lunes, 3 de noviembre de 2014

CAPITULO 30



Espero hasta que termina de cepillarse los dientes y deslizarse en la cama vistiendo sólo su bóxer, antes de ir al baño después de él. —Ya voy.


Me cepillo los dientes, lavo mi cara y le digo a mi reflejo que deje de pensar demasiado en todo. Si el hombre quiere sexo, dale sexo. Quiero sexo. ¡Vamos a tener sexo! En silencio me dirijo hacia la oscuridad. Mi estómago está cálido, el espacio entre mis piernas punzante y listo y eso es todo, creo. Aquí es cuando comienza la diversión, cuando puedo disfrutar de él, de esta ciudad y de este pequeño fragmento de vida donde no tengo a nadie más por el que preocuparme, sólo él y yo.


La luna ilumina un camino desde el pequeño cuarto de baño hasta los pies de la cama. Salgo del baño y camino hacia allí para poder meterme a la cama junto a él. Es cálido y su jabón y loción de afeitar activan inmediatamente el hambre que he echado de menos desde hace días, esa necesidad desesperada por la urgencia que apodera sus manos, sentirlo besándome y moviéndose sobre mí. Pero incluso cuando deslizo mi mano hasta su estómago y sobre su pecho, se queda quieto, sus extremidades pesadas a mi lado.


La primera vez que abro la boca no sale nada, pero la segunda vez me las arreglo para susurrar—: ¿Quieres tener sexo? —Me estremezco ante las palabras duras, susurradas libres de matices o de seducción.


No responde y me desplazo más cerca, el corazón desbocado mientras me acurruco en torno a su cuerpo duro y caliente. Está profundamente dormido, sus respiraciones sólidas y constantes.




******


Otra vez se levanta antes que yo, esta vez viste un traje oscuro y una camisa negra. Parece listo para una sesión fotográfica: fotografías en blanco y negro tomadas por sorpresa en la esquina de la calle, la mandíbula fuerte tallada en una sombra en el cielo detrás de él. Se inclina
sobre mí, a punto de darme un beso casto en los labios cuando mis ojos se abren.


Se dirige desde mi boca a mi frente y mi estómago se hunde cuando me doy cuenta que es lunes y de nuevo, va a estar trabajando todo el día.


—Siento lo de anoche —dice en voz baja en mi oído. 


Cuando se echa hacia atrás, su mirada parpadea y se centra más bien en mis labios.


Tuve sueños, sin embargo, sueños sexys, y no estoy lista para que se vaya. Aún puedo imaginar la sensación de sus manos y labios, y su voz ronca después de horas y horas debajo de mí. El sueño todavía nubla mis pensamientos, por lo que me hace lo suficientemente valiente para actuar. Sin pensarlo jalo su brazo y lo pongo debajo de las sábanas
conmigo.


—Soñaba contigo —le susurro, sonriendo adormilada.


—Paula…


En un primer momento está inseguro de lo que hago y noto cuando entiende mientras arrastro su mano debajo de mis costillas, por encima de mi ombligo. Sus labios se abren, sus ojos se hacen pesados. Pedro toca mis caderas hasta la mitad con su mano, deslizando sus dedos entre mis piernas y probándome.


—Paula —se queja con una expresión que no puedo leer. 


Una parte es anhelo y otra parte algo que se parece más a la ansiedad. A la orilla, la conciencia se escurre dentro.


Oh mierda.


Su chaqueta de traje se dobla sobre su otro brazo y la bolsa de su ordenador portátil cuelga de su hombro. Estaba apurado por irse.


—Oh. —El rubor de vergüenza se arrastra hasta mi cuello. Empujando su mano de mi cuerpo, comienzo—: Yo no…


—No te detengas —dice, apretando la mandíbula.


—Pero te vas…


—Paula, por favor —dice, con una voz tan baja y suave que gotea sobre mí como la miel caliente—. Quiero esto.


Su brazo tiembla, sus ojos se cierran y dejo que los míos hagan lo mismo antes de estar completamente despierta, antes de perder los nervios. ¿Qué pensaba en Las Vegas? 


Que quería una vida diferente.


Quería ser valiente. No era valiente, pero fingí serlo.


Con los ojos cerrados, puedo fingir más. Soy la bomba de sexo que no se preocupa por su trabajo. Soy la esposa insaciable. Soy la única que él quiere.


Estoy empapada e hinchada y es irreal el ruido que hace cuando desliza los dedos en mí: un profundo gemido sordo. Podría venirme con apenas una exhalación a través de mi piel. Estoy tan excitada y cuando parece querer explorarme, tomarme el pelo, me levanto entre sus dedos, buscando. Me da dos, empujando directamente dentro de mí y agarro su
antebrazo, meciéndome hacia arriba, jodiendo su dedo. No puedo detenerme el tiempo suficiente para preocuparme lo desesperada que parezco.


El calor trepa por mi piel y pretendo que es el calor de los reflectores.


—Oh, déjame ver —susurra—. Libéralo.


—Ahh —jadeo. Mi orgasmo toma forma alrededor de los bordes, la sensación cristaliza y luego construye, arrastrándose desde donde su pulgar ahora circula frenéticamente contra mi piel hasta que mi orgasmo me golpea. Agarrando su brazo con las dos manos, gimo, ondulando alrededor de sus dedos. Mis piernas, brazos y columna se sienten fluidos, llenos de calor líquido y fundido mientras el alivio inunda mi torrente sanguíneo.


Abro los ojos. Pedro se mantiene quieto y luego saca lentamente los dedos de mí, deslizando su mano de debajo de las sábanas. Me mira mientras la conciencia finalmente empuja el sueño por completo a un lado. Con la otra mano, engancha la bolsa más alto en su hombro. La habitación parece marcar la tranquilidad y a pesar de que trato de
encontrar mi confianza fingida, puedo sentir mi pecho, mi cuello y mi cara entrando en calor.


—Lo siento, yo…


Me calla con sus dedos húmedos pegados a mi boca. —No lo hagas —gruñe—. No te retractes.


Atrapa sus dedos con sus labios al presionarlos sobre los míos y luego desliza su lengua a través de sus dedos, a través de mi boca, saboreándome y liberando una dulce exhalación de alivio. Cuando se aleja lo suficiente para centrarme en sus ojos, están llenos de determinación. —Esta noche volveré a casa temprano.

5 comentarios: