miércoles, 29 de octubre de 2014
CAPITULO 17
Pedro abre la puerta y suelta una enorme sonrisa, que se desvanece poco a poco cuando ve que he venido con las manos vacías, sin maleta.
Nada más que mi pequeña bolsa cruzada sobre mi pecho.
—No puedo ir a Francia contigo —comienzo, mirándolo con los ojos muy abiertos. Mi pulso se siente como un pesado tambor en la garganta—.Pero tampoco quiero ir a casa.
Da un paso a un lado para dejarme pasar, dejo caer mi bolsa en el suelo y giro para verlo. Hay realmente una sola razón por la que estoy aquí, en esta habitación de hotel, y creo que los dos lo sabemos. Es fácil pretender ser la amante en una película, viniendo al hotel para una última noche juntos. No tengo que trabajar para ser valiente cuando es seguro así como es: él se va. Llega a ser casi como un juego. Una obra. Un papel.
No sé cuál Paula se está apoderando de mi cuerpo, pero estoy dejando fuera todo menos lo que se siente al estar tan cerca de este chico. Sólo tengo que dar un paso más y me encuentra a mitad del camino, deslizando ambas manos en mi pelo y cubriendo mi boca con la suya. Océano, verde y aun el olor persistente de mí en su ropa.
Su sabor, ah. Quiero sentirme tan llena de él que cualquier otro pensamiento se disuelve bajo el calor de ello. Quiero su boca en todas partes, succionándome como lo hace. Me encanta la forma en que ama mis labios, cómo, después de sólo una noche juntos, sus manos ya conocen mi piel.
Me lleva de espaldas hacia la cama, labios, lengua y dientes sobre mis mejillas, boca y mandíbula. Caigo hacia atrás cuando mis rodillas golpean la cama.
Jala el dobladillo de mi vestido y me desviste en un solo tirón decidido, luego se acerca detrás de mí, para liberar mi sujetador con un pequeño desliz de sus dedos. Me hace sentir como si fuera algo para revelar, algo para deleitarse.
Soy la recompensa al final de su truco de magia, expuesta por debajo de la capa de terciopelo. Sus ojos examinan mi piel y puedo ver su propia impaciencia: la camisa arrojada al otro lado de la habitación, dedos tirando de su cinturón, chasqueando la lengua en el aire, buscando mi sabor.
Pedro se da por vencido en desvestirse, en vez de eso se pone de rodillas en el suelo, entre mis muslos, abriéndome, besándome a través de la tela de mi ropa interior.
Mordisquea y tira, chupa y lame con impaciencia antes de deslizar el último artículo que queda de ropa por mis piernas.
Jadeo cuando se inclina hacia delante, cubriendo mi piel más sensible con una larga y lenta lamida. Su aliento se siente como pequeñas ráfagas de fuego cuando besa mi clítoris, mi hueso púbico, mi cadera.
Empujo hacia arriba, apoyándome sobre mis manos para mirarlo.
—Dime lo que necesitas —dice, su voz ronca contra mi cadera.
Con esto, recuerdo débilmente que me hizo venir con sus manos y cuerpo, pero no con su boca. Puedo sentir la necesidad de conquistar esto, y me pregunto cuánto tiempo trató antes de que me volviera impaciente, tirando de él hacia arriba y dentro de mí.
La verdad es que no estoy segura de lo que necesito. El sexo oral siempre ha sido una parada en el camino a otro lugar. Una manera de ponerme mojada, para hacer el circuito de mi cuerpo. Nunca algo terminado hasta que me sacuda, sude y maldiga.
—C–chupa —digo, adivinando.
Abre la boca, chupando perfectamente por un soplo de tiempo y luego demasiado. —No tan fuerte. —Cierro los ojos, encontrando el coraje para decirle—: Como me chupas el labio.
Es exactamente la instrucción que necesitaba y caigo hacia atrás contra el colchón sin pensar, mis piernas abiertas ampliamente, y con esto se vuelve salvaje. Las palmas firmemente plantadas en mis muslos internos para mantener mis piernas abiertas, sonidos presionando en mí, vibrando a
través de mí.
Una de sus manos me deja y lo puedo sentir moviéndose, puedo sentir el cambio de su brazo. Apoyándome en un codo, bajo la mirada y me doy cuenta que está tocándose, sus ojos en mí, febril.
—Déjame —le digo—. También quiero probarte.
No sé de donde vienen estas palabras; no soy yo misma en estos momentos. Tal vez nunca soy yo con él. Asiente, pero no deja de mover su mano. Me encanta. Me encanta que no es raro o tabú. Está perdido en mí, esta duro, está sucumbiendo en la necesidad de su propio placer, mientras me da el mío. Mientras besa, chupa y lame con tanta hambre desinhibida, temo que no seré capaz de llegar y su entusiasmo y esfuerzo serán en vano. Pero entonces, siento el apretado tirón, al borde de algo que crece más y más grande con cada respiración en mi piel. Enlazo mis manos en su pelo, me balanceo hacia arriba contra él.
—Oh, Dios.
Gime, su boca ansiosa, los ojos en mí, amplios y emocionados.
Disfruto el oleaje apretado de mis tendones, músculos, sangre corriendo tan acalorada y urgente en mis venas.
Puedo sentirlo construirse,extendiéndose y corriendo por mis extremidades, explotando entre mis piernas. Estoy jadeando, ronca y sin sentido, sin ofrecer palabras, sólo los
sonidos agudos. El eco de mi orgasmo repiquetea a nuestro alrededor mientras caigo de nuevo en la almohada.
Me siento drogada, y con esfuerzo lo alejo de donde sus labios presionan contra mi muslo para poder sentarme. Se tambalea, los pantalones deshechos y colgando bajos sobre sus caderas. Levanto la vista hacia él, y de la luz que sale del baño puedo ver cuán húmeda tiene la boca, de mí, como si hubiera estado cazando, como si me hubiera atrapado y devorado.
Pasa su antebrazo por toda su cara, se acerca más a la cama justo cuando me inclino hacia delante y lo tomo en mi boca.
Desesperado, clama—: Estoy cerca.
Es una advertencia. Puedo sentirlo en los empujes sobresalientes de sus caderas, la tensa hinchazón de la cabeza de su polla, la forma en que agarra mi cabeza como si quisiera retroceder, hacer que esto dure más tiempo, pero no puede. Folla mi boca, pareciendo saber ya que está bien, y después de sólo seis intensos golpes sobre mi lengua y dientes y labios, se mantiene quieto, en el fondo y viniéndose con un gemido ronco y bajo.
Alejo mi boca y pasa un dedo tembloroso a través de mi labio mientras trago.
—Tan bueno —exhala.
Caigo en la almohada y siento como mis músculos han sido
completamente silenciados tras el frenesí de mi entrada en la habitación.
Estoy pesada y entumecida, y aparte del pesado eco de placer entre mis piernas, lo único que puedo sentir es mi sonrisa.
La habitación se ha vuelto de color rosa con el sol del atardecer filtrándose por la ventana, y Pedro se cierne sobre mí apoyándose en sus brazos rígidos, respirando con dificultad. Siento su mirada sobre mi piel, quedándose en mis pechos, y sonríe al mismo tiempo que siento mis pezones tensarse.
—Dejé marcas sobre ti la otra noche. —Se inclina, soplando aire a través de un pico—. Lo siento.
Me río y tiro de su cabello juguetonamente. —No suenas apenado.
Me sonríe, y cuando retrocede para admirar su obra de nuevo, me rindo al instinto desconocido de cruzar los brazos sobre mi pecho. En danza, mi pequeño cuerpo era un beneficio; mis senos pequeños eran un impedimento ideal.
Pero en la piel desnuda y el mundo del sexo, no puedo
imaginar a mis copas 32B lograrlo.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, tirando de mi antebrazo mientras se arranca los pantalones—. Es demasiado tarde para ser tímida conmigo ahora.
—Me siento muy pequeña.
Se ríe. —Eres muy pequeña, Cerise. Pero me gusta cada pequeño centímetro de ti. No he visto tu piel en horas. —Inclinándose, hace círculos sobre el pezón con la lengua—. Descubrí que tienes unos pechos sensibles.
Sospecho que tengo sensible todo cuando es él quien me toca.
Su palma se extiende por un pecho mientras chupa el otro y su lengua empieza a moverse en pequeños círculos apremiantes. Revive el delicioso latido entre mis piernas.
Creo que también lo sabe, porque la mano acunando mi pecho se desliza por encima de mis costillas, a través de mi estómago, por debajo de mi ombligo, y entre mis piernas, pero nunca detiene los círculos con su lengua.
Y luego, sus dedos están ahí, dos de ellos presionando, y está haciendo los mismos círculos con el mismo ritmo, y es como si una banda ajustada conectara entre el lugar donde está la lengua y los dedos, tirando más y más fuerte, más y más caliente. Estoy arqueándome en la cama y agarrando su cabeza, rogándole con una voz ronca por favor, por favor, por favor.
El mismo ritmo, ambos lugares, y me preocupa que me derrumbaré, me fundiré en la cama o simplemente me disolveré en la nada cuando zumba sobre mi pezón, sus dedos presionando más fuerte, y luego disminuye sólo el tiempo suficiente para preguntarme—: ¿No me dejarás oírte una vez más?
No sé si podría sobrevivir a esto. No puedo sobrevivir sin esto.
Con él, mis sonidos son roncos y libres, no parezco contener las palabras de placer, y es completamente sin pensar. Ofrezco todo y mis sonidos lo estimulan hasta que está chupando frenéticamente y estoy arqueándome en su mano, gritando...
Me vengo.
Me vengo.
Tres dedos se hunden en mí, el talón de su mano ahuecándome desde el exterior. Es un placer tan intenso que duele. O tal vez es saber lo fácil y lo bueno que es, y que tengo que o rendirme o hacer algo loco para mantenerlo. Mi orgasmo dura tanto tiempo que paso por estos dos escenarios en múltiples ocasiones durante el placer más intenso del mismo.
Dura el tiempo suficiente para que quite los labios de mi pecho y los mueva a mi rostro y me bese, absorbiendo todos mis sonidos en su boca.
Dura el tiempo suficiente como para que me diga que soy la cosa más hermosa que jamás haya visto.
Mi cuerpo se tranquiliza y sus besos disminuyen hasta que son sólo pequeños deslizamientos de sus labios sobre los míos. Yo sabía a él y él a mí.
Se inclina sobre un lado de la cama para sacar un condón del bolsillo de sus pantalones. —¿Estás muy dolorida? —pregunta, sosteniéndolo en alto al preguntar.
Estoy dolorida, pero no creo que pueda estar demasiado cansada para sentirlo. Necesito recordar exactamente como es. La esquirla esparcida de mi memoria no será suficiente si tengo que dejarlo ir esta noche. No respondo en voz alta, pero lo jalo sobre mí, doblando mis rodillas a sus costados.
Se arrodilla, sus cejas fruncidas mientras rueda el condón por su longitud. Quiero sacar mi teléfono, tomar fotografías de su cuerpo y su grave expresión concentrada. Necesito las fotos, así puedo decir: ¿Lo ves, Paula? Tenías razón sobre su piel. Es tan suave y perfecta como la recuerdas.
Quiero capturar de alguna manera la forma en que sus manos están temblando con urgencia.
Cuando termina, coloca una mano por mi cabeza y usa la otra para guiarse a mí. Al momento en que puedo sentir su pesada presión, se me ocurre que nunca me he sentido tan impaciente en mi vida. Mi cuerpo quiere devorar el suyo.
—Regresa conmigo —dice, apenas entrando, y retrocediendo otra vez. Una tortura—. Por favor, Paula. Sólo por el verano.
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