Pedro trabaja, haciendo todo lo posible para pasar cualquier tiempo que pueda conmigo, mientras finjo mis días con él y esta novela que acabo de descubrir, llamada ―El Tiempo de Ocio, no va a ser pronto una cosa del pasado. La negación es mi amigo.
Lo que estaba molestándolo parece haberse arreglado; está más feliz, menos ansioso, nuestra vida sexual se ha vuelto decididamente más caliente y menos torpe, y ni Perry ni su visita nocturna se volvió a mencionar.
Una mañana, se levanta temprano, removiendo cosas en la
pequeña cocina. Pero en lugar de darme un beso de despedida y salir por la puerta, me saca de la cama, coge una manzana con una mano y una pequeña taza de café expreso con la otra, y me dice que tenemos el día libre; todo un domingo por delante de nosotros. Entusiasmo calienta mi sangre y hace que me despierte más rápido que con el penetrante olor del café que llena el pequeño apartamento.
Doy un mordisco a la fruta, sonrío mientras nos prepara un picnic, y lo sigo de vuelta a la habitación para verlo vestirse.
Estoy fascinada por la forma en que tan cómodamente se encarga de su cuerpo mientras se pone el bóxer y luego sus pantalones, por la forma en que sus dedos se deslizan por cada botón de su camisa. Estoy tentada de sacar su ropa sólo para verlo poniéndosela todo de nuevo.
Me mira, me atrapa observándolo, y en lugar de poseerle de la forma que quiero, aparto la mirada, veo por la ventana, y trago mi expreso en un caliente y perfecto trago.
—¿Por qué siempre eres tan tímida conmigo? —pregunta,
poniéndose detrás de mí—. Después de todo lo que hicimos anoche.
Anoche bebimos una gran cantidad de vino después de la cena y me sentía salvaje, fingiendo ser una estrella de cine en la ciudad por sólo una noche. Él era mi guardia de seguridad, acompañándome a mi piso para protegerme… y luego seducirme. Es extraño cómo puede ser imposible contestar una pregunta tan simple. Soy tímida. No es una cualidad que sale de mí en ciertas situaciones, es mi base.
La magia no es el por qué aparece con él; es la forma en que se va tan fácilmente.
Pero sé lo que está diciendo; soy impredecible en su presencia. Hay noches como la de a principios de esta semana, donde es fácil hablar durante horas —como si fuéramos extraños que nos hemos conocido durante años. Y luego están los momentos como este, cuando debería ser más fácil que cualquier cosa, y me alejo, dejando que la energía entre nosotros flaquee.
Me pregunto si piensa que se casó con una chica con dos
personalidades: la zorra y la fea del baile. Pero antes de que pueda dejar que los pensamientos me consuman, siento el pulso caliente de sus labios en la parte trasera de mi cuello. —Hoy finjamos que estamos en nuestra primera cita, chica tímida. Voy a intentar impresionarte, y tal vez más tarde, me dejarás darte un beso de buenas noches.
Si sigue pasando sus manos por mis costados de la manera en que lo está haciendo, y lambiendo el punto sensible justo debajo de mi oído, podría dejarlo continuar antes de incluso salir del apartamento.
Pero está cansado de estar en casa, así que me dirijo a la cómoda.
Es su turno para verme vestir, y no oculta su admiración mientras saco la ropa interior, un sujetador, una camiseta blanca y una falda larga. Una vez que estoy vestida, silba suavemente y se pone de pie, acercándose y ahuecando mi cara entre sus manos. Con dos dedos, aparta mi oscuro flequillo para poder mirar con más claridad a mis ojos. Una y otra vez, buscando.
—En realidad eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida. — Besa la comisura de mi boca y añade—: Todavía no se siente real,¿verdad?
Pero entonces sonríe como si esta verdad —que tan sólo tengo unas semanas aquí— no le molestara en absoluto.
¿Cómo lo haces? Quiero preguntarle. ¿Cómo puede divertirte todo esto?
*****
Me siento adorada y abrigada en el medio círculo de su brazo mientras nos dirigimos hacia el metro y pasamos junto a su motocicleta, que se encuentra estacionada en la acera.
Su mano libre lleva la bolsa con el almuerzo y la hace girar mientras camina. Tararea una canción, saludando a los vecinos, inclinándose para acariciar a un perro con una correa. El perrito lo mira con grandes ojos marrones, girando como si quisiera seguirlo a casa. Ambos queremos hacerlo, pienso. Ya perturbaba lo suficiente el hecho de que eligiera esa profesión —leyes— pero luego no hiciera algo salvaje y libre con ello como ayudar a ancianas o ser el divertido instructor de leyes que grita y salta sobre las mesas.
—¿A dónde vamos? —le pregunto, mientras cogemos el metro hacia Châtillon.
—A mí lugar favorito.
Choco su hombro con el mío, una reprimenda juguetona por no decirme nada, pero por dentro me encanta. Me encanta que haya planeado esto, incluso si sólo lo planeó cuando salió el sol esta mañana.
Cambiamos de metro en Invalides y todo el proceso se siente tan familiar —esquivando otros cuerpos a través de los túneles, siguiendo las indicaciones, subiendo a otro metro sin siquiera pensarlo— que estoy sorprendida con el doloroso pensamiento de que no importa lo mucho que esté empezando a sentirse de esa manera, este lugar no es realmente mi casa.
Por primera vez desde que llegué hace casi un mes, sé con absoluta certeza que no me quiero ir.
La voz de Pedro llama mi atención. —Ici22 —murmura, tomando mi mano y tirando de mí cuando las puertas dobles se abren con un silbido ruidoso.
Nos levantamos para salir del metro y andamos un par de cuadras hasta que la vista aparece y me paro sin darme cuenta, mis pies plantados en la acera.
Había leído sobre el Jardin des Plantes en las guías turísticas que Pedro me dejó, o en los pequeños mapas de París que encontré metidos en mi bolso de mensajero. Pero en todos mis días explorando la ciudad, no he ido, y él debe saberlo, porque aquí estamos, de pie delante de lo que debe ser el jardín más hermoso que he visto en mi vida.
Parece extenderse por kilómetros, con un césped tan verde que parece casi fluorescente, y flores de colores que no creo haber visto nunca antes en la naturaleza.
Caminamos por los sinuosos senderos, absorbiendo todo.
—Cada flor que crece en suelo francés está representado en este jardín —me dice con orgullo, y en la distancia, veo los museos ubicados en los terrenos: uno de evolución, otro para mineralogía, paleontología y entomología. Tales ciencias honestas y puras, expresadas en arcos de mármol y paredes de vidrio, nos recuerdan a cada uno cuán nobles somos.
Todo en mi visión es tierra y suelo, pero por lo colorido, mis ojos nunca dejan de moverse. A pesar de que me quedo mirando un espeso lecho de violetas y lavandas, mi atención va más lejos, hacia una parcela de caléndulas y zinnias.
—Deberías ver la… —Pedro deja de caminar y duda, presionando dos dedos en sus labios mientras piensa la palabra en inglés. A pesar de que rara vez se esfuerza por traducir algo, no puedo dejar de obsesionarme con los momentos en que lo hace. Puede ser debido al pequeño cloqueo de su lengua, o por la forma en que generalmente se da por vencido y dice la palabra en un suave francés. —¿Coquelicots? — dice—. Una delicada flor de primavera. Es roja, pero a veces también de color naranja o amarilla.
Niego con la cabeza, sin saber.
—Antes de que florezca, los brotes parecen testículos.
Riendo, conjeturo—: ¿Amapola?
Asiente, chasqueando su dedo y mirándome tan contento que bien podría haber plantado todas esas flores aquí mismo. —Amapolas. Deberías ver las amapolas de aquí en primavera.
Pero la idea se disuelve en el aire entre nosotros, y sin nuestro reconocimiento; toma mi mano de nuevo para seguir caminando.
Señala todo delante de nosotros: flores, árboles, aceras, agua, construcciones, piedras —y me dice las palabras en francés, haciéndome repetirlas de una manera que parece ponerse más urgente, como si con mi poco conocimiento no fuera capaz de subirme en un avión e irme en unas pocas semanas.
Dentro de la bolsa, Pedro ha incluido pan, queso, manzanas y pequeñas galletas de chocolate; nos sentamos en un banco a la sombra —no podemos hacer un picnic aquí en la hierba— y devoramos la comida como si no hubiéramos comido en días. Estar cerca de él me da hambre de tantas dolorosas y deliciosas maneras, y cuando lo veo levantar el pan de la bolsa y comer un bocado, los músculos de su brazo tensándose con el movimiento, me pregunto cómo me tocará por primera vez cuando lleguemos a su apartamento.
¿Va a usar las manos? ¿O utilizará los labios y dientes,
mordisqueándome de esa manera suya? ¿O estará tan impaciente como yo, removiendo la tela lo suficientemente rápido como para que pueda ponerse sobre mí, dentro de mí, y moverse con urgencia?
Cierro los ojos, saboreando el sol y la sensación de sus dedos deslizándose por mi espalda, enroscándose alrededor de mi hombro.
Habla por un rato sobre lo que le gusta del parque —la arquitectura, la historia— y, finalmente, deja que las palabras se desvanezcan cuando unas cuantas aves se ponen sobre nosotros, aleteando y trinando en los árboles. Por un perfecto minuto, puedo imaginar esta vida: los soleados domingos en el parque con Pedro y la promesa de su cuerpo sobre el mío cuando el sol se ponga.
22Aquí en francés.
Buenísimo, seguí subiendo!!!
ResponderEliminarEspectaculares los 2 caps Carme. Geniales las descripciones.
ResponderEliminarMe encantaron los capítulos!! Es una intriga ¿qué secretos guarda Pedro?
ResponderEliminarQue lindos capítulos Carme. Me intriga tanto lo q oculta Pedro y si ella se va o se queda en París !!
ResponderEliminarHermosos capítulos! ojalá Pau decida quedarse en París, o donde sea q estén, pero juntos!
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