martes, 4 de noviembre de 2014

CAPITULO 32



Quiere tener sexo esta noche. Yo quiero tener sexo esta noche. Pero lo que era fácil antes, de repente se siente… complicado. ¿Lo hacemos ahora? El sofá sería genial, incluso tal vez la mesa… ¿o deberíamos terminar de cenar e ir a la habitación para ser civilizados? Miro por la ventana y veo que el sol aún se filtra por la claraboya encima de la cama.


Verá mis cicatrices. Todas.


Lógicamente, sé que las ha visto antes —sentido por mi piel—, pero esto es diferente. No es un sexo espontaneo de ―tal vez nunca pasará de nuevo. No es un sexo ―no tienes idea quién soy entonces puedo ser quién desee. No es sexo ―billete de lotería, sólo pasó en una oportunidad perfecta. Esto es sexo que planeamos, que podemos tener cuando queramos. Sexo accesible.


Todos estos pensamientos y más corren por mi mente, y él todavía me observa, esperando con una mirada insegura. 


Pienso demasiado y el pánico que estropearé esto crece como humo en mi pecho, mi garganta.


—¿Tienes hambre? —pregunta, cambiando el tema.


—No tengo que tenerlo. —¿Qué significa eso, Paula?


—Pero… ¿tienes hambre ahora? —Rasca su cien, entendiblemente confundido—. Me refiero a que podemos comer primero si prefieres.


—No quiero. No deberíamos. ¿Podemos no hacerlo? Me parece bien no comer primero.


Con una risa silenciosa, Pedro, apaga el fuego y se voltea. 


Toma mi rostro entre sus manos, sus palmas cálidas contra mis mejillas y me besa. Sus labios burlan los míos, los dientes suavemente rozándose contra estos.


Siento sus dedos enredarse en mi cabello e inclina mi cabeza hacia atrás, alejándose lo suficiente para rosar su nariz con la mía, y elevar mi barbilla a la suya. Contra mi piel, sus dedos se estremecen con la limitación, y sus
sonidos salen tensos, apenas controlados. Me estanco con un suspiro cuando la punta de su lengua entra y él gime en mi boca. Mis pezones se endurecen y comienza a encaminarnos a la habitación, y siento el peso de mis pechos, el calor entre mis piernas.


Su pie pisa la cima del mío, y susurra una disculpa, haciendo una mueca mientras digo contra su boca—: Está bien, está bien.


Mis ojos están cerrados, pero siento el momento cuando quita sus zapatos, los escucho aterrizar contra el suelo de madera. El borde de una pared conecta con mi espalda y susurra otra disculpa contra mi boca, jugando con mi lengua, e intenta distraerme. Sus dedos viajan por mi
columna, bajo el dobladillo de mi camiseta, y pronto está subiendo y saliendo sobre mi cabeza, olvidada en algún lugar detrás de nosotros. Mis manos tiran de su camisa hasta que su piel está desnuda, cálida y presionada contra la mía.


La ropa sale del camino, él —literalmente— tropieza sacando su pantalón, la habitación se inclina y cuando abro los ojos nuevamente veo el techo, y siento las suaves sabanas en mi espalda. Besa un camino desde mi cuello hasta mi hombro, lamiendo un recorrido a mi pecho. Es más
oscuro aquí de lo que esperaba y casi olvido que estamos desnudos hasta que Pedro se arrodilla y se estira, buscando en el escritorio y regresando con un condón.


—Oh —digo, frunciendo el ceño. Supongo que estamos listos.


Además, supongo que la prueba de sangre no está lista—. ¿Vamos a…?


Baja la mirada a la envoltura de aluminio. —Revisé el correo y… no estábamos… quiero decir, si…


—No —interrumpo—. De acuerdo. Está bien. —¿Y puede ser esto más raro? ¿Está pensando que tengo algo? ¿Piensa que las Vegas fue, como, una ocurrencia diaria para mí? ¿Y qué hay de él? ¿Qué hay de la otra?


Millas de pechos y brazos desnudos están frente a mí, su estómago plano, su polla dura justo entre nosotros… ¿cuántas otras mujeres han disfrutado esta vista?—. Definitivamente deberíamos usar uno, para estar seguros hasta que sepamos.


Asiente y no pasa de ser percibido para mí la manera que sus manos tiemblan mientras abre la envoltura, cuando llega a sí mismo y coloca el látex por su longitud. Mis piernas están abiertas y se sitúa entre medio de ellas, sus ojos parpadeando en los míos.


—¿De acuerdo? —pregunta.


Asiento y dejo salir un suspiro cuando sus dedos encuentran donde estoy húmeda, moviéndose en pequeños círculos antes de reemplazarlos con su polla.


Y oh… de acuerdo. Eso se siente… bien.


—¿Todavía de acuerdo? —pregunta de nuevo y esta vez rodeo sus caderas con mis piernas y las aprieto, atrayéndolo.


Exhala cuando me penetra, aún con su cuerpo al ras con el mío. Sus diminutos sonidos vibran a lo largo de mi cuerpo y asiento para decirle que estoy bien, que continúe. Se aleja, empujando hacia atrás. Su cabello roza con mi pecho, cuando mira entremedio de ambos, observando cómo se mueve en mí. Una y otra vez.


Estoy consciente de cada respiro que toma, cada palabra y gruñido que abandonan sus labios, el sonido de su piel cuando se estrella con la mía. Hay un grito afuera y miro hacia la ventana. Pedro toca mi barbilla, sonríe cuando trae de vuelta mi atención y me besa. Aún puedo saborear el vino que debió haber tomado mientras preparaba la cena; puedo oler el persistente olor de su loción de afeitar. Pero también puedo oír el sonido en la calle, sentir el peso y húmedo aire en el departamento presionándose sobre nosotros.


Se me ocurre que no noté ninguna de esas cosas antes, cuando nos encontrábamos juntos en las Vegas ni en la habitación del hotel. Estaba tan perdida en la fantasía de donde estábamos y que hacíamos, fingiendo ser alguien más con una vida diferente, que olvidé pensar o preocuparme; todo lo que quería era a él. Pedro aumenta la velocidad y lleva su mano entre nosotros, sus dedos se deslizan donde está en mi interior antes de dirigirse a mi clítoris. Y se siente bien, muy bien. Estar con él se siente bien y sus sonidos son increíbles y sólo han pasado unos minutos pero… oh… siento algo.


¿Ahí? Ahí.


—Sí —suspiro y maldice en respuesta, sus caderas acelerándose. Y guau, eso definitivamente está ayudando porque ahí está otra vez, un endurecimiento profundo en mi estómago. La presión se construye, pesada y ahí, de nuevo y estoy cerca.


¿Creo?


Sí.


No.


… ¿Tal vez?


Muevo mis caderas y él mueve las suyas en respuesta, más duro otra vez y más rápido hasta que la cabecera comienza a golpetear constantemente contra la muralla detrás de mí y…


Eso podría ser difícil de sincronizar. ¿Qué hay de los vecinos?


Uh, cerebro, cállate. Cierro los ojos y me vuelvo a concentrar, inhalo profundamente y elevo la mirada. Pedro está hermoso sobre mí, susurrando pequeñas sucias cosas en mi oído, algunas de ellas las entiendo y otras, demonios, probablemente podría estar leyéndome su lista de comida y sería caliente.


—Prácticamente, puedo oírte pensar, Cerise —dice en mi oído—. Detente.


Dios, estoy tratando. Deslizo más arriba mis piernas en su lado e intento guiarlo, silenciosamente rogándole a mi cuerpo que vuelva al lugar donde mis extremidades se derriten, y no escucho nada más que el ruido blanco, y el sonido de él viniéndose y viniéndose pero… mierda, eso no está pasando. Chico estúpido. Cerebro estúpido. Orgasmo estúpido temperamental.


—Déjame escucharte —dice, pero suena mucho como una
pregunta. Como si me preguntara—. No tienes que estar silenciosa.


¿Estoy siendo silenciosa? Gimo ante cuán rara me siento y cierro mis ojos, preguntándome si debería decirle que no tiene que esperarme, recordarle que a veces mi cuerpo toma mucho tiempo o, no puedo creer que esté pensando esto, sí debería fingirlo.


Pedro—digo y aprieto mi agarre en sus hombros porque
francamente, no tengo idea de lo que está a punto de salir de mi boca—: Te sientes tan bien, pero…


Aparentemente eso es todo lo que necesitaba.


—Oh dios —gime—. Todavía no, todavía no.


Muerde su labio, desliza los dedos de una mano en mi cabello mientras la otra cubre mi trasero, levantándome con él. Más cerca. Se inclina y gime en mi boca y, si no estuviera tan perdida en mi propia cabeza, querido Dios, todo esto sería tan caliente.


—Mierda, mierda, mierda —gruñe y empuja en mí una última vez, tan profundamente que prácticamente me parto por la mitad. El aire se escapa de mis pulmones en un zumbido cuando colapsa sobre mí y parpadeo observando el techo.


Estoy familiarizada con este momento; es el mismo que he tenido una y otra vez durante mi vida. El momento cuando mi cuerpo no consigue llegar ahí y me quedo con la preocupación de que algo está mal conmigo. Que tal vez nunca tendré un orgasmo rutinario con otra persona.


Pedro me besa en los labios una vez más, cálido y prolongado, antes de agarrar el condón y quitárselo. —¿Estás bien? —pregunta, inclinándose para atrapar mi mirada.


Me estiro, haciendo mi mayor esfuerzo de lucir plenamente agotada, y le sonrío. —Absolutamente. Sólo… —me detengo para bostezar dramáticamente—, estoy muy relajada ahora —digo cansadamente.


Puedo ver las palabras en la punta de su lengua, la 
pregunta: ¿De verdad?


—¿Quieres cenar? —pregunta en su lugar, besando mi mejilla. Su voz tiembla ligeramente, un suspiro de duda.


Asintiendo, observo como sale de la cama, se vuelve a vestir y me sonríe dulcemente antes de salir de la habitación.

3 comentarios:

  1. Espectaculares los 2 caps!!!!!!!!! Ayyyyy, mañana es miércoles, tenemos maratón

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  2. Muy buenos capítulos! Pobre Pau, no puede dejar de pensar! Tal vez tendrían q hablar para saber donde están parados, conocerse más!

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