sábado, 15 de noviembre de 2014

CAPITULO 58




Parece ir en contra de cada instinto que tengo ser la primera en salir de la cama y vestirme en la oscuridad mientras duerme. Tan silenciosamente como puedo, saco la ropa del tocador y las meto en mi maleta. Mi pasaporte está donde él dijo que estaría —en el primer cajón del tocador— y algo sobre eso rasga la fina membrana que aún mantenía mi cordura. Dejo la mayoría de mis artículos de tocador; empacarlos sería ruidoso y no quiero despertarlo. Voy a extrañar mis nuevas cremas faciales elegantes pero no creo que sea capaz de alejarme de él si estuviera despierto, mirándome silenciosamente y especialmente si intenta
convencerme de no hacerlo.


Es un hilo de vacilación que debería escuchar —quizás un mensaje de que no estoy segura que esta sea la mejor idea— pero no lo hago.


Apenas lo miro —todavía parcialmente vestido y tumbado sobre las mantas— mientras empaco, me visto y busco en el escritorio de la sala de estar un pedazo de papel y una pluma.


Porque una vez que regrese a la habitación y lo vea, no puedo imaginarme mirando a otro lado. Sólo ahora me doy cuenta que no me tomé el tiempo de apreciar cuán ridículamente caliente se veía anoche.


La camisa con botones azul oscuro —de corte delgado para adaptarse a la amplia extensión de su pecho, la caída estrecha de su cintura— está desabotonada debajo del hueco de su garganta y mi lengua se siente pesada con la necesidad de agacharme y lamer mis puntos de transición favoritos: del cuello al pecho, del pecho al hombro. Sus vaqueros están gastados y perfectos, descolorados con el tiempo en los mejores lugares conocidos. En el muslo, sobre el botón suelto. Ni siquiera se sacó su cinturón favorito antes de dormir —cuelga abierto, sus pantalones desabrochados y bajos en sus caderas— y de repente mis dedos pican por liberar el cuero de la presilla, por ver, tocar y saborear su piel una vez más.


Probablemente no pueda, pero se siente como si pudiera ver el recorrido de su pulso en su garganta, imaginar el cálido sabor de su cuello en mi lengua. Sé cómo sus manos dormidas serpentearían en mi cabello mientras bajaba su bóxer por su cintura. Incluso sé el desesperado alivio que vería en sus ojos si lo despertara ahora, no para despedirme, sino para hacer el amor una vez más. Para perdonarlo con palabras. Sin ninguna duda el sexo de reconciliación con Pedro sería tan bueno que olvidaría, mientras me tocaba, que alguna vez hubo alguna distancia entre nosotros.


Y ahora que estoy aquí, luchando para ser silenciosa e irme sin despertarlo, entiendo completamente que no puedo tocarlo de nuevo antes de irme. Trago el apretado y pesado nudo en la garganta, un sollozo que creo que escapará en un agudo jadeo, como vapor bajo presión, empujando en una tetera. El dolor es como un puñetazo en el estómago, golpeándome una y otra vez hasta que quiero devolver el golpe.


Soy una idiota.


Pero maldición. También él.


Me toma demasiados segundos largos y dolorosos apartar los ojos de donde yace y hacia la pluma y el papel en mis manos.


¿Qué diablos se supone que escriba? No es un adiós, muy
probablemente. Si lo conociera en lo más mínimo —y lo conozco, sin importar lo pequeña que anoche se sintió esa gota de conocimiento— no dejará el resto de esto en llamadas telefónicas y correos electrónicos. Lo veré de nuevo. Pero me estoy yendo mientras duerme y dada la realidad de su trabajo, puede que no lo vea en meses. De todas formas, este no es precisamente el mejor momento para una nota de ―nos vemos pronto.


Así que opto por lo más sencillo y lo más sincero, incluso si mi corazón parece anudarse en mi pecho mientras escribo.


Esto no es un nunca. Es un ahora no.
Con todo mi amor,
Paula.


En serio, necesito descifrar mis propios problemas antes de culparlo por empujar los suyos en su caja proverbial y mantenerlos bajo su cama proverbial.


Pero joder, quería que esto fuera ahora, sí, por siempre.

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