miércoles, 29 de octubre de 2014

CAPITULO 18




Niego con la cabeza, incapaz de encontrar las palabras, y gime por la frustración y el placer mientras lentamente se empuja dentro. Pierdo mi aliento, perdiendo mi capacidad de respirar o incluso de preocuparme que lo necesito, y levanto las piernas, queriéndolo más profundo, queriendo sentirlo entrar para siempre. Está pesado, grueso, tan duro que cuando sus caderas encuentran mis muslos me cierno al borde de la incomodidad. Es el único que me hace perder el aliento, haciéndome sentir como que no hay suficiente espacio en mi cuerpo para él y el aire al mismo tiempo, pero nada nunca se ha sentido tan bien.


Le diría que cambié de opinión, me iré con él, si pudiera encontrar las palabras, pero con los brazos apoyándose al lado de mi cabeza, empieza a moverse y es diferente a cualquier cosa. Es diferente a todo lo demás. El arrastre lento y sólido de él dentro de mí construye un dolor tan bueno que es suficiente para hacerme sentir un poco trastornada ante la idea de que la sensación terminará en algún momento.


Me está dando un suave calentamiento, sus ojos en los míos mientras sale lentamente, más lentamente incluso empuja de nuevo, de vez en cuando se agacha para deslizar su boca sobre la mía. Pero cuando raspo mi lengua por sus dientes, y se sacude hacia adelante, agudo e inesperado, escucho mi propio jadeo apretado, y eso desencadena algo en él. Empieza a moverse, duro y sin problemas sobre mí, empujes perfectos curvando sus caderas.


Realmente no sé cuántas veces tuvimos sexo la otra noche, pero debe haber descubierto lo que necesito, y parece que le encanta verse a sí mismo dándomelo. Se empuja hacia arriba sobre sus manos, arrodillándose entre mis piernas abiertas, y ya sé que cuando me venga, será diferente a todo lo que he sentido antes. Puedo escuchar sus respiraciones salir en gruñidos y mis propias exhalaciones agudas. Puedo oír el golpeteo de la parte delantera de sus muslos contra el interior de los míos, y los golpes resbaladizos y suaves de él moviéndose dentro y fuera de mí.


No necesitaré sus dedos o los míos o un juguete. Nos adaptamos. Su piel deslizándose a través de mi clítoris una y otra, y otra vez.


Lola tenía razón cuando bromeó sobre cómo seríamos Pedro y yo: es el misionero, y hay contacto visual, pero no es precioso o de forma romántica como ella quería decir. No puedo imaginar no mirarlo. Sería como tratar de tener sexo sin tocar.


El placer sube por mis piernas como una enredadera,
construyéndose en un rubor que puedo sentir extendiéndose por mis mejillas, a través de mi pecho. Estoy aterrorizada porque perderé esta sensación, que estoy persiguiendo algo que en realidad no existe, pero se está moviendo más rápido y más fuerte, tan fuerte que tiene que sostener mis caderas con las manos para no empujarme fuera de la cama. Sus ojos se arrastran sobre mis labios jadeantes y mis pechos que rebotan con sus embestidas. La forma en que me folla hace que mi cuerpo se sienta voluptuoso por primera vez en mi vida.


Abro la boca para decirle que estoy cayendo y no sale nada, sólo un grito por más y sí, y esto y sí y sí. El sudor cae de su frente en mi pecho y rueda en mi cuello. Está trabajando muy duro, conteniéndose tanto, esperando, esperando, esperando por mí. Me encanta el control, el hambre y la determinación en su hermoso rostro y estoy al borde, justo ahí.


El calor se precipita a través de mi cuerpo una fracción de segundo antes de que caiga.


Lo ve pasar. Observa, su boca separada con alivio, con los ojos ardiendo en victoria. Mi orgasmo se estrella sobre mí con tanta fuerza, consumiéndome, ya no soy yo misma. Soy la salvaje jalándolo sobre mí, excitándome por él y agarrando su trasero para empujarlo más profundo.


Soy desesperación pura debajo de él, mendingando, mordiendo su hombro, extendiendo mis piernas tan abiertas como pueden.


El salvajismo lo enloquece. Puedo oír las sábanas saltando del colchón y sentirlas amontonándose detrás de mí mientras él las agarra para sostenerse, moviéndose con fuerza suficiente como para que el cabecero agriete las paredes.


—Oh —gime, el ritmo creciendo agotadoramente. Entierra su cara en mi cuello, gimiendo—: Aquí. Aquí. Aquí.


Y entonces, abre su boca en mi cuello, succionando y presionando, sacudiendo los hombros sobre mí cuando se viene. Deslizo mis manos sobre su espalda, disfrutando la definición agrupada de su postura tensa, la curva de su espalda mientras se queda tan profundamente como puede.


Me muevo debajo de él para sentir su piel en la mía, mi sudor mezclado con el suyo.


Se levanta sobre los codos y se cierne sobre mí, todavía latiendo dentro mientras presiona sus palmas en mi frente y las desliza sobre mi cabello.


—Es demasiado bueno —dice contra mis labios—. Es tan bueno, Cerise.


Y luego, se acerca entre nosotros para agarrar el condón, sacándolo y quitándoselo. Lo deja caer a ciegas en los alrededores de la mesita de noche y se derrumba a mi lado en el colchón, arrastrando su mano izquierda por su cara, su pecho sudoroso, donde la deja reposar sobre su corazón. 



Soy incapaz de apartar la mirada de la banda de oro en su dedo anular. Su estómago se tensa con cada inhalación irregular, sacudiéndose con cada exhalación forzada.


—Por favor, Paula.


Hay una última negativa en mí, y la dejo salir. —No puedo.


Cierra los ojos y mi corazón se astilla, imaginando no volver a verlo.


—Si no hubiéramos estado borrachos y locos y terminando casados... ¿habrías venido conmigo a Francia? —pregunta—. ¿Sólo por la aventura?


—No sé. —Pero la respuesta es, que podría haberlo hecho. 


No tengo que mudarme a Boston aún; planeo hacerlo, pronto, porque tengo que dejar mi apartamento del campus, pero no quiero regresar con mis padres por todo el verano. 


Un verano en París después de la universidad es lo que una mujer de mi edad debería hacer. Con Pedro, sólo como un amante, tal vez incluso sólo como un compañero de piso, sería una aventura salvaje.


No tendría el mismo peso de mudarme con él durante el verano, como su esposa.


Sonríe, un poco triste, y me besa.


—Dime algo en francés. —Lo he escuchado decir cientos de cosas, mientras que está perdido en placer, pero esta es la primera vez que se lo he pedido, y no sé por qué lo hago. 


Parece peligroso, con su boca, su voz, su acento como el chocolate caliente.


—¿Hablas algo de francés?


—¿Además de ―Cerise?


Sus ojos se posan en mis labios y sonríe. —Además de eso.


—Fromage. Château. Croissant3.


Repite ―croissant en voz baja riendo, y cuando lo dice, suena como una palabra completamente diferente. No sabría cómo deletrear la palabra que acaba de decir, pero me hace querer tirarlo encima de mí otra vez.


—Bueno, en ese caso, te puedo decir : Je n'ai plus désiré une femme comme je te désire depuis longtemps. Ça n’est peut-être même jamais arrivé.4—Se aleja, estudia mi reacción como si fuera capaz de descifrar una sola palabra—. Est- ce totalement fou? Je m'en fiche.5



Mi cerebro no puede traducir mágicamente las palabras, pero mi cuerpo parece saber que ha dicho algo tremendamente íntimo.


—¿Puedo hacerte una pregunta?


Asiente. —Por supuesto.


—¿Por qué no simplemente lo anulas?


Tuerce la boca hacia un lado, la diversión llenando sus ojos. — Porque tú lo escribiste en nuestros votos matrimoniales. Ambos juramos seguir casados hasta el otoño.


Pasan varios segundos antes de que consiga superar el shock de eso.


Seguro era una pequeña mandona. —Pero no es un matrimonio real — digo en voz baja, y finjo que no veo cuando se estremece un poco—. De todos modos, ¿qué significan esos votos si planeamos romper todos los otros sobre ―hasta que la muerte nos separe?


Se gira y se sienta en el borde de la cama, de espaldas a mí. Se inclina, presionando las manos sobre su frente. —No sé. Trato de no romper promesas, supongo. Todo esto es muy raro para mí; por favor, no supongas que sé lo que estoy haciendo porque me estoy sosteniendo firme en este punto.


Me siento, gateo hacia él, y lo beso en el hombro. —Parece que tengo un matrimonio falso con un chico muy agradable.


Se ríe, pero luego se levanta, alejándose de mí otra vez. 


Puedo sentir que necesita la distancia y oprime un pequeño dolor entre mis costillas.


Esto es todo. Aquí es cuando debería irme.


Se pone su ropa interior y se apoya en la puerta del armario,
mirándome mientras me visto. Subo las bragas por mis piernas, y todavía están húmedas de mí, también de su boca, aunque la humedad se siente fría ahora. Cambiando de parecer, los tiro en el suelo y me pongo el sujetador y mi vestido y me deslizo en mis sandalias.


Pedro sin decir palabra me da su teléfono y me mando un mensaje para que tenga mi número. Cuando se lo devuelvo, estamos parados, mirando a cualquier cosa menos al otro durante unos dolorosos latidos.


Alcanzo mi bolso, sacando goma de mascar, pero rápidamente se mueve hacia mí, deslizando sus manos por mi cuello hasta acunar mi rostro.


—No. —Se acerca, chupando mi boca de la forma en que parece que le gusta tanto—. Sabes a mí. Yo a ti. —Se inclina, lamiendo mi lengua, mis labios, mis dientes—. Me gusta tanto esto. Quédate así, sólo por un rato.


Su boca baja por mi cuello, mordisqueando mi clavícula, y en donde mis pezones se presionan debajo de mi vestido. 


Chupa y lame, jalándolos en la boca hasta que se empapa la tela. Es negra, por lo que nadie más que nosotros lo sabrá, pero sentiré la presión fría de su beso después de
que salga de la habitación.


Quiero llevarnos de nuevo a la cama.


Pero permanece ahí, estudiando mi rostro por un momento. 


—Se buena, Cerise.


Me pasa sólo ahora que estamos casados, y estaría engañando a mi marido si me acostara con alguien más este verano. Pero la idea de alguien más consiguiendo a este hombre hace que hierva de rabia en mi vientre. No me gusta la idea en absoluto, y me pregunto si ese es el mismo fuego que veo en su expresión.


—Tú también —le digo.


3 Queso. Castillo. Croissant.
4 Yo no he deseado a una mujer como te deseo a ti desde hace mucho tiempo.
5 Eso quizá jamás sucederá. ¿Es esto una locura? No me importa.

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