miércoles, 22 de octubre de 2014
CAPITULO 3
No esperaba encontrarlo sin camisa, vistiendo unos bóxeres negros que colgaban tan bajo en su estómago bronceado, que yo podía ver un rastro de vello más abajo.
No esperaba que sonriera al verme. Y definitivamente no esperaba ese acento cuando dijo—: Te conozco.
—No, no me conoces —digo, completamente brusca, aunque un poco sin aliento. Nunca tartamudeo delante de mis amigos o familia y sólo en raras ocasiones me siento cómoda frente a extraños. Pero en este momento mi rostro se siente caliente, los brazos y las piernas con la piel de gallina, así que no tengo idea de qué hacer para hablar correctamente.
Increíblemente, su sonrisa crece, mi rubor aumenta cuando sale al escenario su hoyuelo, y abre más la puerta, dando un paso hacia mí.
Incluso es más atractivo de lo que parecía desde el otro extremo del bar, y la realidad de él inmediatamente me tensa. Su presencia es tan grande que doy un paso atrás como si hubiera sido empujada. Él tiene su postura relajada, manteniendo contacto visual y sonriendo mientras se inclina más cerca, juguetonamente me estudia.
Debía ser un artista, he visto cómo actúan antes. Puede parecer como cualquier otra persona, pero tiene esa cualidad elusiva que obliga a cada par de ojos a seguirle la pista en su interpretación, por muy pequeño que sea su papel. Es algo más que carisma —es un magnetismo que no puede ser enseñado o practicado. Solo estoy a dos metros de distancia de él… y no soporto más.
—Yo sí te conozco —dice ladeando un poco su cabeza—. Nos conocimos antes. Solo que no intercambiamos nombres aún. —Mi mente intenta reconocer su acento antes de que me golpee la comprensión. Él es francés. El imbécil es francés. Sin embargo, es interesante. Su acento es suave, débil. En vez de hablar arrastrando las palabras juntas, cuidadosamente separa cada una.
Entrecierro mis ojos, forzándolos a concentrarse en su rostro. No es fácil. Su pecho es liso y bronceado, y tiene los pezones más perfectos que he visto, pequeños y planos. Es masculino, y lo suficiente alto como para montar un caballo.
Puedo sentir el calor irradiando de su piel. Encima de todo eso, no está usando nada más que ropa interior y parece
completamente cómodo.
—Están haciendo demasiado escandalo —digo, recordando las horas de ruido que me trajeron aquí en primer lugar—. Creo que me gustabas mucho más en un bar lleno de gente que en una habitación cruzando el pasillo.
—Pero, ¿cara a cara es mejor, no? —Su voz hace que la piel de gallina recorra mis brazos. Cuando no respondo, se vuelve y mira por encima de sus hombro, y luego de nuevo a mí—. Siento que hayamos sido tan ruidosos. Culpo a Fernando. Es canadiense, así que seguramente entiendes que es un salvaje. Y Orlando es australiano. Horriblemente incivilizado.
—¿Un canadiense, un australiano y un francés están de fiesta en una habitación de hotel? —pregunto, luchando contra una sonrisa a pesar de mi buen juicio. Estoy tratando de recordar la regla sobre lo que se debe o no hacer cuando caes dentro de arenas movedizas, porque así es exactamente como me siento. Hundiéndome, siendo tragada por algo más grande que yo.
—Igual que el comienzo de un chiste —concuerda, asintiendo. Sus ojos verdes brillan y tiene razón: cara a cara es infinitamente mejor que a través de un pasillo, o incluso a través de una escura habitación llena de gente—. Ven a unirte a nosotros.
Nada nunca había sonado tan peligroso y tentador al mismo tiempo.
Sus ojos caen a mi boca, donde permanecen antes de escanear mi cuerpo. A pesar de lo que acaba de ofrecer, camina por el pasillo y cierra la puerta tras de él. Ahora sólo estamos él y yo, y su pecho desnudo y…
guau, piernas fuertes y el potencial riesgo de tener sexo alucinante en el pasillo.
Espera, ¿qué?
Y ahora también recuerdo que estoy solo en mis pequeños
pantalones cortos para dormir y una blusa de tirantes con estampado de cerditos. Soy consciente de pronto de la luz brillante en el pasillo y siento mis dedos moverse hacia abajo, instintivamente tratando de cubrir mi cicatriz.
Normalmente estoy bien con mi cuerpo —soy una mujer que
naturalmente siempre querrá cambiar pequeñas cosas de ella— pero mi cicatriz es diferente. No solo es por cómo se ve —aunque para ser honesta, Helena aun hace una mueca de simpatía cada vez que la ve— es por lo que representa: la pérdida de mi beca para la Escuela de Ballet Joffrey, la muerte de mis sueños.
Pero la forma en que me mira me hace sentir desnuda —
muy desnuda— y debajo del algodón de mi blusa, mis pezones se aprietan.
Lo nota y da otro paso más, trayendo con él su calor y el aroma a jabón, y repentinamente estoy segura que definitivamente no notó lo que hay en mi pierna. Ni siquiera parece haberla visto, o si lo hizo, le gusto lo suficiente como para ignorar lo que esta cicatriz dice. Dice trauma, dolor.
Pero sus ojos sólo dicen sí, por favor, hagamos travesuras. Y que a él le gustaría ver más.
La chica tímida en mi interior cruza los brazos sobre su pecho, tratando de regresarme a la seguridad de mi habitación. Pero sus ojos me están consumiendo.
—No estaba seguro de si volvería a verte. —Su voz se ha vuelto más ronca, haciéndome desear que me diga cosas sucias mientras gruñe en mi cuello. Mi pulso es un tambor latiendo frenético. Me pregunto si lo puede ver—. Estuve buscándote.
Estuvo buscándome.
Me sorprende que mi voz salga tan clara cuando digo—: Nos marchamos casi inmediatamente después que te vi.
Su lengua se desliza hacia afuera, y mira mi boca. —¿Por qué no vienes… dentro? —Hay tantas promesas no dichas en esas cinco palabras.
Se siente como un extraño ofreciendo el dulce más delicioso del planeta.
—Voy a irme a dormir. —Me las arreglo finalmente para decir, poniendo mi mano como barrera para que no se acerque más—. Y ustedes deberían ser más silenciosos o enviaré a Helena a visitarlos. Y si eso no funciona, enviaré a Lola, y terminarás suplicándole y sangrando que deje de darte una paliza.
Se ríe. —Realmente me gustas.
—Buenas noches. —Me dirijo de vuelta a nuestra puerta con mis piernas débiles.
—Soy Pedro.
Lo ignoro mientras deslizo mi llave en la cerradura.
—¡Espera! Solo quiero saber tu nombre.
Lo miro sobre encima de mi hombro. Aun sonríe. En serio, había un niño en mi clase de tercer grado con un hoyuelo, y no me había sentir así. Este chico debería venir con una etiqueta de advertencia. —Detengan su ruido y te lo diré mañana.
Da un paso hacia adelante, con los pies descalzos sobre la alfombra y sus ojos me siguen por el pasillo, dice—: ¿Eso significa que tenemos una cita?
—No.
—¿En serio no me dirás tu nombre? ¿Por favor?
—Mañana.
—Entonces, solo te llamaré Cerise.
Grito—: Está bien para mí. —Mientras entro en mi habitación. Por lo que sé, pudo haberme llamado remilgada, mojigata o pijama de cerdos.
Pero de alguna manera, la forma en la que ronroneó la palabra me hizo pensar que era algo completamente distinto.
Mientras me subo de nuevo a la cama, busco en mi
teléfono. Cerise significa ―cereza. Por supuesto que sí. No estoy segura de cómo sentirme si me lo dijo por algo que no sea a el color de mi esmalte de uñas.
Las chicas están dormidas, pero yo no. A pesar de que el ruido al otro lado del pasillo se ha detenido y todo parece silencioso en nuestra suite, estoy caliente y enrojecida, y deseando haber tenido las agallas para quedarme en el pasillo solo un poco más.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario