domingo, 26 de octubre de 2014
CAPITULO 12
Me alejo y lo miro a los ojos justo antes de que se incline de nuevo, abriendo su boca a la mía. Tengo la sensación de que debo ser más cuidadosa con toda esta situación, pero su efecto en mí no ha disminuido a pesar de la resaca y de la alarmante realidad de lo que hemos hecho.
Succiona mis labios, llevándolos a su boca antes de que me dé su lengua, degustando jugo de naranja, agua y uvas.
Sus manos se apoyan en mis caderas, y se inclina hacia abajo, besándome más profundamente, provocándome con un estruendoso gemido. —Vamos al piso de arriba — dice—. Déjame sentirte de nuevo.
—¡Paula! —Interrumpe la voz de Helena al final del pasillo a través del olor rancio de cigarrillos—. ¡Santa Mierda, hemos estado buscándote toda la mañana! Estaba empezando a preocuparme de que podrías estar en una alcantarilla o algo así.
Lorelei y Helena trotan por el pasillo y Helena se detiene frente a nosotros, inclinándose para colocar las manos en sus rodillas. —Está bien, no se espanten —gime ella—. Creo que voy a vomitar.
Todos esperamos, escudriñando ansiosamente los alrededores por una cubeta o una toalla, o tal vez sólo una salida rápida. Por último, se pone de pie, sacudiendo la cabeza. —Falsa alarma.
La realidad desciende en una cortina de silencio mientras tanto Lola y Helena nos estudian con incertidumbre.
—¿Estás bien,Paula? —pregunta Lola.
El toque de Pedro y su sugerencia de que deberíamos seguir casados, mi dolor de cabeza, y mi estómago rebelándose, todo conspira para hacerme deslizar al suelo y acurrucarme en una bola pequeña de nervios. Ni siquiera me importa lo asquerosa que está la alfombra. —Nada que una pequeña muerte no resolverá.
—¿Podemos robártela por un ratito? —pregunta Helena a Pedro, y su tono me sorprende. Helena no pregunta antes de tomar, nunca.
Él asiente, pero antes de que pueda alejarme pasa la mano por mi brazo y toca el anillo en mi dedo. No dice ni una palabra, con ese pequeño toque me pide que no deje esta ciudad sin hablar con él.
Lola me guía por el pasillo hasta el vestíbulo, donde hay un grupo de enormes sillas en un rincón tranquilo. Cada una se desploma en la gamuza afelpada, perdidas en nuestras propias resacas miserables durante varios minutos.
—Entonces —digo.
—Entonces —contestan al unísono.
—¿Qué diablos pasó anoche? —pregunto—. ¿Cómo nadie dijo ―Guau, probablemente no deberíamos casarnos todas?
—Uf —dice Helena—. Sabía que deberíamos haber tenido más clase.
—Voy a culpar a los setecientos tragos que tomamos —dice Lola.
—Voy a culpar a la impresionante polla de Fernando —Helena toma un sorbo de una botella de agua mientras Lola y yo gemimos—. No, lo digo en serio —dice Helena—. Y el cabrón sabe cómo usar esa cosa, déjenme decirles. Es un pedazo de mierda mandona.
—Anulación —le recuerda Lola—. Todavía puedes follarlo cuando estés soltera.
Helena se frota la cara. —Cierto.
—¿Qué pasó con Pedro? —pregunta Lola.
—Al parecer, mucho. —Instintivamente, froto mi dedo sobre mi labio inferior—. No estoy segura de que en realidad dormimos. Estoy decepcionada porque no recuerdo todo, pero estoy bastante segura de que hicimos todo.
—¿Anal? —pregunta Helena en un susurro reverente.
—¡No! Dios. Pon diez dólares en el frasco para puta —le digo—. Eres una maleducada.
—Apuesto a que el chico francés podría hacerlo —dice Helena—. Luces como si fuiste molida.
Los recuerdos se elevan como humo en frente de mí, sólo pequeñas volutas en el aire.
Sus hombros se mueven sobre mí, con los puños enroscados alrededor de la funda de la almohada al lado de mi cabeza.
El fuerte chasquido de sus dientes cuando lamí la cabeza de su pene.
Mi mano extendida por el espejo gigante, sintiendo el calor de su aliento en la nuca, justo antes de que empujara dentro.
Su voz susurrando—: Laisse -toi aller, Pour Moi2. Vente para mí.
Presiono el talón de mis manos a mis ojos, tratando de jalarme de regreso al presente. —¿Qué pasó contigo y Orlando? —pregunto a Lola, redireccionando la conversación.
Se encoge de hombros. —Honestamente, para el momento que dejábamos la capilla, ambos empezábamos a recuperar la sobriedad.Helena se encontraba en su suite haciendo todo tipo de ruidos. Tú y Pedro se hallaban en la nuestra.
—Erp, lo siento —murmuro.
—Sólo caminamos alrededor de la calle Strip toda la noche,
hablando.
—¿En serio? —pregunta Helena, sorprendida—. Pero es tan caliente.Y tiene toda esa cosa australiana. Me encantaría oírlo decir: ―Lame mi polla.
—Cinco más en el frasco para puta —dice Lola.
—¿Cómo entendiste una palabra de lo que dijo? pregunto, riendo.
—Sí, se puso peor cuando estaba follando —admite, y luego reclina la cabeza contra su enorme silla—. Está bastante bien. Es raro, chicas.
¿Sabían que está abriendo una tienda de cómics? De las tres, soy la que debería golpearme con el puño de Dios.
Quiero decir, es caliente y alto y ridículamente nerd, que ustedes saben que es totalmente mi kriptonita.
Pero ya coordinábamos la anulación mientras esperábamos que la limusina nos recogiera después de la ceremonia.
Esto se siente un poco surrealista. Me esperaba un fin de semana de baños de sol, beber, bailar, y recuerdos de mejores amigas. No me esperaba tener el mejor sexo de mi vida y despertarme casada. Giro el anillo en mi dedo y luego miro alrededor de mí, dándome cuenta de que soy la única que en realidad llevaba uno.
Helena lo nota, también. —Quedamos con los chicos de una vez para ir a la capilla por las anulaciones. —Su voz tiene peso, pica, como si ya supiera que mi situación tiene añadida la capa de sentimientos en la mezcla.
—Está bien —le digo.
Atrapo a Lola observándome. —Eso no suena como ―está bien—dice.
—¿Qué te decía Pedro en el corredor? —pregunta Helena.
Su juicio es como otra persona sentada en el círculo de sillas con nosotros, mirándome sombríamente con los brazos cruzados sobre el pecho—. Él te besó. No se suponía que te bese hoy. Todas deberíamos estar ligeramente horrorizadas y luego empezar a reconstruir los detalles graciosos que compartiremos durante los próximos treinta años sobre que una-vez-todasnos- casamos-en-Vegas. No hay dulzura o besos, Paula. Sólo resacas y
arrepentimientos.
—¿Um…? —le digo, rascándome la sien. Sé que Helena se pondrá firme ante la mención de sentimientos en una situación como esta, pero los tengo. Me gusta.
También me gusta la forma en que me mira, y tener mi boca llena de la suya. Quiero recordar cómo suena cuando me folla duro, y si maldice en francés o en español cuando se viene. Quiero sentarme en los sofás en el bar de nuevo y dejarlo hablar esta vez.
De una manera extraña, creo que si no nos hubiéramos casado anoche, habríamos tenido una mejor oportunidad de ser capaces de explorar esto, sólo un poco.
—Jesús, Paula —dice Helena en voz baja—. Te amo, pero me estás matando aquí.
Ignoro su presión para que responda en voz alta. No tengo ni idea de cómo reaccionará Lola ante mi indecisión. Es mucho más de vivir y dejar vivir que Helena y cae en algún lugar en el espectro entre Helena y yo en términos de comodidad con el sexo casual. Por esto, y porque ninguna de nosotras ha tenido alguna vez una boda espontánea con un hombre de otro país —esto realmente tiene que ser divertido, algún día—, es probable que Lola sea más mesurada en sus respuestas, así que dirijo mi respuesta a ella.
—Dice que podemos... permanecer casados. —Ya está. Eso parece una manera decente de decirlo.
El silencio resuena de nuevo a mí.
—Lo sabía —susurra Helena.
Lola permanece notablemente más tranquila.
—Me escribí una carta antes de que lo hiciéramos —explico,
queriendo andar con cuidado. De todos en el mundo, estas dos mujeres quieren sólo lo que es bueno para mí. Pero no sé si herirá sus sentimientos saber cuán extrañamente segura me siento con Pedro.
—¿Y? —apunta Helena—. Paula, esto es enorme. ¿No podías habernos dicho esto antes?
—Lo sé, lo sé —digo, hundiéndome de nuevo en la silla—. Y supongo que le conté toda la historia de mi vida. —Ambas saben el significado de esto y entonces no comentan, sólo esperan a que termine—. Y hablé por lo que debe haber sido horas. No tartamudeé, sin filtro.
—Hablaste por mucho tiempo. —Lola parece impresionada.
Los ojos de Helena se estrechan. —No estás pensando seriamente en permanecer casada —dice—, con un extraño que conociste anoche en Las Vegas y que vive a más de cinco mil kilómetros de distancia.
—Bueno, ¿cómo puede no sonar sombrío cuando lo dices así?
—¿Cómo te gustaría que lo diga, Paula? —grita—. ¿Has perdido completamente la cabeza?
¿Yo? Sí, completamente. —Creo que sólo necesito más tiempo — digo en su lugar.
Helena se pone de pie bruscamente, mirando alrededor como si hubiera alguien más en el vestíbulo que pueda ayudar a convencer a su mejor amiga que ha perdido la cabeza. Frente a mí, Lola simplemente estudia mi rostro, con los ojos entrecerrados. —¿Estás segura de esto? —pregunta.
Toso una carcajada. —No estoy segura de nada.
—¿Pero sabes que no quieres anularlo en este momento?
—Él dice que no lo anulará hoy de todos modos, que me prometió que no lo haría.
Sus cejas desaparecen debajo de su flequillo y se recuesta
en su silla, sorprendida. —¿Él te lo prometió?
—Eso es lo que dijo. Dijo que lo hice jurar.
—Eso es lo más ridicul… —empieza Helena, pero Lola la interrumpe.
—Bueno, el chico acaba de ganar algunos puntos conmigo,
entonces. —Parpadea, y extiende una mano tranquilizadora en el antebrazo de Helena—. Vamos, dulzuras. Paula, regresaremos en un rato para hacer las maletas y volver a casa, ¿de acuerdo?
—¿Me estás tomando el pelo? Nosotras… —empieza Helena, pero Lola nivela una mirada con ella—. Está bien.
En la distancia, ya través de un conjunto de puertas de cristal, veo a Orlando y Fernando esperándolas cerca de la parada de taxis. Pedro no está a la vista.
—Bueno, buena suerte en volverse solteras —digo con una pequeña sonrisa.
—Tienes suerte porque te amo —dice Helena por encima del hombro, cabello castaño volando a su alrededor mientras Lola la arrastra lejos—. De lo contrario te mataría.
2 Déjate llevar para mí.
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Buenísimo, seguí subiendo!!!
ResponderEliminarMuy buenos los capítulos!!
ResponderEliminarComplicadita la historia pero atrayente. Me encanta.
ResponderEliminarJajajajaj genial !! Parece q seguirán casados :))
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