miércoles, 12 de noviembre de 2014
CAPITULO 51
Me quedo dormida esperando por él cuando la puerta se cierra de golpe, el pomo golpeando el yeso de la pared justo al otro lado de la habitación. Sorprendida, me reacomodo, empujando mi faldita por mis piernas, froto mis ojos mientras Pedro irrumpe en la habitación.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —ruge.
Me muevo a la cabecera de la cama, desorientada y con el
corazón palpitando mientras mi cerebro se pone al día con la adrenalina que corre por mis venas. —Yo… me dijiste que no fuera ninguna parte.
Camina sigilosamente hacia mí, parándose en el lado de la cama y aflojando la corbata con un tirón impaciente—. Entraste en mi casa.
—La puerta estaba abierta.
—Y te metiste a mi cama.
—Yo… —Lo miro, con los ojos muy abiertos. Se ve realmente molesto, pero luego se inclina hacia adelante, recordándome que todo es un juego, pasando suavemente su pulgar por mi labio inferior.
—Paula, rompiste aproximadamente cien reglas universitarias y varias leyes esta noche. Podrían haberte arrestado.
Me pongo sobre mis rodillas, deslizando mis manos por su pecho—.No sé cómo más obtener su atención.
Cierra los ojos, moviendo los dedos a mi mandíbula, bajo el cuello hasta mis hombros desnudos. Estoy usando nada más que una falda corta y ropa interior abajo, y sus palmas se deslizan sobre mis pechos antes de que retire sus manos, formando puños apretados.
—¿No crees que te noto en clase? —gruñe—. ¿En frente con tus ojos puesto en mí toda la hora, tus labios tan carnosos y rojos que todo lo que puedo pensar es en cómo se sentirían en mi lengua, mi cuello, mi pene?
Lamo mis labios, muerdo el inferior. —Puedo mostrarte.
Vacila, entrecerrando los ojos. —Me despedirían.
—Prometo que no le diré a nadie.
Su conflicto se siente tan genuino: cierra los ojos, aprieta la
mandíbula. Cuando se abren de nuevo, se inclina y dice—: Si piensas que con esto te estoy premiado por irrumpir en mi casa…
—No lo hago… —Pero ve la mentira en mi cara. Consigo todo lo que quiero y mi sonrisa oscura lo hace gruñir, ahueca mis pechos otra vez con manos ásperas.
Mi piel se levanta para encontrarse con su toque, y en el interior, los músculos y mis órganos vitales se tuercen como si estuviera retorciéndose, empujando el calor por mi pecho, en mi vientre donde se reúne abajo, entre mis piernas. Lo deseo tanto que me siento inquieta e insistente, esta necesidad elemental arañando en mi garganta. Hundo mis manos en su pelo, sujetándolo a mí y apenas dejándolo alejar un suspiro de mi piel.
Pero todo es un engaño. Saca mis manos fácilmente, inclinándose hacia atrás para mirarme con un fuego convincente en sus ojos.
—Tenía mucho trabajo en mi escritorio cuando llamaste con tu pequeño show antes.
—Lo siento —le susurro. Estar cerca de él me hace líquido, mis entrañas se arrastran y funden.
Sus ojos parpadean cerrados, fosas nasales dilatadas. —¿Qué crees que le hizo a mi concentración, sabiendo que estabas aquí, pensando en mí, tocando la piel que podría ser mía para tocar?
Sus ojos están fijos en los míos, y para resaltar su punto, desliza una mano áspera en mi ropa interior, dos dedos buscando, sumergiéndolos dentro y encontrándome empapada.
—¿Quién te puso mojada?
No respondo. Cierro los ojos, empujando su mano antes de alcanzar a agarrar su muñeca y follar sus dedos si no se movía. Estoy ardiendo, en todas partes y sobre todo aquí, ahogándome con una necesidad arañando de venirme, de que él me haga venir.
Con un tirón de su brazo retira sus dedos de mí y los empuja a mi boca, presionando mi sabor en mi lengua. Su mano agarra mi mandíbula, sus dedos presionando en el hueco de mis mejillas para mantener mi boca abierta.
—¿Quién. Te. Puso. Mojada?
—Tú. —Me las arreglo a decir con sus dedos intrusivos y se retira,tirando de mi labio inferior con un dedo índice, un dedo pulgar—. Pensaba en ti todo el día. No sólo cuando me llamaste. —Miro fijamente a sus ojos, tan llenos de ira y lujuria que me quita el aliento. Se ablandan a medida que continúo sosteniendo su mirada, y puedo sentir que los dos tartamudeamos en nuestros roles. Quiero fundirme con él, sentir su peso caliente sobre mí—. Pienso en ti todo el día.
Puede ver la verdad en mi expresión y sus ojos caen a mis labios, sus manos extendidas suavemente por mis costados. —¿En serio?
—Y no me importan las reglas —le digo—. O que tienes un montón de trabajo. Quiero que lo ignores.
Su mandíbula se tensa.
Digo—: Te deseo. El semestre va a terminar pronto.
—Paula… —Puedo ver el conflicto en sus ojos, y ¿lo siente también?
¿Este anhelo tan enorme que empuja todo lo demás dentro de mi pecho a un rincón? Nuestro tiempo juntos ya casi termina, también. ¿Cómo voy a estar lejos de él en sólo un par de semanas?
¿Qué vamos a hacer?
Mi corazón da una vuelta, golpeando tan fuerte que ya no es un ritmo seguro. Platillos chocando y el profundo pulso pesado del tambor golpeando debajo de mis costillas. Sé lo que es este sentimiento. Él necesita saber.
¿Pero es demasiado pronto? He estado aquí apenas un mes—. Pedro… Yo…
Sus labios chocan sobre los míos, su lengua empujando abre mi boca, degustando, rodando contra mis dientes. Presiono hacia arriba, con hambre del sabor de él, a hombre, océano y calor.
—No digas eso —dice en mi boca, de alguna manera sabiendo que iba a poner algo sincero e intenso ahí. Retrocediendo, busca mis ojos frenéticamente, suplicando—. No puedo jugar duro si dices esto esta noche. ¿D' Accord?
Asiento urgentemente y sus pupilas se dilatan, una gota de tinta en el verde y realmente puedo ver su pulso levantarse.
Es mío. Lo es.
Pero, ¿por cuánto tiempo? La entrometida pregunta me hace desesperada, agarrándolo y necesitándolo profundamente en cada parte de mí, sabiendo que en realidad no puede dejarme sin aliento, pero ofreciéndoselo de todos modos en pequeñas ráfagas, constantes.
Da un paso más cerca, y aunque su agarre en mi cabello no
disminuye, ávidamente agarro su camisa, tirando de ella sin sus pantalones. Con dedos temblorosos, saco cada botón y una vez que se expone su torso suave, cálido, oigo mi gemido febril y mis manos se deslizan hacia arriba a través de su piel, frenética. ¿Cómo se sentiría, me imagino, desearlo tanto como lo hago y no tenerlo? ¿Y luego solo esta noche —una sola, peligrosa noche— me dejaría tocarlo, saborearlo,follarlo?
Yo sería salvaje. Insaciable.
Gruñe cuando paso demasiado tiempo pasando mis manos hacia arriba y sobre su pecho, mis uñas rasguñando sobre sus pezones pequeños, planos, acariciando la línea burlona de pelo que desciende por debajo de su ombligo y en sus pantalones. Con impaciencia, tira de mi cabello, empujando sus caderas hacia delante, y gruñe su aprobación cuando
desabrocho rápidamente el cinturón, la cremallera, y bajo los pantalones por sus muslos para que pueda liberar su polla.
Oh.
Se adentra en frente de mí, gruesa y caliente; cuando la alcanzo, es de acero en mi palma. Uso ambas manos, agarrando y deslizándome por su longitud, queriendo que él suelte mi pelo para que pueda doblarme y chuparle con tanta hambre como siento.
Exhala un gemido fuerte mientras lo bombeo en mi puño y luego se inclina hacia abajo, tomando mi boca en un brutal, beso imponente. Su boca chupa la mía, empujando mis labios a separarse mientras el puño se aprieta en mi cabello. Desliza su lengua dentro, empujando profundo, jodiéndome con un ritmo inconfundible.
No voy a ser amable, me dice. Ni siquiera voy a intentarlo.
Excitación se extiende a través de mí y me libero de su agarre, con la intención de lamerlo hasta que se venga, pero con un gruñido de maldición que me hace retroceder en la cama, se inclina para recuperar la corbata para que la pueda envolver alrededor de mis muñecas y asegurarlo a la cabecera.
—Tu cuerpo es para mí placer —me dice, con los ojos oscuros—. Estás en mi casa, cosita. Voy a tomar lo que quiera.
Lanza sus pantalones y se sube encima de mí, tirando de mi ropa interior por mis piernas y empujando mi falda hasta las caderas. Con las manos apoyadas en mis muslos, extiende mis piernas, se inclina hacia adelante, y bruscamente se sumerge en mí.
Es un alivio tan grande que me hace gritar; nunca antes me había sentido tan llena de él. Hambrienta y satisfecha, queriendo que se quede así para siempre. Pero no se queda profundamente dentro de mí por mucho tiempo. Se retira y luego golpea hacia adelante, agarrando la cabecera para hacer palanca y follándome tan duro que cada penetrada hace que mis dientes traqueteen, fuerza el aire de mis pulmones.
Es salvaje y frenético, su cuerpo sobre el mío, mis piernas sujetadas alrededor de la cintura tan apretadas que me pregunto si le duele. Quiero hacerle daño, de una manera oscura y enferma. Quiero sacar cada sensación a la superficie, que sienta todo a la vez: la lujuria, el dolor, la necesidad y el alivio y, sí, incluso el amor que estoy sintiendo.
—Quería terminar las cosas esta noche —sisea, colocando sus manos alrededor de mis muslos. Bombea con fuerza y rapidez, follándome tan bruscamente; sudor se escurre en su sien y se posa en mi pecho. Su ira es aterradora, emocionante, perfecta—. En cambio tengo que volver a casa y hacer frente a una estudiante traviesa. —Sus caderas están bombeando y bombeando en mí, gime, con los ojos cada vez más pesados. Sus manos grandes y ásperas alcanzan mis pechos, y desliza su pulgar por mi pezón.
—Por favor, hazme venir —le susurro, francamente.
Quiero dejar de jugar.
Quiero jugar siempre.
Quiero su aprobación, quiero su ira. Quiero el fuerte golpe de su mano por mi pecho sólo unos segundos antes de que se libere. Me conoce.
—Por favor —se lo ruego—. Seré buena.
—Los malos alumnos no obtienen placer. Voy a venirme y venirme, y me podrás ver en su lugar.
Se mueve con tanta fuerza que la cama está temblando, gimiendo debajo de nosotros. Nunca hemos sido tan duros.
Los vecinos deben poder escuchar, y cierro los ojos, saboreando el conocimiento de que mi marido está completamente atendido en la cama. Le daré cualquier cosa.
—Mírame venir —susurra, moviéndose en mí y agarrando su polla. Su mano desciende arriba y abajo de su longitud y maldice, sus ojos en mí.
El primer pulso de su liberación me chorrea por la mejilla, y luego mi cuello, mis pechos. Nunca seré capaz de imaginar un sonido más sexy que el profundo gemido que hace cuando se viene, la forma en que gruñe mi nombre, la forma en que me mira. Se inclina, sudoroso y sin aliento; sus ojos se mueven por mi cara y abajo, inspeccionando cómo me ha decorado.
Subo mi cuerpo por lo que sus caderas están al nivel de mi cara, presiona su polla a mis labios, en silencio pidiendo. —Lámelo hasta limpiarlo.
Abro la boca y lamo alrededor de la punta, y luego chupo abajo, a lo largo de la piel suave como el terciopelo.
—Pedro—susurro cuando me alejo, queriendo estar con nosotros ahora. Deseándolo.
Alivio llena sus ojos y dirige su dedo por mi labio inferior—. ¿Te gusta esto? —murmura—. Me encanta.
—Sí.
Se aleja, inclinándose para besar mi frente mientras desata
cuidadosamente mis manos. —Attends —susurra. Espera…
Pedro vuelve con un paño húmedo, limpiando mi mejilla, mi cuello, mis pechos. Lo tira a la papelera en la esquina antes de besarme suavemente.
—¿Fue eso bueno, Cerise? —susurra, chupando mi labio inferior, su lengua explorando suavemente en mi boca. Gime silenciosamente, dedos danzando sobre la curva de mi pecho—. Fue perfecto. Me encanta estar contigo de esa manera. —Su boca se mueve sobre mi mejilla, mi oído, y
pregunta—: Pero, ¿puedo ser suave ahora?
Asiento, ahuecando su rostro. Me destroza con su juego, con su mando que tan fácilmente se derrite en adoración. Cierro mis ojos, hundiendo las manos en su cabello mientras besa mi cuello, chupando mis pechos, mi ombligo, separando mis piernas con las manos.
Estoy adolorida de su trato duro de hace sólo unos minutos, pero tiene cuidado ahora, sopla una suave corriente de aire a través de mí, susurrando—: Déjame verte.
Agachándose, besa mi clítoris, lame lentamente alrededor.
—Me encanta probarte, ¿te das cuenta?
Enrollo mis manos en puños alrededor de la funda de almohada.
—Creo que este dulzor es sólo para mí. Finjo que tu deseo nunca se ha parecido a esto. —Moja un dedo dentro y lo lleva a mis labios—. Para todos los demás nunca fue tan suave y dulce. Dime que es verdad.
Le dejo deslizar su dedo dentro y chupo, queriendo hacer que esta noche dure por días. Soy salvaje para él, esperando que se quede aquí conmigo. Con la esperanza de que no se retire a la oficina y trabaje hasta el amanecer.
—¿No es perfecto? —pregunta, mirándome chupar—. Nunca me ha gustado el sabor de una mujer tanto como amo el tuyo. —Sube por mi cuerpo, chupando mis labios, mi lengua. Esta duro de nuevo, o tal vez todavía esta duro, y se restriega contra mi muslo—. Lo ansío. Te deseo. Soy demasiado salvaje para ti. Te deseo demasiado, creo.
Niego con la cabeza, con ganas de decirle que me podría querer más y ser más salvaje, pero las palabras se atascan en mi garganta cuando lleva los labios a mi coño, lamiendo y chupando tan expertamente que me arqueo fuera de la cama, lanzando un grito.
—¿Te gusta? —ronronea.
—Sí. —Mis caderas presionan desde el colchón, ávidas por sus dedos, también.
—Me gustaría ser tu esclavo —susurra, deslizando dos dedos dentro de mí—. Dame solamente esto, tu boca y tus palabras tranquilas y sería tu esclavo, Cerise.
No sé cómo paso, o cuándo exactamente, pero sabe cómo leer mi cuerpo, sabe mis reacciones. Se burla de mí, tirando de cada sensación más tiempo y con más fuerza, haciéndome esperar el orgasmo que he querido por lo que empieza a parecerse a días. Con su lengua, sus labios, sus dedos, y sus palabras me lleva al borde una y otra vez hasta que me retuerzo debajo de él, sudando, rogando por él.
Y justo cuando creo que finalmente me hará venir, se retira en su lugar, limpiándose la boca con el antebrazo mientras sube por encima de mí.
Me alzo sobre mis codos, mis ojos desorbitados. —Pedro…
—Shh, tengo que estar adentro cuando te vengas. —Con manos rápidas, me rueda sobre mi estómago, extiende mis piernas, y se desliza tan profundamente que jadeo, apretando la funda de almohada en mis puños. Su gemido vibra a través de mis huesos, a lo largo de mi piel, y siento el zumbido continuo de esto a medida que comienza a moverse, su pecho presionando a mi espalda, aliento caliente en mi oído.
—Estoy perdido en ti.
Jadeo, asintiendo frenéticamente. —Yo también.
Su mano se desliza por debajo de mí y empuja, dando vueltas contra mi clítoris. Estoy allí.
Allí mismo.
Allí mismo.
Y estallo como una bomba en el segundo que presiona sus labios en mi oído y susurra—: ¿Lo que sientes, Cerise? Yo también lo siento. Joder, Paula, siento todo por ti.
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