miércoles, 5 de noviembre de 2014

CAPITULO 35




Llego a casa, aliviada de que Pedro todavía no está aquí. 


Dejo caer una bolsa de comida para llevar en el mostrador de la cocina, me muevo a la habitación y saco el traje de la bolsa de ropa. Cuando lo sostengo en frente de mí, siento la primera punzada de incertidumbre. La vendedora midió mi busto, cintura y caderas para poder calcular mi talla. Pero la cosita en mis manos no parece que se ajustara.


De hecho, se ajusta, pero no se ve nada grande una vez está puesto. El corpiño y la falda son de satín rosa, cubierto de delicado encaje negro. La parte superior empuja mis pechos juntos y, dándome el escote que no creo haber tenido antes. Las ondas de la falda¸ terminan muchos centímetros por encima de las rodillas. Cuando me agacho, se supone que las bragas de encaje negro deben mostrarse. Ato el delantal pequeño, fijo el gorrito en la cabeza, y tiro de las largas medias negras, enderezando los lazos rosas en mis rodillas. Una vez que me meto en los tacones de punta y mantengo mi plumero, me siento sexy y ridícula, si la combinación es posible. Mi mente se balancea entre las dos. No es que no me veo bien en el disfraz, es que no puedo imaginar lo que Pedro honestamente pensará cuando llegue a casa para esto.


Pero para mí no es suficiente sólo un disfraz. Los disfraces en si no hacen el show. Necesito una trama, una historia para contar. Tengo la sensación de que esta noche tenemos que perdernos en otra realidad, una en donde el estrés de su trabajo no se cierne sobre sus horas de luz del día, y una en el que no me sienta como que él ofreció una aventura a una chica quien dejo su chispa en Estados Unidos.


Podría ser la buena dama que ha hecho su trabajo a la perfección y que merece recompensa. La idea de que Pedro me dé las gracias, me recompensa, hace que mi piel tararee con sonrojo. El problema es que el apartamento de Pedro es impecable. No hay nada que pueda hacer para que se vea mejor, y no se dará cuenta de cuál es el papel que se supone tiene que jugar.


Eso significa que necesito meterme en problemas.


Miro a mí alrededor, preguntándome qué puedo estropear, qué notara inmediatamente. No quiero dejar comida en el mostrador en caso de que este plan tenga éxito y terminemos en la cama toda la noche. Mis ojos se mueven a través del apartamento, se detienen en la pared de las ventanas y se quedan fijos allí.


Incluso con sólo la luz de las farolas que vienen a través del cristal, puedo ver cómo brilla, impecable.


Sé que va a estar aquí en cualquier momento. Oigo el rechinar del ascensor, el tintineo metálico de las puertas al cerrarse. Cierro los ojos y presiono las palmas planas contra la ventana, ensuciándola. Cuando retrocedo, dos manchas largas quedan detrás.


Su llave encaja en la cerradura, crujiendo mientras la gira. 


La puerta se abre con el tranquilo desliz de la madera en la madera y me muevo a la entrada, con la espalda recta y las manos entrelazadas alrededor del plumero en frente de mí.


Pedro deja caer sus llaves en la mesa, coloca su casco por debajo de ellas y luego levanta la mirada, abriendo mucho los ojos.


—Vaya. Hola. —Aprieta su agarre en los dos sobres en su mano.


—Bienvenido a casa, Sr. Alfonso—digo, la voz se quiebra en su nombre. Le voy a dar cinco minutos. Si no parece querer jugar, no va a ser el fin del mundo.


No lo será.


Sus ojos se mueven primero al pequeño, gorro de volantes fijado en mi cabello y luego hacia abajo, viajando como siempre lo hacen sobre mis labios antes de deslizarse por mi cuello, mis pechos, mi cintura, mis caderas, mis muslos. Sus ojos van a mis zapatos y sus labios se abren ligeramente.


—Pensé que podrías querer ver la casa antes de irme esta noche — le digo más fuerte. Estoy alentada por el rubor en sus mejillas, el calor en sus ojos verdes cuando vuelve la mirada a mi cara.


—La casa se ve bien —dice con voz casi inaudible por lo ronco de la misma. Ni siquiera ha mirado más allá de mí a la habitación contigua, así que al menos sé que hasta ahora está jugando conmigo.


Doy un paso a un lado, curvando mis manos en puños para que mis dedos no tiemblen cuando empieza el juego de verdad. —Siéntete libre de revisar todo.


Mi corazón late tan fuerte que juro que puedo sentir mi cuello moverse. Su mirada instintivamente se mueve más allá de mí a la ventana justo detrás, con el ceño enfurruñado.


—¿Paula?


Me muevo a su lado, reprimiendo mi sonrisa emocionada. —¿Sí, Sr.Alfonso?


—Hiciste… —Me mira, buscando, y luego apunta a la ventana, con los sobres en la mano. Le avergüenza que haya descubierto esta compulsión. Está tratando de entender lo que pasa y los segundos pasan, dolorosamente lentos.


Es un juego. Juega. Juega.


—¿Dejé escapar alguna mancha? —pregunto.


Sus ojos se estrechan, sacudiendo la cabeza un poco hacia atrás cuando entiende y el cosquilleo nervioso en mi estómago se convierte en un rollo tambaleante. No tengo ni idea si he cometido un enorme error al tratar de hacer esto. 


Debo parecer una lunática.


Pero entonces recuerdo a Pedro en el pasillo en bóxer, coqueteando.


Recuerdo su voz caliente en mi oído, sigilosamente en mí y en Fernando sigilosamente sobre él, casi tirando de sus pantalones alrededor de sus tobillos. Recuerdo lo que Fernando me dijo sobre Bronies y serendipity. Sé que en su interior, detrás de todo el estrés del trabajo, Pedro se apunta para algo de diversión.


Mierda. Espero que se anime para esto. No quiero estar equivocada.


Estar equivocada me va a enviar de vuelta a los años oscuros de silencio incómodo.


Se da vuelta lentamente, llevando una de sus sonrisas fáciles que no he visto en días. Me mira otra vez, desde la cima de mi cabeza a mis tacones diminutos y peligrosos. Su mirada fija es tangible, un roce de calor a través de mi piel. —¿Esto es lo que necesitas? —susurra.


Después de un momento, asiento. —Creo que sí.


Resuena una cacofonía de bocinas desde la calle y Pedro espera hasta que el apartamento esté silencioso otra vez antes de hablar.


—Oh sí —dice lentamente—. Faltó un lugar.


Junto mis cejas en una mueca falsa de preocupación y mi boca forma una suave, redonda ―O.


Con una mueca dramática se da la vuelta, pisando fuerte a la cocina y sacando una botella sin etiqueta. Puedo oler el vinagre y me pregunto si tiene su propia receta de limpieza para cristales. Sus dedos me rozan cuando me tiende la botella. —Lo puedes arreglar antes de irte.


Siento que mis hombros se enderezan con confianza mientras me sigue a la ventana, viendo como rocío un poco sobre las huellas. Hay un zumbido fuerte en mis venas, una sensación de poder que no esperaba.


Está haciendo lo que quiero hacer y aunque me da un paño para limpiar la ventana, es porque lo he orquestado. Está jugando conmigo.


—Una vez más. Sin dejar ninguna raya.


Cuando termino, brilla, impecable y detrás de mí exhala lentamente.


—Una disculpa parece apropiada, ¿no?


Cuando me doy la vuelta para verlo a la cara, se ve tan
sinceramente descontento que mi pulso se dispara en la garganta — caliente y emocionada— y espeto—: Lo siento. Yo…


Me alcanza, sus ojos brillando mientras traza su pulgar por mi labio inferior para calmarme. —Bueno. —Parpadeando hacia la cocina, inhala lentamente, oliendo el pollo asado y pregunta—: ¿Hiciste la cena?


—Ordené… —me detuve, parpadeando—. Sí. Cociné tu cena.


—Me gustaría un poco. —Con una pequeña sonrisa, da la vuelta y camina por la habitación hacia la mesa, sentándose e inclinándose en la silla. Oigo el rasgón de papel mientras abre el correo que había estado sosteniendo y una larga, silenciosa exhalación mientras lo coloca sobre la mesa al lado de él. Ni siquiera se gira para mirarme.


Santa mierda, es bueno en esto.


Me muevo a la cocina, sacando la comida del contenedor y arreglo tan cuidadosamente como puedo en un plato para él entre miradas robadas en su dirección. Todavía está esperando y leyendo su correo, pacientemente, completamente en el personaje mientras me espera —a su criada— para que le sirva su cena. Hasta ahora, todo bien. Coloco una botella de vino en la mesa, saco el corcho y lo sirvo una copa. El rojo brilla decadente, subiendo por los laterales mientras se balancea en mi mano.


Tomo el plato y le llevo su comida, poniendo el plato con un golpe tranquilo.


—Gracias —dice.


—De nada.


Revoloteo por un momento, mirando fijamente su correo creo que me deja verlo. La coloca boca arriba sobre la mesa y en lo primero que mi mirada se engancha es en su nombre en la parte superior y luego la larga lista de marcas de verificación bajo la columna de Negatif para todas las enfermedades de transmisión sexual que nos pusimos a prueba.


Y luego veo el sobre sin abrir al lado suyo, que está dirigido a mi persona.


—¿Es este mi pago? —le pregunto. Espero hasta que asiente antes de deslizarlo sobre la mesa. Abriéndola rápidamente, escaneo la carta y sonrío. Lista para empezar.


No me pregunta lo que dice la mía y no me molesto en decirle. En cambio, me paro a un lado y justo detrás de él, mi corazón baila desenfrenadamente en mi pecho cuando lo veo cavar en su cena. No pregunta si he comido, ni me ofrece nada.


Pero hay algo acerca de este juego, un papel de suave dominación para él, que hace que mi estómago palpite y mi piel tararee con calidez.


Me gusta verlo comer. Se inclina sobre su plato y sus hombros se flexionan, los músculos de su espalda están definidos y visibles a través su camisa lila.


¿Qué vamos a hacer cuando termine? ¿Vamos a seguir jugando?


¿O va a dejar de actuar, tirarme en la habitación y tocarme? Quiero las dos opciones —especialmente lo quiero sobre todo ahora que sé que voy a sentir cada centímetro de su piel— pero quiero seguir jugando.


Parece beber su vino rápidamente, lavando cada bocado con tragos largos. Al principio, me pregunto si está nervioso y apenas lo esconde bien. Pero cuando pone su copa sobre la mesa y gesticula para que lo vuelva a llenar, se me ocurre que simplemente se pregunta hasta dónde le serviré.


Cuando traigo la botella y vuelvo a llenar su copa, dice sólo un tranquilo—: Merci —y luego regresa a su comida.


El silencio es inquietante y tiene que ser intencional. Pedro puede ser un adicto al trabajo, pero cuando está en casa, el apartamento no está siempre tranquilo. Canta, parlotea, hace de todo un tambor con sus dedos. Me doy cuenta de que tengo razón —es intencional— cuando traga un bocado y dice—: Habla conmigo. Dime algo mientras como.


Me está probando otra vez, pero a diferencia de rellenar su vino, sabe que esto es más que un desafío.


—Tuve un buen día en el trabajo —le digo. Tararea mientras mastica, mirándome por encima del hombro. Es la primera vez que atrapo un atisbo de duda en sus ojos, como si quisiera que sea capaz de decirle todo lo que he hecho hoy, y con la verdad, pero no puedo, mientras estemos jugando.


—Limpié por un tiempo, cerca de la Orsay... luego, cerca de la Madeleine —le respondo con una sonrisa, disfrutando de nuestro código.


Vuelve a su comida y a su silencio.


Tengo la sensación de que estoy destinada a seguir hablando, pero no tengo ni idea de qué decir. Por último, le susurro—: En el sobre... mi sueldo se ve bien.


Hace una pausa por un momento, pero es lo suficientemente largo para que me dé cuenta de la forma en que su aliento se acelera. Mi pulso aumenta en la garganta cuando se limpia cuidadosamente su boca y pone la servilleta al lado de su plato y puedo sentirlo a través de la longitud de mis brazos, en el fondo de mi vientre. Retrocede de la mesa, pero no se levanta. —Bien.


Alcanzo su plato vacío pero me detiene con la mano en mi brazo. — Si eres mi criada permanente, debes saber que nunca pasaré por alto las ventanas.


Parpadeo, tratando de descifrar este código. Se lame los labios, esperando a que diga algo.


—Entiendo.


Una pequeña sonrisa juguetona se burla en la esquina de su boca. —¿Sí?


Cerrando los ojos, lo admito—: No.


Siento su dedo dirigiéndose por el interior de la pierna, desde la rodilla hasta la mitad del muslo. Cada sensación es tan afilada como un cuchillo.


—Entonces deja que te ayude a entender —susurra—. Me gusta que arregles tu error. Me gusta que me sirvieras la cena. Me gusta que te pusieras tu uniforme.


Me gusta que quisieras jugar, quiere decir y me lo dice con su lengua humedeciendo sus labios y sus ojos barriendo por encima de mi cuerpo.


Entenderé la próxima vez, está diciendo.


—Oh —exhalo, abriendo los ojos—. Podría no olvidar nunca la ventana. Tal vez algunas noches olvidaré otras cosas.


Su sonrisa aparece y desaparece tan pronto como lo puede
controlar. —Está bien. Pero los uniformes, en general, son apreciados.


Algo dentro de mi pecho se desenreda, como si viera esta
confirmación de que entiende esto de mí. Pedro se siente cómodo en su piel, un retrato de facilidad. Al menos bailando, nunca he sido esa chica.


Pero me hace sentir segura explorando todas las maneras en que puedo luchar con mi manera de salir de mi propia cabeza.


—¿Servirme la cena te hizo mojar?

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