miércoles, 29 de octubre de 2014

CAPITULO 19




Ahora estoy segura de saber lo que quiere decir la frase ―piernas temblorosas porque estoy temiendo tener que salir de mi coche y utilizar mis piernas. He estado con tres personas además de Pedro, pero incluso con Lucas, el sexo nunca fue así. Sexo, donde es tan abierto y honesto que incluso después de que se termina y el calor se ha disipado y Pedro ya no está siquiera aquí a mi lado, lo habría dejado hacer cualquier cosa.


Me hace desear recordar mejor nuestra noche en Las Vegas. En ese momento tuvimos horas juntos, en lugar de unos pocos y miserables minutos esta noche. Porque de alguna manera, sabía que fue más honesto y libre y sin dudas que esto.


El fuerte golpe al cerrar mi puerta del coche resuena en nuestra tranquila calle suburbana. Mi casa se ve oscura, pero es demasiado pronto para que todos estén en la cama. 


Con el clima caliente del verano, lo más probable es que mi familia esté en el patio trasero, con una cena tardía.


Pero una vez que estoy dentro, no escucho nada más que silencio.


La casa está a oscuras en todas partes: en la sala de estar, la habitación familiar, la cocina. El patio está tranquilo, cada habitación de arriba desierta. Mis pasos golpean silenciosamente en el azulejo español en el baño, pero se quedan en silencio mientras me muevo a lo largo del pasillo alfombrado. Por alguna razón, entro en cada habitación... sin encontrar a nadie. En los años desde que empecé la universidad, antes de mudar mis cosas de vuelta a mi antiguo dormitorio sólo unos días atrás, no he estado ni una vez sola en esta casa, y la comprensión me golpea como un empujón físico. Siempre hay alguien cuando estoy aquí: mi madre, mi padre, uno de mis hermanos. Cuán extraño es esto. Sin embargo, ahora me han dado algo de tranquilidad. 


Se siente como un indulto. Y con esta libertad, una corriente de electricidad se enrolla a través de mí.


Podría irme sin tener que enfrentarme a mi padre.


Podría irme sin tener que explicar nada.


En un destello impulsivo y caliente, estoy segura de que esto es lo que quiero. Corro a mi habitación, encuentro mi pasaporte, me arranco el vestido y me pongo ropa limpia antes de cargar la maleta más grande del armario del pasillo. Meto todo lo que puedo encontrar en mi cómoda, y luego prácticamente limpio mi mostrador del baño con un movimiento de mi brazo en mi estuche de artículos de tocador. La maleta pesada golpea las escaleras detrás de mí y cae otra vez en el pasillo mientras empiezo a garabatear una nota para mi familia. Las mentiras salen y lucho para tratar de no decir demasiado, no sonar tan maníaca.



¡Tengo una oportunidad de ir a Francia por un par de semanas!
También un boleto gratis. Estaré con una amiga del papá de Helena. Es dueña de un pequeño negocio. Les contaré sobre esto más tarde, pero estoy bien. Llamaré.
Con amor,
Paula.



Nunca le he mentido a mi familia, o a cualquier persona para el caso, pero justo ahora no me importa. Ahora que la idea está en mi cabeza, la idea de no ir a Francia me lleva a un pánico completo porque no ir significa permanecer aquí por algunas semanas. Significa vivir bajo la nube oscura de la mierda de control de mi padre. Y entonces, significa mudarse a Boston y comenzar una vida que no estoy segura de querer.


Significa la posibilidad de no volver a ver a Pedro.


Miro el reloj: sólo tengo cuarenta y cinco minutos hasta de que despegue el avión.


Arrastrando mi maleta hacia el coche, la lanzo Al maletero y corro al lado del conductor, le envío un mensaje de texto a Helena: Lo que sea que mi padre te pregunte sobre Francia, sólo di que sí.


A sólo tres cuadras de mi casa, puedo escuchar mi teléfono
zumbando en el asiento del pasajero, sin duda con su respuesta; Helena rara vez suelta su teléfono, pero no puedo mirar ahora. Sé lo que veré de todos modos, y no estoy segura de cuándo mi cerebro se calmará suficiente para responder su ¡¿QUÉ??


Su: ¿QUÉ DEMONIOS ESTÁS HACIENDO?


Su: ¡¡LLÁMAME EN ESTE PUTO MOMENTO, PAULA CHAVES!!


Así que en su lugar, me estaciono; estoy siendo optimista y me coloco en el estacionamiento de larga estadía. Arrastro mi maleta en la terminal. Me registro, instando silenciosamente a que la mujer en el mostrador de boletos se mueva más rápido.


—Llegas muy apenas —dice con una mueca de desaprobación—. Puerta cuarenta y cuatro.


Asintiendo, coloco una mano nerviosa sobre el mostrador y
desaparezco rápidamente una vez que me entrega mi boleto, doblado cuidadosamente en un sobre de papel. La seguridad está muerta la noche de los martes, pero una vez que he terminado, el largo pasillo hasta la puerta al final se cierne delante de mí. Estoy corriendo demasiado rápido como para estar preocupada por la reacción de Pedro, pero la adrenalina no es suficiente para ahogar la protesta de mi fémur permanentemente débil mientras corro rápidamente.

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