sábado, 15 de noviembre de 2014
CAPITULO 57
Le toma un momento procesar lo que dije antes de inclinarse de nuevo, sus dientes mordisqueando mi mandíbula. Exhalo por la nariz antes de que mi cabeza caiga hacia atrás contra la pared y me rinda. Sus manos vuelven a mi cintura, más rudas, levantando mi camisa y sacándola por mi cabeza antes de que baje la falda por mis caderas y en un charco en el suelo.
Pero incluso mientras me ahueca en sus manos, succionando el aliento de forma irregular a través de sus dientes y susurrando: —Tu es parfaite34. —No puedo devolverle el toque con delicadeza. Me siento disciplinaria, egoísta y todavía muy enojada. Esa combinación saca un sonido estrangulado de mi boca y sus manos se detienen para hacer a un lado mi ropa interior.
—Enójate —dice con voz ronca—. Muéstrame cómo luce el enojo.
Pasa un latido antes de que sus palabras suban por mi garganta, pero cuando salen en forma de gruñido, no suenan como yo—: Tu boca.
Di rienda suelta a la chica que se deja sentir con ira, que puede castigar. Empujo su pecho con fuerza, aplanando las palmas en sus pectorales y él se tambalea hacia atrás, los labios separados y los ojos abiertos con emoción. Lo vuelvo a empujar y sus rodillas encuentran el borde de la cama y se desploma hacia atrás, arrastrándose hasta la cabecera de la cama y viendo cómo lo acecho, subiendo sobre él hasta que mis caderas están al nivel de su cara y me agacho y agarro un puñado de su pelo.
—No estoy bien —le digo, reteniéndolo mientras intenta avanzar, para besarme, lamerme y quizás incluso morderme.
—Lo sé —dice, con ojos oscuros e insistentes—. Lo sé.
Bajo las caderas y oigo un grito primitivo escapar de mi garganta mientras su boca abierta entra en contacto con mi clítoris y chupa, levantando los brazos y envolviéndolos firmemente en mis caderas. Es salvaje y hambriento, dejando salir perfectos gruñidos suplicantes y gemidos satisfechos cuando empiezo a mecerme y montarlo, con el puño en su cabello.
Su boca es suave y fuerte, pero me deja controlar todo; la velocidad y la presión, y es tan bueno pero Dios, te necesito tan profundamente en mí que puedo sentirte en mi garganta.
Pedro se ríe contra mi piel y me doy cuenta que lo dije en voz alta. La irritación me golpea como un cálido rubor y me alejo, humillada.
Vulnerable.
—No —susurra—. No, no. Viens par ici. —Ven aquí.
Hago que trabaje por ello, con sus dedos persuasivos y sonidos suaves y suplicantes hasta que vuelve a bajar mis caderas y me urge con los dedos presionados en mi carne a perseguir el placer de nuevo, a darle esto en este juego retorcido de darle lo que necesita al montar su rostro.
Siento un hormigueo por todas partes, a lo largo de mi cuello y por mis brazos, sintiéndome hipersensible y caliente. Pero la sensibilidad es casi insoportable donde me está lamiendo, porque es tan bueno, que es casi imposible que esté tan cerca, tan pronto
Tan pronto.
Tan malditamente pronto.
Pero lo estoy.
La mitad superior de mi cuerpo cae hacia adelante, agarrando la cabecera con nudillos blancos, y me estoy viniendo, gritando, presionando tan fuerte en su boca que no sé cómo puede respirar, pero es salvaje debajo de mí y sus manos agarran mis caderas y no me dejan moverme
por un segundo hasta que mis músculos se relajan y puede sentir mi orgasmo descender sobre sus labios.
Me siento devastada y adorada mientras me deslizo, débil, a la cama. Siento su miedo, su amor, su temor y finalmente, dejo salir un sollozo que retuve en mi garganta por lo que se sentían como horas. En una avalancha silenciosa, sé que ambos estamos seguros en una cosa: me iré.
Se mueve hacia mi oído y su voz es tan rota que apenas la
reconozco cuando pregunta—: ¿Algunas vez has sentido que tu corazón está retorcido en tu pecho y que alguien tiene el puño a su alrededor, apretándolo?
—Sí —susurro, cerrando los ojos. No puedo verlo así, la tristeza que estoy segura veré en su rostro.
—¿Paula? Paula, lo siento.
—Lo sé.
—Dime que todavía… me quieres.
Pero no puedo. Mi enojo no funciona así. Así que en lugar de esperar que responda, se agacha para besarme la oreja, el hombro, susurrando en mi cuello palabras que no entiendo.
Lentamente, recuperamos el aliento y su boca encuentra su camino hasta la mía. Me besa así por un rato —y lo dejo— es la única forma en que puedo decirle que lo amo incluso si también estoy diciendo adiós.
34 Eres perfecta.
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