Nos estacionamos en el hotel, y Lola y yo saltamos del auto,
sosteniendo nuestros simples bolsos y luciendo como si acabáramos de emerger de una tormenta de polvo. Me siento asquerosa y sucia. Sólo Helena se ve como si perteneciera aquí, saliendo del viejo Chevy como si estuviera saliendo de un auto negro de lujo de ciudad, de alguna manera presentable y rodando una maleta brillante detrás de ella.
Una vez que estamos arriba, nos quedamos sin habla, incluso Helena —claramente esta es la forma sorprendida de su silencio. Sólo hay un par de habitaciones en el piso y nuestra Suite Sky es enorme.
El padre de Helena, un importante cineasta, nos la reservó como un regalo de graduación. Pensamos que íbamos a tener una habitación de hotel estándar de Las Vegas, un poco de champú complementario, tal vez nos alocaríamos y asaltaríamos el minibar, cargándolo a su tarjeta.
¡Chocolates Snicker y mini vodkas para todos!
No esperábamos esto. En la entrada (hay una entrada), hay un canasto de frutas y una botella complementaria de champaña con una nota. Dice que tenemos un mayordomo de marcación rápida, una masajista que viene a la habitación cuando lo necesitemos, y el papá de Helena está más que feliz de proporcionarnos servicio a la habitación ilimitado. Si Alexander Vega no fuera el papá de mi mejor amiga y felizmente casado, podría ofrecerle actos sexuales para agradecerle.
Recuérdenme no decirle eso a Helena.
Crecí usando casi nada frente a cientos de personas donde podía pretender ser alguien más. Así que incluso con una larga e irregular cicatriz en mi pierna, estoy decididamente más cómoda en uno de los vestidos que Helena escogió para nosotras que Lola. Ella ni siquiera se pondrá el suyo.
—Es tu regalo de graduación —dice Helena—. ¿Cómo te habrías sentido si yo rechazara el diario que me diste?
Lola se ríe, lanzándole una almohada desde el otro lado de la habitación. —Si te hubiera pedido qué arrancaras las páginas e hicieras un vestido que apenas cubre tu trasero, sí, habrías sido libre de rechazar el regalo.
Tiro del dobladillo de mi vestido, silenciosamente poniéndome del lado de Lola y deseando que fuera un poco más largo. Raramente muestro tanto muslo.
—Paula está usando el suyo —señala Helena, y yo gruño.
—Paula creció usando leotardos; es de tamaño tipo bolsillo y construida como una gacela —razona Lola—. ¿Además? Estoy segura de que si miro lo suficiente podría ver su vagina. Si soy tres centímetros más alta de lo que ella es, prácticamente serás capaz de ver mi canal de parto en ese vestido.
—Eres tan terca.
—Tú eres tan zorra.
Las escucho discutir desde donde estoy de pie cerca de la ventana, observando a los peatones caminar por la avenida principal, formando lo que parece ser un montón de puntos coloridos desde nuestro cuadragésimo quinto piso. No estoy segura de porque Lola continúa luchando contra esto.
Todas sabemos que es solo cuestión de tiempo para
que ceda, porque Helena es un enorme dolor en el culo y siempre se sale con la suya. Suena extraño decir que siempre amé eso de ella, porque sabe lo que quiere y va tras ello. Lola es parecida de muchas maneras, pero es un poco más sutil que Helena en su técnica.
Lola gime, pero como era de esperar, finalmente admite la derrota. Es lo suficiente lista para saber que pelea una batalla perdida, y solo le toma un par de minutos deslizarse dentro de su vestido y ponerse sus zapatos antes de que nos dirijamos escaleras abajo.
***
Ha sido un largo día. Hemos terminado con la universidad, quitado el polvo de las preocupaciones de nuestros cuerpos, y Helena ama ordenarnos bebidas. ¿Algo más que eso? Ama observar a todo el mundo beber las bebidas que ordenó. Para cuando son cerca de las nueve y media, he decidido que nuestro nivel de ebriedad es suficiente: estamos arrastrando algunas palabras, pero al menos podemos caminar. No puedo recordar cuando fue la última vez que vi a Lola y Helena reírse por nada.
Las mejillas de Lola están descansando sobre sus brazos cruzados y sus hombros se sacuden de la risa. La cabeza de Helena está echada hacia atrás y el sonido de sus carcajadas se eleva sobre el estruendoso ruido de la música del bar.
Y es cuando su cabeza está echada hacia atrás cuando me
encuentro con los ojos de un hombre al otro extremo de la concurrida habitación. No puedo reconocer todas sus facciones en la oscuridad del bar, pero es un par de años más mayor que nosotras y es alto, con el cabello castaño claro y oscuras cejas sobre unos traviesos ojos. Nos está observando y sonriendo como si no necesitara participar en nuestra diversión; simplemente queriendo apreciarla. Dos chicos están con él, hablando y señalando algo en la esquina, pero no aparta la mirada cuando nuestros ojos se encuentran. En todo caso, su sonrisa se hace más grande.
No puedo apartar la mirada tampoco, y la sensación es
desorientadora porque normalmente cuando se trata de extraños soy muy buena mirando hacia otro lado. Mi corazón salta dentro de mi pecho, recordándome que se supone que debo sentirme incómoda por eso, que debería concentrarme en mi bebida en su lugar. No soy buena haciendo contacto visual. Tampoco soy normalmente buena conversando. De hecho, los únicos músculos que nunca parecí realmente dominar fueron los del habla.
Pero por alguna razón —vamos a culpar al alcohol— no pude apartar mis ojos del sexy hombre a través del bar, mis labios formaron la palabra—: Hola.
Me regresa el saludo antes de tirar entre sus dientes una de la esquina de sus labios, y guau, él debía hacer eso todos los días a cada persona que acaba de conocer. Tiene un hoyuelo y me tranquilizo pensando que es sólo la iluminación y las sombras porque no hay manera en el infierno que algo tan simple pueda ser tan adorable.
Siento algo extraño sucediendo en mi interior y me pregunto si esto es a lo que la gente se refiere cuando dicen que se derriten, porque definitivamente me estoy sintiendo menos firme. Hay un aleteo distinto al interés revoloteando por debajo de mi cintura, y buen Dios, si su simple sonrisa puede lograr hacerme sentir eso, no quiero imaginar lo que su…
Helena toma mi brazo antes de que pueda terminar ese
pensamiento, sacándome de mi cuidadoso estudio de su rostro entre una multitud de cuerpos bailando al ritmo de sensual música saliendo de los altavoces. Un hombre como él me saca de mi zona de confort, así que reprimo mis ganas de seguir haciendo contacto visual y me concentro en algo más.
Debíamos estar cediendo a Las Vegas, ya que después de bailar y beber regresamos a nuestra habitación antes de la medianoche, las tres desgastadas por la ceremonia de graduación en el sol, conducir y el alcohol en nuestro sistema subiendo rápidamente sin suficiente comida.
A pesar de que nuestra suite tiene más espacio del que necesitamos, y a pesar de que hay dos dormitorios, estamos amontonadas en solo uno.
Lola y Helena están fuera del juego en unos cuantos minutos, y el familiar murmullo de Helena comienza. Lola es casi sorprendentemente silenciosa y quieta. Se cubre completamente entre las mantas, recuerdo haberme preguntando cuando éramos más jóvenes si ella se fugaba de nuestras pijamadas. Hay momentos donde seriamente considero si debo comprobar su pulso.
Pero al otro lado del pasillo, una fiesta apenas comienza.
La pesada música hace que la elegante araña de techo que
cuelga sobre mí se balancee. Las voces masculinas retumban a través del espacio vacío que separa las habitaciones; están gritando y riendo, teniendo su propia fiesta masculina. Una pelota golpea una pared a la distancia, y aunque solo puedo identificar algunas voces entre mezcladas, hacen el suficiente ruido para que yo no pueda creer que toda su suite este llena de chicos ebrios pasando un fin de semana en las Vegas.
A las dos de la mañana sigo en lo mismo: mirando fijamente el techo, sintiéndome más despierta que soñolienta. Cuando llegan las tres, estoy tan irritada como para convertirme en la única aguafiestas en Las Vegas por no tener unas horas de sueño antes de que tengamos nuestras citas en el spa temprano.
Me deslizo fuera de la cama, siendo silenciosa para no despertar a mis amigas, luego me rio por mi absurda cautela. Si han dormido aun sobre toda la bulla al otro lado del pasillo, no se despertarán por mis pisadas sobre el piso alfombrado, agarro la llave de la habitación y salgo fuera de nuestra suite.
Toco con mi puño su puerta y espero, mi pecho pesado con
irritación. El ruido apenas disminuye y no estoy segura de sí siquiera ellos pueden escuchar que tocan a la puerta.
Levantando ambos puños, lo intento de nuevo. No quiero ser esa persona —la que se molesta porque otros se divierten en Las Vegas— pero mi siguiente llamada será a la seguridad del hotel.
Esta vez la música muere y pasos al otro lado comienzan a acercarse a la puerta.
Quizás esperaba a alguien mayor, banqueros pálidos de mediana edad que visitaban la ciudad para desenfrenarse o una habitación llena de imbéciles chicos de fraternidad con bebidas por doquier y bebiendo del ombligo de una desnudista. Pero lo que no me esperaba era a él, el chico al otro lado del bar.
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