diciéndome que estuvo en casa durante un par de horas y durmió en el sofá para no despertarme.
Juro que puedo sentir algo romperse dentro de mí. Me fui a la cama en una de sus camisetas limpias y nada más. Los nuevos esposos no duermen en el sofá. Los nuevos esposos no se preocupan por despertar a su nueva y desempleada, esposa turista en mitad de la noche.
Ni siquiera recuerdo si me beso la frente de nuevo antes de irse, pero una gran parte de mí quiere enviarle un mensaje y preguntarle, porque empiezo a pensar que la respuesta a esa pregunta me va a decir si debería quedarme o reservar el vuelo de mi viaje de regreso a casa.
Es fácil distraerme y llenar mi segundo día sola en París: deambulo por las exposiciones y jardines en el Museo Rodin y luego enfrento las interminables colas en la Torre Eiffel… pero la espera vale la pena. La vista desde la cima es irreal.
París es impresionante a nivel de calle y cientos de pisos de altura.
La noche del domingo en el apartamento, Lola es mi compañía. Está sentada en su sofá en su casa en San Diego y se recupera de cualquier virus que ambas tenemos y responde a mis textos con una velocidad tranquilizadora.
Le digo: Creo que lamenta traerme de vuelta con él.
Eso es una locura, responde. Parece que el trabajo es una mierda para él en estos momentos. Sí, se casó contigo, pero no sabe si va a durar y también tiene que hacerse cargo del trabajo.
Honestamente, Lola, me siento como una gorrona, pero, ¡todavía no quiero irme! Está ciudad es ahhh-grandiosa. ¿Debo permanecer en un hotel, qué piensas?
Estás siendo sensible.
Durmió en el SOFÁ.
¿Tal vez estaba enfermo?
Intento recordar si oí algo. No lo oí.
¿Tal vez todavía piensa que es la semana del tiburón?
Siento mis cejas elevarse. No había pensado en eso. Quizás Lola tiene razón y Pedro cree que todavía tengo mi periodo. ¿Tal vez tengo que ser quien inicie algunas cosas de tipo sexual?
Está bien, esa es una buena teoría.
Pruébalo, responde.
Olvida lo de la camisa. Esta noche voy a dormir desnuda, sin mantas.
*****
Me despierto y miro el reloj. Son casi las dos y media de la mañana y de inmediato tengo la sensación de que todavía no está en casa. Todas las luces del apartamento están apagadas y a mi lado, la cama está vacía y fría.
Pero entonces oigo un susurro, una cremallera, un gemido ahogado procedente de la otra habitación.
Salgo de la cama, me pongo una de sus camisetas que ha dejado en el cesto de la ropa sucia y que huele tan intensamente a él que, por un segundo, tengo que parar, cerrar los ojos y encontrar mi equilibrio.
Cuando entro en la sala de estar y miro hacia la cocina, lo veo.
Está inclinado, con una mano apoyada en el mostrador. Su camisa desabrochada, la corbata colgando alrededor de su cuello y los pantalones empujados hacia debajo de sus caderas mientras su otra mano vuela sobre su polla.
Estoy fascinada al ver el gran erotismo de Pedro dándose placer con la tenue luz que entra por la ventana. Su brazo se mueve rápidamente, con el codo doblado y a través de su camisa puedo ver la tensión de los músculos de su espalda, la forma en que sus caderas comienzan a moverse con su mano. Doy un paso adelante, queriendo ver mejor y mi pie se engancha con una mesa que chirría. El sonido cruje a través de la habitación y él se congela, levantando la cabeza para mirar por encima de su hombro.
Cuando sus ojos se encuentran con los míos, destellan con
mortificación antes de enfriarse lentamente en la derrota.
Aleja su mano y baja la cabeza, dejando la barbilla en su pecho.
Me acerco lentamente, sin estar segura de sí me quiere o quiere algo más que yo. ¿Por qué si no iba a estar aquí haciendo esto, cuando me tenía desnuda en su cama?
—Espero no haberte despertado —susurra. Con la luz entrando por la ventana, puedo ver la línea clara de su mandíbula, la suave extensión de su cuello. Sus pantalones están colgados bajo en sus caderas con su camisa desabrochada. Quiero saborear su piel, sentir la suave línea de pelo que viaja abajo en su ombligo.
—Lo hiciste, pero ojalá me hubieses despertado y si querías… — Quería decir, ―si me querías pero de nuevo, no estoy segura de que es lo que él quería—. Si necesitabas… algo.
Dios, ¿podría ser menos fluida?
—Es muy tarde, Cerise. Entré, empecé a desvestirme. Te vi desnuda en mi cama —dice, con la mirada fija en mis labios—. No quería despertarte.
Asiento. —Supuse que me verías desnuda en tu cama.
Exhala lentamente por la nariz. —No estaba seguro…
Antes de que termine la frase, ya estoy bajando sobre mis rodillas en la oscuridad, moviendo su mano para poder lamerlo, volver a traer su necesidad a la vida. Mi corazón late con tanta fuerza y estoy tan nerviosa que puedo ver mi mano temblorosa cuando lo toco, pero a la mierda. Me digo que estoy canalizando a Helena, diosa del sexo seguro.
Me digo que no tengo nada que perder. —Me fui a la cama desnuda a propósito.
—No quiero que te sientas obligada a estar conmigo de esta forma —grazna.
Levanto la vista hacia él, estupefacta. ¿Qué pasó con el chico deliciosamente agresivo que conocí hace sólo una semana? —No me siento obligada. Sólo estás ocupado…
Sonríe, agarrando su base y dibujando una línea húmeda a través de mis labios con la gota de humedad que aparece en su punta. —Creo que tal vez ambos estamos siendo demasiado tentativos.
Lo lamo, jugando un poco, burlándome. Estoy ávida de los sonidos jadeantes que hace, los gruñidos impacientes ásperos cuando casi lo tomo dentro y entonces lo aparto, lo beso y juego un poco más.
—Pensaba en ti —admite en voz baja, viéndome dibujar una línea húmeda larga desde la base hasta la punta con mi lengua—. Apenas puedo pensar en otra cosa más.
Esta admisión desenrolla algo que se volvió apretado y tenso en mis entrañas, haciéndome notar lo ansiosa que he estado por esto cuando lo dice.
Me siento como si me hubiera derretido. Me pone ansiosa darle placer, chuparlo más, envolverlo con las vibraciones de mi voz mientras gimo.
Verlo así, impaciente, aliviado por mi toque, hace que sea más fácil para mí seguir jugando, seguir siendo esta valiente, seductora y descarada. Echándome hacia atrás, pregunto—: En tu mente, ¿qué hacíamos?
—Esto —dice, inclinando la cabeza mientras desliza una mano en mi pelo, anclándome. Me preparo para sentir la invasión completa de él en mi boca, sólo un segundo antes de que empuje en profundidad—. Jodiendo estos labios.
Su cabeza cae hacia atrás y cierra los ojos, sus caderas meciéndose delante de mi cara. —C’est tellement bon, j’en rêve depuis des jours…13 — Con evidente esfuerzo, se endereza inclinándose un poco, cada vez más áspero—. Traga —susurra—. Quiero sentirte tragando. —Hace una pausa para que pueda hacer lo que pide y gime con voz ronca mientras lo jalo más profundo en mi garganta con el movimiento.
—¿Vas a tragar cuando me venga? ¿Vas a hacer un pequeño sonido de hambre cuando lo sientas? —pregunta, mirándome fijamente.
Asiento. Por él, lo haré. Quiero cualquier cosa que él me dará; quiero darle lo mismo. Es la única ancla que tengo a este lugar, e incluso si este matrimonio es sólo fingido, quiero esa sensación de nuevo, cuando era simple y fácil entre nosotros como esa noche en San Diego y la anterior a esa, aunque todo lo que recuerdo son pequeños fragmentos, destellos de piel y sonidos de placer.
Durante varios minutos se mueve, regalándome sus tranquilos gruñidos, murmurando que soy hermosa, dándome cada centímetro por mi lengua antes de entrar casi completamente y señalar con su puño la longitud, la corona de su polla, golpeando contra mis labios y lengua.
Es así como se viene, desordenadamente, derramándose en mi boca, en mi barbilla. Es intencional, tiene que serlo y sé que estoy en lo cierto cuando levanto la mirada y veo sus ojos oscurecerse ante la visión de su orgasmo en mi piel y mi lengua se desliza hacia fuera por instinto. Da un paso atrás, pasando su pulgar sobre mi labio inferior antes de inclinarse para ayudarme a levantarme. Con una toalla húmeda, me limpia suavemente y luego retrocede, preparándose para ponerse sobre sus rodillas, pero se tambalea un poco y cuando la lámpara coge su perfil,
noto que está a punto de caerse por agotamiento. Casi no durmió en días.
—Déjame hacerte sentir bien ahora —dice, en lugar de llevarme al dormitorio.
Lo detengo con mi mano en su codo. —Espera.
—¿Qué? —pregunta y mis pensamientos viajan al borde áspero de su voz, la frustración latente que nunca antes le he escuchado.
—Pedro, son casi las tres de la mañana. ¿Cuándo fue la última vez que dormiste?
Su expresión es ilegible en la sombra, pero no es tan oscuro para no poder ver cómo sus hombros parecen demasiado pesados para su cuerpo, de lo cansado que parece. —¿No quieres que te toque? ¿Me vengo en tus labios y estás lista para dormir?
Niego con la cabeza y no me resisto cuando me alcanza y desliza su mano por debajo de su camisa, hasta mi muslo.
Me toca con los dedos y gruñe. Estoy empapada y ahora lo sabe. Con un silbido silencioso comienza a mover su mano, doblándose para chupar mi cuello.
—Déjame probar esto —gruñe, su cálido aliento en mi piel, sus dedos deslizándose fácilmente sobre mi clítoris antes de empujarse hacia abajo y dentro de mí—. Ha pasado una semana, Paula. Quiero mi rostro cubierto de ti.
Estoy temblando en sus brazos por lo mucho que lo quiero.
Sus dedos se sienten como el cielo, su aliento caliente en mi cuello, sus besos me succionan y son urgentes en mi cuello. ¿Qué hay de otros quince minutos de sueño perdido? —Está bien —susurro.
13 Se siente tan bien. De día sueño…
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