jueves, 23 de octubre de 2014

CAPITULO 6



—¿Por qué me llama ―Cereza? —Parpadeo a mi reflejo en el espejo—. ¿Cree que soy virgen?


—Estoy bastante segura de que se refiere a tu boca de mamada —dice Helena, guiñando un ojo—. Y si se me permite, me gustaría sugerir que folles a ese chico francés hasta el cansancio esta noche. ¿No es su acento la cosa más caliente que hayas escuchado?


Lorelei ya está meneando su cabeza. —No estoy segura de que Paula sea la mejor para tener una aventura de una noche.


Termino de arrastrar la varita de mi brillo de labios a través de mi boca, presiono mis labios juntos. —¿Qué significa eso? —No había planeado tener una aventura de una noche con Pedro. Había planeado mirarlo toda la noche y luego ir a la cama sola, donde habría fantaseado que era otra persona y él me enseñaba los pormenores del sexo. Pero tan pronto como Lola dice eso, siento un tirón rebelde en mis costillas.


Helena me estudia por un segundo. —Creo que tiene razón. Eres un poco dura de complacer —explica.


—¿En serio, Helena? —preguntó—. ¿Puedes decir eso sin tu expresión hipócrita?


Los ojos de Lola están igualmente amplios con incredulidad cuando se vuelve hacia mí. —Eso no es lo que quise decir.


—Oh, yo soy definitivamente imposible de complacer —admite Helena—. Me encanta ver a los hombres intentarlo conmigo. Pero a Paula le toma al menos dos semanas antes de conversar sin una gruesa capa de incomodidad.


—No esta noche, no está —murmura Lola.


Meto mi brillo de labios en mi pequeña cartera y doy a Helena un vistazo. —Tal vez me gusta ir lento y obtener más de lo que la gente rara necesita tener para conversar sin parar. Tú eres a la que le gusta follar de golpe, y eso está bien. No juzgo.


—Bueno —continúa Helena como si no hubiera hablado—. Pedro es adorable y estoy bastante segura por la forma en que te mira fijamente, que no necesita que hables mucho.


Lorelei suspira. —Parece muy dulce y están obviamente ambos colados el uno en el otro, y ¿qué va a pasar? —Mete todo de nuevo en su bolso y se gira para apoyarse en los sumideros y enfrentarnos—. Él vive en Francia, ella se está mudando a Boston, que está sólo ligeramente más cerca de Francia que San Diego. Si tienes sexo con Pedro —me dice—, será misionero con toneladas de conversación y suave contacto visual. Eso no es sexo de una sola noche.


—Ustedes me están volviendo loca —les digo.


—Entonces puede simplemente insistir en el perrito, ¿cuál es el problema? —pregunta Helena, perpleja.


Ya que evidentemente no me necesitan para esta conversación, hago mi salida del cuarto de baño y regreso a la barra, dejándolas decidir el resto de mi noche, sin mí.




*****



Al principio, es como si nuestros amigos metafóricamente se
evaporasen en el fondo a medida que ellos, también, se sienten más cómodos (o borrachos) juntos y su risa me dice que ya no están escuchando todo lo que estamos diciendo. 


Finalmente se dirigen a las mesas de blackjack en las afueras del bar, dejándonos a solas sólo después de dar sus significativas miradas de ten cuidado para mí, y de no seas insistente para Pedro.


Termina su copa y deja el vaso vacío sobre la barra. —¿Qué es lo que más te gusta de bailar?


Me siento valiente, ya sea por la ginebra o Pedro, no me importa.


Tomo su mano y lo pongo en pie. Da un paso lejos de la barra y camina a mi lado.


—Perderme en ello —digo, apoyándome en él—. Ser alguien más. — Así podría fingir ser alguien, pienso, en su cuerpo, haciendo cosas que tal vez no haría con el mío si lo pensaba demasiado. Como conducir a Pedro por un oscuro pasillo —lo que, aunque podría haber necesitado tomar una respiración profunda y contar hasta diez primero, hago.


Cuando rodeamos la esquina y nos detenemos, tararea, y presiono mis labios, amando como el sonido hace que mis pulmones se contraigan.


No debería ser posible para mis piernas, pulmones y cerebro dejar de trabajar todos al mismo tiempo.


—Podrías pretender que este es un escenario —dice en voz baja, apoyando la mano en la pared junto a mi cabeza—. Podrías pretender ser alguien más. Podrías fingir ser la chica que me arrastró hasta aquí porque quería besarme.


Trago, formando las palabras con cuidado en mi cabeza. —
Entonces, ¿quién serás tú esta noche?


—El tipo que se consigue a la chica que desea y no tiene un montón de pendientes que solucionar cuando vuelva a casa.


No aparta la mirada, así que yo tampoco puedo apartarla, a pesar de que mis rodillas quieren desplomarse. Podría besarme en este mismo segundo, y no sería lo suficientemente pronto.


—¿Por qué me trajiste aquí? ¿Lejos de todo el mundo? —pregunta, la sonrisa desapareciendo lentamente.


Miro más allá de él, por encima de su hombro al club, donde está sólo ligeramente más claro que donde estamos parados.


Cuando no contesto, se inclina para atrapar mi mirada. —¿Estoy haciendo demasiadas preguntas?


—Siempre me toma un tiempo juntar las palabras —digo—. No es por ti.


—No, no. Miénteme —dice, acercándose, su sonrisa de infarto regresando—. Permíteme creer que cuando estamos solos puedo dejarte sin palabras.


Y aun así, espera que yo encuentre las palabras que quiero decir en respuesta. Pero la verdad es que, incluso con un plato lleno de palabras para elegir, no estoy segura de que tendría sentido si le dijera por qué lo quería aquí, lejos de la seguridad de mis amigos, que siempre son capaces de traducir mis expresiones en oraciones, o por lo menos cambiar el tema por mí.


No estoy nerviosa o intimidada. Simplemente no sé cómo caer en el papel que quiero interpretar: coqueta, abierta, valiente. ¿Qué hay en la química de otra persona que te hace sentir más o menos atraída por ellos?


Con Pedro, siento que mi corazón está persiguiendo al suyo. Quiero dejar mis huellas por todo su cuello y sus labios. Quiero chupar su piel para ver si es tan cálida como parece, y decidir si me gusta lo que estaba bebiendo al probarlo en su lengua. Quiero tener toda una conversación con él en la que yo no dude o luche un segundo por formar una palabra, y luego quiero llevarlo de regreso a la habitación conmigo y no utilizar ninguna palabra en absoluto.


—Pregúntame de nuevo —le digo.


Sus cejas se juntan por un instante antes de que entienda. 


—¿Por qué me has traído aquí?


Esta vez ni siquiera pienso antes de hablar—: Quiero tener una vida diferente esta noche.


Sus labios se presionan un poco mientras piensa, y no puedo dejar de parpadear delante de ellos. —¿Conmigo, Cerise?


Asiento. —Sé lo que significa eso, sabes. Significa cereza.
Pervertido.


Sus ojos brillan con diversión. —Así es.


—Y estoy segura que has adivinado que no soy virgen.


Sacude con la cabeza. —¿Has visto tu boca? Nunca he visto labios tan carnosos y rojos.


Inconscientemente, tiro de mi labio inferior con mi boca,
chupándolo.Sus ojos se hacen pesados y se inclina más cerca. —Me gusta cuando haces eso. Quiero un turno.


Mi voz es nerviosa y agitada cuando susurro—: Son sólo labios.


—No son sólo labios. Y, por favor —bromea, y está tan cerca que puedo oler su colonia. Huele a aire fresco, como verde, fuerte y relajante a la vez, algo que nunca he olido a un hombre antes—. ¿Usas lápiz labial rojo para que los hombres no noten tu boca? Seguro que sabes lo que soñamos haciendo a una boca como esa.


No cierro los ojos cuando se inclina y toma mi labio inferior entre los suyos, pero él sí. Sus ojos se cierran, y cada uno de mis sentidos recoge el ronco sonido que hace: me gusta eso, sentirlo, oírlo, ver la forma en que se estremece contra mí.


Se pasa su lengua por mi labio, chupa suavemente, y luego se retira.


Me doy cuenta de que no era realmente un beso. Era más una probada.


Y, obviamente, él está de acuerdo—: No sabes a cereza.


—¿Cuál es mi sabor?


Se encoge de hombros, pensativamente frunce los labios. 


—Soy incapaz de pensar en una buena palabra. Dulce. Como una mujer y aún una chica, también.


Su mano aún está plantada cerca de mi cabeza, pero la otra juega con el dobladillo de mi chaqueta de punto. Me doy cuenta de que si quiero vivir una vida diferente tengo que hacerlo. No puedo pasar de puntillas por el borde del acantilado. Tengo que saltar. Tengo que averiguar qué tipo de chica haría lo que quiero hacer con él, y pretender que soy ella. Ella es la única en el escenario. Paula mira desde la audiencia.


Pongo los dedos al final de mi vestido, y luego debajo.


Ya no está mirando mi boca; estamos mirándonos directamente a los ojos cuando arrastro sus dedos por el interior de mi muslo. Se siente tan aislado aquí —más oscuro y tranquilo— pero a la vuelta de la esquina, la barra hace eco las voces de borrachos, una baja y pesada canción pop.


Estamos ocultos pero cualquiera podría encontrarnos si así lo desean. Sin mayor insistencia mía, desliza un nudillo por debajo de la tela de mi ropa interior. Mis ojos ruedan cerrados y mi cabeza cae hacia atrás contra la pared detrás de mí mientras suavemente se desliza hacia atrás y adelante sobre mi carne más sensible.


No sé lo que he hecho, ni por qué, y de repente me consumo con reacciones contradictorias. Quiero que me toque —por Dios quiero que me toque— pero estoy mortificada, también. He estado con otros dos chicos desde Lucas, pero siempre hubo más preliminares: besos, y el habitual avance del tanteo de arriba a abajo. Tener a Pedro cerca de mí me ha reducido a un charco de deseo.


—No estoy seguro de quién está más sorprendido de lo que acabas de hacer —dice antes de besar mi cuello—. Tú o yo.


Saca su dedo lejos, pero casi de inmediato regresa en un ángulo mejor, esta vez deslizando su mano entera en la parte delantera de mi ropa interior. Contengo la respiración mientras me acaricia suavemente con dos dedos. Es cuidadoso, pero confiado.


—Toutes les choses Que j'ai envie de te faire...


Me trago un gemido, susurrando—: ¿Qué dijiste?


—Sólo pensando en todas las cosas que quiero hacerte. —Besa mi mandíbula—. ¿Quieres que me detenga?


—No —digo, y luego el pánico me ahoga—. Sí. —Se congela e inmediatamente extraño el ritmo de sus anchos dedos—. No. No te detengas.


Con una risa ronca, se inclina a besar mi cuello, y mis ojos ruedan cerrados cuando comienza a moverse de nuevo.




*****



Me toma una eternidad abrir los ojos; me duele la cabeza. 


Todo mi cuerpo duele. Aprieto mis manos firmemente en mis sienes, las palmas planas como si, al hacerlo, puedo mantener mi cabeza junta. Debe estar en pedazos. Es la única cosa que podría explicar el dolor.


La habitación está oscura, pero sé de alguna manera que detrás de las pesadas cortinas del hotel el sol de verano de Nevada es cegador.


Incluso si durmiera por una semana, creo que necesitaría dos más.


La noche vuelve a mí en pequeños y caóticos estallidos. 


Bebiendo.


Pedro. Tirando de él por el pasillo y sintiendo su lengua en la mía. Y luego, hablando. Hablando tanto. Destellos de piel desnuda, el movimiento y las relajadas secuelas de una noche de orgasmos, uno tras otro.


Me estremezco, las náuseas me recorren.


Moverse es una tortura. Me siento magullada y exhausta, y eso me distrae lo suficiente como para que inicialmente no me dé cuenta de que estoy completamente desnuda. Y sola. Tengo delicados puntos de dolor en mis costillas, mi cuello, mis brazos. Cuando me las arreglo para sentarme, veo que la mayoría de la ropa de cama está en el piso, pero estoy en el colchón desnudo, como si hubiera sido arrancada del caos e intencionalmente puesta aquí.


Cerca de mi cadera desnuda está un pedazo de papel, doblado cuidadosamente por la mitad. La escritura es clara, y de alguna manera fácilmente reconocible como extranjera. 


Mi mano tiembla mientras leo rápidamente la nota.



Paula:
Traté de despertarte, pero después de fracasar decidí dejarte dormir.
Creo que sólo dormimos dos horas al menos. Voy a la ducha y luego estaré
la planta baja desayunando en el restaurante enfrente del ascensor. Por
favor, encuéntrame.
Pedro.


Empiezo a temblar y no puedo parar. No es sólo la furiosa resaca o la constatación de que pasé una noche con un desconocido y no recuerdo mucho de eso. No es sólo el estado de la habitación: una lámpara está rota, el espejo está manchado con cientos de huellas de manos, el piso está lleno de ropa y almohadas y —gracias Dios— envolturas de condones.


No es la mortificación por la oscura mancha de una botella de soda sobre la alfombra de la habitación. No son las delicadas contusiones que veo en mis costillas o el dolor persistente entre mis piernas.


Estoy temblando por la delgada banda de oro en mi dedo anular izquierdo.

5 comentarios:

  1. Muy buenos los 2 capítulos! Pero la oración final???!!! se casaron???

    ResponderEliminar
  2. Me mueroooo .. se casaron ?? Jajajajajja la miércoles se tomaron todo

    ResponderEliminar
  3. Me encantaron los capítulos!! Qué lástima que no recuerda mucho jajaja. ¿Se casaron? Fue amor de verdad o la borrachera?

    ResponderEliminar
  4. Buenísimos!!! Seguí subiendo!!!

    ResponderEliminar